lunes, 11 de junio de 2012

El contubernio que preparó la democracia

Álvarez de Miranda, José Federico de Carvajal y Carlos Bru,

10 Junio 2012 
La dictadura los llamó "vendepatrias y traidores", las manifestaciones alentadas por el franquismo pidieron incluso la horca para ellos y un destacado periodista de aquel régimen, Emilio Romero, escribió que Franco "se los comía con patatas". Sufrieron el exilio o el destierro, la pérdida de empleos y hasta el desprecio de sus vecinos al regresar de un congreso europeísta celebrado en 1962 en Múnich (Alemania). La prensa franquista calificó aquel congreso como "contubernio", que según el diccionario de la RAE significa "cohabitación ilícita o alianza o liga vituperable". Desde aquella fecha, los opositores a la dictadura hicieron bromas y chanzas con la palabra y cualquier conspiración contra el franquismo se definía como contubernio.
Viajaron hasta Múnich 118 españoles pertenecientes a todas las fuerzas de la oposición al franquismo que, por primera vez desde la Guerra Civil, escenificaron en la capital bávara la reconciliación nacional, al tiempo que proclamaron su apuesta por la democracia y por Europa. Las primeras elecciones democráticas (1977) tardaron 15 años en llegar, y unos meses más tarde se aprobaba la Constitución.
"Los valores del congreso de Múnich están recogidos en la Constitución de 1978", señaló solemne Fernando Álvarez de Miranda, el pasado jueves en Madrid. Este veterano político democristiano, nacido en Santander en 1924 y que fue más tarde presidente del Congreso de los Diputados (1977-1979) y Defensor del Pueblo (1994-1999), ejemplifica la trayectoria de los participantes en aquel IV Congreso del Movimiento Europeo. En unas jornadas en la Casa de América, en Madrid, para celebrar el medio siglo de aquel congreso, celebrado entre el 5 y el 8 de junio de 1962, Álvarez de Miranda resumió así la reacción de la dictadura: "Franco temía que se reconciliaran los dos bandos de la Guerra Civil porque al régimen le interesaba recordar constantemente el conflicto, que no se borrara el enfrentamiento. Por eso el contubernio de Múnich resultó tan peligroso para el franquismo. No íbamos a derrocar a la dictadura, pero sentamos las bases de la democracia y del europeísmo".
La mayoría del centenar largo de dirigentes de la oposición congregados en Múnich procedía del interior de España y militaba en las filas monárquicas, democristianas, liberales, socialistas y nacionalistas del País Vasco y de Cataluña. Los comunistas enviaron observadores a la cita, aunque no participaron directamente en el contubernio. Viajaron en tren, en coche o en avión, salvando dificultades administrativas, y en la capital de Baviera se encontraron con dirigentes del exilio, como el líder del PSOE, Rodolfo Llopis, que habían abandonado España en 1939, al final de la Guerra Civil.
"Claro que hubo recelos entre dirigentes del interior y del exilio, de la derecha y de la izquierda", recuerda Carlos Bru, que fue eurodiputado del PSOE y uno de los impulsores del movimiento europeísta en España. "Pero era natural", agrega, "que los hubiera. Lo importante fue que se superaron buscando el consenso. El camino hacia la democracia y hacia Europa era lo que nos unía a todos".
Las conclusiones de Múnich, avaladas por el conjunto del movimiento europeísta de los países democráticos, subrayaron el reconocimiento de los derechos humanos, las libertades políticas y sindicales y la identidad de las regiones, entre otras cuestiones. El debate entre Monarquía o República fue soslayado, tras duras negociaciones, y se optó por un consenso en clave democrática. De este modo, el socialista Llopis confesó al monárquico Joaquín Satrústegui: "Si una futura Monarquía respeta la democracia, el PSOE respetará una Monarquía parlamentaria".
Esta reconciliación entre gentes que habían combatido en la guerra en trincheras distintas, como Satrústegui y Llopis, resultaba muy dañina para el franquismo. "El régimen nos regaló todo tipo de adjetivos ya que el contubernio fue para ellos una conspiración judeo-masónica, comunista y separatista vasca". Desde una silla de ruedas, pero con el entusiasmo intacto, el socialista José Federico de Carvajal, que fue presidente del Senado entre 1982 y 1989, exclama: "Los viejecitos de Múnich, con más de 80 años, estamos dispuestos a volver cuando haga falta".
Ahora no tendría consecuencias, pero en 1962 la policía franquista esperaba en estaciones y aeropuertos a los participantes en el contubernio. Algunos fueron desterrados a las islas Canarias, como Álvarez de Miranda y Satrústegui, que pasaron un año confinados en Fuerteventura. Otros fueron obligados a exiliarse, como el funcionario Carmelo Cembrero, que vivió en Luxemburgo y en Bruselas, y que en una siniestra medida perdió su empleo en el Instituto Nacional de Estadística por "incomparecencia en el trabajo". Sin comentarios.
Represalias profesionales, separaciones familiares, carreras truncadas y persecuciones policiales fueron peajes que tuvieron que pagar los del contubernio. Ahora bien, ninguno se arrepintió de haber puesto una primera piedra en la recuperación de la democracia. Como dice Carvajal, los pocos supervivientes volverían a hacerlo. Carlos Barros de Lis, hijo de Jesús, uno de los promotores de Múnich, define el sentimiento de las siguientes generaciones: "Todos los que asistieron a Múnich fueron allí por ideales. Es la lección que tenemos que aprender para recuperar hoy los ideales"

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