“Éste era mi tío abuelo”, dice Silvia Navarro(Foto: ANA ANABITARTE CORRESPONSAL ) |
Lunes 13 de febrero de 2012El Universal
Por
años, Silvia Navarro llevó flores a una tumba en la que no estaba su tío
abuelo, José Antonio Marco Viedma. Él había sido detenido en su casa al
grito de “¡Viva Cristo rey!” por miembros de la policía nacional, de la
policía municipal, de la guardia civil y falangistas.
Fue
asesinado ese mismo día, el 2 de septiembre de 1936, junto a 12 personas
más, a las puertas del Cementerio Municipal de Calatayud (Zaragoza),
acusado de ser republicano y masón. Los 13 fueron enterrados en varias
fosas comunes de dicho cementerio. En su certificado de defunción,
figura así la causa de muerte: “Por orden de la superioridad”.
En
1958, el Ministerio de Gobernación de Franco emitió una circular para
que los restos de las víctimas del bando nacional fueran trasladados al
Valle de los Caídos, un enorme monumento que el dictador mandó construir
“para perpetuar la memoria de los caídos en la gloriosa cruzada”, y en
el que luego reposarían sus restos junto con los del fundador de la
Falange Española y de las JONS, José Antonio Primo de Rivera.
Días
después, cuando se dieron cuenta de que sobraba espacio, Franco decidió
rellenarlo con los cadáveres de los miles de fusilados del bando
republicano. El 3 de abril de 1959 llegó un camión a Calatayud y, sin el
consentimiento de los familiares y a plena luz del día, los
trabajadores, custodiados por la Guardia Civil, comenzaron a exhumar los
restos “sin ningún cuidado, arrastrando a su paso todo lo que
encontraban”, cuenta Silvia a EL UNIVERSAL. Los tiraron en sacos que
trasladaron al Valle de los Caídos. Entre esos restos iban los del tío
abuelo de Silvia, según consta en el Registro de Inhumaciones de la
Abadía Benedictina del Valle.
“Durante
años fui al cementerio de Calatayud con mi madre y mi abuela a poner
flores en una tumba en la que no estaba mi tío abuelo”, relata Silvia,
de 41 años. “Hasta que hace unos años, después de investigar, lo
descubrí”. Su tío abuelo estaba en el Valle de los Caídos. En concreto,
en el tercer piso de la cripta, a la derecha del altar mayor de la
Basílica. Entonces comprendió por qué su abuela pidió en su testamento
ser enterrada en Torrelodones, un pueblo desde el que se divisa el
mausoleo de Franco. “Me quedé helada cuando un investigador me contó lo
que había ocurrido con los restos de mi tío abuelo”, reconoce.
En
2008, Silvia, miembro de la Agrupación de Familias Pro Exhumación de
Republicanos del Valle de los Caídos, asistió a la apertura de un osario
en el mausoleo. “Cuando me asomé por la ventana y vi aquello se me cayó
el alma a los pies. Era un amasijo de huesos y madera entre los que
estaban los restos de mi tío abuelo”, cuenta. Los restos de su tío
abuelo fueron metidos en una caja junto con los de otras 9 personas.
Silvia sabe que es difícil exhumarlos, pero cree que se puede hacer, con
voluntad política. “El Valle de los Caídos es un cementerio. Hay miles
de cuerpos enterrados allí y ningún gobierno se ha interesado en
exhumarlos”, denuncia. “Va siendo hora de que lo hagan”, concluye.
No hay comentarios:
Publicar un comentario