domingo, 12 de agosto de 2012

La sombra del tiempo es alargada: exilios españoles en Londres. ARTURO BAREA. (Badajoz 1897-Londres 1957)



 Arturo Barea nació en Badajoz el 20 de septiembre de 1897
Lápida de la tumba de Arturo Barea, en Heaton Hastings.

ARMHEX 4 Agosto 2012
Será porque a cierta edad el pasado nos reencuentra (¿o somos nosotros quienes nos reencontramos con el pasado?). Será porque mi padre trabajó en los años 50 para el servicio español de la BBC, buscándose la vida fuera de la España negra de entonces, como tantos otros. Será porque hoy trabajo en Eaton Square 102, antigua sede del Instituto de España y hoy Instituto Cervantes de Londres. Será porque el majestuoso edificio de Belgravia rezuma solera por los cuatro costados y alberga su fantasma, como manda la tradición. Será porque, además de todo lo anterior, la memoria de ilustres españoles exiliados en Londres después de la guerra civil ha resucitado recientemente de la mano de escritores, historiadores y académicos, quizá porque tocaba, porque el ritmo natural de la historia lo requería, porque las sombras que habitan a nuestro alrededor no se desvanecen con facilidad, bien al contrario reclaman nuestra atención, nos llaman con discreta insistencia desde la distancia de medio siglo exigiendo explicaciones, buscando nuestra compañía y nuestra voz, tal vez para encontrar la serenidad que no hallaron en vida y al fin descansar en paz. Y así dialogan con nosotros en silencio, siempre que sepamos escucharles, y se presentan de improviso donde menos lo esperábamos, en un parque, en una escalera, en un libro, retratados o imaginados, tangibles y evanescentes, muertos y sin embargo vivos, dejando a su paso rastros, susurros, interrogantes.

Por todo ello tal vez no sea casualidad que hace escasamente dos años un grupo de escritores e hispanistas, abanderados por William Chislett, periodista y escritor británico, tomara la iniciativa de restaurar la deteriorada lápida de Arturo Barea en Heaton Hastings, a las afueras de Faringdon (condado de Oxfordshire). El homenaje al escritor reunió a destacados nombres de la literatura, como Antonio Muñoz Molina, Javier Marías y Elvira Lindo, además de los historiadores Charles Powell, Santos Juliá, Paul Preston y Gabriel Jackson. Arturo Barea, nacido en Badajoz en 1897, conocido por su trilogía La forja de un rebelde, novela de carácter autobiográfico publicada por primera vez en inglés entre 1941 y 1946, se exilió en Londres después de la guerra civil y trabajó durante 17 años para la sección latinoamericana de la BBC dando charlas sobre temas de política y literatura. Sé que mi padre, Felipe Lorda Alaiz, coincidió con él, como con otros tantos españoles que colaboraban por aquel entonces con la BBC, aunque, que yo recuerde, nunca me refirió ninguna anécdota concreta sobre Barea. Hoy le pregunto a mi madre si guarda algún recuerdo de él: “No mucho, sólo que era un señor amable, ya bastante mayor, con un pasado difícil que supo transmitir en su precioso libro, La forja de un rebelde, y un futuro incierto. Pero estaba tranquilo, pese a su temor por el porvenir de España”. De la vida de Barea en Inglaterra y de su trabajo en la BBC nos da amplia noticia Luis Monferrer Catalán en su libro Odisea en Albión, que desgrana las vicisitudes de dos generaciones de exiliados y emigrados españoles en Gran Bretaña. La vida de Barea en Londres, junto a su compañera la periodista austriaca Ilse Kulcsar, fue más o menos feliz. Logró integrarse plenamente en un país cuya cultura admiraba, obtuvo la nacionalidad británica, fue reconocido por su labor en la BBC y pudo culminar su obra literaria. Nunca alcanzó la fama que mereció aunque, según señala Chislett en su artículo En busca de la tumba de Arturo Barea, sí se convirtió en un escritor bastante conocido en los últimos años de su vida, elogiado incluso por George Orwell.

No fue hasta 1978, cuarenta y un años después de su muerte, que salió a la luz en España La forja de un rebelde, un retrato individual y colectivo de la España de la primera mitad del siglo XX. Para los aficionados a la literatura que vivimos la transición democrática fue un libro de obligada lectura, tanto por su valor literario como por la curiosidad natural que suscitaban por aquel entonces las obras censuradas por la dictadura. Han pasado más de treinta años desde entonces. ¿Qué hace que, después de tres décadas, un grupo de personas se reúna en torno a la lápida de Barea y le rinda homenaje en un cementerio de Oxfordshire? La sombra del tiempo es alargada, cabría decir, parafraseando a Delibes.

Entre estas personas estaba, como he indicado anteriormente, el escritor Antonio Muñoz Molina. Él mismo señala en un artículo (Una lápida para Arturo Barea) que fue precisamente su amigo Chislett, el descubridor de la lápida, quien le “puso sobre la pista de la nueva vida que tuvo Arturo Barea en su exilio inglés, después de la calamidad de la guerra española y de los meses de hambre, miedo y desarraigo en París”. Da la casualidad, de nuevo, que Muñoz Molina acababa de publicar hacía muy poco La noche de los tiempos (2009), una obra magnífica que posee la grandeza de las novelas decimonónicas en su habilidad de recreación detallada de un universo urbano y de introspección psicológica de los personajes. En sus páginas revivimos, con la fuerza plástica de una película, el ambiente de preguerra de Madrid y seguimos los avatares del protagonista, el arquitecto Ignacio Abel, el drama de su vida personal y de la España que se quiebra agónicamente. El drama del exilio. Mientras leía la novela, me vinieron vagamente a la memoria retazos de la vida de Arturo Barea, y mi intuición se vio confirmada cuando leí unas declaraciones del propio autor (recogidas por Jesús Ruiz Mantilla en El País) en que comentaba que su protagonista estaba inspirado en Barea y en otros exiliados de la época. “Personas divididas por dentro como Salinas, Moreno Villa, Chaves Nogales o Barea. Los cuatro se negaron a dejarse arrastrar por el sectarismo o apartar los ojos de lo que estaba ocurriendo o a justificar ningún crimen. Los cuatro se marcharon de España y no volvieron nunca”.

Sí, larga es la sombre del tiempo, capaz de traspasar las tapias de un cementerio, de reunir alrededor de una lápida a personas que recuerdan y que, a su vez, resucitan con su voz y su escritura a aquellos que la historia relegó al olvido.

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