sábado, 23 de marzo de 2019

LAS MUJERES DE LOS EXILIADOS EN LA POSGUERRA

Victoria Díaz Alcázar no era viuda, ni soltera ni casada, ya que había sido anulado su matrimonio civil.
Su marido, el teniente de navío de la Marina Republicana, José Fernández Navarro, marchó al barco, "a ver qué pasaba"el 5 de marzo de 1939, ante los rumores de que la quinta columna había cogido las calles de Cartagena. "No te preocupes, estaré de vuelta para que desayunemos juntos a las nueve".
Siete años más tarde, Victoria cruzó el Bidasoa para atravesar la frontera con Francia, con el agua por encima de la cintura. El guía les había advertido que si alguien resbalaba había que dejarlo ir, si no, se ahogarían juntos.

Victoria Díaz Alcázar y José Fernández Navarro,
el día de su segundo matrimonio, celebrado en Francia

Victoria Fernández Díaz, su hija, nació en Francia, en una pequeña ciudad de Normandía llamada Granville; cuando sus padres volvieron a España, se licenció en Filología Románica y fue catedrática de la Escuela Oficial de Idiomas de Valencia hasta su jubilación.
Sus raíces familiares y el deseo de recuperar nuestro pasado democrático la llevaron a escribir, en 2009, el libro "El exilio de los marinos republicanos", sobre aquellos marinos que tuvieron que abandonar su patria tras la guerra de España.

Victoria Fernández Díaz

Ha seguido ahondando en esta investigación y actualmente está completándola dentro del ámbito universitario.
El jueves, 28 de marzo, se encontrará en Cartagena, para hablarnos sobre aquellas mujeres de exiliados republicanos que sufrieron en España el estigma de ser "mujeres de rojos"; algunas pudieron reunirse con sus maridos, otras, no pudieron volver a verlos.
Josefina Valverde, CarmenIbáñez, Micaela Vila, Carmen Martínez, Josefina Martínez, Encarnación González y tantas más... mujeres cuya vida se vio truncada por el golpe de estado, que padecieron la marginación, la represión, el hambre... y que jamás fueron resarcidas por ello.

Jueves, 28 de marzo, a las 19,00 h, en el salón de Grados de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura y Edificación.
Charla de Victoria Fernández Díaz: LAS MUJERES DE LOS EXILIADOS EN LA POSGUERRA

sábado, 9 de marzo de 2019

CARTAGENA, MARZO DE 1939: EL MAYOR ARTEMIO PRECIOSO FRENTE A LA SUBLEVACIÓN FRANQUISTA

La flota, en el puerto de Cartagena

El 2 de marzo de 1939, tras el Consejo de Ministros del día 1, en que se hizo pública la dimisión de Azaña, se ascendió a Casado a General y tuvo lugar la destitución de los comandantes militares de Alicante, Murcia y Albacete y nombramiento de Vega, Mendiola y Curto para los mismos, y de Galán como jefe de la Base Naval de Cartagena.
En la noche del día 3 se veía claro que la sublevación en Cartagena era un problema de horas.
La Flota estaba prácticamente ya en rebeldía con el Gobierno; la posición era salir de Cartagena e instar al Gobierno a concertar una paz inmediata sin lo cual no regresaría a Cartagena, haciendo el 3 un intento de salida a la mar que pudo ser cortado por la acción del Partido Comunista.
Coronel Francisco Galán
La posición de los mandos y comisarios era coincidente en todo y habían logrado influenciar a la inmensa mayoría de la Flota. Así, cuando Galán llegó a Cartagena, la Flota estaba ya sublevada contra el Gobierno y, al amparo de esta sublevación, los fascistas de la ciudad, muy fuertes en las Unidades de la Base se sumaron a la actitud de ésta y se hicieron, prácticamente, los dueños, dando a la sublevación un carácter abiertamente fascista. Se pusieron en contacto con Franco, pidieron refuerzos e izaron la bandera monárquica.
El 5 de marzo fue una fecha a recordar por todos los cartageneros y cartageneras; durante años hemos oído relatar a las personas mayores anécdotas acerca de la insurrección de ese día.
El edificio en que se encontraba Capitanía,
mostrando los impactos de los proyectiles
La calle era un caos; los paisanos no sabían lo que estaba ocurriendo; se decía que habían llegado las tropas de Franco; los casadistas gritaban “Por España y por la paz”; los falangistas, que estaban emboscados, salieron a la calle, vitoreando a Franco; algunos vecinos, desconcertados, preguntaban a los guardias de asalto si tenían que decir “Arriba España” o “Salud”. Se oía que la guerra había acabado, y la escuadra había abandonado el puerto, y a continuación llegaban noticias de que no, que la guerra seguía y los barcos continuaban en Cartagena.
Mayor Artemio Precioso
Se trata de uno de los episodios de la guerra civil cuyo conocimiento nos pueda resultar más farragoso; pero podemos contar con la divulgación y la aproximación a éste gracias a Pedro Costa Morata, que el próximo viernes, 15 de marzo, se encontrará en Cartagena para impartir una charla cobre lo acaecido esos días. Y lo hará desde una perspectiva diferente a aquellas bajo cuyo punto de vista solemos hacerlo: la de uno de sus protagonistas, el mayor Artemio Precioso.
Pedro Costa Morata

Pedro Costa Morata, es un aguileño, ingeniero y periodista, doctor en Ciencias Políticas y Sociología.

Fue fundador del movimiento ecologista en España, liderando la lucha antinuclear y se le concedió el Premio Nacional de Medio Ambiente en 1998.

Profesor de la Universidad Politécnica de Madrid entre los años 2002 y 2015, y profesor de Doctorado en la Universidad San Carlos de Guatemala desde 2008.
Ha sido Director del Centro de Estudios Socioecológicos entre 1978 y 1981, siendo el presidente Artemio Precioso, cuya amistad cultivó desde 1978 hasta su muerte, en 2007.

El próximo viernes, 15 de marzo, Pedro Costa Morata impartirá la primera conferencia de las X jornadas de Memoria Histórica que, en este 2019, ha organizado la Asociación Memoria Histórica de Cartagena. Tendrá lugar, a las 19,30 horas, en el salón de grados de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica de la UPCT (Campus Alfonso XIII).

jueves, 7 de marzo de 2019

Y LLEGÓ EL CINCO DE MARZO


Y llegó el 5 de marzo…
La gente de a pie sabía que algo pasaba, algo muy gordo… pero ¿qué?




El personal civil, en el centro de Cartagena, no se atrevía a salir a la calle. Sin embargo, salvo en Los Dolores, donde un grupo de falangistas jóvenes anduvieron a tiros contra unos guardias de asalto, en los barrios no se notó apenas el movimiento. Un grupo de control en Los Molinos, otro grupo en Los Barreros… pero sin oírse disparos. La gente del extrarradio, al ver las camisas azules en lugar de los monos de los milicianos sobre los cuerpos de quienes pedían la documentación, pensaron que las tropas habían llegado porque se había acabado la guerra.

Y así, en los Barreros, Carmen Serrano se encontraba cocinando cuando su hijo Ángel, desde la puerta de la cancela, le gritó: – ¡Mamá, me voy a Cartagena, que quiero ver como se acaba la guerra! – Y marchó con otros chavales, desde lo alto del barrio hasta el centro de la ciudad. Salió corriendo. Fue todo tan rápido, que ni siquiera oyó a su madre cuando salió tras de él gritándole que no fuera loco, que se quedara en casa; y por mucha prisa que se dio la pobre mujer, cuando llegó a la entrada de la verja, ya se le había perdido de vista.

Ángel no había cumplido todavía los quince años. Era un chiquillo muy impulsivo, y cuando vio que los barcos zarpaban y todo el mundo dijo que marchaban a Rusia, miró a la multitud que los despedía en el muelle agitando los pañuelos y cedió a un impulso repentino, saltando a una de las lanchas que se aproximaban a ellos llenas de fugitivos. Como el turista que se dice que le apetece viajar, así hizo él sin pensarlo dos veces ¿Que los barcos se iban a Rusia? ¡Pues mira qué bien! Él también se iba.


Los barcos pesqueros empezaron a embarcar gente para trasladarla a Orán. Y entre ellos, Ángel Ros, un chaval que subió a uno de ellos sin saber por qué lo hacía.

Carmen llegó a casa de sus cuñados presa de la desesperación.
-       Ay, mi Ángel, que no sé dónde está…  Que se ha ido esta mañana a Cartagena,  a ver  como se acababa la guerra, y no ha vuelto todavía. He preguntado por todas partes, he preguntado a toda la gente, y nadie sabe nada.

Lo que había ocurrido en Cartagena ese día fue una auténtica revolución, que se  cobró bastantes vidas y multitud de heridos. El cuñado de Carmen, junto a su hijo Enrique, primo de Ángel, y Pepe, el hermano mayor de éste, corrieron de un lado para otro, preguntando en los hospitales, en Comisaría… El marido de su prima, que era policía, empezó a indagar, hasta que se enteró por un chaval que lo acompañaba, que lo vieron saltar a una de las lanchas que se dirigían a los barcos cargadas de gente. Gran temor entonces, pues sabían lo que había pasado en el Cervantes, que cuando ya había tomado velocidad, un grupo de carabineros, acompañados de unas mujeres, habían intentado subir y les resbalaron los cabos de las manos, cayendo al agua y siendo algunos atrapados por las hélices; temían que hubiera sido uno de ellos, pero se preguntó a los supervivientes y les aseguraron que ningún chaval de esa edad había subido a la motora con ellos. No sabían nada, ni a dónde se habían dirigido los barcos, ni si habría llegado al final de su destino… nada.

Una vez en Bizerta, lo reconocieron unos compañeros de su fallecido padre – Pero muchacho – le dijeron ¿Tú qué haces aquí? – Las condiciones en que se encontraban eran malísimas, y cuando la escuadra regresó para entregarse al bando de Franco, lo mandaron de regreso.

De nada le sirvieron sus pocos años. En lugar de devolverlo a Cartagena, con su familia, la criatura, al llegar a Rota, en compañía de los que sobrevivieron a la travesía de vuelta, fue ingresada unos días en un calabozo, y después lo metieron en un campo de concentración.
Al cabo de tres años de pasar frío y hambre, de vivir en nulas condiciones higiénicas, pasó por allí un oficial de Marina que se extrañó de que tuvieran encerrado a un niño. Le preguntó por las circunstancias por las que había llegado allí y ordenó que lo pusiesen en libertad y lo enviaran a Cartagena. Ni su propia madre pudo reconocerle al primer golpe de vista, pues llegó enfermo, extremadamente delgado y con el rostro tan inflamado que apenas se le veían los ojos. Poco romántico el final de su aventura. Pero estaba vivo, y aun habiendo pasado tres años de calamidades, había conseguido volver  a su casa.
Otros, por el contrario, jamás llegaron a regresar.

JOAQUÍN JEREZ MORENO



El 8 de febrero tuvo lugar la inauguración del monumento a los deportados cartageneros a los campos nazis. Cincuentaisiete los nombres de los que se tiene constancia, hasta ahora, que sufrieron el cautiverio en esos campos. Algunos familiares de ellos se encontraron presentes en el homenaje; también estuvieron allí las personas allegadas de una serie de cautivos que, por circunstancias familiares no llegaron a nacer en Cartagena, pero que, sin embargo, como en el caso de Joaquín Jerez Moreno, tanto su vida como la de sus antecesores transcurrió en esta ciudad.
Naciste, Joaquín, en Santander, en 1913; hijo de cartageneros, y luchaste en la Marina Republicana por defender la legalidad del gobierno contra los golpistas, por lo que tuviste que marchar al exilio al final de la guerra. Fuiste, como tantos compatriotas, hecho prisionero por los alemanes en suelo francés, y posteriormente internado en el austriaco campo de concentración de Gunsen, donde, con tan sólo 28 años, encontraste la muerte el 3 de diciembre de 1941.

El 8 de febrero se encontraban tus familiares, junto a los de los cartageneros deportados, presenciando la inauguración del monumento a vosotros dedicado, porque, Joaquín, aunque no llegaras a nacer en Cartagena, cartagenero se te puede considerar al haberlo sido tus antepasados, y por haber pasado en ella la mayor parte de tu vida.
Que tu nombre no se borre de la historia.