Represaliados del franquismo |
El País / NATALIA JUNQUERA / 31-01-2012
Para ellos, como para casi todos, la justicia es la institución que dicta quién es culpable y quién inocente. Con esa intención acudieron en 2006 a la Audiencia Nacional, para que un juez desmintiera las barbaridades de las que acusaban a sus familiares en las sentencias de los consejos de guerra, y sobre todo para que les ayudara a investigar su paradero y autorizara la apertura de las fosas en las que habían sido arrojados.
Hoy, tres represaliadas del franquismo están llamadas a declarar en el Tribunal Supremo. Les seguirán 17 más en los próximos días. La escena no será la que habían imaginado, porque no declararán en calidad de víctimas y el único juez que quiso ayudarles estará sentado en el banquillo. Pese a todo, lo consideran una oportunidad. Por primera vez en 75 años, la justicia va a escucharles. EL PAÍS inicia hoy una serie con los testimonios de esas víctimas, que representan a muchas otras. A 130.000 desaparecidos.
A Concepción González Trigo, la edad (tiene 83 años) y una enfermedad en las piernas le impiden trasladarse hoy desde Vigo. En su lugar hablará Ángel Rodríguez Gallardo, un historiador que conoce bien su historia, especialmente trágica, porque además de que mataran a su padre al principio de la Guerra Civil, Concepción tuvo la mala suerte de ser ella quien encontró el cadáver.
“Lo habían dejado tirado en un camino a las afueras del pueblo (Pontareas). Los falangistas habían ido a buscarlo de madrugada hasta Tui, porque sabían que quería huir a Portugal. Su intención, según dijeron, era matarlo en la plaza del pueblo, pero cuando llegaron, a las siete de la mañana, había mucha gente colocando los puestos de la feria para ese día, así que se lo llevaron en un camión, lo fueron torturando por el camino y a las afueras lo mataron”, relata Rodríguez.
Poco después, Concepción encontraba el cuerpo. “Ella recuerda que tenía los brazos y las piernas partidas. Lo habían molido a palos”. Cuando fueron a enterrarlo se dieron cuenta de que le faltaba el reloj, una pieza del patrimonio familiar que había pasado de padres a hijos durante generaciones. “Concepción sabía quién lo había matado porque vio al falangista muchas veces con él puesto”. Como un trofeo. Los verdugos nunca se escondieron.
Rodríguez Gallardo hablará en nombre de Concepción y en el de 8.000 personas más, las que, según su investigación, desaparecieron a manos del franquismo durante la Guera Civil y hasta los años cincuenta en Galicia. Para él no hay duda de que se trata de crímenes de lesa humanidad, tal y como escribió el juez Garzón en el auto por el que hoy se sienta en el banquillo. “Los asesinos mataron con los mismos patrones en Galicia que en Andalucía, que en la Comunidad Valenciana o Canarias. Fue un plan de exterminio”.
http://politica.elpais.com/politica/2012/01/31/actualidad/1328042082_809903.html
Para ellos, como para casi todos, la justicia es la institución que dicta quién es culpable y quién inocente. Con esa intención acudieron en 2006 a la Audiencia Nacional, para que un juez desmintiera las barbaridades de las que acusaban a sus familiares en las sentencias de los consejos de guerra, y sobre todo para que les ayudara a investigar su paradero y autorizara la apertura de las fosas en las que habían sido arrojados.
Hoy, tres represaliadas del franquismo están llamadas a declarar en el Tribunal Supremo. Les seguirán 17 más en los próximos días. La escena no será la que habían imaginado, porque no declararán en calidad de víctimas y el único juez que quiso ayudarles estará sentado en el banquillo. Pese a todo, lo consideran una oportunidad. Por primera vez en 75 años, la justicia va a escucharles. EL PAÍS inicia hoy una serie con los testimonios de esas víctimas, que representan a muchas otras. A 130.000 desaparecidos.
A Concepción González Trigo, la edad (tiene 83 años) y una enfermedad en las piernas le impiden trasladarse hoy desde Vigo. En su lugar hablará Ángel Rodríguez Gallardo, un historiador que conoce bien su historia, especialmente trágica, porque además de que mataran a su padre al principio de la Guerra Civil, Concepción tuvo la mala suerte de ser ella quien encontró el cadáver.
“Lo habían dejado tirado en un camino a las afueras del pueblo (Pontareas). Los falangistas habían ido a buscarlo de madrugada hasta Tui, porque sabían que quería huir a Portugal. Su intención, según dijeron, era matarlo en la plaza del pueblo, pero cuando llegaron, a las siete de la mañana, había mucha gente colocando los puestos de la feria para ese día, así que se lo llevaron en un camión, lo fueron torturando por el camino y a las afueras lo mataron”, relata Rodríguez.
Poco después, Concepción encontraba el cuerpo. “Ella recuerda que tenía los brazos y las piernas partidas. Lo habían molido a palos”. Cuando fueron a enterrarlo se dieron cuenta de que le faltaba el reloj, una pieza del patrimonio familiar que había pasado de padres a hijos durante generaciones. “Concepción sabía quién lo había matado porque vio al falangista muchas veces con él puesto”. Como un trofeo. Los verdugos nunca se escondieron.
Rodríguez Gallardo hablará en nombre de Concepción y en el de 8.000 personas más, las que, según su investigación, desaparecieron a manos del franquismo durante la Guera Civil y hasta los años cincuenta en Galicia. Para él no hay duda de que se trata de crímenes de lesa humanidad, tal y como escribió el juez Garzón en el auto por el que hoy se sienta en el banquillo. “Los asesinos mataron con los mismos patrones en Galicia que en Andalucía, que en la Comunidad Valenciana o Canarias. Fue un plan de exterminio”.
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