lunes, 9 de mayo de 2011

"Compré por tres millones a mi hijo y murió. Fue un castigo"

La mafia que vendió al bebé extorsionó durante años a los padres - Manuel Espí ya no tiene hoy miedo a hablar 


Manuel Espí y María Martínez en su casa de Ontinyent
Manuel Espí y María Martínez en su casa de Ontinyent
JESÚS DUVA / NATALIA JUNQUERA | Valencia 08/05/2011
Durante décadas miles de bebés en España fueron sustraídos o separados irregularmente de sus padres. EL PAÍS sigue con una serie sobre este tráfico de niños y ofrece el relato de las víctimas y de quienes participaron en las tramas. | Consulta el especial: Vidas robadas. | Participa en Eskup. ¿Crees que eres un niño robado o conoces a algún caso? Envíanos un correo electrónico.
"Yo compré a mi hijo Lucas. Pague por él casi tres millones de pesetas. Me empeñé hasta las cejas. Por desgracia, Lucas murió en un incendio cuando solo tenía 18 años. Estoy convencido de que ese fue un castigo por haberlo comprado. Lucas está muerto porque no nos lo merecíamos
"Lucas está muerto porque no nos lo merecíamos", lamenta Manuel
"Los abogados me dijeron que o les daba el dinero o iría a la cárcel"
Manuel y María eran estériles, pero Lucas está inscrito como hijo biológico
Una curandera, una prostituta y unos dudosos abogados facilitaron al bebé
Manuel Espí Nacher, de 77 años, se emociona y no puede evitar las lágrimas mientras Lucas esboza una sonrisa desde la enorme fotografía que le fue tomada, con elegante uniforme de almirante, el día de su primera comunión. Han pasado casi 30 años de aquella turbia operación de compraventa, pero Manuel vive avergonzado y atormentado desde entonces. Es uno de los pocos padres que confiesa abiertamente, sin ambages, que "compró" a un recién nacido. Y está arrepentido de haberlo hecho.
Cuenta que fue su mujer, María Martínez Lluch, la que se empeñó en ser madre: "Me dijo: 'Si me dejas adoptar este niño, no te pediré nunca nada más'. Era la ilusión de su vida". Manuel y María, residentes en Ontinyent (Valencia), habían frecuentado las consultas de varios ginecólogos durante diez años en busca de una solución a sus problemas de infertilidad. "Hasta que uno, el único honesto, nos dijo: 'No se gasten ustedes más dinero. Es imposible que tengan un hijo".
Manuel trabajaba entonces en una empresa textil de la comarca. Ya casi había cumplido los 50 años. María era empleada en una empresa similar. Decididos a adoptar un bebé, empezaron un interminable peregrinaje por orfanatos y casas cuna. Alguien les hablaba de Cuenca y allá se iban, sin dudarlo, acompañados de otros familiares, en busca de un niño. Preguntaron en un sitio y en otro... y al final se volvieron a casa como habían salido. Más tarde, otra persona les comentó algo de Teruel. Y, de nuevo, los Espí hacían las maletas y emprendían camino a esa ciudad. Hablaron con diversas instituciones y tampoco
consiguieron su objetivo. Al cabo del tiempo, orientaron sus pasos hacía dos pisos para madres solteras regidos por monjas en Zaragoza, y en los que era fácil adoptar, según había oído Manuel a varias personas en un desguace en el que había estado trabajando. "La monja nos dijo que tenía que ser minusválido. Nosotros queríamos un niño sano", recuerda Manuel.
Él está enfermo. Sufre trastorno bipolar y recuerda que por aquella época lo llevaba muy mal. "Estuve a punto del suicidio". Decidió acudir a una curandera, Petra, de Montaverner (Valencia). Y a través de esa curandera y de una amiga de su esposa fue como empezó a fraguar de nuevo la idea de adoptar a un bebé. "Mi mujer, una amiga llamada Vicentica y la curandera se lo cocieron todo y lo pusieron en marcha", recuerda Manuel.



El 21 de abril de 1982, Vicentica, que, con su marido, había adoptado a un niño de seis años porque querían que les ayudara en las labores del campo, le comunicó que todo estaba a punto y que tuviera preparado "mucho dinero", sin especificar cuánto. Le indicaron que él y su esposa tendrían que ir a la puerta del hospital Virgen del Consuelo, en la calle de Callosa de Ensarrià, de Valencia, y que allí deberían contactar con una mujer que les esperaría en las proximidades.
Pese al tiempo transcurrido, Manuel Espí rememora la escena como si estuviera ocurriendo ahora mismo. "Mi mujer me dijo que sacara mucho dinero del banco. Al llegar al hospital, en la puerta, una mujer me preguntó: '¿Cuánto dinero traes?' Le mentí y le respondí que alrededor de medio millón de pesetas. Ella me replicó que era poco, que se necesitaba más para pagar a los médicos, a los abogados y a toda la gente que intervendría en la operación. Yo acabé admitiendo que llevaba encima 750.000 pesetas, se las di y ella se guardó rápidamente los billetes en el bolso".
Libro de Familia en el que figura el pequeño Lucas
El pequeño Lucas

Libro de Familia en el que figura el pequeño Lucas (en la foto) como hijo de Manuel Espí y María Martínez.- JESÚS CÍSCAR

Esa mujer, el contacto inicial que formaba parte de la turbia red de compraventa de bebés, era una prostituta, según averiguaría después Manuel. "Nos dijo que entráramos en el hospital y que fuéramos a la zona de incubadoras. Fuimos. Allí había una chica de unos 20 años, que nos entregó a Lucas. Antes de marcharme, me pidió que nos trasladáramos a otro sitio porque yo debería firmar unos papeles. Le pedí a mi mujer que saliera con el niño y que me esperase dentro del coche. En cuanto pude y la chica se despistó, me dí la vuelta y me marché sin firmar nada. Corrí al coche y arranqué a toda velocidad. No paré hasta llegar a casa".



El chiquillo estaba "muy tieso". "Yo me he dado cuenta ahora de que no podía ser un recién nacido. Calculo que debería tener un mes de vida. Estaba muy sano. ¡Claro, esa gente cuidaba muy bien la mercancía!", afirma Manuel.
Él y su esposa eran conscientes de que aquello que estaban haciendo era oscuro y posiblemente ilegal. Se llevaron a casa a un bebé sin ninguna partida de nacimiento, sin ningún documento que avalara la licitud de esa adopción. Sin embargo, lo que nunca sospecharon los Espí es que aquello solo era el inicio de un siniestro camino cuajado de dudas, temores, sobresaltos, amenazas y chantajes.
Al poco tiempo de tener en su casa al pequeño, Manuel fue convocado a un despacho de abogados de Valencia, a unos cien metros del hospital donde supuestamente había venido al mundo Lucas. Los abogados empezaron por exigirle 300.000 pesetas para realizar los oportunos trámites legales. "Me enfadé y les grité que eran unos estafadores porque yo ya había dado 750.000. Ellos me respondieron que si no les daba el dinero me denunciarían y que iría a la cárcel. No entendíamos nada de lo que decían. Mi mujer y yo éramos prácticamente analfabetos. Terminé dándoles el dinero".
Aquella no sería la última vez. Solo la primera de cinco angustiosas entregas de grandes sumas de dinero para la época y para un matrimonio de empleados de una fábrica textil. Los abogados siguieron extorsionándole con la amenaza de enviarle a prisión. Bajo la espada de Damocles del más puro chantaje, Espí tuvo que seguir dando dinero durante años. Tan asfixiado estuvo en algún momento que, según cuenta, el director de un banco de Ontinyent se ofreció a darle un préstamo de hasta medio millón de pesetas sin exigirle ninguna garantía a cambio.
Espí calcula que en total invirtió cerca de tres millones de pesetas en pagar a los distintos integrantes de la trama. Y todo para callarles la boca porque nunca consiguió ni un certificado de nacimiento ni una inscripción registral en la que constara que el niño había sido adoptado. Nada. Lo único que conserva, entre decenas de fotos en las que aparece el niño, es un Libro de Familia en el que, sorprendentemente, consta como hijo biológico de Manuel Espí Nacher y María Martínez Lluch ¿Pero cómo y quién redactó semejante cosa sin que hubiera ni un certificado médico en el que un ginecólogo asegurase que había asistido a María en el parto? ¿Cómo es posible que el funcionario de turno les diese ese Libro de Familia sin exigir ningún documento que sustentase lo que en él consta? Sin duda porque la mafia que orquestó toda la operación fue sobornando a uno y otro para acallar las bocas y allanar la compraventa.
Satisfecha la avaricia de los integrantes de la red, el matrimonio no volvió a ser importunado ni molestado por las sanguijuelas. Con el correr de los años, Lucas se convirtió en un chico caprichoso y mimado. María satisfacía todos sus antojos... y Manuel callaba y era incapaz de negarle nada porque él también se había encariñado de su hijo comprado.
En la adolescencia, a Lucas le dio por las motos. "Tenía una de 49 centímetros cúbicos trucada para que corriera más y nosotros nos pasábamos el día preocupados de que pudiera pasarle algo. Siempre decía que quería ser piloto de motos", recuerda Manuel.
El chico no quiso estudiar y con 17 años empezó a hacer trabajos esporádicos en una gasolinera y en un taller textil. Prometió que les daría parte de su salario a sus padres, pero jamás les dio ni un céntimo.
"Nunca le dijimos que era adoptado. Recuerdo que una noche de domingo que estábamos viendo la tele, tuve ganas de contárselo, pero no lo hice. Sé que se lo dijo un día un primo suyo, pero él nunca nos preguntó nada. Lucas era muy libre", relata Manuel. "Siempre tuve el presentimiento de que iba a morir joven", añade, quizá porque el remordimiento de haber pagado por aquel niño lo acompañó todo el tiempo que convivió con él.
A sus padres les preocupaban mucho las motos, pero no fue finalmente lo que acabó con la vida de su hijo, sino una terrible deflagración en una caseta de campo en la que Lucas pasaba la noche con su novia y otra pareja de amigos. "Quería casarse con su chica. El año que viene, el año que viene, nos decía".
"Mi mujer suele decirme: 'Solo 18 años lo hemos disfrutado'. Yo siempre le contesto: 'No digas solo. Lo hemos disfrutado 18 años. No merecíamos tanto", concluye al borde del llanto.

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