El nuevo libro del hispanista británico Paul Preston es un extenso catálogo de historias de horror
Jorge M.Reverte, El País, 15/05/2011
El nuevo libro del hispanista británico Paul Preston es un extenso
catálogo de historias de horror, una hiperbólica y desequilibrada
narración de lo que sucedió en ambos bandos durante la Guerra Civil
JORGE M. REVERTE
Mario Onaindía, que sabía mezclar con eficacia el humor y la
inteligencia, decía que a él lo que le hubiera gustado ser de verdad era
hispanista inglés. Se refería, claro, a la posibilidad de observar los
aconteceres de España, cuya historia le fascinaba, desde un punto de
vista distante y sabio.
Por desgracia, podemos ver ahora que lo de ser anglosajón y analizar
con distancia los episodios españoles no tiene por qué ir necesariamente
unido.
No deseo herir la sensibilidad de Ian Gibson llamándole inglés, pero
su posición fue por un tiempo la del hispanista, y años después la
abandonó para lanzarse al ruedo de la bronca. Eso sí, hay que reconocer
que se hizo español para alejarse de la obligada sobriedad que se exigía
a su especie.
Ahora le ha correspondido a Paul Preston el turno de tocarnos las
fibras sensibles. Preston ha decidido, al parecer, hacerse español y nos
ha regalado un extenso catálogo de historias de horror que se agrupan
bajo el sonoro título de El holocausto español.
La noticia del libro tiene un carácter mayor, tanto por la
importancia del bagaje de Preston como por la recepción de que ha sido
objeto. Se han llegado a decir sobre este libro cosas como que solo un
extranjero podía escribir esto. Y se ha rendido pleitesía intelectual a
su hiperbólica y desequilibrada narración de lo que sucedió durante la
Guerra Civil de 1936. Lo de la hipérbole no viene porque se exageren los
espantos vividos, sino por el nombre que le ha buscado, y lo de
desequilibrada por la clasificación de los autores de esos espantos
según estuvieran en un bando o en otro.
El uso de la palabra holocausto marca ya el libro desde su inicio,
porque desde que los nazis procedieran al asesinato sistemático y
ordenado de millones de judíos entre 1942 y 1945, conviene utilizar con
cuidado el vocablo. Simplemente para entendernos mejor unos a otros. A
mí se me antoja excesivo, aunque a la Real Academia Española (RAE) le
baste para describir una gran matanza.
En España no hubo una acción sistemática de eliminación de un grupo
social. Quizá con dos excepciones: los religiosos, que sufrieron en
algunas zonas republicanas algo muy parecido al genocidio; y los
masones, que padecieron lo mismo en la zona rebelde. De los primeros,
murieron casi todos los que había en Lérida, por ejemplo; de los
segundos, lo mismo entre los capturados por Franco. Los porcentajes de
muertos en ambos grupos superan con mucho los registrados en las
unidades de choque.
La espeluznante relación que ha hilado el autor con importantes
ayudas locales tiene una intencionalidad evidente, que no oculta: la
violencia cainita que se desarrolló desde el 17 de julio de 1936 y
prolongó Franco hasta mucho después, no fue de la misma naturaleza en el
lado rebelde que en el lado de quienes defendieron a la República.
De una forma muy sumaria se deduce de la lectura que los rebeldes
emprendieron una tarea exterminadora como parte de un plan esencial a la
naturaleza de su política, mientras que la violencia en el lado
republicano fue, con excepciones que es preciso analizar, de reacción
ante bombardeos, fusilamientos y otras salvajadas.
Es decir, hubo una violencia fría y programada frente a otra caliente
e improvisada. Esto lo han dicho también otros historiadores, y Paul
Preston lo asume.
Las herramientas para demostrarlo son variadas. La primera, la de la
justificación de las violencias en el lado republicano. A las matanzas
del puerto de Bilbao les preceden los bombardeos de Portugalete; al
asalto a la cárcel Modelo de Madrid, le precede la carnicería de
Badajoz; a la de Guadalajara, otro bombardeo. No sabemos, sin embargo,
en realidad, qué es lo que precede a las matanzas sistemáticas en
Castilla-La Mancha (salvo el odio a los terratenientes), o a la
liquidación sistemática de pequeños comerciantes en Cataluña, por poner
dos ejemplos. ¿Cabría la posibilidad de que, como ha descrito Fernando
del Rey, los campesinos manchegos tuvieran claro a quiénes liquidarían
en caso de conflicto, o la de que la acción de los anarquistas catalanes
y los poumistas de Nin fuera tan programática como la de los rebeldes?
En las proclamas de Largo Caballero también se pueden encontrar llamadas
al exterminio de la clase enemiga.
Preston se extiende sobre las matanzas de Paracuellos, porque quizá
sea el asunto que más ha desarbolado la teoría de la no planificación en
el lado republicano, o sea, de la inocencia de los leales. Parece
difícil demostrar que Azaña, Largo Caballero o el general Miaja y su
ayudante Vicente Rojo estuvieran enterados del asunto. Pero en cambio es
seguro que estuvieron al tanto los principales dirigentes anarquistas,
como el ministro de Justicia, García Oliver, y todo el aparato del
Partido Comunista de España. La literatura de la época señala incluso a
Margarita Nelken, aún entonces en las filas socialistas, a la que
Preston se esfuerza en desligar de toda complicidad. No fue un crimen
del Gobierno, pero sí de una parte del aparato que estaba en él o lo
sustentaba.
Es decir, que el asunto es complejo. Como lo es el del análisis de lo
sucedido con los franquistas. Cada vez parece más difícil demostrar que
la matanza que pretendían, bien expresada en las directivas de Mola
(que se cumplieron), tuviera que desembocar en un exterminio, en un
holocausto. Fue una tremenda escabechina que se prolongó hasta 1943 con
un saldo de no menos de 150.000 muertos, que no es preciso multiplicar
para que nos ponga los pelos de punta. Pero una matanza que, como bien
ha demostrado otro inglés llamado Julius Ruiz, no tenía fines
comparables a los hitlerianos. Preston insiste, para demostrar que tenía
esos fines, en la más que excesiva teoría de la guerra larga, heredada
de Dionisio Ridruejo e Hilari Raguer, según la cual Franco prolongó a
propósito la guerra para matar con más comodidad. Una teoría que yo creo
que ya está desacreditada por abundante documentación.
En el conteo de Badajoz, se incurre a mi juicio en un riesgo de
sobrevaloración al hablar de más de 8.000 asesinados, siguiendo a
Espinosa. ¿Es que nos parecen pocos 4.000 o 6.000? Es la misma técnica
aplicada por César Vidal en Paracuellos, ya desenmascarada entre otros
por Javier Cervera. (No puedo evitar sumar un dato a esta historia:
Vidal incluye como víctima de Paracuellos a mi tío Manolo, con el que
traté muchos años, y yo juro que respiraba).
El libro de Preston no es, por desgracia, una actualización rigurosa
de lo sucedido durante la guerra, ni en los números ni en las razones. Y
cojea en ocasiones de forma escandalosa, como cuando explica que en
Cataluña y el País Vasco la represión se volcó sobre todo contra los
nacionalistas, lo que contrasta con los datos que explican que en esas
dos regiones el régimen de Franco mató proporcionalmente menos que en
casi cualquier otra parte de España.
El trabajo de Preston contribuye a encender los ánimos de quienes
consideran que las cosas de la guerra no se han liquidado bien, pero
aporta irónicamente alguna perspectiva consoladora para creyentes en la
justicia divina: en el epílogo se puede comprobar con satisfacción cómo
los verdugos sufrieron su castigo. Unos murieron atacados por el cáncer;
otros, se volvieron locos y mataron a sus propios hijos; otros, se
arrepintieron de forma pública. ¿Castigo de Dios? Preston no cree que
fuera cosa del altísimo, pero nos muestra que castigo sí tuvieron.
Lo que Preston no demuestra es que hubiera un holocausto; ni siquiera
que hubiera una intención programática de exterminar. Franco, Mola (y
tantos otros) fueron seres despiadados y asesinos, pero no anunciaron a
Hitler, por mucho que sus intenciones fueran claramente homicidas.
Y de “los nuestros”, qué decir. Hubo de todo. Aunque tuvieran razón en defender el régimen legítimo.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/holocaustos/matanzas/elpepiopi/20110511elpepiopi_12/Tes
No hay comentarios:
Publicar un comentario