En Puente del Arzobispo, mi pueblo, no hay fosas comunes. Nunca hubo un lugar para llevar flores. El rio Tajo fue la enorme sepultura donde fueron a parar los restos de todos sus habitantes que cayeron víctimas del franquismo
Río Tajo |
Público.es / Memoria Pública / 04-06-2012
Por eso, mi abuelo, Benito Carrasco Reviriego, no le cobijo la tierra ni hubo que buscar su cuerpo, se lo llevo el agua el 17 de octubre de 1936. Tenía 33 años, una esposa y tres hijos.
A mi abuelo le dieron “el paseo”, a él y a 12 mas. Les ataron las muñecas con un hatillo y les llevaron a una zona cerca del pueblo junto al río Tajo.
Uno ellos, consiguió escapar y lanzarse al rio ocultándose en casa de un familiar. Apareció en la posguerra y un familiar muy afín del franquismo, consiguió que le perdonaran, pero nunca habló de lo ocurrido aquella noche, aunque a una tía mía le dijo que, antes de morir le contaría quien asesinó a mi abuelo, pero nunca lo hizo, según él, por miedo.
A los doce restantes, les colocaron, en una gran piedra junto al río, los asesinaron, y los tiraron rio abajo. En una zona conocida como “La Hoz”, un recodo que hace el Tajo, quedaron atascados varios cuerpos, uno de ellos el de mi abuelo.
Alguien informó a mi abuela del hecho y fue al Ayuntamiento a solicitar al alcalde, que la autorizara a sacar el cuerpo de su marido y darle sepultura.
A lo que con muy cristiana generosidad, el edil, no solo no accedió, sino que ordenó que los cuerpos fueran empujados con hierros para que se los llevara la corriente. Unos de los voluntarios para tan “agradable labor”, fue el mismo familiar, que había ocultado al que se libró de ser fusilado.
En la partida de defunción de mi abuelo consta como: Muerto en descampado, sección del libro 25, página 185 con orden del 6 de julio de 1938. El resto de la familia fue deportada a Losar de la Vera.
Mi familia nunca se recuperó de semejante brutalidad. Asesinan al padre pero te condenan a vivir con ello toda la vida y algunas personas, como puede ser el caso de mi padre, aunque nunca habló de ello, nunca fue capaz de superarlo.
El único homenaje que se pudo hacer a mi abuelo y a sus doce compañeros de muerte fue una placa de cerámica en el cementerio del pueblo recordándolos.
Pero yo me pregunto ¿Porqué se tiene tanto miedo de que la verdad vea la luz ?
¿De verdad que un pañuelo, húmedo de lágrimas que no dejan secar, es una temerosa arma de ataque?
¿Cómo es posible que después de tantos años, de acabada la guerra civil, se vea peligroso que un hijo, una viuda o un nieto sea un provocador por querer exhumar los restos de un ser querido, para darles sepultura, junto a los suyos?
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