11 Junio 2012
Se la conoce como Fosa de los Ferroviarios, está en la localidad burgalesa de Gumiel de Izán y podría contener los restos de hasta 60 trabajadores del ferrocarril pertenecientes a los sindicatos CNT y UGT, detenidos y asesinados por el franquismo un mes después del inicio del golpe de Estado de 1936. Transcurridos 75 años desde entonces y más de 30 desde la Constitución de 1978 que nomina a España como régimen democrático, acaba de terminarse la excavación para el reconocimiento de los restos de las víctimas.
Dos años después de estas ejecuciones, durante la Guerra Civil, un
decreto del Ministerio de Hacienda del gobierno golpista con sede en
Burgos, ordenó la prohibición de la tenencia de papel moneda puesto en
curso legal por el gobierno constitucional de la Segunda República.
Según las actas del Banco de España investigadas por la Asociación de
Perjudicados por la Incautación Franquista, la cantidad incautada se
cifró en 3.500 millones de pesetas de la época, equivalentes al día de
hoy a 5.300 millones de euros.
Casi 2.000 familias de toda España (800 de Cataluña) vienen solicitando
al Estado la recuperación del dinero incautado, previa presentación de
las copias de los recibos emitidos entonces, sin que esa reclamación
haya sido tenido en cuenta por la Ley de Memoria Histórica. A los
abuelos de Lidia Jiménez, impulsora de la menciona entidad, les incautó
Franco 1.365 pesetas republicanas, cantidad que desde los años sesenta
vino demandando su abuela en la oficina del Banco de España de la Plaza
de Cataluña de Barcelona.
Mi abuelo era sindicalista y ferroviario.
Pagó por ello la represión franquista, sin que su delito por pertenecer
a la UGT le costara la vida, como a sus compañeros burgaleses
asesinados y enterrados sin nombre en una de las múltiples fosas que el
franquismo dejó esparcidas por las cunetas de España.
En un viejo arcón de nogal que había en en un rincón del comedor, el abuelo mantuvo hasta su muerte el dinero rojo de
la República, una cantidad que podría ser similar a la que la abuela de
Lidia Jiménez quiso recuperar inútilmente durante el franquismo. Mi
abuelo lo conservó allí hasta el final de sus días, pues a juzgar por la
escucha que prestaba cada noche a las emisiones clandestinas de las
radios extranjeras, es posible que albergara la esperanza de que España
volvería a ser republicana.
Ese dinero representaba el fruto de su trabajo y no quiso entregarlo a
quienes acabaron por la fuerza bruta, mediante un cruel y sanguinario
enfrentamiento civil, con la Constitución de aquel régimen en cuyo
primer artículo se leía: España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.
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