Marino Aguilera Peñalver / Diario de Guerra
Llama la atención de la figura del teniente Castillo su escasa divulgación histórica a pesar de protagonizar uno de los acontecimientos de mayor trascendencia de la historia reciente de España, el atentado detonante de la Guerra Civil. Podemos encontrar explicación a este injusto hecho en el resultado mismo de la guerra, con una izquierda que perdía la República y con ella el recuerdo de los “mártires” entre los que se encontraba Castillo, cuya memoria fue aniquilada por el franquismo. Pero resulta paradójico que una vez muerto el dictador y tras treinta años de democracia todavía se siga dando esta situación. Es necesario por tanto iniciar un proceso de recuperación de la memoria del teniente que lo posicione en los libros de historia como el republicano cuyo asesinato inició una guerra, y esta tentativa biográfica pretende iniciar el camino aunque sólo sea en el reducido ámbito de la población natal del teniente. A pesar de faltarnos datos, documentos, fechas y un sin fin de reflexiones sobre su vida y obra, creo que las siguientes líneas serán suficientes para acercar al lector a un personaje marcado por su tiempo, defensor de unos ideales y ejemplo de virtud y arrojo en una época en la que expresar unas ideas suponía una condena a muerte, algo que le fue reconocido allá donde resistió la República durante la guerra. El 1 de abril de 1939 su recuerdo se pierde. Muere el mito y nace una sombra en la que el franquismo se ensañó hasta no dejar de ella rastro alguno. El teniente Castillo pasaba así a convertirse en el gran olvidado de la Guerra Civil Española.
José del Castillo Sáenz de Tejada nació en Alcalá la Real un 29 de junio de 1901. Era hijo de Valeriano del Castillo, un importante abogado de reconocidas ideas liberales con domicilio en la calle Caridad, y de Cariño Sáenz de Tejada. Su madre descendía de una destacada familia aristocrática de raíces vascas, la de los Condes de Ripalda, y mantenía parentesco con Doña Concepción Sáenz de Tejada, madre de Don Jaime de Marichalar. Otras fuentes aseguran que por esta misma línea materna emparentaba con José Antonio Primo de Rivera Sáenz de Heredia, fundador de la Falange Española e hijo del general del mismo apellido. Completaban la familia sus hermanos Valeriano, Pedro y Francisco y sus hermanas Atocha, Griselda, Dolores y Laura.
La infancia y adolescencia de José transcurrieron entre Alcalá y el colegio del Sagrado Corazón de Granada, prestigioso centro en el que ejercía la dirección D. Joaquín Alemán, gran amigo de su padre, y en el que se educaba el futuro poeta y dramaturgo Federico García Lorca. A falta de localizar su expediente académico parece ser que sus resultados fueron brillantes, pero una vez acabado el bachiller optó por la carrera militar en vez de la universitaria siguiendo los pasos de sus hermanos Valeriano y Francisco.
Tras abandonar Granada y Alcalá, ciudades de las que se iría desvinculando paulatinamente, ingresa en la Academia Militar de Toledo. Desconocemos la fecha de este acontecimiento pero podemos apuntar el año 1919 teniendo en cuenta que es en 1922 cuando concluye su formación académica y es destinado a combatir en la guerra de Marruecos como alférez de Infantería dentro del grupo Tetuán 1, con base en Melilla. Allí pasó tres años en los que se destacó dentro de las harkas, unidades equivalentes a una compañía de soldados, donde coincidió con un impetuoso pontevedrés llamado Fernando Condés Romero que a partir de entonces se convertiría en su mejor amigo en el frente y en la vida civil, persona determinante para entender la evolución ideológica, y tal vez masónica, de José del Castillo en su posterior etapa madrileña.
Una vez concluida la guerra en 1925 con victoria española José logra el ascenso a teniente por méritos militares. Su nuevo destino se fija en el regimiento de Infantería de Alcalá de Henares, tal vez solicitado voluntariamente debido a que buena parte de su familia se había trasladado a Madrid poco tiempo antes. A partir de la llegada de la II República en 1931 comienza a forjarse el José del Castillo que pasaría a la historia. La apertura de libertades por el gobierno de Azaña y el traslado a Madrid de Fernando Condés espoleó al joven teniente a participar en la vida política, mostrando a partir de entonces abiertas simpatías hacia el socialismo y la masonería, pero a partir de este punto nos movemos en un mar de dudas sobre sus movimientos políticos y militares en Alcalá de Henares y en Madrid. Aún así podemos esbozar una línea secuencial de sus actos siguiendo las referencias de autores como Gibson que han investigado la vida del teniente aunque de forma secundaria.
El punto de inflexión de la carrera de Castillo tiene lugar con la revolución de octubre de 1934, en la que el PSOE lideró al grupo de izquierdas que se alzó contra la coalición de centro-derecha que gobernaba la República desde el año anterior. El teniente ordenaba una sección de morteros que fue destinada a la localidad de Cuatro Caminos para sofocar una de las muchas manifestaciones y actos a favor de los revolucionarios que combatían en Asturias, principal foco del conflicto. Cuando llegó la unidad a bordo de las camionetas de Infantería la multitud obrera reaccionó violentamente, pero a pesar de la gravedad de la situación y de la orden de disolver a los manifestantes Castillo se negó a intervenir. "Yo no tiro sobre el pueblo" fue la orden que oyeron los tiradores de boca del teniente, acto de rebeldía juzgado por consejo de guerra que le costó un año de cárcel en la prisión militar de Alcalá de Henares junto con un buen número de compañeros militares de izquierdas que también habían apoyado a los insurrectos, incluido Condés. Pero la condena no sirvió para redimir el ímpetu del teniente. De la cárcel saldría en noviembre de 1935 convencido de la necesidad de desempeñar un papel más efectivo en la defensa de la República, algo que le era imposible en Infantería, y decide ingresar en la Guardia de Asalto una vez vence el Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. Éste era un cuerpo de seguridad netamente republicano, creado por los gobiernos de izquierdas y con un ámbito de actuación exclusivamente urbano una vez desplazado el grueso de la Guardia Civil a poblaciones inferiores y a zonas rurales. El 12 de marzo de 1936 la Dirección General de Seguridad acepta su solicitud y es destinado a la 2ª Compañía de Especialidades, sita en el madrileño cuartel de Pontejos, donde coincidiría con varios compañeros de prisión que habían sido liberados gracias a la amnistía decretada por el nuevo gobierno. También se enrola en la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista), desde la que se encargó de instruir a las milicias de las Juventudes Socialistas y participó de forma clandestina en el transporte y distribución de armas para las mismas milicias.
Su ingreso en Asalto coincidió con una oleada de atentados contra diversos cargos de la izquierda y con la detención y encarcelamiento de José Antonio Primo de Rivera como presunto instigador de éstos. Era el inicio de la Primavera Negra en Madrid, augurio de la guerra que se aproximaba y en la que izquierdas y derechas plasmaron en asesinatos selectivos los odios recíprocos que sentían. Las huelgas y manifestaciones, muchas de ellas espontáneas, se incrementaron de forma alarmante y solían terminar con altercados en los que se producían víctimas, que a su vez provocaban nuevos odios y venganzas en una espiral violenta ante la que el gobierno del Frente Popular se mostró impotente y carente de autoridad. Castillo comenzó a formar parte de estos odios cuando es destinado a cubrir con sus hombres muchas de las manifestaciones, teniendo que intervenir duramente contra las derechas. Especial relevancia tuvo su intervención en el entierro del alférez de los Reyes el día 16 de abril, guardia civil fallecido dos días antes en los incidentes que se produjeron en la celebración del V aniversario de la República. El entierro se convirtió en una manifestación de las derechas contra el gobierno del Frente Popular y el resultado fue de un muerto a manos de uno de los hombres de la sección de Castillo y de un herido grave por disparo realizado por él mismo. El muerto era nada menos que Andrés Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera, y el herido un joven carlista estudiante de medicina llamado José Llaguno Acha al que los rumores dieron por muerto durante varias horas. Según relatan los testigos entrevistados por Gibson, Castillo había perdido los nervios cuando disparó contra el joven carlista y estuvo a punto de ser linchado por la masa furiosa que se abalanzó contra él. Afortunadamente los hombres de su sección lo rescataron y lo condujeron a la Dirección General de Seguridad para prestar declaración por lo sucedido. Fue puesto libertad a las pocas horas. A partir de ese día el teniente se convirtió en una prioridad para las centurias de Falange, que llegaron a situarlo en el número uno de su lista de objetivos a eliminar.
Las amenazas de muerte no se hicieron esperar y sus superiores le propusieron un traslado urgente a Barcelona que rechazó. A finales de abril fue integrado en la guardia personal del presidente de la República Diego Martínez Barrio durante la visita oficial que realizó a la feria de Sevilla, medida con la que pretendían apartarlo del clima de amenazas que vivía en Madrid. Pero todo fue en vano. A su vuelta sufrió dos intentos de asesinato de los que salió ileso y que obligaron a las milicias socialistas que entrenaba a escoltarlo sin que él se diera cuenta durante los trayectos entre su domicilio y el cuartel de Pontejos.
El 12 de julio Castillo asistió a la plaza de toros de las Ventas para presenciar el festejo de la tarde. Allí la militante socialista Leonor Menéndez le advirtió que esa noche pretendían atentar contra él, a lo que respondió que no pensaba estar escondido siempre y que iba a presentarse a su trabajo como de costumbre. Tras el festejo fue a dar un paseo con su mujer Consuelo, con la que había contraído matrimonio civil el 20 de mayo, y tras dejarla en el domicilio de la calle Augusto Figueroa tomó la calle Fuencarral para descender hasta el cuartel de Pontejos. Eran las diez de la noche y nunca llegaría a su destino. Cuando apenas llevaba andados unos cincuenta metros, a la altura del oratorio de Santa María de Arco, fue abatido por cuatro desconocidos que se dieron a la fuga. Castillo intentó empuñar el arma que llevaba en el bolsillo pero todo fue inútil, se desplomó y en su caída arrolló a Juan de Dios Fernández Cruz, periodista natural de Cabra de Santo Cristo que escuchó sus últimas palabras: "Lléveme con mi mujer, que hace poco se ha separado de mí". El mismo Juan de Dios lo trasladó al cercano centro asistencial de la calle Ternera, donde ingresó cadáver.
A los pocos minutos una multitud de periodistas y de compañeros del teniente se congregaron en los estrechos pasillos del centro para interesarse por lo sucedido. Los gritos de venganza no se hicieron esperar, la muerte de Castillo había colmado la paciencia de la Guardia de Asalto. Se culpó automáticamente a Falange de lo sucedido y en ese mismo lugar se puso en marcha una amplia operación policial cuyo objetivo era detener la creciente agresión fascista que desde hacía tiempo se estaba cebando con los oficiales afectos al Frente Popular. Esta operación desencadenó el secuestro y posterior asesinato del líder de las derechas y diputado José Calvo Sotelo tres horas después a manos de un grupo ajeno al operativo, organizado y liderado por Fernando Condés Romero, que ante el cadáver de Castillo y entre lágrimas había jurado venganza. La Guerra Civil había comenzado, se había encendido la mecha que detonaría el conflicto cinco días más tarde en un acuartelamiento de Melilla, ciudad donde comenzó el alzamiento y primer destino del teniente Castillo.
Sobre los autores del asesinato se ha estado especulando con numerosas autorías hasta 1986, año en el que Gibson publica la segunda edición de su obra sobre el asesinato de Calvo Sotelo. Hasta entonces se habló de la implicación de Juan de Dios Fernández Cruz por su condición de católico tradicionalista, del falangista Ángel Alcázar de Velasco y hasta de la masonería por parte del franquismo. Gibson recoge el testimonio anónimo de uno de los integrantes del comando que revela que no fue Falange ni mucho menos la masonería, sino un grupo de requetés pertenecientes al Tercio de Madrid en represalia por los disparos que el teniente Castillo efectuó sobre el militante carlista Llaguno Acha en el entierro del alférez de los Reyes. Quedaba resuelto así uno de los crímenes más determinantes de la historia de España y se desmontaba la teoría franquista de que el asesinato de Calvo Sotelo fue un crimen de Estado, planeado y ejecutado por la masonería y el Frente Popular.
El recuerdo de Castillo se mantuvo latente durante toda la Guerra Civil. El mismo Indalecio Prieto, líder de una rama del PSOE, elogió su figura en una columna de El Liberal y lo mostró como ejemplo de valentía pocos días después de su entierro. El día 14 Alcalá la Real se despertaba con la noticia de la muerte de su ilustre paisano. Aquí llegó la noticia a través del periódico Ideal y el Ayuntamiento acordó poner su nombre a la actual calle Santo Domingo de Silos, algo que se repitió en numerosas ciudades mientras permanecieron en zona republicana como Madrid, Castellón y Valencia. Las milicias que entrenaba y que portaron el féretro en su entierro se constituyeron en un batallón llamado "Teniente Castillo" que participó en la defensa de Toledo y tal vez anteriormente en la de Talavera, pero que se disolvió o fue aniquilado antes de la defensa de Madrid. El Socorro Rojo Internacional bautizó con su nombre a uno de los grupos que atendían a los heridos en el frente, reconocimiento seguramente auspiciado por Carlos del Castillo, primo del teniente y abogado de la institución.
Por el contrario, el régimen se ensañó con el teniente incluso una vez muerto, hecho que ha de orientarnos sobre el grado de importancia que Castillo tuvo en su tiempo y entre su gente. El Ayuntamiento de Madrid le retiró el rango militar en su tumba, rezando en la lápida un lacónico “Castillo MCMI-MCMXXXVI” hasta que ya en democracia el mismo encargado del cementerio civil lo restituyera añadiendo “Teniente” a lo permitido por el franquismo. El juicio que se celebró para aclarar las circunstancias de su muerte fue una farsa que poca gente creyó. Según la versión oficial del régimen, que no tenía el más mínimo interés en aclarar el asesinato, la masonería, de la que formaban parte numerosos miembros del gobierno, ordenó a Castillo matar a Calvo Sotelo. Éste se negaría a hacerlo y fue asesinado por Condés y otro compañero utilizando al mismo tiempo su muerte para justificar la del diputado derechista.
Pero la peor parte de la persecución se la llevó su viuda Consuelo, que sufrió las represalias que su marido hubiera recibido de haber continuado con vida durante la dictadura. Cuando el teniente murió estaba embarazada de varias semanas, algo que ambos desconocían, y en enero de 1937 dio a luz a una niña que moriría tres años después víctima de una dolencia cardiaca. El parto se produjo en Valencia porque la familia de Consuelo había decidido huir de Madrid cuando Franco amenazaba con tomar la ciudad en noviembre, pero regresaron una vez finalizada la guerra y a su vuelta Consuelo fue denunciada y condenada a nueve meses de cárcel en la prisión de mujeres de Ventas. Se la empezó a conocer como "Castillo" por el personal de la prisión, hecho esclarecedor de los motivos del encarcelamiento. Una vez en libertad su lucha se centró ante los tribunales por lograr la paga extraordinaria de viudedad, el sueldo íntegro de su marido, algo que sólo se concedía a las esposas de aquellos militares fallecidos en acto de servicio. En 1964 los tribunales desestimaron su petición y tiene que esperar a la llegada de la democracia para solicitar la revisión del caso. En 1983, cuarenta y siete años después del asesinato del teniente, el Tribunal Supremo reconoce la muerte en acto de servicio y concede la paga esperada, algo de lo que se hicieron eco los medios de comunicación. Hasta entonces se mantuvo con tan solo una cuarta parte del salario de su esposo. En 1994 fallece tras una larga enfermedad en el hospital militar Gómez Ulla de Madrid.
Bibliografía:
Gibson, Ian: "La noche en que mataron a Calvo Sotelo". Plaza & Janés. Barcelona. 1986.
Cervera, José Luis: "En los preludios de la Guerra Civil. El capitán Condés". Revista de la Guardia Civil, nº 29, edición digital.
Cierva, Ricardo de la: "¿Quién mató al teniente Castillo?". Nueva Historia, nº 2, Madrid, 1977.
Alcázar de Velasco, Ángel: "Los siete días de Salamanca". G. del Toro, Madrid, 1976
Cervera, José Luis: "En los preludios de la Guerra Civil. El capitán Condés". Revista de la Guardia Civil, nº 29, edición digital.
Cierva, Ricardo de la: "¿Quién mató al teniente Castillo?". Nueva Historia, nº 2, Madrid, 1977.
Alcázar de Velasco, Ángel: "Los siete días de Salamanca". G. del Toro, Madrid, 1976
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