Pepa Martínez
Cartagena 24 Marzo 2011
El comandante del destructor Lepanto, el capitán de fragata don Valentín Fuentes López, era un gran profesional y en su trato a los subalternos mostraba una exquisita delicadeza y una gran humanidad. No hacía gala de la insolencia y el orgullo tan comunes en la mayoría de los miembros del Cuerpo General; en cuanto a sus ideas políticas, tampoco alardeaba de ellas. Aunque favorable a la Monarquía, el advenimiento de la República había sido aceptado por él como el resultado de la voluntad popular, y no se dedicaba a las conspiraciones propias de sus compañeros de cuerpo; su espíritu castrense se traducía en una inquebrantable fidelidad hacia el Gobierno.
Destructor Lepanto
Don Valentín era un hombre bondadoso, de recta conducta, fiel a las órdenes recibidas, y ajeno por completo a conspiraciones. Se había reincorporado a la Marina la primavera anterior, tras un largo período trabajando como Ingeniero y Geógrafo en el Instituto Geográfico y Catastral, con la categoría de Jefe Superior de Administración Civil, mientras que en la militar había quedado en situación de supernumerario. Durante esa etapa había permanecido alejado de las luchas políticas e igualmente lo había hecho tras su reingreso, siendo de todos conocida su lealtad; por tanto, ninguno de sus compañeros le había hecho partícipe de la conspiración que se estaba incubando.
Cuando el 18 de julio llegó el Lepanto frente a Melilla, ignorando la situación real de la plaza, don Valentín dejó que entrase un mercante, después de trasladarse allí un oficial para pedirle al capitán que le informase de lo que ocurría. Tan sólo se pudo saber que las tropas se habían levantado. Continuaron reconociendo algunos otros buques mercantes, sin novedad alguna.
La tripulación se hallaba presa del nerviosismo cuando por la mañana se presentó frente a la plaza el destructor Sánchez Barcáiztegui, procedente de Cartagena. Sobre mediodía, llegó el Almirante Valdés, y dos horas más tarde llegó al Lepanto un bote con el 2º Comandante del Sánchez, don Rafael Cervera, que subió a bordo y estuvo hablando un rato con el Comandante en la caseta de derrota; marchó luego a hablar con el Comandante del Valdés y después se reincorporó a su buque. – ¿De qué habrían hablado? – se preguntaban todos. Algunos ya tenían noticias de ello gracias al Cabo Radio Dopico, que fue comunicando a sus compañeros las órdenes que iban llegando.
Al marchar Cervera, don Valentín reunió a todos los oficiales en el puente y les expuso la situación. Éstos, hasta entonces, le habían mantenido al margen y no le habían llevado la contraria en ningún momento; según las órdenes recibidas antes de su salida de Cartagena debían hacerlo así, e intervenir sólo si veían que intentaba hacer cualquier cosa que pudiera poner en peligro el alzamiento, pero llegados al punto de captar su intención de mantenerse fiel al Gobierno, no podían continuar inhibiéndose ni, mucho menos, prestarle su apoyo. Desde el primer momento, el Comandante del Gravina, Alberto Caso Montaner, que se hallaba circunstancialmente en el Lepanto, adoptó una actitud pro–golpista, que fue secundada por la práctica totalidad de los oficiales. Dijo entonces don Valentín que aún quedaba un oficial por consultar, que era el Maquinista de Cargo, don Ginés Jorquera, y le mandó llamar. La tripulación observaba, expectante, las idas y venidas; algunos cabos, que ya sabían acerca de las órdenes recibidas, comenzaron a hacer conjeturas acerca de lo que estaría ocurriendo en el puente, mientras don Valentín y don Ginés conferenciaban sobre la postura a adoptar y llegaban a la conclusión de que su deber era acatar las órdenes del Gobierno y explicar a la dotación los motivos para ello