Álvarez de Miranda, José Federico de Carvajal y Carlos Bru, |
10 Junio 2012
La
dictadura los llamó "vendepatrias y traidores", las
manifestaciones alentadas por el franquismo pidieron incluso la horca
para ellos y un destacado periodista de aquel régimen, Emilio
Romero, escribió que Franco "se los comía con patatas".
Sufrieron el exilio o el destierro, la pérdida de empleos y hasta el
desprecio de sus vecinos al regresar de un congreso europeísta
celebrado en 1962 en Múnich (Alemania). La prensa franquista
calificó aquel congreso como "contubernio", que según el
diccionario de la RAE significa "cohabitación
ilícita o alianza o liga vituperable". Desde
aquella fecha, los opositores a la dictadura hicieron bromas y
chanzas con la palabra y cualquier conspiración contra el franquismo
se definía como contubernio.
Viajaron
hasta Múnich 118 españoles pertenecientes a todas las fuerzas de la
oposición al franquismo que, por primera vez desde la Guerra Civil,
escenificaron en la capital bávara la reconciliación nacional, al
tiempo que proclamaron su apuesta por la democracia y por Europa. Las
primeras elecciones democráticas (1977) tardaron 15 años en llegar,
y unos meses más tarde se aprobaba la Constitución.
"Los
valores del congreso de Múnich están recogidos en la Constitución
de 1978", señaló solemne Fernando
Álvarez de Miranda, el
pasado jueves en Madrid. Este veterano político democristiano,
nacido en Santander en 1924 y que fue más tarde presidente
del Congreso
de los Diputados (1977-1979)
y Defensor
del Pueblo (1994-1999),
ejemplifica la trayectoria de los participantes en aquel IV Congreso
del Movimiento Europeo. En unas jornadas en la Casa de América, en
Madrid, para celebrar el medio siglo de aquel congreso, celebrado
entre el 5 y el 8 de junio de 1962, Álvarez de Miranda resumió así
la reacción de la dictadura: "Franco temía que se
reconciliaran los dos bandos de la Guerra Civil porque al régimen le
interesaba recordar constantemente el conflicto, que no se borrara el
enfrentamiento. Por eso el contubernio de Múnich resultó tan
peligroso para el franquismo. No íbamos a derrocar a la dictadura,
pero sentamos las bases de la democracia y del europeísmo".
La
mayoría del centenar largo de dirigentes de la oposición
congregados en Múnich procedía del interior de España y militaba
en las filas monárquicas, democristianas, liberales, socialistas y
nacionalistas del País Vasco y de Cataluña. Los comunistas enviaron
observadores a la cita, aunque no participaron directamente en el
contubernio. Viajaron en tren, en coche o en avión, salvando
dificultades administrativas, y en la capital de Baviera se
encontraron con dirigentes del exilio, como el líder del
PSOE, Rodolfo
Llopis,
que habían abandonado España en 1939, al final de la Guerra Civil.
"Claro
que hubo recelos entre dirigentes del interior y del exilio, de la
derecha y de la izquierda", recuerda Carlos Bru, que fue
eurodiputado del PSOE y uno de los impulsores del movimiento
europeísta en España. "Pero era natural", agrega, "que
los hubiera. Lo importante fue que se superaron buscando el consenso.
El camino hacia la democracia y hacia Europa era lo que nos unía a
todos".
Las
conclusiones de Múnich, avaladas por el conjunto del movimiento
europeísta de los países democráticos, subrayaron el
reconocimiento de los derechos humanos, las libertades políticas y
sindicales y la identidad de las regiones, entre otras cuestiones. El
debate entre Monarquía o República fue soslayado, tras duras
negociaciones, y se optó por un consenso en clave democrática. De
este modo, el socialista Llopis confesó al monárquico Joaquín
Satrústegui: "Si
una futura Monarquía respeta la democracia, el PSOE respetará una
Monarquía parlamentaria".
Esta
reconciliación entre gentes que habían combatido en la guerra en
trincheras distintas, como Satrústegui y Llopis, resultaba muy
dañina para el franquismo. "El régimen nos regaló todo tipo
de adjetivos ya que el contubernio fue para ellos una conspiración
judeo-masónica, comunista y separatista vasca". Desde una silla
de ruedas, pero con el entusiasmo intacto, el socialista José
Federico de Carvajal, que
fue presidente del Senado entre 1982 y 1989, exclama: "Los
viejecitos de Múnich, con más de 80 años, estamos dispuestos a
volver cuando haga falta".
Ahora
no tendría consecuencias, pero en 1962 la policía franquista
esperaba en estaciones y aeropuertos a los participantes en el
contubernio. Algunos fueron desterrados a las islas Canarias, como
Álvarez de Miranda y Satrústegui, que pasaron un año confinados en
Fuerteventura. Otros fueron obligados a exiliarse, como el
funcionario Carmelo Cembrero, que vivió en Luxemburgo y en Bruselas,
y que en una siniestra medida perdió su empleo en el Instituto
Nacional de Estadística por "incomparecencia en el trabajo".
Sin comentarios.
Represalias
profesionales, separaciones familiares, carreras truncadas y
persecuciones policiales fueron peajes que tuvieron que pagar los del
contubernio. Ahora bien, ninguno se arrepintió de haber puesto una
primera piedra en la recuperación de la democracia. Como dice
Carvajal, los pocos supervivientes volverían a hacerlo. Carlos
Barros de Lis, hijo de Jesús, uno de los promotores de Múnich,
define el sentimiento de las siguientes generaciones: "Todos los
que asistieron a Múnich fueron allí por ideales. Es la lección que
tenemos que aprender para recuperar hoy los ideales"
No hay comentarios:
Publicar un comentario