Por Bárbara Mulberry
Los ojos de un niño graban imágenes que el resto no ve. Son
espectadores de lujo que enriquecen con su memoria el testimonio de la
historia viva. El Colectivo rescata el recuerdo de dos ojos que lo
vieron todo. Herminio Martínez fue uno de los niños vascos que en 1937
llegaron a Inglaterra huyendo de la guerra civil española. Hoy recuerda
para nosotros su historia y la de muchos otros que por una u otra razón
abandonaron España y recalaron en este país buscando un hogar.
“Vivo cerca del cementerio de Highgate. ¿Sabes dónde está? ¿Y
sabes quién está enterrado ahí?” De esta manera me indicaba Herminio
cómo llegar a su casa el día de la entrevista. Su acogedor piso, en
efecto, no dista mucho del lugar donde descansa Karl Marx. Reconozco que
entré a la entrevista con mal pie. La culpa fue de un audífono.
“Encantada de conocerle”, espeté con un torrente inmenso de voz. “Oye, -
me dijo- que tenga casi 80 años y lleve este aparato en el oído no
significa que esté sordo”.
Solventados los prolegómenos entramos en materia. Herminio fue uno de
los 4.000 niños que el 21 de mayo de 1937 embarcaron en el barco Habana
rumbo a Southampton. “Fue una travesía horrible. En un barco de 400
pasajeros nos metieron a 4.000 niños. Yo tenía 7 años y mi hermano 11.
Dormíamos en el suelo del salón. Tropezamos con una tormenta en el golfo
de Vizcaya y aquello fue espantoso, rodando por el suelo, devolviendo,
niños llorando pidiendo a gritos volver a Bilbao con sus padres…”.
El 23 de mayo desembarcaron. Mientras la banda de música de la
organización protestante Salvation Army tocaba, cientos de vecinos daban
la bienvenida a los niños. Pero ni la iglesia católica ni el Gobierno
británico compartían ese júbilo. “El Gobierno británico no nos
quería, había rehusado a aceptar refugiados de la guerra civil tras
firmar un pacto de no intervención. Decía que ayudando a los niños
habría menos bocas que alimentar en Bilbao y así se podría resistir
mejor al asedio de los franquistas. Y eso sería contravenir el tratado”.
Herminio destaca la solidaridad del pueblo inglés. “Estalló
un movimiento de apoyo en toda la sociedad inglesa, desde la clase
obrera hasta la aristocracia. Se formó el Comité de ayuda a los niños
vascos. Su presidenta era la duquesa de Atholl. Mientras que Lady
Cecilia Roberts dirigió una colonia en el norte de Inglaterra”.
Herminio me ofrece agua. La acepto pero él es el único que bebe. Tiene sed de contar cosas. “Los
niños comenzaron a ser reclamados por el gobierno franquista, muchas
eran reclamaciones falsas. Al final, unos 440 niños no fuimos requeridos
por nadie, unos porque sus padres habían muerto, estaban en la cárcel
o, como en mi caso, no tenían recursos para mantenerlos – mi madre
tenía otros cinco hijos que alimentar–. Algunos fuimos acogidos por
familias británicas. A mí me acogieron unos cristianos metodistas del
centro de Inglaterra a los 10 años. Con ellos comencé a ir al colegio y a
aprender inglés. Fueron buenos conmigo pero tuvieron dificultades
económicas y me devolvieron a la colonia”
De pronto Herminio parece necesitar una respuesta para proseguir su relato:
“¿Eres católica? Sí, le contesto. Verás, - continúa Herminio- junto a
nosotros llegaron desde España 100 profesoras, algunos auxiliares y
quince curas. Fue al repatriar a los niños cuando la iglesia católica de
Inglaterra consideró que los curas también debían volver ya a España,
pese a que algunos podían estar en peligro. Yo tengo una carta de un
cura llamado Orbegozo rogando, suplicando al Obispo que le diera trabajo
aquí, que le habían dicho que si volvía a España le matarían. La
respuesta del Obispo fue rotunda: Go back home!”. Le pregunté que pasó al final, por lo visto Orbegozo volvió a España pero no supo nada más sobre él.
Herminio habla un excelente castellano: rico en vocabulario y con
acento made in Spain. Su conocimiento de la parte de la historia que le
tocó vivir es comprensible pero el resto… ¿quién le educó? “Estuve
en ocho colonias y con tanto viaje fue imposible formarse. Además
empecé a trabajar a los 14 años. Nuestra educación fue terrible pero por
otro lado tuvimos mucha suerte. Compartimos muchas horas con jóvenes
intelectuales republicanos que habían llegado a Inglaterra al acabar la
guerra: Pepe Estruch – Premio Nacional de Teatro en 1990-, Luis Portillo
– padre del político conservador Michael Portillo- o Marcelino Sánchez –
periodista-“.
Herminio habla de ellos con cariño de ‘hermano menor’. ¿Y ellos de qué vivían?- pregunté. “Del poco dinero que les daban por estar con nosotros. Y de los trabajos que les salían: pelar patatas, lavar platos…”
La guerra cuando no destroza vidas interrumpe vocaciones, a Luis
Portillo, desde 1934 profesor de Derecho Civil en Salamanca, lo había
convertido en pela patatas a bajo sueldo.
La actividad intelectual y política de estos jóvenes salpica a
Herminio y los demás niños, que crecen bajo la influencia de lecturas
como Mundo Obrero o El Socialista. “Los medios ingleses, como el
Daily Herald por ejemplo, también informaban sobre la situación en
España. Algunas veces había incluso manifestaciones y protestas en la
puerta de la embajada”. Herminio también recuerda con especial afecto a Juan Negrín, el último presidente republicano. “Se
portó muy bien con nosotros. Él fundó el Hogar Español, un centro que
acogió a los exiliados. Allí organizábamos fiestas, reuniones y
actividades culturales. Y también estableció becas para que los jóvenes
republicanos pudieran estudiar”.
Herminio también recordó otra de las caras del drama de la guerra
civil: los soldados republicanos que habían cruzado a Francia. “Sus
vidas fueron muy difíciles. Habían tenido que alistarse en la legión
francesa para no ser repatriados a España donde les hubiera esperado la
cárcel o la muerte. En el ejército francés los habían usado como tropas
de choque contra Alemania”. Lo bonito es que, aunque lejos de España, algunos de ellos hicieron patria a su manera: casándose con las muchachas vascas.
Nuestro entrevistado es una mina de recuerdos; le pido que avance en
el tiempo y se sitúe en los años 60 y 70, los años de la emigración
económica. “Llegaron los más pobres de España a sobrevivir como
pudieran. Trabajaban en lo que no querían los ingleses: limpieza,
hostelería, agricultura… No tenían mucha más elección porque el gobierno
británico les obligaba a aceptar el trabajo que les dieran durante
cinco años y a partir de ahí ya podían dedicarse a lo que ellos
quisieran”. ¿Qué diferencia a esta generación de emigrantes de la suya? “Los
niños de la guerra tuvimos más desarrollo cultural. Los emigrantes
económicos eran analfabetos. Aún hoy hay algunos que están aprendiendo a
leer y escribir en el centro social de mayores donde nos reunimos”.
Ni leer ni escribir nos falta a los jóvenes profesionales que hemos
llegado en los últimos años a Londres pero según Herminio tenemos otras
carencias. “Sois materialistas, y no tenéis la base cultural que
deberíais tener. Nosotros somos más ricos en experiencias y eso hace
que os falte amplitud de miras. No tenéis intereses políticos. En la
universidad aprendéis de memoria sin cuestionar nada de lo que os
enseñan. Los jóvenes de hoy deberíais conocer la historia. Saber lo que
pasó”. Su tono es firme pero amable. Le miro en silencio y veo
cómo él solo ahuyenta sus diablos. “Se han arrancado varias páginas de
nuestra historia pero ahora por fin se empiezan a conocer”.
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