En el mundo de la creación poética de carácter popular
adquiere un papel preeminente en nuestro país el verso repentizado, el
repentismo, que en la Región de Murcia se conoce con el nombre de TROVO, una
creación, que a pesar de su carácter popular se encuentra incluída en la
Historia de la Literatura de la Región Murciana.
El TROVO anida en la misión poética del lenguaje y nos habla
de un pasado donde el verso repentizado, como elemento cultural y social
distintivo simbolizaba un don al alcance de unos pocos y sobrevive en el
presente, porque el trovo nace del pueblo para venir a morir en el propio
pueblo.
El gran trovero utiliza el verso como arma comunicativa y
arrojadiza contra su contrario; éste es el caso de los tres mayores troveros de
nuestra historia: José Rodríguez
Castillo, José María Federico Marín Martínez y Manuel García Tortosa,
conocido a principios del siglo XX como “El Valenciano”, aunque pasó a la
Historia como “El Minero”; los tres puntales del trovo cartagenero.
El movimiento trovero surge en una etapa de convulsión
económica en las que fábricas de Cartagena, como la de loza o la de cristal, y
minas de Almería, La Unión, Mazarrón o Águilas contribuyen enormemente al boom
económico. La actividad minera, que había permanecido siglos en el olvido, se
reanudó a mediados del siglo XIX superando el antiguo esplendor romano,
localizándose, sobre todo, en la Sierra Minera de La Unión, con explotaciones
de plomo, zinc y hierro, Este boom económico propicia el boom demográfico, y el
pueblo, sometido a horarios abusivos, reclama zonas de ocio.
La vida del minero, desde que se levantaba de la cama hasta
que volvía de la mina, estaba enfocada solamente al trabajo. La actividad
minera se centra en la sobreexplotación del minero, por la escasa reinversión
de los beneficios en la mejora de las condiciones de trabajo.
La vida del minero era una vida de sufrimientos, soledades y
peligros.
Los hombres y los muchachos, a quienes el patrón no
facilitaba ninguna vestimenta, trabajaban, debido al calor de las galerías, en
pantalones cortos, calzoncillos o taparrabos y cubrían su cabeza con una boina
o pañuelo anudado en las esquinas, mientras calzaban esparteñas o abarcas para
evitar que se les estropeara el calzado. El escaso alimento que llevaban desde
su casa consistía en algo de pan con salado (bacalao o sardinas), tomates,
fruta del tiempo y algo de tocino. A esta escasa alimentación se unía la lacra
de las malas condiciones de seguridad en el interior de la mina y las pésimas
condiciones higiénicas de las viviendas que habitaban.
Las diferencias económicas eran enormes; se establecieron
dos bloques sociales con enormes contrastes: de un lado, los empresarios que
amasaban enormes fortunas; de otro lado, el bloque integrado por la inmigración
masiva que venía de las provincias vecinas y por los miembros de las clases más
bajas, que percibían salarios miserables.
La sociedad
cartagenera y unionense de principios del siglo XX está integrada por una mezcla
de precariedad y esplendor: una clase alta que ha atesorado enormes fortunas,
que hace alarde de sus lujos, y que se relacionan exclusivamente entre sí, sin
tener contacto con los mineros y los trabajadores de las fábricas; grandes
mansiones modernistas que se simultaneaban con las chabolas donde se hacinaban los
mineros, con la deficiencia en infraestructuras, como agua potable,
alcantarillado, electricidad y dispensarios médicos u hospitales; burgueses que
gastaban en lujos, manjares y viajes, mientras que las familias trabajadoras
cobraban en vales canjeables en los comercios de los propios patronos, y vivían
en la incertidumbre de si morirían en la mina o a consecuencia de las pésimas
condiciones higiénicas en que se desenvolvían.
Es en estos momentos cuando la presión sobre los escasos
salarios de los mineros y la creciente situación de paro, incrementa la
conflictividad social y las reivindicaciones obreras. Los mineros luchan por
mejorar sus condiciones de trabajo, jornadas devastadoras, trabajo de día y de
noche, días laborables todo el año, incluyendo domingos, salvo Carnaval, Semana
Santa, Ferias y Navidad.
Las duras condiciones a que
estaba sometidos los trabajadores de la sierra minera llegaron incluso a
traspasar la costra de insensibilidad de ciertos responsables políticos:
«Un gobernador civil de esta
Provincia, que abominaba del anarquismo, fue invitado a visitar los trabajos
subterráneos de una mina y las condiciones en la que vivían estos mineros, por
curiosidad aceptó. Examinó las galerías y vio a los obreros ocupados en sus
trabajos, visitó sus hogares y a sus familias, comprobó en que ocupaban el poco
tiempo libre que les dejaba el trabajo. Su asombro fue grande, pero no dijo
nada. Una vez en su despacho y a la pregunta de su secretario de cómo le había
ido la visita, respirando, exclamó conmovido:
- Ahora me explico el
anarquismo...»
En este ambiente surge, como lugar para las escasas
ocasiones de ocio, el conocido habitáculo café-cantante, que prolifera a
principios del siglo XX, y triunfan tres tipos de festejos: los boleros, el
pre-flamenco, y el repentismo poético que tiene lugar en ventorrillos, cantinas
y bares, y se conoce como trovo. El trovo aparece en los carteles junto a los
cantaores flamencos, cantaores de coplas, cantantes de boleros y bailes.
Y en uno de estos locales es donde, en 1913, se organizó una
velada trovera con el fin de recaudar fondos para la caja de resistencia del
sindicato minero y para la equipación de la Casa del Pueblo.
Se trata de la llamada “Velada Social” de Portmán, entre los
troveros José María Marín y Manuel García Tortosa “El Minero”,
correspondiéndoles, al asignar los papeles, al primero el papel de defensor del
patrón y al segundo el del defensor del minero.
Esta velada, de la que tanto se ha hablado, pero muy poca gente conoce, debía ser dada a conocer al público, y ningún lugar mejor para ello que el Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy, donde la Asociación Memoria Histórica de Cartagena, dentro del festival de Poesía Deslinde, llevó a escena la versión ligeramente reducida de esta controversia trovera, gracias a la colaboración de la Asociación Trovera José María Marín.
Para hacer más ágil el desarrollo de la velada, los papeles de cada uno de los troveros fueron asumidos por dos personas en diferentes momentos y se alternó el trovo cantado y recitado.
REPARTO:
Trovero Marín: José Martínez, "El Taxista" y Juan Diego Cebrián.
Trovero "El Minero": Juan Santos Contreras, "El Baranda" y Miguel Ángel Cervantes.
Cantaores; Alfonso Conesa, El Levantino" - Juan Ramón Molina - Juan Bernal, "El Pulga" - Juan Santos Contreras, "El Baranda".
Guitarristas: Ángel Herrero - Juan Martínez, "El Mergo" - Juan Ros.
Tabernero: Andrés Flores.
Tabernera: María Andreu.
Esta recreación será emitida a través del canal de YouTube de la Asociación Memoria Histórica de Cartagena el martes, 31 de marzo de 2021, a las 19:00 horas.