jueves, 30 de agosto de 2012

Revolución de Octubre de 1934. El asalto a la sucursal del Banco de España en Oviedo. (I Parte)




Si los esclavos del mundo hubieran estado esperando a ganar unas elecciones para conseguir su libertad y sus derechos, seguramente que estarían todavía con un grillete en la pierna. 




Por Marcelino Laruelo.

 Si los pobres del mundo esperan a obtener una victoria electoral para… Y es que no se puede comparar, como el subfranquismo pretende, el derecho de los pueblos a rebelarse contra lo que creen injusto, con el hecho de que cuatro generales se subleven con las fuerzas a sus órdenes contra el gobierno y el estado que se las dio. ¡Parece mentira que aún haya que recordar esto!
Pero a los alféreces de complemento (del ejército de Franco) que se adueñaron del PSOE y a los alféreces provisionales (del mismo ejército de Franco) que ocupaban el Estado (franquista), la revolución de Octubre de 1934, como la de Julio de 1936, y la contrarrevolución y la represión que las siguieron, eran páginas que les estropeaban el guión que para la nueva coproducción escribían. Silencio, pues. Más de treinta años hace.
Vamos a lo que vamos. Octubre de 1934: a Oviedo llegó en el exprés de Madrid Teodomiro Menéndez, diputado socialista, ex subsecretario de Obras Públicas con Prieto de ministro y hombre al que se le considera adscrito al ala moderada del PSOE. En la estación, le estaba esperando Junquera, el contable de Avance y de la Mina San Vicente, propiedad del SOMA. Teodomiro le dio en mano los tres cheques firmados en blanco por Amador Fernández que éste le había entregado en Madrid para pagar los salarios de los obreros de la mina y del personal de Avance.
Cuenta la leyenda que en la cinta del sombrero de Teodomiro venía la orden de la ejecutiva ugetista de declarar la huelga. No se sabe de nadie que haya dicho lo que traía el papel: ¿huelga general?, ¿huelga general revolucionaria y toma del poder? Y yo pregunto: ¿por qué para Asturias la consigna habría de ser diferente de la de “huelga general pacífica” dada en Madrid? En el edificio de Avance, sede también de la Casa del Pueblo, están los jefazos del SOMA y del PSOE. Hay que dejar claro que la orden que llegó de Madrid fue dada sin consultar ni a los miembros de la Alianza Obrera ni a la CNT.
Nadie en su sano juicio, ni en 1934 ni ahora, puede imaginarse a la UGT y al PSOE encabezando la revolución contra el estado burgués, dirigiendo el asalto al poder e instaurando el “comunismo libertario”. Ya cuesta mucho suponer a Indalecio Prieto, a sus 51 años, esperando de madrugada en la playa de Aguilar a que llegara el bou Turquesa con el armamento que se habría de utilizar en el movimiento revolucionario. Y no menos esfuerzo se necesita para suponer a Ramón González Peña dirigiendo, pistola en mano, al pelotón de revolucionarios que el día 7 de Octubre inició el ataque al edificio del Banco de España, en Oviedo. Porque si la socialdemocracia se ponía entonces así, ¿qué les dejaban para los revolucionarios?
A finales de 1933, la CNT había cosechado su enésimo fracaso insurreccional y el PSOE (y la UGT) habían perdido las elecciones y se veían privados del disfrute del poder. La derecha estaba en el gobierno de la República de “trabajadores de todas clases” y amnistiaba al (ex) general golpista Sanjurjo, pero dejaba en la cárcel a los dirigentes sindicalistas. Largo Caballero expresó en un discurso el sentir de la mayoría de los socialistas: “Se nos echa de la República, camaradas, y de seguir así, el Partido Socialista no tardará en vivir en la clandestinidad.” Condenados a entenderse, surgieron las primeras alianzas obreras: la catalana, marcadamente nacionalista/federalista; la asturiana, revolucionaria.
Mineros Asturianos (Octubre 1934)

Los socialistas y los partidos de izquierda estaban muy temerosos ante el auge de los totalitarismos en toda Europa y por la presión de la ultraderecha hispana hacia posturas “europeas”. Y en aquella Europa de 1933 y 1934, Churchill alababa a Mussolini, monseñor Ludwig Kaas y su partido católico votaban en el parlamento alemán a favor de los nazis y Dollfuss instauraba el austrofascismo. Esa situación fue la que llevó a que en Asturias se fraguase la Alianza Obrera entre la UGT-PSOE y la CNT. El acuerdo de constitución de la Alianza Obrera lo firmaron socialistas y anarquistas en un reservado del bar Casa Manfredo, en Gijón, el día 27 de Abril de 1934: ¡y ojo con todo lo que se trama en la mesa de un bar! Allí estamparon su firma Bonifacio Martín (UGT), Graciano Antuña (FSA-PSOE), y José María Martínez, Horacio Argüelles y Avelino González Entrialgo (los tres por la CNT). Ya hacía tiempo que se habían puesto de acuerdo para trabajar juntos por el triunfo de la revolución social, la conquista del poder político y económico para la clase trabajadora y la instauración de forma inmediata de la República Socialista Federal. Escrito está. Así que parece difícil negar el carácter revolucionario de la Alianza Obrera Asturiana. A ella se sumarían después, reforzando más esa tendencia, la Izquierda Comunista, el BOC y, en el último minuto, el PCE.
Pero el Partido Socialista y la UGT nunca fueron organizaciones revolucionarias, y Largo Caballero, tampoco. Su actuación en Diciembre de 1930 y en Octubre de 1934 así lo corroboran. Incluso ya en plena guerra civil, cuando Largo Caballero fue llamado a presidir el gobierno se dedicó a reconstruir el aparato de estado burgués y a finiquitar la revolución. Y la FAI, que controlaba la CNT, no apoyó la Alianza Obrera ni la huelga general de Octubre. Sin embargo, durante la guerra, también se podría comprobar la colaboración faísta participando con ministros en gobiernos que dirigían la contrarrevolución en la retaguardia y en el frente.
Para ayudar a comprender mejor lo ocurrido en Asturias en Octubre del 34, hay que mirar a la Revolución alemana de 1918/19 y al tristísimo papel que la socialdemocracia jugó en favor de la contrarrevolución. Pero todas las trapacerías políticas y maniobras internas, a nivel nacional, de faístas, besteiristas, prietistas y caballeristas; todas las dudas e indecisiones, las resolvió un minero:
-¡Cagüen mi puta madre, con esti lío acabo yo ahora mismo!
Prendió la mecha y tiró el primer cartucho de dinamita contra un cuartel de la Guardia Civil. Porque un paisano con una escopeta pega cuatro tiros que no dan a nadie, pero con un cartucho de dinamita se echa abajo un cuartelillo. Y en Asturias había mucha dinamita y mucho dinamitero. Así comenzó la revolución y así suelen comenzar las revoluciones: desbordando a las direcciones, a los planes y a las consignas. La dinamita y un resuelto ambiente revolucionario marcaron desde el primer momento la diferencia de Asturias con el resto de España.
El asalto a la sucursal del Banco de España en Oviedo.
La dinamita y la decisión van rindiendo los cuarteles, las comisarías de policía y los ayuntamientos de buena parte de Asturias. Y sobre Oviedo confluyen las columnas obreras dispuestas a adueñarse de los resortes del poder, del poder provincial. Son los guardias, la policía y los carabineros los que les oponen mayor resistencia. Parece que hubiera como un temor a sacar a los soldados a pelear por las calles, no fuera que desertasen y se pasasen a las filas de los revolucionarios. Ramón González Peña dijo que quería haber tomado los cuarteles por sorpresa en las primeras horas de la revolución, seguramente porque contaba con la complicidad de parte de los reclutas y la pasividad del resto. En los posteriores consejos de guerra a que fueron sometidos los mandos de las guarniciones, se les achacó falta de decisión y de espíritu militar. Y hubo general que afirmó que si no se hubieran traído de Africa las tropas coloniales, se hubiera tardado, como mínimo, tres meses en dominar a los revolucionarios.
Estos revolucionarios, convertidos en guerrilleros, funcionaban en grupos y cada grupo tiene un jefe o líder que recibe las órdenes y transmite las novedades a los enlaces del Comité de la Alianza Obrera. Van armados de fusiles, escopetas y pistolas, pero se abren paso con la dinamita y la gasolina. No están militarizados, no son un ejército, por eso mantienen también una natural obediencia y consideración para con los líderes sindicales y políticos que conocen.
Pero no se olvide que la primera casa que fue destruida en Oviedo, fue la Casa del Pueblo, en la calle Altamira, donde tenía la redacción y talleres el periódico socialista Avance. Y fue un pelotón de guardias de Asalto, al mando de un teniente (¿qué sería de ese teniente?), los que la incendiaron después de registrarla en busca de armas, que no encontraron, y de detener en las oficinas de Avance a su director, Javier Bueno, y a los concejales socialistas Jesús de la Vallina y Luis Oliveira, a Adolfo Cadavieco y Vicente Bravo, y a cuatro personas más. Javier Bueno sería objeto de crueles torturas y condenado en consejo de guerra a reclusión perpetua y a resarcir al estado con setenta millones de pesetas... Pero, como diría Moustache: “esa es otra historia”.
Casa del Pueblo y sede de Avance en Oviedo destruida
por agentes de la reacción.



En Oviedo, se va estrechando el cerco de las posiciones gubernamentales. Las guerrillas encuentran fuerte resistencia en el palacio de la Diputación. Al amanecer del día siete de Octubre, varios grupos tratan de rodearlo por detrás. Pero desde el edificio del Banco de España, una pequeña fuerza les hace fuego y les contiene. Son los tres carabineros de protección del Banco que han sido reforzados con una patrulla del ejército formada por un sargento, un cabo y seis soldados de Infantería. La parte trasera de este edificio se encuentra en obras, lo que supone una ventaja para los atacantes. Sitiados, los defensores del Banco terminan por agotar las municiones y no tienen otra opción que la de rendirse cuando amanece el día nueve: ¡Ya está el Banco de España en poder de los revolucionarios!
El jefe del grupo mandaría un enlace al comité de la Alianza Obrera para enterarles de que eran los amos de la catedral del dinero. ¿Y qué es lo que haría cualquiera que de repente se viera dueño de un banco? Pues abrir la caja fuerte para ver lo que hay dentro, ¿o no?
Una revolución se hace para tomar el poder, y el poder puede resumirse y concretarse en la posesión de tres máquinas: la máquina militar, la máquina del BOE y la máquina de los billetes. Y eso es lo que hacen, a su modo, los revolucionarios en Oviedo: luchar para adueñarse de los cuarteles, de la Diputación y del Banco de España. Una revolución regional, porque, como todo el mundo sabe, el poder del estado residía y reside en Madrid, y en Madrid, la huelga general fue... ¡pacífica!, pese a algún que otro petardeo.
Se equivocan, o actúan de mala fe, los que tratan de presentar esta consecuencia de la Revolución como un vulgar atraco. De igual modo, hay que tener en cuenta que en esos primeros días de una revolución social, allá donde los revolucionarios mandaban, el dinero era suprimido. Por otra parte, en aquella sociedad española de los años treinta y de la II República no había, ni remotamente, ese afán alocado por el dinero, el consumismo y la propiedad que hay en nuestra época. La gente tenía muy poco y se conformaba con muy poco.
Pero los del comité de la Alianza, Graciano Antuña, que había sido su tesorero, y Ramón González Peña, que no era del comité pero mandaba tanto o más, sí sabían lo que había en el Banco de España. Allá irían a todo correr con gente de su más absoluta confianza para determinar sobre la marcha lo que había que hacer y cómo lo había que hacer.

El edificio del Banco de España en Oviedo.
Situado detrás del palacio de la Diputación, con fachada a la calle Suárez de la Riva, antes llamada Prologación de la del Fotán, y a la calle Principado por la parte trasera, en el archivo municipal de Oviedo se conservan unos planos que están fechados en Madrid, en Septiembre de 1915 y firmados por el arquitecto José de Astiz. Se trata del proyecto de edificio para la sucursal del Banco de España en Oviedo, que tomó como base, según Joaquín Aranda, otro anterior elaborado por el arquitecto Benito González del Valle, de ascendencia asturiana y afincado en Madrid.
De José Astiz fueron también los edificios que albergaron a las sucursales del Banco de España en La Coruña y en Pamplona, y dirigió la de Sevilla. Arquitecto con estudio en Madrid, Astiz estuvo asociado a Enrique Repullés en la construcción del edificio de la Bolsa en la capital de España.
Sucursal del Banco de España en Oviedo.


Muchos años después, en Junio de 1978, se inició en Oviedo el derribo del palacete de Concha Heres, a pesar del clamor popular en pro de su conservación. En esta ocasión, no fueron las hordas rojas ni la dinamita de los mineros, sino la familia Masaveu y la incompetencia municipal las que propiciaron y permitieron que la piqueta demoliese el que fue denominado “como uno de los mejores edificios urbanos del norte de España”. Creo recordar que el negocio urbanístico se cerró con un acuerdo entre la propiedad y el Banco de España por importe de bastantes cientos de millones de pesetas. Junto con la construcción en la llamada finca de Concha Heres del edificio de la nueva sucursal del Banco de España en Oviedo, se produjo la cesión del antiguo de Suárez de la Riva. Cabe suponer que los políticos “beneficiarios” de la cesión chalanearían bajo cuerda para que el derribo del palacete pudiera llevarse a cabo.
Entre 1983 y 1986, los arquitectos Fernando Nanclares y Nieves Ruiz llevaron a cabo la remodelación del edificio de la antigua sucursal para adaptarla a las necesidades de su nuevo uso como sede de la presidencia del gobierno autonómico. Esta reforma conservó el aspecto exterior del edificio pero fue radical en su interior. Según los especialistas, fue uno de los mejores ejemplos en Oviedo de la recuperación de antiguos edificios (¿edificios o fachadas?).
¿Cómo se fuerza una cámara acorazada?
Si cuando se pierde la llave de una sencilla caja de caudales comprada a los chinos ya cuesta dios y ayuda conseguir abrirla, es fácil de imaginar que las dificultades no serían pocas para conseguir forzar la cámara acorazada de la sucursal ovetense del Banco de España. Y, por mucha dinamita que se tuviese, el riesgo de que a causa de la explosión el edificio se viniese abajo no me parece que fuera pequeño. Tampoco el de que el dinero se quemara dentro.
Supongo que los revolucionarios empezarían por lo más sencillo: pedir al director que la abriese. Normalmente, harían falta tres llaves: la del director, la del cajero y la del interventor. No sé si estarían los tres en el edificio o no. Pude hablar con Alejandro Rebollo, nieto del que entonces era director, Justo Alvarez Amandi. Pero su abuelo, que tenía vivienda en el propio banco, fiel al secreto y la discreción profesional, poco o nada había contado de estos hechos a la familia. Lo que sí recordaba haber oído Rebollo era que su abuelo, antes de que los revolucionarios entraran en el Banco, había tirado la llave de la caja por el retrete.
Los trabajos para hacerse con el contenido de la cámara acorazada se iniciaron inmediatamente bajo la dirección de Graciano Antuña, máximo responsable del Comité de la Alianza Obrera, y la supervisión de Ramón González Peña. No debió de ser tarea fácil. Hubo testigos que declararon haber visto llegar un camión con botellas de acetileno y oxígeno y varios sopletes. No escasearían, precisamente, oficiales metalúrgicos de confianza, de las fábricas de armas y de la Duro Felguera, para que realizasen los trabajos preparativos. Con un soplete de autógena se inició la acometida. Se colocaron las cargas de dinamita, pero la cámara acorazada resistió la explosión. A la segunda, fue la vencida.

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