domingo, 16 de septiembre de 2012

Julia Rufo, nunca faltaron flores camino del cementerio minero hasta que murió… en honor de los fusilados por los franquistas.


La historia de una mujer que anonimamente desde pequeña hasta que murió hace unos años y en plena dictadura siempre puso flores donde las tropas fascistas fusilaron a cientos de mineros de la Cuenca Minera de Riotinto, en el camino que conduce al cementerio de Nerva.



 Carmelo Rufo.- Riotinto (Huelva) 14 Septiembre 2012

Era noche cerrada, oscura, triste… Las calles estaban desiertas. En ellas se respiraba angustia, miedo, desesperación. Una sombra furtiva se desplaza sigilosa por entre la penumbra, buscando el rincón más oscuro para que su presencia no fuese descubierta por aquellos que sisean, armas al hombro, bajo la ínfima luz de un cigarro en la esquina.
La sombra, al igual que su dueña, era pequeña; Julia era su nombre, el nombre de la persona que se escondía y avanzaba sigilosa por entre las calles de Nerva. Poco antes de que oscureciera aquel día, Julia había llorado, había apretado los labios y los puños, con la impotencia del que ve como la barbarie actuaba en forma de detenciones sin sentido. Bien sabía Julia que aquellas personas no pasarían la noche en el calabozo, ni en dependencias del ayuntamiento.
Ella había visto el camión aparcado y sabía que en él habría gente que daría un último y corto viaje. ¡NO! No iba a permitirlo; algo tenía que hacer… Ella estaba acostumbrada a luchar, a enfrentarse a muchísimas dificultades desde que naciera allá por el año 1882 en Higuera de la Sierra. Ella se había enfrentado a la vida y a la época siendo madre soltera; sabía bien lo que era pasar calamidades, penas e injusticias; y aquello que había ocurrido le quemaba por dentro, la ahogaba como los humos de las teleras de cuando ella era pequeña.
No podía quedarse tranquila en casa en aquella noche cerrada, oscura triste… Julia estaba cerca de su destino. Le pareció adivinar la sombra de la vieja tapia del muro. Sabía perfectamente por donde iba a entrar. Lo haría por la parte donde el muro tenía menos altura, debido a un pequeño derrumbe que aún no habían arreglado.
A pesar de su determinación y arrojo; Julia necesitó detenerse antes de saltar. Le faltaba el aire, el corazón parecía volar en su pecho. Fue entonces cuando se acordó de su familia, aquellos por los que tanto había luchado… ¿Qué les pasaría si le cogían allí dentro?. Durante unos segundos, Julia vaciló; estuvo a punto de dar marcha atrás, pero con un silencioso y hondo suspiro se repuso y decidió hacer lo que había venido a hacer.
Saltó la tapia y al caer se quedo inmóvil, abriendo los ojos hasta que le dolieron; intentando oír algo, rezando para que ninguno de los del arma en el hombro estuviera por allí. Sus pasos se hicieron más lentos; su menuda figura más pequeña; y fue avanzando hasta la maldita fosa; el “bujero” como le decía ella. Allí, las balas disparadas por la sin razón, por las mentiras, por las envidias, por el odio; habían masacrado, aniquilado las vidas, los sueños… Julia estaba paralizada, se dio cuenta de que no sabía qué hacer, como seguir. Recordó que se había prometido a sí misma ir hasta cementerio en plena noche para ver si alguien había quedado con vida.
Ella sabía que al día siguiente serian sepultados; y que si alguno daba señales de vida le darían “el tiro de gracia”. Julia palpaba los inertes cuerpos. Sentía como sus manos se empapaban de un tibio liquido que reconoció por el olor…SANGRE. Reconocía las caras lívidas, a pesar de la oscuridad… Fernando, Pepe, Ramón… Si, los conocía a todos… Desesperada, Julia comenzó a llorar cuando vio que no podía mover todos los cuerpos que grotescamente se habían apilado en “el maldito bujero”.
A punto estaba de desistir cuando un gemido ahogado, casi de inframundo llegó a sus oídos… ¡SI, había alguien vivo! Doblo sus esfuerzos sacándolos de Dios sabe dónde y logró sacar al mal herido de la fosa. No tenía nada con que aliviar el dolor de aquel hombre, solo sus palabras, con las que intentaba, al menos, tranquilizarle. Se rasgó la larga falda del vestido que llevaba y con los jirones de tela que obtuvo pretendió taponar la herida que identificaba mas por el caudal de sangre que por otra cosa.
No podía hacer nada más allí… A duras penas, y a pesar de su poca corpulencia, logro llevar a aquel hombre hasta la hilera de nichos que había cerca, y dejo al herido en uno de ellos. Volvió sobre sus pasos, pero ya sin la lentitud y precaución del principio, y llegó sin aliento a las primeras casas del pueblo. Procuro tranquilizarse, respiro hondo y se encamino a la casa del herido que había dejado en el cementerio.
Tras el postigo de aquella pobre puerta se “barruntaban” gemidos y llantos de niños que se mezclaban con suspiros de una mujer apenada. Más que llamar o tocar en la puerta; julia la araño como un gato hasta que sintió como la “tranca” del postigo caía casi sin hacer ruido. Al abrirse este la tenue luz del interior casi cegó a Julia; acostumbrada ya a la oscuridad aquella noche. “Antonia; no te asustes; soy Julia Rufo”, dijo Julia calmando a la inquilina de la casa. “Ay Julia, ay, que pena más grande” sollozó Antonia, a modo de respuesta. “No llores más, mujer. Juana- dijo Julia dirigiéndose a la madre de la afligida esposa del herido- lleve usted los niños a la habitación”. Cuando se quedaron solas, Julia le explico lo que había hecho, le contó a su vecina donde podía hallar a su marido. La esposa de este, junto a su cuñado fueron al sitio que les indico Julia desde la misma tapia; y luego Julia se marchó a casa.
Lo que restó de noche la paso sin dormir. Limpiando la sangre de sus manos y ropas. Mirando a su hijo que dormía plácidamente ajeno a todo. Cuando el sol empezó a alumbrar la “tierra colorá” Julia suspiraba asomada a la pequeña ventana de su humilde casa. Ella estaba viendo un nuevo amanecer, y alguien, escondido Dios sabe dónde, estaría viendo un nuevo amanecer gracias a ella…

Esta historia que acabais de leer, podría haber ocurrido tal que así. Julia existió, su nombre era Julia Rufo Alcaide ( Higuera de la Sierra 1.882- Nerva 1.985). Su bisnieto es mi amigo y compadre Carmelo Rufo, sí; Carmelo “el de El Epoca”, a quien por cierto, aún no se le ha nombrado hijo adoptivo de Riotinto, dicho sea de paso. que habla de su abuela Julia (nunca le dice bisabuela, que es lo que era) con cariño y orgullo.
Recuerda Carmelo como su “abuela” le contaba esta parte de su vida en la que se jugaba la vida para ir a ayudar y socorrer a los posibles supervivientes de los fusilamientos en Nerva ( de uno u otro bando). Ella no miro si eran republicanos o falangistas. Carmelo se emociona cuando recuerda como algunos ancianos de Nerva le aseguraron, al cabo de los años, de que aquellas historias eran verdad; y que no fue una sola vez…Julia repitió aquello en varias ocasiones, sin importarle su seguridad y poniendo en riesgo su propia vida. Recuerda incluso , como a su casa en la década de los 70 , llegaban paquetes con regalos en Navidad.
Eran regalos de aquellos que Julia salvó y sacó de las fosas en Nerva antes de que los enterraran pensando en que estaban muertos. ¿Os imagináis lo que esta buena mujer sentiría cuando sacaba alguien vivo de las fosas? ¿Y qué pensaría cuando no había supervivientes? ¿Cuántas familias no sufrieron gracias a Julia Rufo? Considero que esta es otra historia que ha de conocerse por los habitantes de la Cuenca Minera. A su bisnieto, Carmelo, le agradaría saber si alguien más recuerda aquello que realizó su bisabuela jugándose la vida. Yo le he dicho que quizás; ¿Quién sabe?; algún familiar de alguna de aquellas personas podría leer esto, y por qué no; podrían reunirse para hablarlo y recordarlo. Si eres una de esas personas, no dudes en ponerte en contacto.
Creo de verdad que Julia Rufo nos dejó una gran enseñanza sin saberlo…”Que más da nuestras ideas, nuestros pensamientos, creencias o afinidades…Somos vecinos y deberíamos ayudarnos los unos a los otros para así lograr que esta “tierra colorá” salga adelante…” La historia de Julia Rufo merece ser recordada y conocida. Madre soltera en aquellos años… perdió a un hijo… otro hijo suyo estuvo escondido casi tres años en los montes, y ella le llevaba comida y ropa a hurtadillas…

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