Mientras Garzón es juzgado, varios familiares reciben los restos de fusilados por el franquismo
Isabel Martínez, en el centro, con los restos de su abuelo, ayer, en Segorbe (Castellón).-JUAN NAVARRO |
BELÉN TOLEDO Segorbe (Castellón) 03/02/2012
Isabel
Martínez es una administrativa de 33 años de Paiporta, un pueblo de
Valencia. Llevaba una vida tranquila hasta que, hace unos meses, recibió
una llamada de Gátova (Castellón), de donde proviene su familia. Se
enteró, de repente, de que, siete décadas atrás, su abuelo paterno había
sido político, de izquierdas y republicano. Que había sido fusilado
tras un juicio que fue una farsa y enterrado junto a otros tres hombres
en una fosa común, a un metro de la tapia en la que le volaron la
cabeza. De golpe, Isabel se enteró de que, tras el normal e inocente
“Martínez” que acompaña su nombre, hay toda una historia de política,
guerra y sufrimiento del hombre del que heredó el apellido.
Seis
meses después de esa llamada, Isabel tenía ayer en su casa un pequeño
ataúd. Dentro, estaba el cráneo agujereado por las balas y el resto de
huesos de Bernardino Martínez Morelló, ese abuelo olvidado. Después de
73 años enterrados, los restos han sido rescatados gracias a la Ley de
Memoria Histórica. Ayer por la mañana, la nieta de Bernardino, junto a
los familiares de otros tres políticos que fueron asesinados junto a él,
acudieron a Segorbe (Castellón), donde recogieron los cadáveres. Los
cuerpos han sido exhumados, identificados y colocados en ataúdes por un
equipo forense después de la larga tramitación que exige la ley. Los
fusilamientos tuvieron lugar el 2 de noviembre de 1939, cuatro meses
después del fin de la guerra.
El
acto de ayer estuvo marcado por la coincidencia en el tiempo con el
juicio a Baltasar Garzón. Desbordada por las preguntas de la prensa al
respecto, Isabel prefirió no hablar del asunto: “Me reservo mi opinión”.
Después, contó la historia de su familia. Una narra-ción que ayudó a
entender por qué la nieta de un concejal asesinado por las tropas
golpistas prefiere no opinar sobre el acoso al magistrado que intentó
que historias como la de su abuelo fueran investigadas por la Justicia
española.
Isabel
narró cómo, tras la ejecución, su abuela, la viuda de Bernardino, tomó
de la mano a sus tres hijos y se fue del pueblo. Emigró a Valencia. Y se
murió “sin hablar nunca de su marido”. Lo mismo hizo su hijo pequeño,
el padre de Isabel, que durante toda su vida mostró un desapego rallando
en la urticaria hacia la política. “Su frase era la política es para
quienes comen de ella”, recordó ayer su hija.
El
resultado es que ni ella ni su familia tenían ni la más remota idea de
la historia de su abuelo. Ignoraban que fue concejal de Gátova y
afiliado a Izquierda Republicana. Que fue capturado por las tropas
golpistas. Y que los tres hombres con los que compartió el paredón y la
fosa común eran el alcalde del mismo pueblo, otro edil y el alcalde de
Teresa, otra localidad cercana. Que todos “fueron asesinados por ser
cargos públicos republicanos tras un juicio que fue una farsa”, en
palabras de Matías Alonso, coordinador del Grupo para la Memoria
Histórica de Valencia, la organización que ha ayudado a los familiares a
recuperar los restos.
El
terror de la abuela de Isabel dio paso a una amnesia generalizada en su
familia. Y a la costumbre de vivir ajenos a la participación en la
gestión pública que tan cara había costado al abuelo. “Mi familia me
enseñó a reservarme mis ideas y a no mezclar la política con otros
temas”, explicó.
Isabel
fue, sin embargo, la única que no habló ayer de Garzón. El recuerdo del
juez, que a esa misma hora afrontaba su juicio en el Tribunal Supremo,
protagonizó casi todas las preguntas y salpicó todos los discursos.
“Intentó que familiares como vosotros no tuvieran que pasar por trámites
burocráticos y que el Estado asumiera las búsquedas (de los
desaparecidos)”, dijo Alon-so. Su imagen, sentado en un banquillo
rodeado de togas y del ritual propio de la justicia, contrastaba con la
del acto de entrega de los restos de los fusilados. Por la oposición de
una de las familias, no hubo un ritual de despedida común a todos, ni se
permitieron las banderas republicanas.
Los
familiares recogieron los pequeños ataúdes en la capilla del cementerio,
rodeados de flores de plástico llenas de polvo, bidones vacíos y
esqui-vando una moto aparcada junto al altar. El alcalde de la
localidad, del PP, ni siquiera acudió. Alegó que no había sido
formalmente invitado.
La
ceremonia se limitó a unos discursos breves y emocionados en el mismo
lugar donde se produjo la ejecución: en un muro que en la época separaba
dos huertos anexos al cementerio de Segorbe. Uno de los familiares tomó
la palabra para agradecer a “todos los que han hecho posible” la
recuperación de los restos de los ejecutados, que en las próximas
semanas serán enterrados en las respectivas sepulturas familiarse. El
actual alcalde de Gátova, el socialista Leopoldo Romero, agradeció al
borde del llanto que la “democracia” haya permitido recuperar los restos
de su antecesor en el cargo.
La
misma democracia que, sin embargo, no logró despertar a la familia de
Isabel de su letargo. Por la tarde, la nieta se dedicó a leer el dossier
que el forense le había dado sobre el juicio que le costó la vida a su
abuelo. Llegó, poco a poco, a una conclusión: “Creo que de estas cosas
se tendría que hablar más en las escuelas”. Cerca de ella, el ataúd de
Bernardino Martínez esperaba, por fin, una digna sepultura.
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