jueves, 13 de septiembre de 2012

Nicolás Gil Lavedra cuenta la historia de Estela de Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas de la Plaza de Mayo, en 'Verdades verdaderas', que llega a las salas el 21 de septiembre

Fotograma de 'Verdades verdaderas. La vida de Estela', dirigida por Nicolás Gil Lavedra.

Fotograma de 'Verdades verdaderas. La vida de Estela', dirigida por Nicolás Gil Lavedra.

BEGOÑA PIÑA Madrid 11/09/2012
La dictadura militar argentina practicó desde el Golpe de Estado de 1976 una política de terror que se saldó con 30.000 asesinatos. En esos años, muchos de los niños que nacieron en las cárceles y en los centros de represión fueron robados y los propios secuestradores los inscribieron como sus hijos. Las madres de las víctimas constituyeron una asociación, hoy Abuelas de la Plaza de Mayo, desde la que emprendieron la tarea de buscar a sus familiares desaparecidos. Ahora, más de treinta años después, han sido restituidos 106 nietos y las Abuelas han sido postuladas en dos ocasiones para el Premio Nobel de la Paz. Nicolás Gil Lavedra cuenta en el cine la vida de Estela de Carlotto, presidenta de la asociación, en la película Verdades verdaderas. La vida de Estela, que ha conquistado ya varios premios internacionales, entre ellos el Signis y el Wacc de Derechos Humanos.
Protagonizada por la prestigiosa actriz Susú Pecoraro, la película es un cúmulo de aciertos y de excepciones. La primera de éstas es la edad de su director, 28 años, pocos para haber conseguido un relato tan maduro y auténtico, desde el que se hace una implacable denuncia y una reivindicación de la memoria necesaria. La segunda es la ausencia total de referencias políticas para concluir un filme absolutamente político. Además, Verdades verdaderas destaca por la inexistencia de secuencias de violencia explícita, dejando, sin embargo, clarísimo el peligro que corrían los ciudadanos argentinos en la dictadura. Y uno de los mayores aciertos de la película es el de mirar aquellos años de represión desde el ejemplo individual de una mujer, logrando de forma natural la empatía del espectador. Hasta el momento, no ha habido una sola proyección de este filme en el que el público no se ‘quiebre', como dice el director. Las lágrimas se han repetido en cada sesión y ello sin trucos efectistas ni música intencionada -solo hay doce minutos de música en la película-, simplemente con el relato honesto del amor de una madre y una abuela. Alejandro Awada, Inés Efrón y Laura Novoa acompañan a la protagonista, en este filme, con guion firmado por Jorge Maestro y María Laura Gargarella.
Al finalizar la película habían aparecido 105 nietos, ahora ya son 106.
Sí, ha sido restituido el 106, así que la película quedó vieja.
Es bastante insólito para un joven de 28 años el interés por los desaparecidos de la dictadura, ¿esto le viene de familia?
Sí, yo soy hijo de la democracia argentina. No viví nada de lo que muestro en la película. Mi papá, Ricardo Gil Lavedra, es un activista de los Derechos Humanos y fue uno de los jueces del Juicio a las Juntas Militares. Mi mamá trabaja en tribunales y ha sido asistente social de algunos de los primeros casos de los desaparecidos. Así que crecí en una familia donde se hablaba de las madres, las abuelas, los nietos... Incluso a éstos los traían a casa. En Argentina hubo dos casos muy polémicos y dos de estos nietos, antes de ir a conocer a sus padres, estuvieron en mi casa una semana.
¿La película nació del encuentro con esos chicos?
No. Yo estudiaba Derecho, trabajaba media jornada y con el salario me pagaba una escuela de cine por la noche. El 24 de marzo de 2004, escuché el discurso de un nieto restituido y me quebré. Yo tenía 20 años y, aunque lo sabía, todavía no podía creer que en mi país hubiera gente que hubiera sufrido eso. De ahí salió el cortometraje Identidad perdida. Y desde ahí me acerqué a las Abuelas de la Plaza de Mayo. Toqué la puerta de las Abuelas, las llevé el guion y me enamoré de Estela de Carlotto. Antes solo la había visto en la televisión.
Hay muchas películas sobre la dictadura en su país, ¿no mostrar escenas de violencia es su manera de no repetirse?
Había que contar la dictadura puertas adentro, contar el drama más humano. Para mostrar más había que evitar repetirse. La dictadura se ha contado tan bien, Garage Olimpo... Tenemos 200 películas sobre la dictadura y ahora, si queremos seguir luchando por la memoria, tenemos que ser creativos. Yo quería contar la historia a través del personaje de Estela de Carlotto, entender a todas las mujeres a través  de ella. Y ella estuvo tres años diciendo que no. Necesitamos la memoria para que no vuelva a pasar aquello, tenemos una democracia muy joven. El arte ayuda a sacar y a contar.
Ha evitado también las referencias políticas, pero ¿la intención era, como finalmente sucede, hacer cine político?
Cualquier cosa que hace el ser humano está hablando de política. Mi película no es partidaria, porque el tema no es partidario, es un tema de toda la Humanidad. Y hay que procurar que no vuelva a pasar. Las Abuelas son de todos los argentinos. Yo soy hijo de un diputado de Unión Cívica Radical y de una militante peronista, y en mi familia se puede discrepar de todo, pero nunca sobre las Abuelas. Cuando se ve una película y luego hablas de ella, ya estás haciendo política. Y entonces, por más que parezca viejo el tema, sigue siendo nuevo.
En España hay una corriente que critica duramente el que los cineastas hagan películas sobre la dictadura franquista, ¿qué opina usted de ello?
Muchos espectadores españoles se han acercado a agradecerme que haya hecho esta película, creo que conecta, en cierto modo, con sus experiencias personales. Lo que nos pasó a nosotros fue que en los noventa no se hablaba casi del tema, de la dictadura, parecía que era ya algo viejo. Pero no era así. Y el cine nos mostró lo peor de la dictadura, fue necesario ver cómo los militares habían destrozado a los jóvenes. No sé si es la manera, pero a lo mejor mostrar lo peor del franquismo, ayudaría. En ciertas cosas, si hay que ser morbosos, hay que ser morbosos. A veces hay que mostrar lo más crudo, para que el que miró para otro lado vuelva a mirar donde hay que mirar. Es la única manera de seguir adelante. Perdonar no significa olvidarse. Desde mi humilde opinión, España se olvidó.
¿Nunca le preocupó fallar en algo y que la película afectara a la imagen de Estela de Carlotto y de las Abuelas de la Plaza de Mayo?
No fui consciente de esa responsabilidad hasta que vi la película. Viendo el penúltimo montaje, yo me quebré y pensé: "Pero ¿qué hice?" Me asusté.
Han sido muchos años con este proyecto y con las Abuelas de la Plaza de Mayo, ¿ha vivido muchas emociones, ha hecho descubrimientos?
Han sido siete años de todo tipo de emociones. Pero, sobre todo, me enamoré del amor que hay en la casa de las Abuelas. Cuando fui por primera vez, no me conocían de nada, y me sentaron, me dieron un café, me contaron cosas de sus hijos y nietos... Yo tenía 20 años y estaba con estas grandes mujeres y pensaba que eran como mi abuela. Lo mejor fue sentir todo ese amor. He vivido muchos festejos, he visto aparecer a algunos nietos... Hay mucha alegría en esa casa de las Abuelas.
¿Usted cree que los hombres hubieran tenido esa alegría de la que habla?
No, el hombre frente a la pérdida se apaga, le cuesta más. Ellas se apoyan en sus familias. Estela me ha dicho muchas veces que el dolor por la muerte de su hija no se lo va a quitar nadie y el dolor de 34 años buscando a su nieto Guido, tampoco, pero cómo no va a agradecer a la vida por todo el amor que recibe, por el amor de las otras abuelas... En ellas está la grandeza del ser humano.
¿La realidad de la historia de Estela fue tal y como se cuenta en el filme o fue más dura?
Fue mucho peor, rodamos cosas que luego, cuando las vimos, pensamos que nadie iba a creerlas. Cuidamos mucho ese límite. Estela sabía quién era el hombre que mató a su hija, cada mes iba a pedir que un juez se lo llevara preso. Eso es, justicia. Es la única manera que hay.
Dicen que la crisis que sufren estas personas, los hijos de los desaparecidos, al conocer la verdad, es una de las peores que puede sufrir un ser humano.
Descubren que sus padres están muertos y que tienen una familia que no conocían, y se dan cuenta de que a la otra, con la que han crecido, la están perdiendo. Victoria Montenegro, una de las nietas recuperadas, tardó ocho años en poder decir que se llamaba Victoria. Y cuidó a su apropiador, a pesar de que supo que era el hombre que había matado a sus padres.
A algunos alguien se lo dirá, pero los otros, ¿van a las Abuelas por una sensación, una intuición?
Hay de todo, también hay gente que se acerca y luego no es hijo de desaparecido, pero, al menos, se sacaron la duda. Lo impresionante es lo de la genética. Más allá de la prueba de sangre, hay gente que acude por el recuerdo de una nana, de unos olores... Juan Cabandié (el nieto recuperado número 77) soñaba que se llamaba Juan. La genética puede más.
De esta lucha nació el primer banco de datos genético, ¿es otra cosa que les debemos a estas mujeres?
Sí. Nadie sabe eso, pero la historia fue que una de las Abuelas leyó en su casa la noticia del ADN, cuando nadie sabía qué era eso. Las Abuelas llamaron entonces a científicos exiliados y les preguntaron. Uno de ellos hizo una prueba y de ahí salió. Hoy hay bancos genéticos en todo el mundo al estilo del que inventaron estas viejas. El ADN por los huesos también lo descubrieron ellas. Es ese amor de madre lo que rompe todo.
¿Qué pasa con los apropiadores?
Depende de las circunstancias. Hay adopciones legales, sin conocimiento, que muchas veces han ido voluntariamente a ponerlo en conocimiento de las autoridades. Ahí, las Abuelas arman un plan de integración. También hay casos de personas analfabetas, gente que recibía un bebé y no sabía. Esos tienen penas de seis meses. Pero hay condenas de cadenas perpetuas también.
La película tiene un presupuesto medio, ¿tal vez insuficiente para una película de época?
La hemos hecho con cinco millones de pesos. Lo que nadie sabe es que la UNESCO nos prestó un lugar en su edificio, el que fuera la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), (uno de los centros de detención y tortura más siniestros de la dictadura), uno donde más gente mataron. Allí recreamos todo, la casa de la familia, la comisaría... Las Abuelas nos prestaron cien elementos de la casa real. Pero mi filosofía es la de que menos es más. Con el presupuesto medio que teníamos yo aposté por enfocarles a ellos, por estar en ellos y proyectar eso al espectador, que es mucho más grande que si todo te lo muestro yo.
¿Cree que llegará  a la gente más joven?
Sí. Cuando tenía veinte años me di cuenta de que mis amigos no hablaban de estas cosas, por eso creo que al contar las historias de otra manera, les tienen que llegar. No es lo que ya vieron, es otra cosa, ven que ésta es una familia como la suya. Y te das cuenta de que esto pasó ayer y ahí se produce un click.
¿Tienen relevo las Abuelas de la Plaza de Mayo?
Sí. Algunas ya no están, la mayor tiene 91 años y hay otras de alrededor de setenta. Pero están los nietos y los hijos que colaboran con ellas. Y la sociedad. Yo no busco a nadie y busco a todos.

Estela de Carlotto, una activista reconocida mundialmente

En noviembre de 1977 los militares secuestraron a Laura Estela de Carlotto, hija mayor de Estela. La chica estaba embarazada de tres meses. En abril del año siguiente, Estela comenzó a participar en las actividades de las Abuelas de Plaza de Mayo, desde donde siguió buscando a su hija y a su nieto, nacido en cautiverio el 22 de junio de 1978, y desde donde exigir la restitución de los niños robados.
Hoy es presidenta de la Asociación y ha sido reconocida en el mundo entero. Con decenas de premios y homenajes recibidos, lo mismo que la asociación, postulada en dos ocasiones para el Nobel de la Paz y merecedora en 2011 del Premio Félix Houphouet-Boigny por la Paz, que otorga la UNESCO.

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