martes, 10 de enero de 2012

La última derrota de un testigo de los crímenes de Franco

A menos de un mes de comenzar el juicio contra Garzón fallece una de las víctimas que iba declarar 

Monumento en memoria de los fusilados de Uncastillo inaugurado en julio de 2010.


ÁNGELES VÁZQUEZ Madrid 09/01/2012

Los testigos de los crímenes del franquismo propuestos por Baltasar Garzón para defenderse en el juicio que comenzará el día 24 están acostumbrados a luchar. Y a perder. Uno de los que más ilusión tenía en poder ayudar, en la medida de sus posibilidades, al único juez que se atrevió a abrir una causa penal para investigar lo ocurrido durante la Guerra Civil y la posguerra no lo podrá hacer.
A menos de un mes de que comience la vista oral, Jesús Pueyo Mastierra ha muerto. Ha sido su última derrota. No puede contar su historia a un tribunal. Aunque los jueces que lo compongan no vayan a estar ahí para tratar de encontrar al responsable del fusilamiento de su padre y de varios familiares. Al contrario, su deber consistirá en juzgar al juez que, en octubre de 2008, logró devolver a él y a otros muchos la esperanza de que por fin la Justicia iba a revisar lo ocurrido en esos años convulsos.
Según los que le conocían, Pueyo estaba ansioso por declarar en el Tribunal Supremo para defender a Garzón y poder contar en una sala de vistas, por fin, lo que le ocurrió a su padre. Eso sí, en los últimos meses había pedido que se le permitiera comparecer por videoconferencia, por su delicado estado de salud.

Los únicos permitidos

Una circunstancia que se extiende a muchos de los más de 20 testigos propuestos por la defensa de cara al juicio, los únicos que la Sala Segunda permitió que testificaran. Todos los demás, entre los que figuraban magistrados de la Audiencia Nacional y expertos juristas en justicia universal, fueron rechazados.
Y es probable que, precisamente por motivos de edad o enfermedad, el abogado del juez en este procedimiento, Gonzalo Martínez-Fresneda, se vea obligado a solicitar al tribunal que le permita renunciar a alguno de ellos y a sustituirlos por otros, que sí puedan comparecer ante el Alto Tribunal.
Pueyo, que residía en Hendaya, llevaba mucho tiempo preparándose para poder contarlo todo. Desde 1977 trataba en solitario de encontrar justicia. Una página web, un libro de memorias, un listado de los fusilados en la comarca de las Cinco Villas, en el que llegó a poner nombre a 184 víctimas, y hasta un monumento en su pueblo, Uncastillo, en memoria de los que fueron asesinados poco después del golpe de Estado que significó el principio del fin de la Segunda República.

Décadas de trabajo

Jesús Pueyo murió sin saber en qué cuneta está enterrado su padre y teniendo muy presente que él fue quien, con 14 años, fue a buscarlo a la era para que se presentara ante el juez, después de que este le prometiera que no le pasaría nada. El compromiso se demostró falso cuando al día siguiente un grupo de falangistas se lo llevaran en un camión. Los que lo vieron no tuvieron ninguna duda del trato que había recibido aquella noche.
Aunque su vida siguiera, Pueyo nunca dejó de ser testigo de lo que le ocurrió a su padre. Por eso, cuando Garzón se declaró competente para investigar estos crímenes, le llevó un dossier con los datos recabados durante décadas. Y esa causa fue lo más cerca que estuvo de la Justicia. La demanda que presentó en Estrasburgo ni siquiera fue admitida.

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