Enposidonia.blogspot.com.es 15 Febrero 2013
A
las elecciones de 1936 las izquierdas, incluidos los anarquistas, se
presentaron unidas. Fue lógica la unión para estos comicios tras los
recortes a las libertades sufridas durante el bienio negro.
La
situación en Cartagena durante ese período resultó un tanto peculiar;
en una ciudad en la que había ganado mayoritariamente el PSOE, el
Gobierno cerró la Casa del Pueblo, y decidió disolver el Ayuntamiento en
noviembre de 1934, sustituyéndolo por una Comisión Gestora con
funciones casi exclusivamente administrativas.
Fue
una triste época para la Democracia. La derechas recalcitrantes
comenzaron a moverse con mayor entusiasmo y los partidos monárquicos
recuperaron su esperanza de una restauración, mientras el pueblo,
impotente, perdía las que abrigó con las primeras medidas reformadoras
de la República.
En
ese ambiente de descontento y de inestabilidad general, durante los dos
años de gobierno de las derechas, las posturas de enfrentamiento se
habían ido exacerbando y con la llegada de la campaña electoral, tanto
las derechas como las izquierdas fueron a por todas, multiplicándose los
insultos y multiplicándose, por primera vez en la ciudad, los
incidentes durante la campaña por los enfrentamientos entre militantes
de ambos bandos y actos de violencia callejera.
El
triunfo de las izquierdas, con una rotunda victoria en Cartagena (un 62
% de los votos) supuso una nueva esperanza para la gente trabajadora, y
para los miembros de la pequeña burguesía republicana, que tanto había
sufrido la represión durante el bienio negro. Al saber el resultado se
organizó una gran manifestación, y los del Frente Popular marcharon
hacia el Ayuntamiento, acompañando a los concejales que habían sido
depuestos en el treinta y cuatro, para volverlos a poner en sus cargos.
Pero la euforia de los vencedores chocó con el resentimiento de la derecha,
ahondando más en las diferencias, y menudeando los enfrentamientos
entre ambos bandos durante los pocos meses que mediaron hasta la llegada
del golpe de estado fascista.
Y es que ellos nunca se conforman con perder.
Ganar, siempre ganar, y a costa de lo que sea. Cuando los resultados
les son propicios, se escudan en la mayoría conseguida para, por encima
de cualquier legitimidad legal o moral, pasar el rodillo por encima del
pueblo, recortar los logros sociales, amputar las libertades (la
situación actual es una muestra de las veces anteriores, una traducción a
la realidad del siglo XXI de sus actuaciones en el pasado) y cuando,
por el contrario, pierden unos comicios, centran toda su actividad en la
tarea de la desestabilización, recurriendo a cualquier método, por
demagógico, por sucio que resulte (¿recordáis los peones negros?) para
minar los cimientos de la democracia, una democracia de la que se sirven
cuando sus normas les favorecen, y a la que atacan cuando los
principios de ésta les hacen sentirse bajo amenaza.
El pueblo no bajó la cabeza el 18 de julio.
El pueblo se unió contra el ataque a sus libertades.
Tampoco
ahora bajamos la cabeza. El pueblo ha estado dormido mucho tiempo; hay
quien aún continúa durmiendo, pero vemos como poco a poco, aun en
pequeños grupos, se va despertando y la gente se organiza para
defenderse del ataque a sus libertades, del ataque a las conquistas
sociales.
A la II República, la democracia de los años treinta, la defendieron las milicias populares.
A
la democracia del siglo XXI la defienden plataformas como las de la
defensa de la Enseñanza Pública o de la Sanidad Pública, del 15 M, de
los afectados por las hipotecas, los foros sociales, los funcionarios
que pretenden una Justicia digna, los colectivos feministas, las
comunidades de base, los colectivos de Educación Popular...
Y no van a poder con el pueblo.
Ya luchamos otras veces, y conseguimos que la democracia volviera a
este país, desterrando al fascismo; una democracia tibia la que vino en
los setenta, es verdad, pero la democracia del siglo XXI, la que
renacerá tras nuestra victoria contra los ataques del moderno fascismo,
no pecará de tibieza. Si no abandonamos la lucha, recuperaremos el
terreno perdido, y por fin tendremos una democracia real.
Quiero terminar este artículo con una cita de la novela de John Steinbeck "Las uvas de la ira", las palabras de Ma Joad, al final, dirigiéndose a su hijo Tommy:
«Nunca
más voy a tener miedo. Pero lo tuve. Por un momento pareció como si nos
hubieran derrotado. Derrotados por completo. Parecía como si no
tuviéramos a nadie en todo el mundo, sólo enemigos. Como si nadie
siguiera siendo amistoso. Me hizo sentir bastante mal, y también
asustada, como si estuviéramos perdidos y a nadie le importara… Los
ricos van y se mueren y sus hijos no sirven para nada y van
desapareciendo. Sin embargo, Tom, nosotros seguimos surgiendo. No te
inquietes, Tom. Llegan nuevos tiempos, distintos.
Tranquilo.
Debes tener paciencia. Mira, Tom... nosotros, nuestra gente, seguirá
viviendo cuando estos otros hayan desaparecido. Escucha, Tom, nosotros
somos el pueblo que vive. No nos pueden borrar del mapa. Porque nosotros somos el pueblo, nosotros seguimos adelante...»
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