martes, 27 de noviembre de 2012

Los Fugitivos de Franco

Documentos inéditos relatan las historias de republicanos españoles que, tras huir de las cárceles de la dictadura, alcanzaron la libertad gracias al embajador mexicano en Lisboa.

 

Joaquín Martín Reinoso




El País / LUIS PRADOS / 25-11-2012

Al entrar en mi pueblo las fuerzas fascistas me buscaron para fusilarme, pero no lo consiguieron porque ya me había fugado. Como no pudieron cogerme, fusilaron a dos hermanos míos”. Así empieza su relato al llegar a Lisboa a finales de 1946, huyendo de la dictadura franquista, Joaquín Martín Reinoso, de 33 años, soltero, natural de Fuentes de León (Badajoz) y militante del PSOE. Uno de los cientos, tal vez miles, de republicanos españoles que encontraron auxilio en la Embajada de México en Portugal y a cuyos testimonios, inéditos hasta ahora y conservados en el archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana, ha tenido acceso EL PAÍS. Su peripecia es un ejemplo más de las penalidades sufridas por tantos fugitivos del franquismo durante 10 años terribles de guerra y cárcel hasta que encontraron en el país vecino la mano amiga de Gilberto Bosques, embajador mexicano en Lisboa, y pudieron escapar hacia la libertad.
“Yo me había marchado a Madrid”, continuaba Martín Reinoso, “incorporándome al batallón de Margarita Nelken y combatiendo hasta el 28 de agosto de 1938 en que perdí el brazo a consecuencia de un morterazo del enemigo en la posición de Carabanchel (…). Me lo amputaron y me dieron inútil total. Como había que evacuar Madrid y no sabía adónde ir, cogí el tren y me marché para mi tierra (…). En Talarrubias (Badajoz) me detuvieron y me mandaron a Siruela, donde me tuvieron 15 días sufriendo los más malos ratos que se pueden dar; de ahí me trasladaron al campo de concentración de Castuera, donde sacaban a los hombres en camiones para fusilarlos. Un día, un falangista me pegó una paliza por gusto. Al año me trasladaron a Herrera del Duque, donde la comida nos la daban cada 24 horas, 150 gramos de pan y 2 sardinas”.
En enero de 1941, Martín Reinoso fue condenado a muerte, pena que después le sería conmutada por la de 20 años y un día. En 1946 recibió un indulto y volvió a su pueblo. Pero sus desgracias estaban aún lejos de acabar. “Me presenté a la Junta de Libertad Vigilada y me mandaron al cuartel de la Guardia Civil. Mi llegada fue mala. Empezó el comandante del puesto por insultarme todo lo que quiso hasta decirme que me iba a dar una paliza y me iba a cortar la otra mano (…). Me dijo que me tenía que presentar todos los domingos y que me iba a vigilar muy de cerca (…). Me prohibió entrar en ningún casino; a las ocho de la noche tenía que estar en casa (…). El 27 de octubre fue la última vez que me presenté porque esa noche me volvieron a llamar. Aquello no me gustó nada y crucé la frontera…”.
Y concluye: “No he de olvidar las dos animaladas cometidas contra dos hermanos míos, ni la de mi querido padre, que murió cuando iba para la estación de Fregenal de la Sierra con el carro y le salieron al camino los fascistas y por no decir dónde me encontraba yo le dieron fuego al carro (…) y no quiero escribir más porque recordando toda la historia pierdo el sentido”.
Su caso, como los más de cien historiales referidos al periodo 1946-1948 conservados en seis gruesas carpetas en el archivo de la cancillería mexicana, ilumina uno de los momentos más tenebrosos de la historia reciente de España, la represión política de la inmediata posguerra. El miedo, la delación, la venganza, la tortura y el infortunio, pero también las casualidades inverosímiles, se unen en un rosario de penales, campos de concentración y batallones de castigo. Una geografía del terror de la que campesinos, exmilitares, albañiles, maestros y mecánicos escapan a pie y a oscuras, perdidos por las sierras de la Península, hasta alcanzar el incierto refugio de Lisboa.

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