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sábado, 11 de febrero de 2023

150º ANIVERSARIO DE LA PROCLAMACIÓN DE LA PRIMERA REPÚBLICA ESPAÑOLA:

 



“Nadie trae la República, la traen todas las circunstancias…

…Saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria”.

Con estas palabras de Castelar evocamos el momento esperanzador que supuso el umbral al nacimiento de un nuevo régimen el 11 de febrero de 1873.

Era lunes ese 11 de febrero en que el diario “La Correspondencia de España” dio la noticia de la abdicación de Amadeo I de Saboya. Enseguida se agolparon en las calles de Madrid los federales pidiendo la proclamación de la República mientras que en el seno del gobierno de Ruiz Zorrilla (Partido Radical) las opiniones del Presidente y de los progresistas (apoyados por el Partido Constitucional del General Serrano) se inclinaban a constituir un gobierno provisional que organizara un plebiscito para que el pueblo español eligiera la forma de gobierno y los ministros de procedencia demócrata, con el apoyo de Nicolás María Rivero, Presidente del Congreso, abogaban porque el Congreso y Senado, en reunión conjunta constituyeran una Convención que decidiera la forma de gobierno. De ser así, la mayoría de ambas cámaras –que era republicana- se decantaría por la proclamación de la República, mientras que si el gobierno provisional organizaba la consulta, la proclamación de la República no sucedería de manera inmediata.

AMADEO I DE SABOYA




Mientras una multitud que exigía la República, se manifestaba ante el Palacio de las Cortes, siendo disuelta por la milicia nacional, en el interior del edificio, el Presidente Ruiz Zorrilla pedía a los diputados de su propio partido que aprobaran una suspensión de, al menos, 24 horas, para poder restablecer el orden y que no tomasen ninguna decisión hasta que oficialmente llegara el escrito de renuncia del rey. Se trataba de una estrategia dilatoria; el presidente intentaba ganar tiempo, pero su propio Ministro de Estado, Cristino Martos, se dirigió a la Cámara para decir que en cuanto la renuncia formal llegara “aquí no habrá dinastía ni monarquía posible, aquí no hay otra cosa posible que la República”.

Declarándose las Cortes en sesión permanente por la moción de Estanislao Figueras, al día siguiente amenazaron los jefes de distrito republicanos con que si no proclamaban la República antres de las tres de la tarde iniciarían una insurrección, y en el mismo sentido se recibió un telegrama de los republicanos de Barcelona.

Una vez leída la renuncia de Amadeo I, y ante la ausencia del presidente del Gobierno,  el ministro Martos anunció que el Gobierno devolvía sus poderes a las Cortes, con lo que estas se convertían en Convención y asumían todos los poderes del Estado y se presentó la siguiente moción por parte de los diputados republicanos y radicales:

La Asamblea Nacional asume todos los Poderes y declara como forma de Gobierno de la Nación la República, dejando a las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de Gobierno, interviniendo a continuación el hasta entonces Presidente de Gobierno, Ruiz Zorrilla, que manifestó: “Protesto y protestaré, aunque me quede solo, contra aquellos diputados que habiendo venido al Congreso como monárquicos constitucionales se creen autorizados a tomar una determinación que de la noche a la mañana pueda hacer pasar a la nación de monárquica a republicana”.

Subió entonces al estrado Emilio Castelar que pronunció un discurso que pasaría a la Historia y que fue respondido con una enorme ovación por parte de la cámara:

Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria”.

258 votos a favor de la República y 32 en contra. Eran las tres de la tarde del 11 de febrero de 1873.

La Asamblea Nacional, reasumiendo todos los Poderes, declaró la República como forma de gobierno de España. Hace hoy 150 años.

 


jueves, 30 de abril de 2020

PRIMERO DE MAYO 2020


En  los países en que la festividad del Primero de mayo tiene carácter oficial, mientras que una parte de la población rememora esta fecha como el origen del movimiento obrero moderno y participa en las reivindicaciones de la clase obrera, otra parte toma el día de descanso para actividades de ocio... aunque tanto unas como otras personas, como miembros de la clase trabajadora nos encontramos igualmente afectadas por las injusticias y explotación que dicha clase padece; y de manera especial debemos sentirlo en este año 2020, en que se conmemora de manera atípica debido a las excepcionales circunstancias que a ello concurren.


El Primero de Mayo, como Día Internacional de los Trabajadores y Trabajadoras, esta Jornada de Homenaje a los Mártires de Chicago, se sigue celebrando, aun desde el forzoso confinamiento, pues aunque no hayamos podido en esta ocasión salir a manifestarnos en esta conmemoración  de la consecución de la jornada laboral de 8 horas, nos encontramos en una íntima proximidad anímicamente quienes luchamos aún hoy, en pleno siglo XXI, del mismo modo que en aquel lejano 1886,mientras 200.000 trabajadores se encontraban en huelga, otros 200.000 obtenían esa conquista con la simple amenaza de paro, pues incluso desde el aislamiento físico de la cuarentena nos manifestamos en esta jornada reivindicativa de los derechos de los trabajadores y trabajadoras.


Los sucesos de Chicago, que costaron la vida de muchos trabajadores y dirigentes sindicales, que ocasionaron miles de despedidos, detenidos, procesados, heridos de bala o torturados., sigue vivo en nuestra memoria como estaba vivo en el 1 de mayo de 1931, solamente dos semanas después de haberse proclamado la II República Española. 


Se manifestaron en esa fecha, convocados por los sindicatos CNT y UGT miles de trabajadores en cada ciudad, trabajadores junto a burgueses, políticos e intelectuales recorrieron nuestras calles unidos fraternalmente en un mismo objetivo: la defensa de las reivindicaciones de la clase obrera.


Personajes como Unamuno y Largo Caballero desfilaron en esa jornada esperanzadora en los primeros días del nuevo régimen recién estrenado, del mismo modo que se hizo en Cartagena, ciudad en que la UGT  contaba con cuatro mil afiliados y la CNT con tres mil, y donde, después de un  mitin multitudinario, con motivo de la fecha se impuso el nombre de Pablo Iglesias al Paseo Alfonso XII.


Cartagena, cabeza de una comarca en que las conflictividad  en la industria, la agricultura y la minería venían desde tanto tiempo atrás, se organizó en los años de la república en torno a los dos grandes sindicatos existentes, de manera que su afiliación creció exponencialmente, y las luchas obreras que la caracterizaron como ciudad combativa durante los años treinta, continuaron con gran empuje en la época de la Transición a la Democracia.


 El espíritu luchador de los trabajadores y trabajadoras ese puso de relieve en los conflictos de los años sesenta y setenta, en los últimos coletazos de la dictadura, y también durante la feroz reconversión industrial.



Hoy la unidad de la clase obrera es mucho más necesaria de lo que nunca lo ha sido; vivimos momentos de crisis, de una crisis mucho mayor y más inquietante aún de lo que los fue la crisis industrial, de una crisis más aguda, más cruel de lo que lo fue la crisis financiera; y en estos momentos en que nos rodeamos de una gran incertidumbre ante un aún más incierto futuro, es más necesaria que nunca la unidad en la lucha. En una situación como ésta estamos abocados a la unidad, una unidad sin fisuras de la clase obrera que debe inspirarse en el glorioso pasado, en aquellos momentos de empuje, de fuerza, de coraje, de heroísmo... de los que hicieron gala nuestros padres y madres, nuestros abuelos y abuelas.
Hoy, Primero de mayo de 2020, mantengámonos en la cohesión para luchar contra la injusticia y la desigualdad.
Uno de mayo: Día de la Clase Obrera.




PRIMERO DE MAYO DE 2019: La Asociación Memoria Histórica de Cartagena presente en la manifestación del Día de la Clase Trabajadora:



domingo, 20 de octubre de 2019

LOS BOMBARDEOS DE OCTUBRE DEL 36 SOBRE CARTAGENA




El lunes, día 19 de octubre, los cartageneros y cartageneras continuaron su vida normal, a pesar del inesperado y cruento ataque aéreo que había sufrido la ciudad el día anterior; pero las autoridades comenzaron a planear la protección de la población y los edificios civiles e instalaciones militares; se trataba de proteger a Cartagena con los necesarios refugios antiaéreos, y pusieron de inmediato manos a la obra.



Pero los sublevados no dejaron pasar mucho tiempo sin actuar. El puerto de Cartagena era vital para la supervivencia del frente republicano, y desde el aeropuerto de Armilla se preparó una nueva ofensiva.

Siguiendo las órdenes del capitán Carrillo, tres junkers, en esta ocasión pertenecientes, no a la aviación alemana, sino a la franquista, despegaron en las primeras horas de la madrugada del 19 al 20 dirigiéndose hacia Cartagena, a la que llegaron a las 3,35 de la mañana y siendo localizados por las baterías antiaéreas que comenzaron a disparar sobre ellos.
En una noche muy oscura, y recibiendo el nutrido fuego de cañón y fusiles, lo que dificultó enormemente su tarea, dejaron caer, casi a ciegas, 18 bombas de 250 kilos, de las que solamente una no estalló y ninguna cayó sobre la estación de ferrocarril, que era el objetivo que se habían marcado. Hacia las 4 volvieron a aparecer para intentar contemplar los efectos del bombardeo y de nuevo recibieron los disparos de las piezas antiaéreas, continuando la alarma hasta las 5,30.


En esta ocasión no se registraron bajas, y al día siguiente, 21 de octubre, el parte de guerra dio a conocer la siguiente información: "La aviación fascista ha bombardeado en el día de ayer Cartagena. La artillería antiaérea que protege la ciudad puso en fuga a los aviadores rebeldes, después de haber abatido a dos grandes trimotores, cuyos doce tripulantes perecieron carbonizados; la población civil no ha sufrido daño alguno".
En realidad, no fue abatido ninguno de los aviones ni se sufrió ninguna baja por parte de los atacantes, pero lo que quedó bastante claro fue que, una vez comenzadas estas ofensivas, los bombardeos se iban a suceder con frecuencia, y por eso era necesario organizar, con la mayor rapidez posible, un eficaz sistema de defensa.
Gracias a las medidas tomadas resistió a base de Cartagena hasta el final de la guerra. Pero el último bastión fue duramente castigado, y tanto la población civil como la militar sufrió los efectos de los bombardeos.
Terror en la retaguardia: una de las más eficaces armas del enemigo.
Y de eso, en Cartagena se pudo constatar a lo largo de todo el mes de octubre del primer año de guerra. Una semana después del segundo bombardeo, el día 27, ocho aviones volvían a sembrar el pánico sobre el puerto de Cartagena y sobre el aeródromo de Los Alcázares en una operación coordinada entre unidades alemanas e italianas; hubo víctimas en ambos lugares, pero debido a la gran altura desde la que bombardearon, no alcanzaron ninguno de los objetivos, pues no alcanzaron los talleres del aeródromo ni ninguno de los barcos del puerto cartagenero. Desde las nueve y cuarto de la noche hasta las once duró la alarma, pero ninguno de los aviones fue alcanzado por el fuego antiaéreo y volvieron a sus bases de Tablada y Armilla. Estos tres primeros bombardeos no fueron más que un adelanto, la tarjeta de visita de lo que iba a suponer el resto de la contienda para la población cartagenera: un constante temor, un continuo mirar al cielo, un sobresalto a cada sonido distinto a los habituales... Cartagena, uno de los lugares más bombardeados, más castigados por los golpistas.


lunes, 20 de noviembre de 2017

Cuarenta y dos años después de la muerte del dictador.


Primer pilar del régimen fascista.
Cuarenta y dos años del comienzo de una inacabada transición a la democracia, en cuya primera etapa permanecieron agazapados los amigos del régimen, ocultando temporalmente sus camisas azules, sus medallas, sus méritos, sus relaciones, en espera de tiempos más propicios a la exhibición pública de sus verdaderas inclinaciones, de sus camuflados principios, de sus reales intereses... 



Ya ha pasado la época en que tenían miedo a mostrarse como los auténticos franquistas que eran en realidad, porque ya el fascismo ha perdido los complejos que le abrumaban durante los años setenta y ochenta  y por fin da la cara sin recato alguno, mostrando sus verdaderas intenciones. 

Durante cuarenta y dos años ha dado tiempo a que, gracias al vacío
Segundo pilar.
educacional, los jóvenes desconozcan nuestro pasado reciente, ignoren esos años del miedo y el silencio, esos años en que la población demócrata debía ocultar públicamente su ideología, del mismo modo que los moriscos y judíos, conversos de nuevo cuño, hicieran durante la supremacía inquisitorial; si éstos alardeaban públicamente de una religiosidad que no profesaban, para evitar que las iras fanáticas cayeran sobre ellos, aquéllos tuvieron que fingir su lealtad al régimen, permitir que sus hijas fueran adoctrinadas por la Sección Femenina y sus hijos por la OJE, acudir el 1 de mayo a la demostración sindical del día de San José Obrero, o permanecer en posición de firmes y con el brazo alzado cuando se izaba o arriaba la bandera del aguilucho en algún edificio militar de las proximidades.
 

Tercer pilar.
Nada de eso saben sus nietos, nada saben quienes no han recibido en los colegios e institutos los conocimientos sobre los acontecimientos históricos del siglo XX.
Y ahora, los ya crecidos cachorros de los antaño cancerberos del régimen, vuelven a enseñar los dientes y la emprenden a dentelladas con nuestra maltrecha democracia.

Ay, qué atado y bien atado lo dejó todo aquel sangriento personaje...
La sucesión del régimen fascista.
Pero no, no todo está perdido. Sus ideas están muertas, mal que les pese, porque ya nacieron necrosadas, y por mucho alarde que hagan de conmemoración de la desaparición del siniestro dictador, por mucho que enarbolen sus rojinegras banderas falangistas y sus águilas de perfil, por mucho que defiendan a sus corruptos, por mucho que insulten a quienes defendemos la libertad y luchamos por el respeto a los derechos humanos... nunca tendrán la razón. 

Ya lo expresó Miguel de Unamuno con su "Venceréis pero no convenceréis". Y como estamos en el convencimiento de que frente a la razón de la fuerza prevalecerá la fuerza de la razón, no nos desanimamos en nuestra lucha y seguimos exigiendo VERDAD, JUSTICIA Y REPARACIÓN








Lo que no le interesaba al franquismo.
Lo que destruyó el franquismo.



lunes, 15 de agosto de 2016

Aniversario de la matanza de Badajoz.

Reproducimos el artículo redactado por Manuel Cañada (denominado como Militante de los campamentos de la Dignidad) y publicado por nuestros compañeros de la Asociación de la Memoria Histórica de Extremadura.


Badajoz, agosto de 1936, la alondra ensangrentada.
No cesará la alondra
ensangrentada en su furioso canto.
Hoy es el día del jamás y el nunca,
ah país del dolor, Extremadura.
(Antonio Gamoneda)
La matanza de Badajoz en un periódico francés.

Han pasado 80 años desde la matanza de Badajoz, desde el crimen más vil de la historia de Extremadura. Y sin embargo, todavía, hablar de ello en esta tierra sigue siendo un tabú. Todavía mandan el silencio y la prudencia, todavía no se ha ido todo el humo, “todavía está todo todavía”. ¿Cómo es posible que el olvido siga ocultando el asesinato de miles de personas, el genocidio más brutal que ha sufrido nuestro pueblo?
14 de agosto de 1936. Badajoz es una ciudad sitiada, atemorizada, a punto de sucumbir. Desde hace días padece el bombardeo sistemático de la aviación y, tras la caída de Mérida, las columnas del ejército sublevado le han puesto cerco.
Al oeste, el gobierno portugués colabora abiertamente con los golpistas y en el interior de la población la cárcel es un hervidero: en ella están los guardias civiles sediciosos a los que el pueblo trabajador de la provincia de Badajoz derrotó y desarmó en los primeros días, tras el levantamiento militar. En la frontera de Caya aún puede verse una bandera emblemática de la UHP (Uníos Hermanos Proletarios), pero el pánico ya ha prendido. Llegan noticias de las andanzas criminales que prodiga la Columna de la Muerte y el éxodo ya ha comenzado.
Campamento de refugiados de Badajoz próximo a la frontera, publicada el 11 de Agosto (Arquivo do Diário de Noticias) / ARMHEX.

Lo cuenta Mario Neves, el corresponsal de El Diario de Lisboa en su crónica del 11 de agosto: “Un largo hormigueo negro e interminable de mujeres y niños” va llegando al paso fronterizo huyendo de la catástrofe que todos presienten. “Tan sólo las milicias populares defienden la ciudad, sin que lleguen ni la artillería ni la aviación que Madrid promete diariamente. Es natural que la ciudad caiga de un momento a otro en manos de los rebeldes. En cuanto se acerque la columna de Castejón, bien pertrechada y provista de municiones, Badajoz tiene sus horas contadas”.
Badajoz es el primer rompeolas de todas las Españas. Todos los ojos están puestos en sus murallas, en estos campesinos que han osado enfrentarse al feudalismo de los señoritos, que le han dado vida al sueño de la reforma agraria. Pero Badajoz no se rinde, este ejército de yunteros, de lavanderas, de ferroviarios, de costureras, de albañiles, de maestras, de mecánicos, de criadas de servir, de médicos, de trabajadores de toda clase, ha decidido resistir. Hay que defender la República, hay que retrasar el avance de los fascistas hacia Madrid.
El 16 de febrero, con la victoria del Frente Popular en las urnas, se ha roto el dique de la presa de agua, viva y sonora, subyugada durante décadas. Ya no más dilaciones, trabajo, laicismo, democracia, tierra y libertad, grita el pueblo, que ha soportado durante tanto tiempo el desprecio y la altanería de las clases dominantes. “La carne y la sangre viva, el trabajo, el sudor, las lágrimas y el hambre, salían al encuentro de la bisutería, de las barras de carmín, de los polvos, el colorete, los tés danzantes, las rentas artificiales, las trampas y la hipocresía”. Así describe José Herrera Petere una manifestación espontánea en la Gran Vía madrileña celebrando el triunfo del Frente Popular.
Ocupaciones de tierras en Badajoz / ARMHEx
  
Y en Extremadura, el 25 de marzo toma cuerpo la utopía milenaria. Al fin, la tierra para quien la trabaja. A las cinco de la mañana de aquel día, un ejército pacífico de jornaleros, a lomos de burros y pertrechados de subversivas azadas, le quita las legañas a las boicoteadas leyes de reforma agraria y dispara a la tierra con sus arados en 280 pueblos, comenzando a labrar más de 3.000 fincas. Los terratenientes y sus caciques jamás les perdonarán aquella insolencia, el propósito de vivir dignamente, sin servidumbre ni amos.
La gran serpiente de la reacción busca a tientas darle forma a su rencor. Y encuentra la solución donde la encontró a lo largo del último siglo, en el pronunciamiento militar. El 17 de julio se desata el golpe de Estado contra la República, que se lleva preparando desde el mismo día que venció el Frente Popular. Pero para sorpresa de todos, el golpe fracasa parcialmente. Pensaban que sería una asonada victoriosa más que sumar a la tradición montaraz del ejército. Pero las cuentas no les salen; el pueblo, aunque está desarmado, ha plantado cara en Madrid, en Barcelona, en decenas de ciudades, entre ellas Badajoz.
Francisco Espinosa, un historiador valiente y riguroso que ha estudiado en profundidad la República, la guerra civil y la represión franquista, evalúa la encrucijada de esos días. “Tal como quedó la situación, la pieza clave no era otra que el Ejército de África, herencia de la larga y temible guerra colonial”. A pesar de la resistencia popular, los militares africanistas controlan rápidamente Cádiz, Jerez, Sevilla y las capitales andaluzas. “El único escollo que se presenta es la provincia de Badajoz, importante porque”, además de representar el faro de la reforma agraria republicana, “impide el contacto entre las fuerzas de Mola y las de Queipo de Llano y Franco”. Las columnas de Asensio y Castejón se dirigen hacia Badajoz y a su paso van dejando un reguero de muerte.
"Amamantando a su hijo", David Seymour Extremadura. República 1936, en Don Benito.

Fuente de Cantos, Zafra, Llerena, Villafranca, Almendralejo o Mérida conocen de primera mano las prácticas bárbaras de este ejército de ocupación. Para el primer escarmiento, el jefe de la columna pide normalmente un uno por ciento de la población; estas personas son liquidadas en pequeños grupos, dejando sus cadáveres en las salidas de los pueblos y otros lugares de especial tránsito.
BADAJOZ, CAPITAL DEL CORAJE
El 14 de agosto la suerte de Badajoz está echada. El bombardeo aéreo ha sido incesante desde las seis de la mañana y los obuses siembran el terror en todos los barrios. A los republicanos les sobra corazón, pero les faltan municiones. La defensa heroica sucumbe. A las cuatro y media de la tarde, tras un feroz combate, la columna de Castejón entra por Puerta Trinidad. Badajoz cae.
La batalla termina, pero ahora comienza la escabechina, la carnicería más monstruosa que se pueda imaginar.
Detención de civiles.

Para empezar, todos los republicanos detenidos en la Catedral de San Juan, el último reducto de resistencia, son fusilados en los altares. Y los arrestados in situ por toda la ciudad son congregados en la plaza del Ayuntamiento, donde se han colocado ametralladoras que los van eliminando por grupos. E igual suerte corre la mayor parte de los detenidos en algunos de los refugios. Son centenares los asesinados, la sangre corre ya por las calles Obispo y Ramón Albarrán. Pero el genocidio no ha hecho más que empezar. Mutilación y castración de cadáveres, ametrallamientos colectivos y saqueo indiscriminado son algunas de las hazañas del ejército “libertador” en los siguientes días… Bares, relojerías o tiendas de ropa son asaltados. Las violaciones y degüellos forman parte también del repertorio preferido de los invasores.
Pero donde se va a condensar la ignominia y la bajeza va a ser en la plaza de toros. Yagüe ha ordenado allí el encierro de los prisioneros. Al coso taurino van a parar no sólo los innumerables detenidos en Badajoz, sino además todos los refugiados arrestados por la dictadura de Salazar cuando intentaban pasar a Portugal.
Multitud de testimonios nos hablan de la humillación y de la barbarie en aquellas fechas. El poeta pacense Manuel Pacheco recuerda el terror de esas jornadas: “Fueron unos días horribles, yo no podía dormir, oía los disparos en la cercana plaza de toros, miles de fusilados. En los primeros días, solamente alguno de derechas tenía que decir ese, y rápidamente era fusilado”. Julián Zuzagagoitia, que por entonces era ministro de la Gobernación, narra la verbena de sangre y de horror homicida que tiene lugar: “Cientos de prisioneros fueron llevados a la plaza de toros donde, atraillados como perros de caza, eran empujados al ruedo para blanco de las ametralladoras que, bien emplazadas, los destruían con ráfagas implacables”. Y el periodista Jay Allen, del Chicago Tribune, da cuenta también de la vejación y del sistemático asesinato de republicanos. En una de las crónicas revela “un ceremonial y simbólico tiroteo en la Plaza de la Catedral. Siete líderes republicanos del Frente Popular fueron fusilados ante 3.000 personas”. Lo que cuenta Allen no es otra cosa que el asesinato con humillación pública incluida de, entre otros, el alcalde de Badajoz, Sinforiano Madroñero, y del diputado socialista Nicolás de Pablo.
Imagen de archivo de la matanza de Badajoz / Diputación de Badajoz.

La ciénaga mortal, plaza del mundo atravesada por hormigas blancas, es ahora sagrada y miserable y espantosa en la púrpura”.  Antonio Gamoneda, un poeta enigmático, se torna transparente denunciando la matanza, poniéndole fecha y dirección a la barbarie. Mortal 1936, así se llaman los diez poemas que escribe en 1993 acompañando las tauromaquias trágicas del pintor extremeño Juan Barjola. “Este es el día en que los caballos aprendieron a llorar, el día terrible y natural de España. El animal de sombra enloquece en las pértigas del alba”. Nos imaginamos a los prisioneros tratados como  animales, toreados, lanceados, rejoneados al amanecer y la rabia nos estremece. Ochenta años después aún arden las pérdidas, aún duele el sadismo de los vencedores y el dolor de los martirizados.
Bajo un bramido de campanas, crece la ejecución, gime el acero y tú, Marzal, eres horrible hasta en los ojos de tu madre. Así es la iniquidad, así es el llanto”. Al poeta ahora se le entiende todo. Marzal es el apellido del capitán de la guardia civil, uno de los matarifes más sanguinarios. Marzales, que os persiga por siempre nuestra memoria. Sanguijuelas, carniceros, maestros del odio, perros cuya única sabiduría fue el terror.
Pero, como nos enseña Hanna Arendt, para hacer el mal no es necesario tener corazones crueles. En estos actos canallas se trenzan la venganza y la directriz política. Se conciertan las venganzas menudas y las venganzas concluyentes,  la venganza natural de los mercenarios y la venganza enfermiza de algunos jefes de la Guardia Civil, derrotados y perdonados por los republicanos. Y, por último, la decisiva venganza de los terratenientes, de quienes se consideran los dueños a perpetuidad de los latifundios, esas tierras que una morralla de ganapanes amenaza con arrebatarles. Pero la venganza, con ser insaciable, sólo puede llegar a este extremo de podredumbre si tiene los parabienes oficiales, si se inscribe en una directriz gubernativa. Y así era. La campaña de ejecuciones masivas de los primeros meses de la guerra obedecía a una orientación clara que Yagüe expresó con precisión, la necesidad de “purgar el país concienzudamente de todos los elementos rojos”. Y para los militares fascistas, como nos recuerda Francisco Espinosa, los rojos son considerados como seres inferiores carentes de todo derecho.
El equipo de Gobierno del PP tapó en 2009 con un muro las tapias del cementerio viejo de Badajoz, donde se cometieron parte de los crímenes de agosto de 1936 / http://armhex.blogspot.com.es/.




LA FÁBRICA DEL OLVIDO
Volvamos al inicio. ¿Si la matanza de Badajoz es un hecho histórico de tanto relieve, si es un parteaguas en la historia de Extremadura, por qué no forma parte del debate público, por qué funciona todavía el veto o la auto-censura? Quizás pueda ayudarnos a explicarlo revisar cuál ha sido el tratamiento de la matanza de Badajoz en las últimas décadas.
14 de agosto de 1977. Algo que la inmensa mayoría de los extremeños desconocen o no recuerdan es que este silencio pastoso actual sobre la fecha de la matanza de Badajoz no ha sido una constante. En 1977, justamente el 14 de agosto se convoca una manifestación a la que asisten más de 9.000 personas.
En la convocatoria se anudan tres temáticas: la que motiva expresamente la convocatoria, la oposición a la central nuclear de Valdecaballeros; la reivindicación de la autonomía extremeña (la manifestación termina con un chaval de 15 años colgando la bandera verde, blanca y negra, no reconocida todavía oficialmente, en el Ayuntamiento de Badajoz); y, por último, aunque de modo implícito, el homenaje a los represaliados en la matanza de 1936. El pueblo comienza a re-apropiarse del 14 de agosto, resignificándolo, incorporando  nuevas demandas. Y, ojo al dato: horas antes de la manifestación mencionada, el Ayuntamiento de Badajoz ha retirado de la fachada la lápida conmemorativa de la “victoria” del 14 de agosto.
Antigua plaza de toros, hoy derrumbada, testigo de la 'matanza de Badajoz' / ARMHex.


El 14 de agosto de 1978, por su parte, se convoca nada menos que ¡el Día de Extremadura! La manifestación será ahora en Cáceres, con asistencia de 2.000 personas. Cinco años después, el gobierno autonómico fija como Día de Extremadura el 8 de septiembre, coincidiendo con la festividad de la Virgen de Guadalupe. Son los primeros años de la transición, el régimen atraviesa una crisis de legitimidad y está abierto un proceso constituyente. Los de abajo pugnan por recuperar el recuerdo de las luchas cruciales de las generaciones oprimidas precedentes. Después, el electoralismo y los derroteros amnésicos de la transición contribuirán a abandonar un camino que recuperaba esta fecha tan señalada para el pueblo extremeño.
Desde entonces el poder político, sistemáticamente, ha intentado borrar el rastro del crimen. Mencionemos sólo tres de los hechos más significativos. En 2002 el gobierno autonómico del PSOE derriba la antigua plaza de toros y en su lugar levanta un aséptico centro de convenciones, el nuevo Palacio de Congresos. En septiembre de 2007, en pleno desmelene del revisionismo histórico, Miguel Celdrán, alcalde del PP en Badajoz, propone sustituir el nombre de la calle Sinforiano Madroñero por el de Rodríguez Ibarra. Como se recordará, Madroñero era el alcalde de Badajoz en 1936 asesinado por los pistoleros de Falange. La argumentación que acompaña la propuesta de Celdrán tiene un repugnante regusto a chulería fascista: “fue un alcalde que sólo gobernó cuatro meses”. Y el tercero de los indicadores: a principios de 2009, el Ayuntamiento sustituye la histórica tapia del cementerio, cuyos agujeros de bala recordaban los fusilamientos, alegando motivos urbanísticos.
Quemados, en el cementerio.


En conclusión: el 14 de agosto de 1936 el fascismo ahogó en sangre el proyecto de transformación social más ambicioso que ha vivido Extremadura, el que representaba la reforma agraria y la Segunda República. Las consecuencias de ese genocidio han sido históricamente devastadoras y llegan hasta nuestros días. La permanencia del latifundismo, la sangría extrema de la emigración o la pervivencia de relaciones clientelares de poder están íntimamente vinculadas con aquella derrota histórica de las clases populares extremeñas y españolas. La matanza de Badajoz consiguió así su gran objetivo: inocular el miedo y la resignación en el subconsciente colectivo extremeño, trascendiendo las generaciones. Y la clase oligárquica en Extremadura, los grandes dueños de la tierra, asentaron un sólido dominio que, en gran medida, aún perdura.
El planificado olvido de la matanza de Badajoz  -cuando no su repugnante negación histórica- es la demostración de que, en las últimas décadas, ha prevalecido la memoria de los vencedores. Pero se equivocan de raíz los olvidadores y los olvidadizos, los que apuestan a vaciar la memoria del pueblo. Como dice Mario Benedetti: “Todo se hunde en la niebla del olvido, pero cuando la niebla se despeja, el olvido está lleno de memoria”. Tenemos memoria, tenemos lealtad a los luchadores del pueblo, tenemos conciencia de que sólo luchando venceremos.
14 de agosto de los años venideros: No cesará la alondra ensangrentada en su furioso canto. 

Manuel Cañada.
(Militante de los Campamentos Dignidad).
 Poner el cursor sobre el subrayado  La gran matanza de Badajoz, 14 de agosto de 1936  para ir al enlace que os lleva al vídeo.





domingo, 17 de julio de 2016

18 DE JULIO: 80 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO


Ochenta años desde aquel 18 de julio en que un grupo de militares se sublevó contra un gobierno legítimamente constituido: el de la Segunda República Española.
Ochenta años después, y todavía hay quien sigue hablando de "alzamiento nacional", todavía hay quien intenta, en vano, justificar lo injustificable, ignorando la verdad de la historia, y repitiendo, una y otra vez, las mismas falacias con las que durante los cuarenta años de franquismo se adoctrinaba desde las escuelas y desde los púlpitos a la juventud de un pueblo oprimido y sojuzgado, silenciado a su pesar, dominado por el terror...
Durante esa larga noche de nuestra historia, en que el pueblo español permaneció sumido en el mayor de los retrasos, en que al pueblo, mayoritariamente, se negó el acceso a la cultura, en que la palabra Libertad permaneció proscrita, el sistema dejó todo tan atado y bien atado, que aún hoy, cuarenta años después de la muerte del dictador, continuamos de manera mayoritaria sumidos en el pozo de la incultura, en el desconocimiento de la historia, en la mayor de las abulias... Seguimos siendo una sociedad en que la mayoría de la población no lee, que no valora las manifestaciones artísticas, no conoce la cultura de la participación... seguimos siendo una sociedad corrupta, heredera de aquella corrupción asumida por todos en la época dorada del estraperlo, que adopta ahora otros modos, pero que parte de la misma base corrupta de la que aquélla partió...
No podemos seguir siendo herederos del franquismo, no podemos continuar con sus usos y sus modos. Es precisa una renovación, es necesaria una nueva ética, y para ello precisamos fundamentarnos en una nueva educación.
Desde las asociaciones de Memoria Histórica, cuyo objetivo primordial es la reivindicación de los principios de VERDAD, JUSTICIA Y REPARACIÓN, llevamos también a cabo una labor, una tarea de tipo educativo, un intento de redescubrimiento de la historia a aquellos sectores que la desconocen, y nos acusan, por ello, de querer reabrir heridas.
No, no podemos reabrir unas heridas que no se han llegado a cerrar; permanecen abiertas, y abiertas continuarán hasta que se haga justicia a las víctimas del franquismo, hasta que se repare jurídicamente el daño que se les ha hecho, y hasta que la verdad de los hechos no sea conocida por la totalidad de la sociedad española. Sólo a partir de entonces las heridas se podrán cerrar.

viernes, 2 de octubre de 2015

LAS MUERTES DEL CHIPÉ.





 El Chipé, matón de profesión, que campaba a sus anchas por el Molinete (el denominado "barrio chino" de Cartagena), vinculado con el conservadurismo político cartagenero, formó parte del entramado terrorista de extrema derecha que se desarrolló tras las elecciones de febrero del 36 como táctica de "provocación permanente". El historiador e investigador, Pedro Mª Egea Bruno, lo analiza en su artículo "Violencia de clase y construcción simbólica (Cartagena, 19 de Julio de 1936)", publicado recientemente en la Revista de Humanidades de la Universidad de Zaragoza, STVDIVM, del que hemos eliminado las 131 notas que documentan su investigación, para que su lectura no resultara demasiado farragosa.

Violencia de clase y construcción simbólica
(Cartagena, 19 de Julio de 1936).

Pedro Mº Egea Bruno, autor del estudio

                                                                        

Planteamiento

El 19  de  julio de 1936  Cartagena fue  escenario de una riña sangrienta en la que intervino un individuo a primera vista irrelevante: Juan Vicente Fernández, un matón del barrio chino de la ciudad en posesión de un largo historial delictivo. Más allá se descubre su relación con los partidos de derechas, a los que presta servicio en las campañas electorales. El incidente responde al último encargo recibido, una provocación de intencionalidad política que, de haber prosperado, hubiera allanado el camino a los golpistas y,  posiblemente, cambiado el curso de la guerra civil, dada la trascendencia de la base naval que toma asiento en la localidad.

El conflicto suscitado, que origina una conmoción social —avivada por el momento en que se vive—, se mitiga con la muerte de aquel sujeto, cuyo cadáver será profanado por la multitud, al ser asimilado con los intereses liberticidas. La coincidencia con unas fechas dramáticas en un enclave militar de primera magnitud y la participación de las clases populares otorgan al acontecimiento una dimensión inusitada, alentando las más diversas interpretaciones, en las que salen a relucir los usos de la violencia en clave social y su teleología política. El proceso culmina en la crónica de su muerte, de sus muertes. El resultado es una construcción simbólica que forma parte del imaginario colectivo del lugar de referencia.

Entre las fuentes manejadas ocupa un lugar relevante la prensa, que marca la pauta de los acontecimientos y es portadora de una importante carga subliminal. Los consejos de guerra celebrados tras el triunfo nacionalista son de igual interés al tratar de encontrar los nexos de unión entre la barbarie roja y los resortes del nuevo Estado. La propuesta culmina en la Causa General que establece la versión oficial, no siempre en sintonía con el carácter explícito de los sumarios militares. Esa desviación aparece también en la bibliografía suscrita por el bando vencedor.


1.    La dialéctica de la sangre

Los bajos fondos alumbraron en Cartagena —como en otros puntos— a una serie de personajes. El de más triste recordación fue el gitano Juan Vicente Fernández, El Chipé, aunque realmente debía ser Chipén, que es el sobrenombre que ostenta su ascendencia y por el que será citado en alguna ocasión. El término, de origen caló, sirve como afirmación —‘de verdad’, ‘así es’, ‘tan cierto como’— y tiene la sinonimia de verdad, vida, realidad, existencia o animación. A veces, en la primera acepción, como lengua.
Nacido en 1901, en Alhama de Murcia, es hijo de José Vicente Vargas, esquilador de oficio. Ocupa el cuarto lugar de una progenie numerosa: Dolores (1888), Sebastián (1891), Joaquina (1899), Juan (1901) y Asunción (1903). Sus primeras hazañas se remontan a 1918 cuando contaba con 17 años y su gente se enfrenta a los Lilí, también esquiladores y de la misma etnia, con los que mantienen una tortuosa relación terciada por la violencia de género: «… que dicho cuñado había dicho que iba a sacar los ojos a su mujer». Aunque hubo un intento de arreglo amistoso, el encuentro no pudo terminar peor. Dos muertos, uno de ellos atribuido a Juan Vicente.

El acusado estuvo en la cárcel hasta la celebración del juicio en septiembre de 1920. Fue procesado por doble homicidio, aunque salió absuelto y quedó en libertad. Tuvo de abogado defensor a Juan Antonio López Sánchez-Solís, con despacho en Murcia, lletrado de prestigio y asesor jurídico de la Casa del Pueblo Radical que gozaba de una enorme influencia sobre la clase obrera. Desconcierta que una familia de nivel socioeconómico bajo pudiese contratarlo.

A partir de entonces la ejecutoria de Juan Vicente está marcada por la reincidencia delictual, que se incrementa durante la dictadura de Primo de Rivera, a pesar del discurso moralizante de aquel régimen.  A las alturas de 1927 es dueño de una acreditada fama: «… un cañí conocido de todos y de la policía por el sobrenombre del Chipén». Su notoriedad ha saltado al principal diario de la capital: «El Chipén es de los cañí de pura cepa, de los que no aguantan ni lo más insignificante y su historial es poco favorable. Es licenciado de presidio».
 
La semblanza del malhechor redunda en su vehemencia innata: «…había nacido para matar; instintos perversos, del perfecto criminal. Era de una estatura pequeñísima, delgado, insignificante, pero peligrosísimo en grado sumo». Un matón de nota: «… tenía atemorizado a un buen número de familias. Su nombre era pronunciado siempre con temor, como si se tratase de lo más peligroso y es que en realidad así lo era, por su condición de pendenciero e instintos criminales». Un «profesional del crimen», apenas se altera tras sus desmanes: «…dando muestras de un cinismo y de una tranquilidad verdaderamente inconcebibles…» Para sus parientes todo queda relativizado: «…Que su hermano no tenía más defecto que no se dejaba pegar por nadie…».

De una simplicidad rayana en la estulticia. Un auténtico especialista en el manejo de la navaja la herramienta—, como revelan los partes médicos de sus víctimas: «Sufre herida por arma blanca en el hipocondrio izquierdo, penetrante de abdomen con hernia de epiplón; otra herida en la región precordial y otra en la región lateral izquierda del tórax que interesa la piel, aponeurosis y músculos, dejando al descubierto la pleura». El agredido fue dado de alta después de permanecer 42 días en el Hospital de Caridad.

Su mundo es el barrio del Molinete, donde se concentra la mala vida de Cartagena: burdeles y tascas de ínfima categoría: «…lugar inmundo donde se alberga toda el hampa cartagenera».  La cara sucia de la ciudad, sustentada en la necesidad implícita de la doble moral imperante, el argumento del mal menor. Las campañas emprendidas por las buenas conciencias atienden a la contención de sus aspectos más escandalosos o a la punición de sus satélites: «…exhortamos el celo de las autoridades para que hagan desaparecer por completo ese foco infeccioso de las calles de la Aurora y adyacentes, donde nos aseguran que todavía existen algunos guapos y bravos que, cobijados al amparo de las infelices mujeres desgraciadas que allí residen, campan por sus anchuras con su matonería». Allí está nuestro protagonista: «Hombre peligroso y asiduo concurrente al foco del hampa en el Molinete y sus estribaciones». Se ha dado de alta en la nómina de rufianes, de ahí que se le califique sin ambages de «…chulo de profesión, que pasa sus horas viviendo de bravatas y flamenquerías y perdonando vidas…».
Aquel comportamiento será difundido por los medios de comunicación en las crónicas de sucesos. Sus fechorías valen a los intereses normativos para deslindar la frontera entre la ley y la anomalía social, con la consiguiente enseñanza moral. Aquel modo de vida constituye el reverso de la sociedad, el desvío de la norma, la coartada de la ley, de la justicia, de la represión institucional, defendida por las clases rectoras. Lo revelador es que sendos mundos acabasen dándose la mano para enfrentarse a una amenaza sentida como más real cual era la subversión social.
Barrio del Molinete.

Los medios escritos procuran difuminar su impunidad, evitando la lectura de una justicia poco eficaz o adulterada por intereses no confesables. Cuenta con el respaldo de sectores influyentes de la derecha, el ingrediente necesario para entender la protección nunca declarada. Está al servicio como cochero de Ramón Mercader Zaplana, veterinario e inspector municipal de subsistencias, con consulta abierta en la Plaza de Alcolea —popularmente de los Carros—, donde ejerce como esquilador el padre del taita. Debieron impresionarle las habilidades de aquel vástago, que consideró necesarias en sus desplazamientos por el campo, donde se repetían situaciones comprometidas al tener que decomisar animales y productos en mal estado.

Esa relación lo vincula con Alfonso Torres y Ponciano Maestre, dos destacados dirigentes del conservadurismo político, futuros conspiradores contra la República. El primero ocupa la alcaldía de Cartagena durante la dictadura de Primo de Rivera —cuando el macareno comete sus mayores tropelías— y en la etapa republicana es la cabeza visible de Renovación Española, la alineación monárquica de Calvo Sotelo. El segundo pertenece a una conocida dinastía que articula con la de los Cierva la red caciquil de la provincia durante el reinado de Alfonso XIII, entre cuyas prácticas figura la contratación de matones a sueldo para imponer designios electorales. Con la República, uno de sus miembros —Tomás Maestre Zapata— será diputado agrario en la legislatura de 1933-1935 y candidato de la CEDA en las elecciones de febrero de 1936.
Dirigentes del conservadurismo cartagenero.
La vida de Juan Vicente se complicó con la llegada de la Segunda República. Sus señoritos ya no tenían el control de la situación, aunque seguían gozando de fidelidades indudables. Para colmo de males lo metieron en política. Su historial debió influir para que lo considerasen elemento disuasorio en las campañas electorales, especialmente en la de febrero de 1936, donde les dio cobertura en los actos de propaganda. La libertad inaugurada con el cambio político abrió las esclusas a una ira popular alimentada por sus acciones criminales. Se explica así un primer conato de agresión tumultuaria tras su última fechoría en noviembre de 1932: «El numeroso público, que se había aglomerado frente al hospital, se mostraba indignado por el sangriento suceso intentando linchar al autor del doble crimen, lo que impidió la autoridad, sacando al gitano por una puerta trasera del hospital». El respaldo de que viene gozando ya no le garantiza la total impunidad. El 5 de julio de 1935 fue arrestado «por atentar contra la tranquilidad de los ciudadanos». Quedó incurso en la Ley de Vagos y Maleantes de 5 de agosto de 1933. Se le aplicó el apartado 10 del artículo segundo, referido a «los que observen conducta reveladora de inclinación al delito, manifestada: por el trato asiduo con delincuentes y maleantes, por la frecuentación de los lugares donde éstos se reúnen habitualmente; por su concurrencia habitual a casas de juegos prohibidos, y por la comisión reiterada y frecuente de contravenciones penales». Todavía alcanzó a librarlo Ponciano Maestre, bien relacionado con el juez de instrucción, José María González.





2.    De la violencia común a la violencia política

Las relaciones de clase siempre han estado marcadas por la coacción. Esa determinación queda reglada dentro de los aparatos policiales y judiciales, pero no se descartan recursos extralegales. Los matones de oficio cobran con frecuencia de las arcas públicas. El poder y sus sombras. También los grupos políticos que integran el sistema contemplan el arbitrio. La vida airada deviene en cantera habitual de tales servidores, unas veces con uniforme otras sin él. Carlos Marx distinguía a los componentes de aquel sector: «… rateros y delincuentes de todas clases, que viven de los despojos de la sociedad, gentes sin profesión fija, vagabundos, gens sans feu et sans aveu».

La lucha política de los años republicanos propició la exteriorización de la violencia con toda su carga simbólica. Su punto de no retorno se alcanzó en la campaña electoral de febrero de 1936, cuando la ruptura social se hizo del todo patente y la simple pegada de carteles se convirtió en motivo de reyerta callejera. La Falange fue protagonista destacada de aquellos altercados, con repetidos casos en la localidad. También la Juventud de Acción Popular, la JAP, se mezcló en similares querellas hasta el mismo día de las elecciones: «Ligeros incidentes promovidos por los jóvenes arditti de Ac- ción Popular, prestamente resueltos con la intervención de la autoridad, que se incautaba de la consabida porrita».

El lumpen se convirtió en mercenario obligado de aquella grey, trocándose en delincuente político. Lo ha subrayado González Calleja: «La crónica escasez de activistas decididos a realizar misiones de ofensiva o represalia provocó la necesidad de recurrir eventualmente a pistoleros profesionales sin ideología o a cuadrillas de matones extraídas de los grupos más marginales de la sociedad». En Cartagena tenían donde elegir. A finales de 1935 resultaba notorio su incremento, hasta el punto de solicitarse la mediación del gobernador civil: «…otra de las medidas que debe tomar S.E. es expulsar de esta población la nube tan enorme que ha descargado de individuos de pésimos antecedentes, conocidos vulgarmente por el nombre de chulos, los cuales hacen de la población lo que les viene en gana, ya que éstos están amparados por las mismas autoridades y cuantos actos de inmoralidad cometen, quedan impunes». Si El Chipé les resultó útil, a las filas falangistas fueron incorporados tipos versados en los menesteres del duelo y la guapeza. Su financiación corrió a cargo de Alfonso Torres y la familia Maestre. Era una cuestión objetivable. El Liberal de Murcia publicó una viñeta de humor titulada el barrio chino de la política, donde aparecían individuos caracterizados de aquel submundo con insignias monárquicas y fascistas.

La asalarización de semejantes sujetos, extendida a toda la provincia, salió a relucir en los juicios a que fueron sometidos una vez iniciada la guerra civil: «…a sueldo y al servicio de los partidos políticos reaccionarios, tales como Acción Popular, Renovación Española y tradicionalista […] pistoleros a sueldo de Falange Española […] pistolero al servicio del fascismo […] pistoleros a sueldo de los elementos reaccionarios, los cuales les subvencionaban para este menester, ya que no trabajaban, pagándoles los derechistas para que le guardasen las espaldas […] teniendo pistoleros armados a su servicio […] pistoleros a sueldo de los señoritos de Acción Popular que los empleaban para perseguir a los elementos de izquierdas contando con la protección de las autoridades reaccionarias […] subvencionados por los fascistas […] chulo provocador y pistolero de los elementos de Falange Española, los que les proporcionaban dinero a cambio de sus servicios de protección, viviendo desahogadamente a pesar de no tener ingresos legítimos […] pistolero a sueldo de Falange Española, viviendo sin trabajar […] pistolero fascista de la localidad que estaba al servicio de una peña de militares enemigos todos ellos del Régimen, los cuales le daban dinero para sus trabajos fascistas […] pistoleros a sueldo de los fascistas utilizándolos después de emborracharlos para provocar a los elementos de izquierdas […] matón y pistolero para amenazar a aquellos que querían emitir su voto a favor de la candidatura del Frente Popular…».

La izquierda pudo contar con algunos trabajadores de fácil estímulo, obreros portuarios casi todos. Es cierto que algunos poseen antecedentes por pendencias en el barrio del Molinete, pero sus acciones políticas responden en todo momento al compromiso militante. Son jóvenes afiliados a la UGT, la JSU y la CNT-FAI, que postulan la violencia desde la conciencia de clase. Gentes habituadas a la refriega, con el arrojo necesario para enfrentarse en la calle con El Chipé y con los escuadristas de Falange.  Su resolución antifascista se verá empañada por su pasado asocial. Una vinculación arteramente utilizada por la literatura de posguerra, en contribución a la construcción simbólica de la chusma roja, avalada por el empleo de sus apodos, tergiversados en tatuaje propio de las minorías marginales. Serán los primeros en alistarse para sofocar el levantamiento militar de julio de 1936, marchando a reforzar el aeródromo militar próximo a Cartagena y poner fin a la inclinación nacionalista del de San Javier: «… subieron a los camiones el Campillo, el Nino, el Mahoma, Mayo, el Comas, el Peluca y demás forajidos en su mayoría trabajadores del muelle y se dirigieron a Los Alcázares…». Tal estereotipo se verá realzado por su participación en el incendio y saqueo de iglesias: «… denuncia al referido Saturnino Salazar Calonge como uno de los principales profanadores de imágenes habiendo llegado en su maldad y barbarie a destruir personalmente una imagen de gran valor, un San Juan que se atribuía a Salcillo, y a quien antes de romper en una taberna a donde fue, le decía con una copa de vino en la mano —anda bebe maricón y le arrojaba a la cara el vino…».

El triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero acentuó la oposición de la extrema derecha y de ciertos sectores militares, que desde el primer momento quisieron frustrar la toma del poder por parte de sus adversarios, hasta plantearse la intervención del Ejército para anular el resultado de las urnas. Frustrada aquella idea —y como mejor proyecto— desarrollaron todo un formulario de acciones contrarrevolucionarias, desde la intimidación callejera a la acción parlamentaria, sin olvidar el alarmismo del periodismo afín. Se puso en práctica una violencia táctica cuyo objetivo era deslegitimar el régimen republicano y montar una operación psicológica basada en el desorden y la falta de autoridad: el gran miedo que apunta Rafael Cruz o la estrategia de la tensión destacada por González Calleja: la práctica de la provocación permanente. En último término, les servirá para argumentar el golpe militar de julio de 1936 y la guerra civil: la construcción cultural de la contrarrevolución.
Miembros del Frente popular.
Cobran sentido las graves alteraciones que se encadenaron a este fin. Si el 17 de febrero se declaró el estado de alarma, la excepcionalidad —prorrogada mes a mes— se prolongó hasta los inicios de la contienda. Murcia se convirtió en una de las provincias con mayor número de sucesos.  La Falange incrementó su praxis desestabilizadora, enfrentándose con las juventudes izquierdistas, alentando trastornos en un sinfín de localidades, asaltando incluso varios centros obreros. Detrás seguían los mismos patrocinadores, como confiesan los autores del atentado realizado contra la Casa del Pueblo de la capital en la madrugada del 18 de abril: «El plan y los medios habían sido facilitados por el grupo de Renovación Española…».

El Chipé formaba parte de aquel entramado terrorista. El 22 de abril ingresó en la cárcel, «como individuo peligroso, dispuesto a actuar fácilmente en las organizaciones reaccionarias».  Con más claridad: «…peligroso maleante […] que efectúa sus actuaciones a las órdenes de organizaciones reaccionarias». Se le aplicó la Ley de Vagos y Maleantes, pero ahora en su artículo segundo, añadido el 28 de noviembre de 1935: «Podrán asimismo ser declarados peligrosos como antisociales los que en sus actividades y propagandas reiteradamente inciten a la ejecución de delitos de terrorismo o atraco y los que públicamente hagan la apología de dichos delitos».

La conspiración contra la República ya estaba en marcha. Cartagena les resultaba fundamental. El enclave está considerado como el puesto «más importante de la Marina en el orden del poder y la fuerza». Cabecera del Departamento Marítimo del Mediterráneo, asiento de una valiosa base naval que alberga complejas instalaciones militares. Es la sede operativa de las flotillas de destructores, submarinos y torpederos, junto con diversos buques de transporte y salvamento. Sus efectivos superan con holgura los diez mil hombres, en una población que suma algo más de cien mil habitantes.  De  haber prosperado aquí el alzamiento, la guerra hubiese experi- mentado un giro copernicano e incluso precipitado su desenlace. Tras su fracaso la prensa lo subrayó con énfasis: «Cartagena ha salvado a España y a la República».
Base naval y astilleros.
La confabulación viene siendo urdida por miembros de la Unión Militar Española con representantes de los tres ejércitos y las oportunas conexiones civiles, desde los jefes de Falange de Cartagena —José Martínez— y de la provincia —Federico Servet— a dirigentes monárquicos —Alfonso Torres— y cedistas como los Maestre y Rafael de la Cerda, al frente de la JAP. La intriga tiene sus centros principales en el Arsenal y en el aeródromo de San Javier, perteneciente a la Marina y a escasos kilómetros de Cartagena. Quedan pendientes de las órdenes que deben partir de la Capitanía General de Valencia, de la que orgánicamente se depende.
Puerta del Arsenal.

3.    Una navaja contra la República

A partir del 14 de julio se aceleran los acontecimientos que desde febrero contribuyen a cebar el choque social.  Ese día estalla una huelga general que se prolonga por espacio de cuatro jornadas y que, pródiga en enfrentamientos, paraliza por entero la vida ciudadana: alimentación, tranvías, agua, gas y electricidad. El seguimiento es unánime, sumándose hasta los guardias municipales y los serenos. Al término del conflicto, en la mañana del 18, se extiende la noticia del levantamiento militar. La agitación gana la calle: se asaltan armerías y se organiza una expedición —con civiles y militares— para aplastar el foco rebelde de San Javier. Allí forman los obreros portuarios, los mismos que se han retado con los provocadores fascistas. Conseguido aquel objetivo, por la noche se acordona el Arsenal, donde —con algunos incidentes— anida una resistencia larvada. Las expectativas se mantienen en la escuadra, con las clases subalternas vigilando a unos mandos sospechosos. El 19 de julio se sabe de la sublevación en alta mar del destructor Almirante Valdés, cuya dotación se ha hecho con el mando y ha puesto rumbo a Cartagena, donde arribará sobre las tres de la tarde, previéndose con su llegada el contagio revolucionario del resto de las unidades navales de la base. Un momento decisivo donde el hilo de los acontecimientos se teje en horas.

En esas circunstancias Juan Vicente comete un nuevo atentado. Ataca a dos trabajadores con los que se ha encarado en la campaña electoral de febrero: Leopoldo Satorres Reverte y Patricio Zaragoza Mira. Un reto deliberado, como testimonian las víctimas: «...que no es cierto que cuando el hecho de autos ocurrió estuvieran juntos en una taberna en la calle de Balcones Azules […] sino que al salir de dicha taberna el que habla [Leopoldo] y el Patricio se encontraron en la puerta con El Chipé y abalanzándose éste contra el Patricio, al mismo tiempo que sacaba el cuchillo dijo no te he matado antes y lo voy a hacer ahora, dándole con el cuchillo al Patricio, que el que habla intervino para separarlos siendo herido por El Chipé […] que las noticias que tiene el declarante con anterioridad a dicho suceso es que el Patricio y El Chipé estaban enemistados pues ya en otra ocasión había sido herido el Patricio por El Chipé».

Los periodistas locales reseñan el suceso en términos casi idénticos, lo que parece obedecer a la remisión de una nota oficial: «El domingo en la tarde —entre las 16 y las 17 horas— en la calle de Balcones Azules se encontraron Patricio Zaragoza Mira, Leopoldo Satorres Reverte y Juan Vicente Fernández, conocido por El Chipé. / Patricio y Leopoldo venían de la Puerta de Capitanía, donde habían estado momentos antes y se encontraron con El Chipé, entablando conversación. De improviso, El Chipé se echó hacia atrás y con un cuchillo se abalanzó sobre Patricio y empezó a darle puntadas, queriendo intervenir Leopoldo que también recibió varias puñaladas.   Ante la confusión habida, otro individuo, que salió de una taberna, le dio varios palos al Chipé, quien al sentirse agredido no pudo continuar su hazaña. Inmediatamente acudieron los cabos de la guardia de asalto Justo y Vieira, que revólver en mano hicieron la detención del Chipé».  Leopoldo perdió el brazo derecho y Patricio tardó cerca de una semana en recuperar el conocimiento.

La información carece de acotaciones políticas. El Frente Popular, desde donde deben partir las indicaciones a las redacciones de los periódicos, no tiene ningún interés en que se politice un acontecimiento que en aquel momento sólo puede añadir más inquietud a una situación extrema, dada la rebeldía pasiva detectada en la Marina. Se silencia la significación política de Juan Vicente y la militancia de los agredidos, que para Benavides pertenecen a la J.S.U. La única indicación que puede interpretarse como tal es la observación realizada sobre la Puerta de Capitanía, donde se ha desarrollado un acto de afirmación republicana: el recibimiento en loor de multitudes de la tripulación del destructor Almirante Valdés que, procedente de Melilla, acaba de atracar en el puerto con su oficialidad apresada.
Puerta de Capitanía.
Los diarios de la capital, libres de cortapisas inmediatas, interpretan el hecho en clave política: «… El conocido fascista El Chipé hace otra faena de las suyas, hiriendo gravemente a dos personas, que produce la indignación y la repulsa del pueblo en masa». La misma fuente anota su intencionalidad: «…un anormal al servicio del fascio». Otro tanto hacen los noticieros de Madrid: «…un conocido fascista apodado El Chipén, individuo que había cometido varios delitos de sangre y tomado parte activa en la propaganda derechista en las elecciones de febrero». Lo revela el alegato de la propia hermana: «…el Patricio y el Leopoldo dijeron al hermano de la que declara que iba muy bien vestido y que era fascista».

El componente ideológico emerge también en la averiguación sustanciada en la etapa franquista, empezando por las actuaciones judiciales del ejército de ocupación en las que se reivindica al gitano como «significado elemento de derechas»,  indicando con claridad «…móviles políticos y no personales» y subrayando la conexión apuntada y la importancia del rumor:

«…corrió por el pueblo la noticia de que este gitano era el instrumento con que se valían las derechas para imponer el terror…»  Se desprende de la investigación realizada por el juez instructor de la Causa General, cuando se refiere a «un gitano denominado El Chipé conocido por su actuación a favor de las derechas durante las elecciones, que había sido detenido por haber herido a dos marxistas en un incidente callejero…»  Apunta en la misma dirección el interés puesto en la búsqueda de los responsables de su muerte. Los implicados serán castigados con dureza por delitos de adhesión a la rebelión militar, contemplándose incluso la pena capital.

El lance tiene por escenario la calle Balcones Azules, en las inmediaciones de Capitanía, coincidiendo con la recepción dispensada al Almirante Valdés, lo que explica la pronta movilización de una muchedumbre enardecida: «Entre el numeroso público que llenaba las calles próximas cundió la triste hazaña del Chipé y llenos de coraje corrieron en busca del criminal que ya había sido detenido por guardias de asalto que lo trasladaron a la comisaría».  El tumulto conoce otra coadyuvante, la proximidad al barrio del Molinete, donde El Chipé ha dejado huella entre prostitutas y jaques rivales.

Es la efervescencia del momento el detonante de la algarada, lo que subraya su carácter político. La explosión popular no se desata por la militancia de Leopoldo Satorres y Patricio Zaragoza, que podrá ser puesta en duda, sino por la significación de aquel títere al servicio de las derechas, en un momento en que éstas están consideradas responsables de un golpe de estado contra la República: «Que esto ocurrió al día siguiente de estallar la revolución en Cartagena, armándose el consiguiente revuelo, pues creyeron que el delito era de tipo político por ser el hermano de la que declara protegido por Ramón Mercader Zaplana que es veterinario, así como por haber acudido la que declara a D. Ponciano Maestre (persona de derechas destacadísima aquí y asesinada durante el dominio rojo) con anterioridad al dominio rojo para evitar que le aplicaran la Ley de Vagos al hermano de la que declara que fue puesto en la calle por dicha gestión». La ligazón aparece en la contestación más cualificada de un empleado del juzgado municipal: «Que son tres sujetos de pésimos antecedentes, y como da la casualidad de que El Chipé malhirió a los otros dos el mismo día o al siguiente de estallar la revolución o el Alzamiento en Cartagena el populacho lo tomó en el sentido como si hubiera sido consecuencia de la política y por tener El Chipé relación con algún elemento de derechas como con D. Ramón Mercader Zaplana, que lo tenía de criado, siendo dicho Sr. Mercader de derechas. Que dice el que declara que si no da la casualidad de estallar el Movimiento entonces no hubiera pasado nada…».

Cabe plantearse si aquella actuación tuvo alguna finalidad trascendente o fue una acción fortuita sin ninguna causalidad con el momento que se afronta. Para Bartolomé García, dirigente local del partido comunista, la navaja del gitano forma parte de la conspiración alentada, un altercado callejero cuya esperada réplica debe precipitar la deseada intervención militar: «A las tres de la tarde del mismo día, la reacción preparó a través de un matón a su servicio una provocación. El Chipé, conocido maleante, apuñaló salvajemente a dos obreros portuarios. / El criminal atentado, a las dos horas de haber terminado la huelga, llenó de indignación a la población, la cual se concentró airadamente ante el edificio de la comisaría de policía, exigiendo que se hiciera justicia con el asesino. Allí se congregó también gran cantidad de policías, guardia de seguridad y asalto, que hacían grandes esfuerzos por impedir que se asaltara la comisaría. / La enorme masa que allí había congregada no cesaba en su empeño, en cualquier momento podría surgir un choque sangriento con la fuerza pública…». La pretensión tropezará con la lógica comunista: «Los camaradas de la dirección del partido nos orientamos rápidamente y desde los balcones nos dirigimos a las masas y a la fuerza pública para que no se cayera en la provocación que se había perpetrado. / En los planes de la reacción entraba que se produciría un choque violento con la fuerza pública y esto justificaría la salida de las tropas de los cuarteles para la lucha contra el pueblo. Pudimos evitar este choque y hacer fracasar los planes reaccionarios».  En idéntica dirección se posiciona Benavides: «Hacía falta rasgar con la punta de la navaja el horizonte cerrado de la insurrección». El altercado del 19 de julio supone de este modo un salto cualitativo en la violencia diseñada por la derecha como elemento estratégico.

Lo compendiado no tardaría en reinterpretarse por los ideólogos del régimen franquista, atentos a descontextualizar la actuación del matón, discordante con el modelo que se quiere proyectar de los golpistas e indigno a la postre de figurar en la relación de Caballeros Caídos por Dios y por España. El punto de partida es la aportación del archivero municipal Federico Casal: «…Un sujeto de pésimos antecedentes, un criminal de profesión, licenciado de presidio, en la tarde del día 19 hirió a dos sujetos de su calaña». La versión será reproducida por Joaquín Arrarás en la Historia de la cruzada española, tratando de desautorizar las pruebas de su lectura política: «Aquella tarde había ocurrido una riña vulgar. Eran los protagonistas unos bravucones, chulos de oficio, gente de bronce; uno de ellos, un gitano conocido por el apodo del Chipé, había acometido a dos antiguos rivales suyos, causándoles heridas graves con su navaja albaceteña. Sin embargo, se dio a esta agresión un carácter político con el falso pretexto de que El Chipé había sido activo muñidor de las derechas en las elecciones de febrero, y la agresión constituía una venganza o represalia fascista».  La aspiración queda cumplida en la reconstrucción que se divulga en la posguerra como verdad rectora: << riñen tres profesionales de la chulería, gente conocida por sus andanzas, eran El Chipé, el Patricio Zaragoza y el Leopoldo>>.


4.    Las muertes del Chipé

La detención del farruco provoca un arrebato multitudinario, explicable por el malestar que despierta el incierto desenlace del golpe militar y la identificación del hampón con aquellos propósitos. Se ejerce presión sobre la única autoridad revestida de legitimidad, esperando conseguir la cesión del detenido: «…se formaron dos manifestaciones. Una que se presentó en el ayuntamiento y la otra en la puerta de la comisaría en actitud violenta y amenazadora, pidiendo el castigo inmediato del referido [sujeto] y su entrega, amenazando en caso contrario con asaltar ambos edificios». El acaloramiento deviene palpable frente al centro policial: «...se reunió gran cantidad de elementos que pedían la cabeza del mismo…» Todo converge en el carácter político de la concentración: «La Plaza de la Merced y calle donde está situada la mencionada [dependencia], se vio invadida por infinidad de personas que recriminaban la acción llevada por Juan Vicente. Era el pueblo que se levantaba contra el chulo, contra el matón de oficio, pidiendo justicia». El cañí aparece así como depositario de agravios históricos y referente destacado del imaginario colectivo.
Plaza de la Merced.
La situación es delicada y la resolución de los dirigentes frentepopulistas  busca evitar la previsible celada. Su modo de conducirse ilustra sobre el mantenimiento del principio de autoridad, luego puesto en duda: «Cuando se divulgó la noticia produjo gran indignación en todos por tratarse de un individuo muy conocido por sus repetidos delitos de sangre cometidos, y se fue congregando en la puerta de comisaría, en gran número y con tal furor, que pedía le fuera entregado el autor del hecho para hacerle inmediata justicia, teniendo que intervenir significados elementos del Frente Popular intentando calmar los ánimos». La mayoría de los periódicos coinciden en esa mediación: «Intentaron entrar en comisaría, impidiéndolo las autoridades, con mucho tacto […] elementos significados del Frente Popular tuvieron que aconsejar prudencia porque pedían le entregaran al Chipé, para hacerle justicia…».

En la inspección sólo se encuentran dos agentes, aunque allí mismo se acuartela el Cuerpo de Seguridad, es decir la Guardia de Asalto. El comisario y el resto de la plantilla se han desplazado al ayuntamiento, donde se ha instalado la delegación gubernativa, a cuyas órdenes están. La comunicación es telefónica y las previsiones adoptadas persiguen la contención: «…Ante la consulta de la comisaría de la gravedad del momento, el recurrente les comunicó inmediatamente y por su cuenta al jefe de Seguridad que fuesen tomadas en el acto todas las medidas para evitar cualquier coacción o asalto, como así se hizo, según tiene referencia el recurrente, formando un doble cordón de fuerzas que interceptaban el paso a los manifestantes».

Para evitar la colisión se piensa en sacar al arrestado de aquel punto y trasladarlo a la recién inaugurada cárcel de San Antón, en el barrio extramuros del mismo nombre. Ante la dejación de competencias, la decisión será adoptada por el primer regidor, César Serrano, aupado por mor de las circunstancias en poder ejecutivo: «…Puesto el caso en conocimiento del Sr. juez de Instrucción, de quien dependía el detenido, se negó a hacer la entrega, como así mismo el recurrente [comisario de policía] a quien se le propuso, a lo que contestó que no entraba dentro de sus atribuciones, como así era en realidad, y entonces el alcalde, autoridad máxima roja, asumiendo toda responsabilidad, envió un oficio a la comisaría con órdenes de ser entregado el detenido a la guardia municipal para su traslado a la cárcel…».
Cárcel de San Antón.
Se optó por la legalidad, como reconoce uno de los policías de servicio:

«…que al requerimiento por parte del populacho para que se le hiciera entrega de dicho gitano, se opuso en un principio y poniéndose en contacto con las autoridades de esta plaza manifestó que no haría entrega del detenido sino iba precedida de una orden por escrito de la alcaldía de esta plaza, cosa que al parecer le fue enviada, haciendo entrega del mencionado detenido al agente municipal que fue a hacerse cargo del repetido detenido». Lo confirma el comisario José Cano Vicedo, expulsado por desafecto poco después: «…Que la entrega del gitano Chipén se hizo en regla, debido a orden escrita del alcalde para su conducción a la cárcel». Son las nueve de la noche, aunque el libro registro de detenidos, destruido en los meses siguientes, no puede corroborarlo.

La transmisión del poder corresponde al guardia municipal Francisco Blázquez Sánchez. Es una casualidad del destino, según declara el sereno José Merino Álvarez: «Que el día en que asesinaron al gitano conocido por El Chipé, el declarante, que a la sazón era suboficial de la guardia municipal nocturna, recibió un oficio que le entregó, porque en el ayuntamiento no había en aquel momento ningún guardia municipal, el alcalde César Serrano, para que fuese trasladado dicho Chipé desde la comisaría de vigilancia donde estaba a la cárcel de San Antón, marchando el testigo a llevarlo, pero como se encontrase en el camino, entre la glorieta de San Francisco y la calle de Campos, al entonces cabo de la guardia municipal, que en enero de 1937 fue nombrado jefe de la misma, Francisco Blázquez Sánchez, le entregó dicho oficio marchando el Francisco hacia la comisaría y encaminándose el que habla al ayuntamiento…».
Casa Maestre (Plaza San Francisco).
Los acontecimientos que se desarrollan a continuación están envueltos en el silencio general. Un hecho que conmovió a la ciudad entera, con cientos de participantes, contemplado por miles de ojos, sin que nadie viese nada. Una suerte de Fuente Ovejuna. Lo expresa con cierto coraje el abogado defensor de Blázquez: «…no existen acusaciones tajantes y con pruebas que no dejen lugar a dudas, sino por el contrario todas son debidas a informes procedentes del rumor público, lo oyeron decir, tiene que ser esto, etc., pero no hay ni una sola declaración donde se diga, yo lo vi, aquí está escrito, pasó esto o aquello; quedando por tanto todo el expediente envuelto en una niebla tan espesa […] y a pesar de los esfuerzos realizados por el juzgado no ha habido forma humana de aclarar…».

Lo mismo se desprende de las revelaciones vertidas en otro sumario abierto sobre el caso: «…no pudiendo hacer una afirmación exacta de ello, toda vez que los vecinos solo manifiestan qué es lo que se oye referente a este asunto […] manifiestan conocer de los hechos por rumor público sin que se pueda concretar en ningún sentido […] que tiene conocimiento de dichos hechos por las críticas y oídas de la calle». Ni siquiera las torturas policiales consiguieron arrojar más luz: «…que mi defendida se encuentra sujeta a un procedimiento judicial, por investigaciones hechas por la policía con el buen deseo de esclarecimiento del hecho de que se trata, sin lle- gar a un resultado definitivo en lo que a esta cuestión se refiere. / Y claro, la detienen e interrogan, y ella creyendo fuesen a pegarla o a molestarla, no sólo dice que ha efectuado el hecho sino que para facilitar más detalles cita nombres de otras mujeres diciendo que intervinieron (imaginariamente se puede decir)…».

Hubo atestado, pero apenas se avanzó en los trámites iniciales del procedimiento judicial, dificultados y eliminados al poco tiempo, reforzando la dimensión política del pasaje. Lo acredita el juez instructor, José Dodero Pérez: «Que dicho sumario lo quemaron los rojos. Aclara que no se hicieron más que las primeras diligencias ya que siendo los autores del hecho afectos a la revolución se preocuparon en los primeros días de hacer desaparecer lo actuado para evitarse la constancia de responsabilidades, que el declarante estaba dispuesto a llevar efecto».

Informes y testigos coinciden en señalar el protagonismo de Francisco Blázquez a las puertas de la comisaría, prometiendo dar satisfacción a los que reclamaban un escarmiento ejemplar: «…destacándose del grupo el procesado [que] subiéndose a un balcón [y] dirigiéndose a la masa allí reunida les dijo que no se preocupasen pues él se encargaría de hacerlo metiéndolo en un coche y asesinándolo más tarde…».

De su actuación existen dos versiones. La diferencia estriba en el grado de culpabilidad y en el modus operandi: «…tomó un oficio de la alcaldía de Cartagena al objeto de atribuirse autoridad y con él sacó de la comisaría, donde se hallaba detenido a consecuencia de una reyerta, el conocido gitano apodado El Chipé, al que después de dispararle con su pistola entregó seguidamente a las turbas que terminaron de asesinarle bárbaramente…» En otras aportaciones se incrementa su crueldad: «… sacó de la comisaría al conocido gitano apodado El Chipé entregándolo inmediatamente a las turbas las cuales lo asesinaron bárbaramente…».

El argumento se desvanece para quienes sostienen que el delincuente fue evacuado por la puerta de atrás del local o incluso por la azotea, saltando al edificio de al lado. Las redacciones insisten en la ausencia de manifestantes en el momento de la conducción: «El pueblo seguía pidiendo al detenido, hasta que se pudo conseguir que aquel se marchara, ante las promesas de los elementos encargados y las autoridades. / Una vez que así lo consiguieron hicieron entrega del Chipé para que fuera conducido a la cárcel» / «A las nueve de la noche empezaron a disolverse los grupos y poco tiempo después fue sacado El Chipé de comisaría para trasladarlo a la cárcel de San Antón». Sólo cambia la hora: «Siendo aproximadamente las ocho de la noche fueron despejándose aquellos lugares, lo que aprovechó la Vigilancia para trasladar al Chipé a la cárcel del partido».

Se abren toda una serie de interrogantes sobre el proceder de Blázquez.

¿Le dio orden el alcalde de asesinar al hampón? El sereno Merino Álvarez se limita a admitir que le entregó la orden de traslado sin más indicaciones.

¿Asumió por su cuenta esa determinación? Sorprende que un cabo de la guardia municipal se sienta respaldado para adoptar semejante decisión. ¿Se vio desbordado por los acontecimientos y actuó movido por el miedo? La documentación señala la disolución de los grupos en el momento de la marcha. ¿Lo hizo obedeciendo a una motivación política, considerando al temerón como fautor de los planes liberticidas? Está acreditada su militancia izquierdista: «…este individuo por el año 1928 fue uno de los fundadores de la Sociedad de Obreros y Empleados Municipales afecta a la UGT, siendo uno de sus mejores propagandistas y defensores, ha estado afiliado al partido socialista hasta el momento de la liberación de esta ciudad…». Unas convicciones contrastadas de principio a fin de la guerra, desde su incorporación en julio de 1936 a las milicias al sometimiento de la sublevación quintacolumnista de marzo de 1939. ¿Contribuyó en su trayectoria profesional la acción atribuida? El de enero de 1937 fue nombrado jefe de la policía local por César Serrano, presidente del consejo municipal: «…por méritos contraídos con las autoridades rojas y por disfrutar de su confianza…».

El juez instructor lo acusa de forma implícita: «Que el autor material fue un guardia municipal, según noticias recogidas por el que declara y el cual no pudo ser detenido por no haber sido habido, ya que el alcalde contribuyó a que no se le encontrase». Detrás están —a su parecer— los miembros del consistorio, que ordenan aquella operación para descalabrar la trama golpista: «Que le consta que el hecho de la muerte obedeció a órdenes del alcalde D. César Serrano, del médico D. Antonio Ros y de todos los demás dirigentes que se preocuparon de hacer abortar en esta ciudad el Movimiento Nacional. / Que además de los nombrados —recuerda el dicente— estima como causantes de la instigación a otro médico apellidado Pérez San José y a otros muchos, todos los cuales se fugaron de esta ciudad antes de la entrada de las tropas de Franco».  Alguno de ellos, llegado el caso, querrá desligarse de aquel modo de conducirse: «… se desgarra la piel de España, corroída por los asesinatos más villanos, más atroces y alevosos…».

Es evidente que el agente no pudo actuar solo. Si tuvo que utilizar un coche para el desplazamiento previsto debió contar con alguien más. En el sumario se amplía el número de implicados: «…que en una ocasión hablando dicho Blázquez con el declarante le dijo que él había muerto o mejor dicho intervenido en la muerte del Chipé…» Coincide en ello el informe de la Guardia Civil: «…fue uno de los que le dispararon…» Una investigación basada en fuentes orales señala la participación directa de Manuel Martínez Norte, empleado municipal de arbitrios y destacado activista libertario en los años de la II República, en los que aparece mezclado en acciones armadas.  Representa a la FAI en el comité ejecutivo del Frente Popular, constituido en sesión permanente desde el 18 de julio. Según su alegato iba en el vehículo sentado junto al arrestado. Sus palabras son tajantes: «… sacó su pistola Star del 9 corto y dijo: —Chipé, te voy a hacer un favor. Juan Vicente Fernández comprendió su situación y se inclinó hacia delante, como el reo cuando le van a decapitar, mientras […] le disparaba sobre la base del cráneo.  Su muerte fue instantánea».

Para los periódicos de aquellos días se le aplicó la ley de fugas: «…Al ser conducido a la cárcel de San Antón El Chipé pidió clemencia a los guardias, diciéndole que lo dejaran bajo promesa de que no volvería a hacer ninguna fechoría. Al llegar al Ensanche intentó darse a la fuga, teniendo que hacer fuego contra él, que cayó mortalmente herido, falleciendo al momento». El alcance se repite en casi todos los medios: «…Al cabo de algún tiempo, fue trasladado a la cárcel de San Antón y según parece al hacer un movimiento como de fuga, se hicieron algunos disparos contra el fugitivo, alcanzándole algunos y quedando muerto en el acto…» Otros van más allá: «…intentando este, al llegar a las afueras de la ciudad, agredir a las autoridades, con el fin de darse a la fuga, teniendo necesidad las autoridades de referencia de disparar sus armas, alcanzándole uno de los proyectiles, que le produjo la muerte». / «…a la salida de la población intentó escapársele a los guardias que lo conducían, como igualmente agredirles, teniendo necesidad de hacer uso de las armas y disparándolas, yendo a alcanzar un proyectil el cuerpo del agresor que le produjo la muerte». La información puede estar sesgada por la censura establecida desde febrero con la declaración del estado de alarma. Lo llamativo es que el fiscal instructor de la Causa General participe del mismo criterio.

El abogado de Blázquez es el primero en argumentar el linchamiento:

«…fue sacado de la comisaría con orden de trasladarlo a San Antón, pero el populacho que llenaba la calle, al verlo montar en el coche y que se le escapaba la presa, se echaron sobre el coche, arrebatándolo a las autoridades y haciendo con el desgraciado verdaderas perrerías…» La agencia Febos —que distribuyó la noticia— lo corrobora: «Detenido el fascista, los grupos populares se apoderaron de él al ser llevado a la cárcel y fue muerto en la calle». Para Joaquín Arrarás, sus propios custodios facilitaron la operación: «Avanza el coche con gran lentitud, rodeado por la turba, que no cesa de proferir insultos y amenazas […] Así se llegó a las afueras de la ciudad, a los solitarios terrenos del Ensanche. Entonces el auto se detiene y la escolta invita al gitano a salir. El Chipé se resiste, llora, suplica por sus muertos, por su madrecita, que se le deje llegar hasta la cárcel. A empellones es sacado del coche, y allí mismo asesinado ferozmente por una multitud que le acuchilla y pisotea».


5.    dies irae

La indagación de la policía local distingue entre la muerte del jácaro y los hechos que siguieron: «…de las averiguaciones realizadas por los agentes de esta alcaldía, resulta que no participó en el asesinato del gitano Chipé, sino en los demás actos que posteriormente se realizaron con el cadáver del mismo…»  Las escenas que se sucedieron son las imaginables de una expiación tumultuaria, empezando por el paseo triunfal de aquellos restos: «… una gran turba de gente que lo conducía arrastrando hacia el muelle…» Dados los odios concitados, sobran voluntarios para hacerlo: «…numerosa fila de individuos de ambos sexos que llevó a efecto el arrastre del cadáver».  Se agregaron cercenamientos rituales, la inmersión en el puerto y el fuego: «…arrastraron su cuerpo por las calles de esta ciudad y cometieron con él los más repugnantes ensañamientos y mutilaciones […] y más tarde fue quemado en las Puertas de San José […] habiéndose ensañado todo el populacho con su cadáver, habiéndose quemado su cuerpo, sacado los ojos y cometido según manifiesta la que declara herejías grandísimas con su cuerpo». Lo actuado corresponde al arsenal simbólico de la protesta popular. Un código cultural que, lejos de lo anómico e irracional, representa «un nudo identitario y  cohesionador».

El encarnizamiento exigió la colaboración de todos, perdidos los frenos más elementales: «…según informes actuó en la quema del Chipé, pidió dinero para gasolina con el fin de incendiar este cadáver…» No culminaron aquellas miras: «Que el informado se jactó infinidad de veces de que en las Puertas de San José pretendió pegarle fuego con su mechero al cadáver del gitano Chipén, cosa que no consiguió por estar húmedo, debido a que al parecer fue sacado hacía poco tiempo del  agua».

Una acción colectiva donde se exorcizaron los demonios particulares de los concurrentes, todos en la frontera de las consideradas clases peligrosas: prostitutas maltratadas, hampones rivales y clases populares movidas por la simbología política del personaje y la inmediatez de la sublevación militar. Tuvieron el respaldo del comité local del Frente Popular, que dejó hacer, lo que desmiente el carácter espontáneo e incontrolado de las masas.

Fue una manifestación de cólera popular, con los ingredientes propios de una celebración festiva, que se prolongó durante horas y en las que corrió el alcohol,  como testifica la dueña de un prostíbulo en alusión a una de sus pupilas: «…Que como queda dicho salió de su casa a eso de las cuatro o cinco de la tarde, hora en que ocurrieron los primeros hechos, y ya no volvió a verla hasta el día siguiente en que recuerda que estaba cansada la Consuelo, según decía ella, de tanto correr y de lo que había presenciado, la que tenía un gran dolor de cabeza, cree sería por el motivo de que el día en que ocurrieron los hechos con El Chipé estaba muy embriagada». También recuerda que decía, bajo el estado en que se encontraba, lo siguiente: «Qué lástima, Qué lástima». Los atestados reiteran el estado de beodez de los participantes: «…tiró de la cuerda donde llevaban atado el cadáver de un tal  Chipé, y si lo hizo fue porque estaba embriagada…» / «…cuando la testigo intervino con los elementos que dieron muerte al Chipé lo hizo completamente embriagada sin que pueda precisar los nombres de los demás que le acompañaban».
Fue una manifestación de cólera popular.


Se resalta la cooperación de las prostitutas, con toda su carga alegórica, al ocupar un espacio que tradicionalmente les está vedado. Los sucesos que llevan a la detención de aquel indeseable tienen lugar en la calle de Balcones Azules, a las puertas del barrio chino. La noticia se extendió pronto por el arrabal, provocando el subsiguiente revuelo, como recuerda la gobernanta de un burdel: «…al enterarse de los hechos cometidos por tal individuo con otro llamado el Patricio a quien hirió, salió dicha Jiménez Millán en dirección del lugar como también muchas mujeres más…» Su contribución se dejó notar. Una de las meretrices   confiesa, «…que iba detrás del cadáver y que le había dado con el zapato en la cabeza..».  Usan de su peculiar red de relaciones específicas: la vecindad que les presta el Molinete y su identidad de género como mujeres explotadas y ultrajadas por aquel proxeneta irascible. A esa intraversión se suma en ocasiones una conciencia de clase. Algunas son significadas por su ideología de izquierdas: «…es persona de mala conducta y antecedentes, cooperó en la muerte y arrastre del Chipé, y con el tacón de un zapato le golpeó en la boca después de muerto, continuamente vitoreaba la República y en unión de otras paseaba con la bandera comunista, roja exaltada». Están presentes trabajadores con adscripción reconocida. Se individualiza a Felipe Matarranz Manzano, enganchador de oficio, afiliado desde junio de 1933 al Sindicato Nacional Ferroviario de la UGT. A tenor de los informes del aparato represor franquista su compromiso militante no ofrece dudas: «…siempre figuraba en las comisiones que formaban los obreros cuando tenían que hacer alguna reclamación. Fue nombrado delegado sindical de control de la Compañía M.Z.A. en Cartagena. Durante su permanencia en ésta se manifestó como enemigo del Régimen Nacional-Sindicalista, haciendo constantes manifestaciones de que los fascistas eran gentuza e invasores». Su calificación es clara: «elemento rojo muy peligroso […] elemento muy destacado del Frente Popular. Propagandista y revolucionario […] Según se desprende de los informes adquiridos […] pertenecía al partido comunista, hacía bastante propaganda roja, era bastante marxista». A él se debe una de las iniciativas más impactantes: «…le oyó el testigo en repetidas ocasiones, al sacar un encendedor de bolsillo, decir —Con este encendedor le pegué fuego  al  gitano Chipé».
Prostitutas del Molinete.

El linchamiento puede ser interpretado como actuación vicarial de una represión de clase. Un mensaje claro a los adalides de Juan Vicente y a la finalidad buscada con su acción en aquella hora extrema: «Le echaron al cadáver una cuerda al cuello y lo arrastraron por la Plaza de España, calle del Carmen, Puertas de Murcia, Plaza del Ayuntamiento… Como en las estampas de las cóleras populares, tiraban de la cuerda las mujeres. Y la cólera y los gritos se dirigían contra los mandos agazapados en el Arsenal y en los cuarteles. Aquel cadáver era el cadáver del general de los Chipés».  El macabro espectáculo no olvidó en su recorrido   el domicilio de Ramón Mercader, donde se gritó: «Aquí tienes a tu protegido» y «tu cochero ha sido ajusticiado».

La detención y muerte de aquel sujeto cierra el círculo de la conspiración, que acaba fracasando por la desconexión e irresolución de los golpistas y por la actitud enérgica del gobernador militar —Toribio Martínez Cabrera—, de algunos oficiales y, sobre todo, de los auxiliares, marinería y buena parte de los trabajadores y de la población civil. Tanto Torres como algunos miemb
Ayuntamiento y Muralla del Mar.

ros de la familia Maestre fueron detenidos a los pocos días, perdiendo la vida a manos de civiles armados en las semanas siguientes. Llama la atención que Ramón Mercader, su jefe directo, saliese indemne y conservase su puesto en la renovada administración municipal. Alguna capacidad camaleónica debía tener y la debió utilizar en los primeros años de la dictadura franquista, cuando figura como secretario de la Junta Local de Fomento Pecuario de Cartagena.

Tras la ocupación de la ciudad por las tropas nacionalistas fueron juzgados por consejos de guerra los hallados relacionados con la muerte y linchamiento del maleante. Recibieron condenas por delitos de adhesión a la rebelión. Por tirar de la cuerda fue sancionada la prostituta Consuelo Jiménez Millán a 30 años de reclusión mayor, falleciendo en el hospital provincial el 17 de mayo de 1943. El mismo castigo recayó sobre su compañera, Dolores Arín Martínez, aunque fue indultada el 8 de marzo de 1947. Felipe Matarranz Manzano fue sentenciado a muerte, conmutándosele por 20 años y un día, saliendo a la calle el 18 de noviembre de 1948. Menos suerte cupo a Francisco Blázquez Sánchez, fusilado el 29 de mayo de 1941. Manuel Martínez Norte se exilió a Argelia, donde estuvo viviendo hasta la independencia del país en 1962; se trasladó a Francia siendo repatriado en diciembre de 1963 por conducta desordenada; condenado a 12 años y un día por auxilio a la rebelión, en el procedimiento no salió a relucir su intervención en la muerte del Chipé; fue indultado el 7 de agosto de 1964. Patricio Zaragoza Mira y Leopoldo Satorres Reverte —los agredidos por El Chipé— quedaron absueltos.

6.    la construcción simbólica de un imaginario colectivo

La profanación del cuerpo de Juan Vicente tuvo un enorme impacto social:

«…este suceso es del dominio público de Cartagena entera, por las salvajadas y atrocidades cometidas…» Los acontecimientos se amplifican en la tarde noche estival de un domingo de verano, con las calles principales de la ciudad ocupadas por un público festivo. Las impresiones retenidas son cita obligada de la memoria colectiva de la población, como reflejan los testimonios orales recogidos: «Todo el pueblo de Cartagena iba detrás de él, la policía le dijo: lárgate porque esta gente te va a matar y echa a correr, y uno de los que habían allí le pegó un tiro con antelación […] Fue un linchamiento, aún iba vivo por la calle del Carmen […] Yo lo vi que lo cogieron y lo llevaron amarrao [sic]. Lo amarraron con una cuerda y lo pasearon por Cartagena. Lo tiraron al agua, lo sacaron y lo llevaron por ahí dando vueltas […] iba mucha gente […] Lo vi cuando lo llevaron por la Plaza Mayor, cuando le pegaron fuego, allá arriba […] pero no ardió ni na [sic]. Iban mujeres y hombres y lo llevaban arrastrando […] Participó mucha gente y según iban gritando: ¡que están arrastrando al Chipé!, se iba incorporando gente y más gente que acudía a verlo. Las putas animaban…».

Queda por saber si son recuerdos vividos o inducidos. Una evocación imborrable por su repercusión social y su vinculación directa al comienzo de la guerra, pero sometida a la interesada manipulación ideológica. El suceso será reelaborado en la posguerra con la decidida vocación de subrayar el vacío de poder y el desbarajuste republicano. Se magnifica —fiel a la cábala justificadora de la intervención militar— el estallido social de la peor calaña, posible por la carencia de autoridad, cuando no por su complicidad. Todo sirve para justificar el derramamiento de sangre que seguiría. Nada se dice de las inten- ciones que guían los pasos del Chipé. Entre el mito y la propaganda.

El punto de partida es la declaración del cronista oficial: «…el populacho cercó la comisaría de policía, pidiendo a gritos que le entregaran el preso, lo hicieron las autoridades. Aquel desgraciado fue sacado de la comisaría, con pretexto de conducirlo a la cárcel y, una vez en las afueras de la ciudad, lo asesinaron a tiros y a puñaladas, entregando el cadáver a las turbas, lo amarraron por los pies y lo arrastraron durante varias horas por todas las calles de la población, terminando por rociarlo de gasolina y prenderle fuego…» Aún así, filtra —sin desearlo— la motivación política: «Al pasar el cadáver por las puertas del Círculo de Izquierda Republicana, sito en la calle Mayor, los socios, subidos a las sillas, aplaudieron frenéticamente a los hombres y mujeres que tiraban de la cuerda…».

El juez Dodero resalta el respaldo del poder local a aquella   acción: «Que para evitar los desmanes el que declara salió con el secretario Sr. Serra en un coche y pidió apoyo al alcalde y al jefe de los guardias de asalto, contestándole éstos que tuviera cuidado consigo mismo y no se opusiera a la voluntad popular, y que viéndose desamparado hizo constar estos extremos en las diligencias».  Su intervención se redujo al levantamiento de los restos: «En la ambulancia de la Cruz Roja y previa autorización judicial, fue trasladado el cadáver del Chipé al depósito de autopsias del cementerio municipal».

Es la línea argumental que recoge Arrarás: «Ninguna autoridad, ninguna fuerza había intervenido para evitar el crimen y el terrible espectáculo posterior. Cartagena ya era presa de las turbas». Le cabe salvar la responsabilidad policial y subrayar la inteligencia de la corporación municipal:

«El motín no arredra al comisario —sabemos que no estaba en su puesto—, que se niega terminantemente a la criminal pretensión; pero desde el ayuntamiento se le ordena que el gitano sea trasladado en un auto a la cárcel, situada en el apartado barrio de San Antonio Abad». No ahorra detalles escabrosos para enfatizar la violencia ciega de las masas, aunque de nuevo se escapa la imbricación política: «…ya muerto y casi laminado, amarran una soga a los pies del cadáver, y entre risas, cánticos y vivas a la justicia del pueblo lo arrastran por las principales calles de la ciudad. Después llevan el cuerpo,  convertido ya en informe despojo sangriento por las puñaladas y los golpes, al muelle de Alfonso XII, concurridísimo, como todos los días festivos, y lo cuelgan, para terror de unos y regocijo de otros, en el quiosco del café de La Palma Valenciana, en cuyo escenario, unos desgraciados faranduleros, para congraciarse con los bárbaros, le hicieron tema de sus chistes. Por último, descuelgan el macabro despojo, y otra vez lo arrastran hasta las Puertas de San José, donde hay un surtidor de gasolina, y rociándolo con ella le prenden fuego…».
Muelle Alfonso XII.
Les viene bien el concurso de las meretrices, uno de los elementos que más ha contribuido a fijar la iconografía de la furia popular: «Que intervinieron todas las prostitutas de Cartagena. En una palabra la hez de la ciudad que se ensañó con el cadáver del Chipé». La ingerencia del lumpen terciado siempre por aquellas mujeres— aparece en todas las descripciones de violencia de la retaguardia republicana suscrita por la propaganda franquista. Resulta paradigmática la Historia de la cruzada, que sienta las bases canónicas de tal visión. Lo extracta bien Javier Rodrigo: «…acuden al lugar de la refriega grupos heterogéneos de obreros, mozalbetes y arpías […] grupos de prostitutas asaltan el convento […] la noche insomne y libertaria los ha acoplado con partidas de prostitutas…».

La literatura de posguerra reproduce los contenidos validados por la historia oficial: «El Chipé fue detenido y trasladado a la comisaría de la Plaza de la Merced. / La noticia del suceso corrió por la ciudad rápidamente, y las masas se aglomeraron ante la comisaría, enardeciéndose con los agigantados detalles de primera hora. Los guardias quisieron imponer una autoridad tardía y fueron desbordados, hasta el punto de que los agentes temieron un asalto y se decidieron a dar suelta al detenido, no entregándolo al odio de la muchedumbre, como muchos pedían desaforadamente, sino llevándoselo en un coche, debidamente escoltado, hasta el Ensanche, donde le ordenaron que descendiese. Pero las turbas habían seguido a los fugitivos, y cuando el gitano se dispuso a escapar, fue cazado y linchado bárbaramente […] el gentío enardecido arrastró el cadáver por las calles de la ciudad hasta el muelle, donde lo colgaron en el alero del café La Palma Valenciana, mutilándolo horrorosamente y trasladándolo, por último, a las Puertas de San José, donde se hallaba emplazado un surtidor de gasolina. Allí lo rociaron con el inflamante líquido y le prendieron fuego». Todavía en fechas muy alejadas de los hechos, los rotativos siguen difundiendo, sin el menor pudor, la interesada versión: «En el Ensanche aquella noche empieza la tragedia de Cartagena; va por sus calles el cadáver de un hombre arrastrado por una chusma, dando el vergonzoso espectáculo de quemarlo, después de mutilarle órganos de su cuerpo».


7.    conclusiones

La escenificación de la violencia fue especialmente visible durante los años de la Segunda República, formando parte, tras el triunfo electoral del Frente Popular, de la estrategia de la derecha para desestabilizar el sistema vigente. Para llevarla a efecto recurrió a la coluvie, asistiéndose de este modo a la transubstanciación de la delincuencia común en política.

El haber criminal de Juan Vicente Fernández —con alguna muerte a sus espaldas— sirvió a la reacción para amedrentar a sus rivales. No fue un caso aislado. Bajo el ropaje falangista se pusieron en nómina a conocidos matones. Algunos trabajadores afiliados a partidos y sindicatos de clase estuvieron dispuestos a jugarse el todo por el todo y enfrentarse en la calle con aquellos sujetos. Su pasado asocial será utilizado por los ideólogos franquistas para poner en circulación la imagen recurrente y deformada de furia marxista.

El episodio del 19 de julio de 1936 cabe considerarlo como el último intento de la conspiración antirrepublicana para desnivelar la situación del lado de los golpistas. La muerte del Chipé puede interpretarse como fruto de una acción meditada para desarticular el proceso en marcha, en tanto la profanación de su cadáver como alivio a una presión extrema, alimentada por la conflictividad de los meses precedentes y sobrecargada con la irresolución del levantamiento militar. La búsqueda de un chivo expiatorio que concitase el odio popular abre la explicación de que no se manifestase ninguna oposición, de que nadie moviese un dedo para poner fin a la lamentable exhibición de un linchamiento en la tarde estival y dominical de una tranquila ciudad de provincias, de que las fuerzas de orden público dejasen hacer a las masas desbocadas. ¿Había desaparecido toda autoridad el 19 de julio de 1936? Hay que recordar que aquel desenlace había sido inducido por la corporación municipal, en conexión directa con el Frente Popular. No hubo desbordamiento civil ni espontaneísmo, sino encauzamiento revolucionario de una situación que amenazaba con desarbolar las conquistas expresadas en las urnas el 16 de febrero.

La acción del jaque no derivó en el enfrentamiento deseado y, a la postre, no desencadenó la esperada cuartelada. Confiados en exceso en las órdenes que debían partir de la Capitanía de Valencia, no se sintieron capaces de utilizar el incidente para suscitar la declaración del estado de guerra y sumarse al alzamiento rebelde. Su nivel de impreparación resultó determinante frente a la pronta respuesta de los defensores del orden republicano. En última instancia, focalizar la aversión general sobre aquel individuo podía dejarles a salvo.

El discurso articulado en la posguerra —desde las fuentes judiciales a las literarias— soslayó la mayoría de estos extremos, salvo aquellos que apuntaban al caos del momento. La participación del lumpen fue difundida de forma interesada. El bando vencedor supo sacar partido de aquel cataclismo, cuyos protagonistas incluía sin dificultad en los grupos marginales. El baladrón se convirtió en un gitano de derechas y sus asesinos en chusma. Luego no convino la primera significación pero sí la segunda. Una doble construcción simbólica de aquella muerte.

La violencia de clase ofrece así una destacada polisemia. La opción antidemocrática la empleó inicialmente como instrumento de disuasión —igual que otros encuadramientos— pero, a diferencia de éstos, la acabó utilizando para alentar réplicas que argumentasen intervenciones de más amplio alcance. Recurrió a individuos procedentes de los barrios bajos, cuya relación, llegado el caso, podrá desmentir. Las clases populares ejercieron la coacción sin intermediarios. Esa divergencia facilitó la manipulación posterior. El triunfo de las armas dio a los vencedores la posibilidad de reinterpretar la historia en beneficio propio. La acción de masas descrita sirvió para adjetivarlas de horda roja. Frente a las personas de orden —incontaminadas— la turba encanallada, el populacho delirante. Quedaba justificado el recurso a los generales, salvadores de la armonía social.

La invocación moralizante y constituyente de la represión estatuída —propia de la crónica negra— atendió a las demandas del nuevo Estado, necesitado de una catarsis en la que basar su nacimiento. Se inventa e impone un axioma que sataniza a las fuerzas de izquierda y ensalza la actuación salvadora de los militares golpistas. Se construye, en definitiva, un entramado simbólico con el que conformar su legitimidad, con el que lograr convertir su pasado en verdad irrefutable, buscando la dominación de la población en todos los ámbitos, incluido el de la memoria.