domingo, 17 de junio de 2012

Último córner en Auschwitz

Campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, estación final de los trenes de la muerte. | Alberto Rojas
Campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, estación final de los trenes de la muerte. | Alberto Rojas

Ni la Historia ni por supuesto el índice ISBN hacen justicia a Tadeusz Borowski, tal vez el escritor del Holocausto menos traducido en España y el que mayor testimonio haya dado de la insólita presencia del deporte en los 'lager' nazis. Poeta armado con una ciclostil, miembro de la Resistencia y superviviente de Auschwitz y Dachau, su biografía es la de un Tintín eslavo: plena de avatares y con final súbito. Como la de Primo Levi. Como la de Paul Celan. Casi como la de Imre Kertész, firme notario del horror pese al número tatuado.

[foto de la noticia]

Confiesa el Nobel húngaro de Literatura que lo primero que vio al llegar con apenas 15 años al matadero de Mengele fue un hermoso campo de fútbol. El mismo que jamás halló en los documentos y planos del III Reich cuando después quiso buscarlo. Un terreno de ¿juego? -inaudita mariposa sobre el 'Arbeit macht frei'- que el polaco Borowski llegó a pisar una tarde, con el espanto a su espalda.
Así consta en su relato 'Los transeúntes'. Incluido en el volumen 'Nuestro hogar es Auschwitz' (Alba Editorial), podía haber servido de audioguía a las selecciones de Alemania e Italia en su reciente visita al lugar de los hechos.
"A comienzos de primavera empezamos a preparar un campo de fútbol en el descampado que había detrás de las barracas del hospital [...] Un domingo me tocó ponerme de portero [...] El balón salió fuera y rodó hasta la alambrada [...] En ese momento entró un tren en la rampa. La gente empezó a bajar de los vagones de mercancías y a dirigirse al bosque. Desde mi posición sólo se diferenciaban las manchas de color de los vestidos [...] Volví con la pelota y la golpeé hacia el campo. Comenzaron a pasársela unos a otros, hasta que volvió a la portería describiendo una parábola en el aire. La despejé a córner. Al levantarla del suelo me quedé petrificado: la rampa estaba vacía. No quedaba rastro de esa muchedumbre veraniega y multicolor. Los vagones también se habían ido [...] Volví con la pelota y se la pasé al que se disponía a hacer el saque de esquina. Entre mi saque de puerta y el despeje a córner, habían gaseado a tres mil personas a escasos metros de donde yo estaba".
No son las únicas letras del autor de 'Pasen al gas, señoras y señores' que invitan a cuestionar a Adorno. Además de otros viajes al centro del delirio nacionalsocialista, Borowski también deja constancia en su libro de una escena de aliento pugilístico a escasos metros de los hornos crematorios.
"Esta tarde he asistido a un combate de boxeo en el 'waschraum' [lavabo] grande, el lugar que fue al principio punto de partida de los transportes a las cámaras de gas. Nos dejaron entrar y nos acomodaron en la primera fila, a pesar de que dentro no cabía un alfiler. El cuadrilátero estaba en la enorme sala de espera. Habían instalado unos focos en el techo, contaban con un árbitro olímpico polaco y boxeadores de fama mundial. Los púgiles eran arios, ya que a los judíos se les prohíbe boxear. Era curioso ver a los mismos a los que día a día rompen los dientes, algunos de los cuales tienen ya la mandíbula vacía, apasionarse por Czoretk, por un tal Walter, de Hamburgo, y por un chico joven, que se han entrenado en el campo y que se ha convertido aquí en un boxeador de gran clase. El público recuerda todavía al número 77, que boxeaba contra los alemanes y vengaba en el ring los golpes que sus compañeros recibían en el campo".
Como Ryszard Kapuściński ('La guerra del fútbol'), Paweł Huelle ('¿Quién es Weiser Dawidek?') y Kazimierz Wierzyński ('El laurel olímpico', que incluye un poema dedicado al guardameta Ricardo Zamora), Borowski convirtió por instante el mundo en un balón. En el fragor de la Segunda Guerra Mundial, pocos lances balompédicos compiten en intensidad emocional con aquel al que él puso firma. Si acaso, el tristemente conocido 'partido de la muerte' que el FC Start y el equipo de oficiales de la 'Luftwaffe' disputaron hace siete décadas, con reciente y polémica adaptación cinematográfica (nada que ver con 'Evasión o victoria'). O las dos liguillas entre reclusos de Hitler que el periodista Aitor Lagunas evoca en el dossier 'Fútbol más allá de la alambrada' (revista 'Panenka' #00): las celebradas en la fortaleza medieval checa de Theresienstadt y en el campo de concentración de Mauthausen.
Dejó escrito Adam Zagajewski que 'Los poemas son breves tragedias, transportables como transistores'. Borowski renunció a la vida en su apartamento de Varsovia el 1 de julio de 1951. Justo 61 años antes de la Final de esta Eurocopa del Este.

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