El terror de San Juan de Mozarrifar se ha perdido en el tiempo
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Prisión de San Juan de Mozarrifar (Zaragoza) |
Todos los Rostros, - 27 mayo 2012
Sus desdibujadas siluetas emergen de la oscuridad. Se alzan entre las
espesas brumas del olvido y desde los deslavazados jirones de tiempo
demandan nuestra atención y nos exigen que recobremos su memoria, la
nuestra y la suya; que rescatemos sus nombres, ahora anónimos, de los
inclementes torbellinos que engulleron sus recuerdos; que restauremos el
lugar que sus malhadadas vidas aún deben seguir ocupando en nuestro
presente y en nuestra propia historia; que señalemos, marquemos e
identifiquemos a los ejecutores que los arrastraron al cadalso y los
sumergieron en la honda negrura del vacío y que caractericemos a los
herederos y beneficiarios de los que les dieron prisión y martirio,
asesinando su cuerpo y aniquilando su espíritu.
Están ahí. Sólo hay que buscarlos. Nos llaman. Son los cientos de
miles de hombres y mujeres que padecieron prisión y muerte en cientos de
lugares de encierro, terror, tortura y eliminación diseminados por todo
el relieve de la vieja España. Como tantas otras localidades, San Juan
de Mozarrifar, pequeña población cercana a Zaragoza, tampoco estuvo al
margen de las inexorables corrientes de la todopoderosa intrahistoria
fascista. En las naves de su antigua papelera convertida en campo de
concentración y más tarde en prisión, miles de republicanos vieron
naufragar sus vidas entre el dolor y el miedo. 80 años después todavía
viven algunos de ellos, los últimos, y en sus sueños aún huyen del
acecho y de la persecución eterna de los feroces adoradores de la
muerte. Siguen rememorando los meses y años de zozobras, de
padecimientos, penuria y sufrimiento gratuito. Pero entre nosotros sus
recuerdos se han ido difuminando, sus terribles historias de represión
han sido literalmente borradas por la inexorable marea de los
indiferentes nuevos tiempos y sus ejemplos de vida política y de
compromiso con la libertad ya no interesan a nadie.
Cierto es que historiadores comprometidos con la dignificación de los
represaliados por el franquismo, como Julián Casanova, Javier Rodrigo o
Ángel Viñas se han referido con frecuencia al campo y prisión de San
Juan de Mozarrifar en sus numerosas publicaciones dedicadas al proceso
de Recuperación de la Memoria Histórica. También en ponencias y
comunicaciones presentadas a congresos y jornadas centrados
específicamente en la represión suele aparecer el nombre de San Juan
entre las cárceles y campos de concentración más duros del terrible
régimen penitenciario franquista. Pero es la edición de la obra de Ramón
F. Ortiz Abril titulada “El campo de concentración de San Juan de
Mozarrrifar (Zaragoza)” [ISBN 978-84-613-1813-1 www.huelladigital.net]
la que ha permitido rescatar del férreo abrazo de la desmemoria los
nombres, apellidos y vicisitudes más humanas y personales de las
desgraciadas vidas y muertes de los miles de hombres que por allí
pasaron.
En 1936 era San Juan de Mozarrifar un pueblo tranquilo, laborioso e
industrial, pero el fracasado golpe y la subsiguiente guerra lo cambio
todo. El exitoso avance franquista de 1937 que ocasionó el derrumbe en
todos los terrenos del Frente Norte y la derrota del Ejército Popular
Republicano en la cornisa cantábrica provocó que más de 50.000 soldados
republicanos fueran hechos prisioneros en pocas semanas por los
franquistas triunfantes en Asturias, Santander y Pais Vasco. Tras su
interrogatorio, clasificación y posterior depuración, los presos fueron
hacinados en campos y prisiones improvisadas en las provincias de
Burgos, Soria y Zaragoza. Uno de ellos fue San Juan, a orillas del río
Gállego, junto al Tejar de San Juan. Las naves de la antigua Papelera de
las Navas habían estado ocupadas hasta entonces por un batallón del
Cuerpo Expedicionario Italiano y por prisioneros integrantes del
Batallón de Trabajadores nº 20, pero a partir de febrero de 1938 el
ejército franquista procede a asegurar puertas y ventanas, electrifica
el campo y levanta tapias, alambradas y garitas.
En el inicio de su actividad, miles de republicanos son encerrados en
este campo de concentración divisionario bajo la vigilancia de soldados
fascistas italianos para ser interrogados, clasificados según su grado
de supuesta “culpabilidad” o vinculación con los leales a la República y
posteriormente remitidos a otras prisiones y campos de sus lugares de
origen, para allí ser juzgados, condenados y en muchos miles de casos,
asesinados. Las nuevas derrotas del EPR en Teruel (febrero/abril 1938),
Ebro (julio/noviembre 1938) y Cataluña (diciembre 1938/febrero 1939)
provocaron nuevas oleadas de prisioneros a San Juan. El incesante
trasiego no finalizó con la guerra. Miles de republicanos procedentes de
los antiguos frentes vascos, catalanes y aragoneses, de las antiguas
retaguardias navarras y castellanas y de las nuevas conquistas en
Madrid, Ciudad Real, Extremadura, Andalucía y Levante fueron deportados a
San Juan y desde allí, posteriormente, trasladados a Aranda de Duero y
Miranda de Ebro (Burgos), San Marcos (León) y tantos otros lugares. Pero
antes de abandonar San Juan hacia sus nuevos destinos, los presos eran
tratados muy duramente por sus carceleros. Muchos de ellos recibieron
severas torturas, siendo atados de pies y manos a árboles y postes
eléctricos a la intemperie a lo largo de varios jornadas. Otros fueron
colgados de cuerdas durante días enteros. España era una inmensa prisión
y las condiciones de San Juan eran similares a las del resto de los
centros de detención e internamiento: torturas, malos tratos, suciedad,
hambre, enfermedades sobrevenidas, parásitos, sacas, paseos y muerte. De
San Juan de Mozarrifar se enseñoreó el espanto.
Convirtiose más tarde San Juan en un centro de cumplimiento de penas,
el conocido hasta finales de 1943 –fecha de su cierre– como Prisión
Habilitada de San Juan de Mozarrifar y albergó también un Destacamento
Penal y a un Lazareto de presos estables. Incluso acogió a presos
comunes, algunos de los cuales golpeaban sañudamente a los políticos
para ganarse el favor de sádicos y fríos carceleros. Entre los
funcionarios más señalados, podemos encontrar, por ejemplo y entre
muchos otros, a los directores Francisco Franco Blas y Teodoro Quirós
Toledano, a los subdirectores y administradores Joaquín Garnica
Grijalúa, Manuel Pinillos Cruels, Isaías Castellanos Sánchez, Juan
Lafuente Gallego y a cientos de funcionarios y personal civil. Por
acción, omisión u obediencia debida, estos funcionarios provocaron o
consintieron que los presos fueran retenidos, maltratados cruelmente,
torturados o sacados y asesinados.
En algún lugar de San Juan o de San Gregorio o de Zaragoza está la
fosa ignota de los allí fallecidos. En su momento, era fácilmente
identificable: muchas tumbas, filas de tumbas destacando sobre el
terreno por la pequeña elevación del breve montículo de tierra, sin una
cruz, con una pequeña plancha de madera y una minúscula chapa del tamaño
de una moneda corriente, con un número inscrito en ella. Este era todo
el rastro vital que dejaron en este mundo los republicanos muertos en
San Juan de Mozarrifar.
Entre tal terror, como en tantas cárceles de hombres y mujeres, los
presos dormían en finos petates tendidos en los suelos, todos juntos y
prietos, en largas hileras sin fin, y como en el Pabellón 4º de San
Juan, hombro con hombro, en una única lonja, con un único pasillo de 50
centímetros en el centro de dos grandes hacinamientos de 500 presos a
cada lado. Algunos, muy pocos, consiguieron fugarse o desaparecieron
cuando lo intentaban, reptando bajo una alberca por un estrecho túnel
que comunicaba con la acequia que conducía al río Gállegos. Los escasos
supervivientes recuerdan los cacheos indiscriminados, los recuentos en
mitad de la noche, los gritos de los funcionarios reclamando por sus
apellidos a los que iban a ser trasladados o paseados, el miedo, la
incertidumbre….
El terror de San Juan de Mozarrifar se ha perdido en el tiempo. Las
arenas del olvido se adueñaron de las memorias de quienes tenían el
deber de recordar. Hoy, sólo unos pocos como Ramón F. Ortiz Abril se
esfuerzan por impedir la prescripción del vergonzoso pasado. La
premeditada amnesia y la indiferencia cómplices son sus mayores
enemigos.
Publicado por paco_de_jerez@yahoo.es
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