La
revolución política, es decir, la expulsión de la dinastía y la
restauración de las libertades públicas, ha resuelto un problema
específico de importancia capital, ¡quién lo duda!, pero no ha hecho más
que plantear y enunciar aquellos otros problemas que han de transformar
el Estado y la sociedad españoles hasta la raíz. Estos problemas, a mi
corto entender, son principalmente tres: el problema de
las autonomías locales, el problema social en su forma más urgente y
aguda, que es la reforma de lo propiedad, y este que llaman problema
religioso, y que es en rigor lo implantación del laicismo del Estado con
todas sus inevitables y rigurosas consecuencias. Ninguno de estos
problemas los ha inventado la República (...). Cada uno de estas
cuestiones, señores diputados, tiene una premisa inexcusable, imborrable
en la conciencia pública, y al venir aquí, al tomar hechura y
contextura parlamentaria es cuando surge el problema político. Yo no me
refiero a las dos primeras, me refiero a eso que llaman problema
religioso. La premisa de este problema, hoy político, la formulo yo de
esta manera: España ha dejado de ser católica; el problema político
consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quede adecuado a
esta fase nueva e histórica el pueblo español. Yo no puedo admitir,
señores diputados, que a esto se le llame problema religioso. El
auténtico problema religioso no puede exceder de los límites de la
conciencia personal, porque es en la conciencia personal donde se
formula y se responde a la pregunta sobre el misterio de nuestro destino
(...).
Manuel Azaña
Diario de sesiones de los Cortes, 13 de octubre de 1931
No hay comentarios:
Publicar un comentario