La Transición que se inicia tras la muerte del dictador consiste, entre
otras cosas, en hacer olvidar que Juan Carlos estaba allí
LoQsomos, - 24 septiembre 2012
La historia oficial nos dice, si algo dice, que, desde que el Seat
600 se extendió por España hasta la muerte de Franco, no pasó
prácticamente nada. Todo era un tran-tran gris y cateto, vale; los
Pirineos seguían muy altos, vale; pero ya la fiera casi no mordía. Nadie
luchaba, y toda la oposición y sectores nucleares del propio Régimen
coincidían en una misma y única estrategia de acción política: esperar a
que Franco se muriera. De modo que el franquismo ya no era franquismo,
sino una protodemocracia con mucha paciencia.
El resultado es que el periodo que va de mediados de los sesenta a
mediados de los setenta es uno de los más desconocidos de la reciente
historia de España. Aquellos años de durísima lucha por la libertad se
han borrado de la pizarra, hasta el extremo de que las voces
“antifranquismo” y “antifranquista” ni siquiera están recogidas en el
Diccionario de la Real Academia. La ignorancia, no sólo entre los más
jóvenes, es aterradora. Todo para insuflar aliento al gran engaño y al
gran olvido que vinieron después y aún continúan.
Paralelismo sangriento
El principio y el fin de ese periodo tienen muchos paralelismos.
Se abre con sangre: el 20 de abril de 1963 Julián Grimau es fusilado
(1). El 17 de agosto de ese mismo año, Francisco Granados Data y Joaquín
Delgado Martínez son ejecutados a garrote vil. Todo ello tras sendos
Consejos de Guerra sumarísimos. El gobierno franquista ratificó las
penas de muerte por unanimidad, lo que incluía, naturalmente, a Manuel
Fraga Iribarne.
El periodo se cierra con un auto de fe sangriento. Tras sus
correspondientes Consejos de Guerra sumarísimos, el 27 de septiembre de
1975, un Franco moribundo, y su consejo de ministros, también por
unanimidad (2), hacían fusilar a 5 militantes antifranquistas. Tres de
ellos eran del FRAP: José Humberto Baena Alonso, de 25 años, José Luis
Sánchez Bravo, de 21, y Ramón García Sanz, de 27. Otros dos, de ETA:
Juan Paredes Manot, de 21 años, y Ángel Otaegui, de 33.
José Antonio Sáenz de Santamaría –padre de la actual vicepresidenta
de gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría–, entonces general jefe del
Estado Mayor de la guardia civil, dirigió parte de los preparativos de
esas ejecuciones.
Otro paralelismo: en ambos casos, la presión internacional aísla al
Régimen. Por todo el mundo hay manifestaciones de condena, son retirados
embajadores, hay peticiones oficiales –hasta papales– de indulto… Nada
sirve.
Y el paralelismo básico: al principio y al fin de ese periodo
confluían dos tendencias: la progresiva acumulación de luchas obreras y
populares, y el agotamiento de un determinado modelo económico. En
resumen, en ambos casos, se daba la necesidad de un cambio de ciclo que
el franquismo, no ya Franco, quería controlar y dirigir a su
conveniencia (aperturismo/Transición). Y lo hacía, también en ambos
casos, incorporando nuevos gestores al sistema y golpeando, a muerte y
con idénticos métodos, a la izquierda que le cuestionaba o podía llegar a
cuestionarle. A fines del mismo año 1963 en que fueron asesinados
Granados, Delgado y Grimau era aprobado el I Plan de Desarrollo
(1964-1967). Entre estos asesinatos y la Ley de Prensa de Fraga (1966)
transcurre el mismo tiempo –tres años– que entre los fusilamientos de
1975 y la aprobación de la Constitución monárquica (1978).
Cuatro días después de los fusilamientos, el 1 de Octubre de 1975,
Franco y el entonces príncipe Juan Carlos presiden, desde el balcón del
Palacio de Oriente, una concentración de reafirmación fascista. La
Transición que se inicia tras la muerte del dictador consiste, entre
otras cosas, en hacer olvidar que Juan Carlos estaba allí. Y que había
sido designado por su acompañante en aquel balcón, y que había jurado
los principios del Movimiento Nacional. Y hacer olvidar también que se
había torturado y asesinado, y los nombres de los que habían torturado y
asesinado, y de los que habían orquestado y presidido simulacros de
juicio para avalar condenas preestablecidas… Y la ilegitimidad radical
de esas condenas. Y la ilegitimidad radical del Régimen de Franco y de
su sucesor en la Jefatura del Estado.
(1) Grimau fue brutalmente torturado en la DGS y arrojado por la
ventana desde una segunda planta, con las manos esposadas. El entonces
ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, declaró que el
detenido había recibido un trato exquisito por parte de la Policía, y
que se había arrojado desde la ventana por voluntad propia.
(2) Buena parte de ellos continuaron su actividad política, sobre
todo en Alianza Popular y en el Partido Popular. Un caso curioso es el
de Fernando Suárez González, ministro de Trabajo y Vicepresidente de
Gobierno en 1975. En relación a aquellas sentencias dice: “Era muy
difícil no aplicarlas porque era un momento en el que a Carlos Arias lo
acusaban de debilidad. Y hubo cinco ejecuciones, las últimas en España
(…) Yo no estaba de acuerdo, eso lo sabe todo el mundo; no soy
partidario de la pena de muerte. Entonces el problema era si dimites o
no dimites.». Y no dimitió. Con esos precedentes, fue nombrado miembro
de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en 2007.
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