EL PAÍS16/02/2012
Por Ángel Viñas
La publicación, el año pasado, de mi libro La conspiración del general Franco,
generó una cierta agitación en la Red. En las páginas y blogs de la
derecha y de la extrema derecha se me puso como chupa de dómine. No es
de extrañar. En el primer capítulo establecí la tesis de que el
comandante militar de Las Palmas, el general Amado Balmes, había sido asesinado por orden del general Franco, su inmediato superior.
Teniendo en cuenta la posterior carrera
de Franco centrarse en un asesinato parece, a primera vista, una
extravagancia. Sin embargo, en él se dieron cita circunstancias muy
particulares. Se produjo en tiempo de paz. Con independencia de que la
declaración del estado de guerra, hecha por Franco en Canarias el 18 de
julio, fuese totalmente ilegal, la acción no podía cubrirla. El Código
Penal entonces vigente (y que Franco mantuvo hasta los años cuarenta)
establecía los supuestos que definen un asesinato. Casi todos ellos eran
de aplicación al caso.
Franco y Balmes |
Aunque los rumores sobre el extraño accidente
se desencadenaron desde el primer momento, ningún autor se había metido
de lleno a examinar las circunstancias en que se produjo. Al hacerlo,
hube de ligar el asesinato con la línea conspirativa que había llevado
al vuelo del famoso Dragon Rapide. Su ida a Gando y solo a Gando en vez de a Los Rodeos en Tenerife donde vivía Franco se veló siempre con argumentos falaces.
El Franco que apareció en mi investigación es diferente
a la imagen que de él se tiene hoy en la literatura, en la cual habría
estado dudando hasta que el asesinato de Calvo Sotelo el 13 de julio le
hizo pasar a la acción. Franco, por el contrario, se decidió a ello
hacia mitad de junio. Entre los problemas operativos con que tropezó
figuraba la eventual reacción de la poderosa guarnición de Las Palmas,
que comandaba Balmes, viejo conocido suyo. Es verosímil que ya la
hubiese tanteado a finales de mayo en su primera visita oficial a Gran
Canaria. Ciertamente, conectó con varios oficiales y jefes que
posteriormente se sublevaron. A principios de julio, en una fecha
indeterminada, Franco se entrevistó secretamente con Balmes y no logró
convencerle. Esto “obligaba” a eliminarle. Lo que Franco entonces
necesitaba era un avión para escapar desde Gando, adonde se trasladaría
para presidir el entierro. ¿Por qué tenía prisa? Porque debía ponerse
al frente del Ejército de Marruecos, cuya sublevación era inminente.
Para el franquismo, reconocer que su
Caudillo se había estrenado en la paz con un asesinato hubiera sido
inconcebible. Desde 1936 hasta fecha reciente no han dejado de sembrarse
falsas pistas para ocultar lo sucedido. Numerosos papeles relacionados
con el vuelo del Dragon Rapide han desaparecido. La fecha de su
llegada a Gando se manipuló. A Balmes se le presentó como decidido
partidario de la sublevación. Se le imputó la extraña costumbre de
desencasquillar la pistola apoyándola en el bajo vientre. Todo ello
fantasías indocumentadas.
General Balmes |
En
una versión revisada de mi libro he agregado nuevos datos que refuerzan
mi tesis. En primer lugar, gracias al decidido apoyo de la familia
Balmes, he aclarado la molesta cuestión de la negativa de Franco a
conceder a la viuda la pensión completa que hubiera correspondido a su
marido por fallecer en acto de servicio. En 1937 se le denegó. He
esclarecido el nerviosismo que debió apoderarse de Franco en los días
anteriores al golpe y que llevó al general Orgaz, medio desterrado en
Las Palmas, a tratar de obtener un avión alemán de Lufthansa. La llegada
a Gando, el 14 de julio del Dragon Rapide y no como siempre se
ha sostenido al día siguiente, obvió tal necesidad. He profundizado –y
corregido- la personalidad del capitán (no comandante) Pollard,
pasajero del avión, ex oficial de la Inteligencia Militar británica. He
contado con nuevos informes de patólogos e incluso de la Policía
Científica.
Han quedado identificadas las peculiares condiciones del militar que, en mi opinión, asesinó a Balmes.
La matriz de su hoja de servicios es ya, de por sí, extremadamente
significativa en julio de 1936. Su interés se acentúa en la guerra
civil. Se trata de alguien sobre el cual se extendió, contra viento y
marea, la larga mano protectora de Franco. Contra los informes negativos
que respecto a él había recogido el SIPM. Contra la petición del juez
instructor que intervino en la preparación de un consejo de guerra que
se le abrió (posteriormente me he enterado de que no se trataba de uno
cualquiera: fue el general Jesualdo de la Iglesia, un purasangre de la
peor especie y antecesor del tristemente famoso coronel Eymar al frente
de un juzgado, secreto, para la persecución del comunismo y el
espionaje). Contra la propia sentencia del consejo que se vio obligado, a
petición –obviamente impuesta- del mismo fiscal, a repetir la vista.
Contra la segunda sentencia, menor que la primera, pero que fue incluso
disminuida por el Cuartel General. En definitiva, un caso cuando menos
sorprendente, aunque también es verdad que después, y durante muchos
años, el inmarcesible Caudillo dejó de sonreirle. No de forma
definitiva. Lo recuperó en los años sesenta.
He ampliado el número de documentos que
debieron existir pero que han desaparecido. Tanto en España como, ¡quién
lo iba a pensar!, en la propia Inglaterra. Para ciertos servicios, lo
que hubo detrás del vuelo del Dragon Rapide es algo que todavía puede quemar.
Dejemos a los franquistas en sus
certidumbres. Ni sus historiadores de postín, ni sus alevines, han sido
capaces de aportar pruebas documentales en contra. Cuando lo intentan,
fracasan. En la página web franquista por excelencia afirman que el
teniente coronel Galtier, que sucedió brevemente a Balmes y comunicó a
Franco lo sucedido, era un defensor de la República. No podía formar
parte de la conspiración que me he inventado. Poco después lo fusilaron.
Mentira. Galtier siguió en el Ejército. Ascendió y pasó al retiro en
1943. Ni siquiera saben investigar.
Ángel Viñas es el autor de La conspiración del general Franco (Crítica).
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