miércoles, 11 de enero de 2012

Obituario de un olvidado más


Jesús Pueyo


Por AITOR FERNÁNDEZ



Como dice Emilio Silva, Jesús Pueyo (1921-2012) representa el paradigma de las víctimas del franquismo. Estas personas siguen siendo, aún 76 años después, personas completamente olvidadas por las instituciones en su lucha por encontrar a sus familiares asesinados por la sublevación fascista.

Cuando le conocimos no sólo descubrimos que eso era cierto, también confirmamos cómo, a pesar de las tragedias vividas, Jesús seguía conservando toda sensibilidad y nobleza, seguramente transmitida por su padre, Jesús Pueyo Prat, un socialista asesinado en Uncastillo (Zaragoza) por cuatro de sus propios vecinos la primera semana de agosto de 1936. Jesús recuerda especialmente el momento en que “lo llevaban a fusilar y se tapó la cara para no ver la de su hijo.” A partir de entonces el fascismo cercenó las vidas de seis personas más de la familia. En Uncastillo, una localidad de entonces 4500 habitantes, 157 civiles fueron asesinados sin haber estado nunca en ningún frente. Un día asesinaron a 13 mujeres, algunas adolescentes: “Mis primas fueron violadas después de muertas y luego las quemaron.”
El hermano de Jesús fue alistado para el frente y él quedó sólo con su madre. “Yo tenía miedo de que se pasara al bando republicano y fueran a por mí.” Por ello y por más razones Jesús se dio cuenta de que su vida corría peligro y se marchó a trabajar a Pamplona. Intentó salir adelante, hacía trabajos esporádicos y a veces cantaba en los bares. No se podía apuntar en la bolsa de trabajo porque le pedían la presentación de tres avales y ésos tenían que ser los asesinos de su padre. Dice que se le hubiera caído la cara de vergüenza si lo hubiera hecho. Prefirió alistarse a la legión extranjera para que le llegara algo de dinero a su madre, María Maisterra, que finalmente quedó al amparo de su otra hija y su yerno.
En la legión le espera a Jesús el infierno, pues fue obligado a hacer cosas que no deseaba hacer e incluso fue acusado de desertor falsamente, por lo que se tuvo que defenderse en un consejo de guerra en el que al final se salvó de la muerte. Quizá durante todo ese tiempo se acordara de sus maestros, “personas con muchas ganas de enseñar y que sabían motivarnos” –asegura que por eso luego los asesinaron-, y de la persona que hubiera podido llegar a ser. Cada vez en situaciones peores, decidió al final desertar durante un permiso de tres meses en que volvió a Pamplona. Cogió un autobús hasta los Pirineos y allí atravesó la frontera caminando por las montañas, cosa que consiguió gracias a la solidaridad de las personas que se encontró en el camino.

Ya en Francia (primero en Pau y luego en París) empezó a salir adelante, ofreciendo su esfuerzo y su trabajo en levantar faraónicas construcciones como carpintero. Una vez encontró una cartera con 8000 francos. A pesar de lo apurado que estaba, la devolvió a su dueño: “La abrí y vi que ese hombre había estado en un campo de concentración. No podía hacerle eso”. Jesús Pueyo representa también el paradigma de una generación dedicada por completo al trabajo y a la humildad. Poco a poco fue ascendiendo y tuvo una buena vida, primero con una esposa, con la que tuvo tres hijos, y luego con la actual, a la que conoció en Chile, apasionado como era de los viajes porque le gustaba “ver cómo viven los otros.”
Verá usted. Le voy a poner en conocimiento que hay tres millones dioses en el mundo. Pero yo he viajado por setenta países y no he conocido a ninguno.” Emocionado y hablando desde el corazón, Jesús fue perfilando toda su vida y dando su opinión en lo todo lo que le había dado tiempo a conocer. Fueron los cimientos de su vida dos ilusiones. La primera, que las personas conocieran su historia. Lo consiguió con la publicación de unas memorias -“Del infierno al paraíso. Memorias de Jesús Pueyo”- que se siguen regalando en su página web (jesus.pueyo.pagesperso-orange.fr): “Lo escribí porque así mi libro será leído dentro de mil años, y allí se encontrará el nombre de mi pueblo, de los fusilamientos que hubo en él y eso quedará en la historia”.  La segunda, cuando el gobierno le presentara “lo restos de su padre”, puesto que “es responsabilidad del gobierno y no de las familias hacerlo”. Lo cierto es que Jesús estuvo intentándolo a lo largo de la mitad de su vida, primero en soledad y luego acompañado por su incondicional esposa, Ana. Escribieron cientos de cartas que no obtuvieron respuesta, hicieron investigaciones durante años: “No pararé hasta que nuestros familiares estén enterrados junto a sus compañeros.” El día 6 de febrero estaba citado a declarar en el juicio de Garzón. No lo consiguió, pero tenía puestas sus esperanzas en los que seguimos estando en este mundo.
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Jesús Pueyo (1921) murió el 4 de enero de 2012 en su casa de Hendaia (Francia) a los 90 años.
http://www.datecuenta.org/obituario-de-un-olvidado-mas

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