Pedro Solsona tenía cinco hijos, uno de ellos contará su historia en el Supremo
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Antonio Solsona muestra una fotografía de su padre, Pedro, fusilado en 1947. / ÁNGEL SÁNCHEZ |
NATALIA JUNQUERA Madrid 2 FEB 2012
A
Pedro Solsona no le interesaba la política. No era de izquierdas ni de
derechas. Sus únicas preocupaciones eran la tierra que había heredado en
Vistabella (Castellón), su mujer y sus cinco hijos. Vivían aislados.
“Solo teníamos tres vecinos y las noticias eran lo que te contaran
ellos”, relata Antonio, su hijo, de 65 años. La Guerra Civil quedaba
lejos. “Casi ni la sentimos”. Terminada la contienda, siguieron con sus
vidas: su tierra, sus gallinas… hasta una noche de julio de 1947, en que
recibieron una visita inesperada.
“Eran
una docena, armados hasta los dientes. Dijeron que eran maquis y
pidieron comida. Mis padres les dieron patatas, pan, huevos… Volvieron
cuatro o cinco veces más. Se preparaban la cena, la pagaban y se iban.
Alguna vez durmieron en el pajar”, relata Antonio. Las cenas con los
maquis llegaron a oídos de un hombre al que los Solsona no temían porque
entonces todavía no habían oído hablar de él: el capitán Lobo.
“Maximiliano
Lobo era el capitán de la comandancia de la Guardia Civil de Lucena. Se
presentó en casa y dijo que se llevaba a mi padre detenido. También
tenía al vecino, Manolo”. El barbero del pueblo fue el último en verlos
con vida. “Fue a afeitar al cuartel y vio a mi padre con la cara
desfigurada. Le habían torturado”, relata Antonio, entonces un bebé.
A los
tres días, el capitán Lobo subió a Pedro y a Manolo a un camión para
trasladarlos a la cárcel provincial. “Pero en medio del camino les
dijeron que se bajaran y los mataron. Los dejaron allí tirados. El bus
que baja a Castellón pasó por allí y gente que iba dentro reconoció a mi
padre”.
El
capitán Lobo llamó desde el pueblo más cercano a la comandancia para
decir que había dejado dos cadáveres en el camino. Que los detenidos
habían intentado escapar y los había matado. “Eso es lo que dice el
atestado de la Guardia Civil, pero es mentira”, cuenta Antonio. “Un
pastor y su hijo lo habían visto todo: cómo se paraba el camión y cómo
les disparaban una ráfaga de tiros”.
La
familia supo luego, cuando Pedro Solsona ya estaba muerto, que el motivo
de la detención eran aquellas patatas, pan y huevos que habían dado a
los maquis. Y entonces sí, empezaron a oír hablar del capitán Lobo.
“Quería que todo el mundo le tuviera terror. Daba palizas sin motivo a
los pastores, y a mitad de la paliza paraba a descansar y fumar un
cigarro. ‘Yo no tengo prisa’, les decía. No era muy alto, ni muy fuerte,
pero estaba lleno de odio”.
Mucha
gente supo lo ocurrido el mismo día, porque los cuerpos pasaron varias
horas en la carretera y los vieron. “Pero a mi madre tardaron un mes en
comunicárselo. La llamaron al cuartel: ‘Su marido está muerto por
colaborar con la guerrilla’. Eso fue todo”. Esta es la historia que
Antonio relatará en el Supremo la semana que viene. Como tantos otros,
no sabe dónde fueron a parar los restos de su padre.
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