Desde que García Lorca había caído, acribillado a balazos, en los albores de la guerra española, La zapatera prodigiosa no aparecía en los escenarios de su país. Muchos años habían pasado cuando los teatreros del Uruguay llevaron esa obra a Madrid.
Actuaron con alma y vida.
Al final, no recibieron aplausos. El
público se puso a patear el suelo, a toda furia; y los actores no
entendían nada. China Zorrilla lo contó:
–Nos quedamos pasmados. Un desastre. Era para ponerse a llorar.
Pero después, estalló la ovación. Larga, agradecida. Y los actores seguían sin entender.
Quizás aquel primer aplauso con los
pies, aquel trueno sobre la tierra, había sido para el autor. Para el
autor, fusilado por rojo, por marica, por raro. Quizás había sido una
manera de decirle: para que sepas, Federico, lo vivo que estás.
Bocas del tiempo
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Federico García Lorca |
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