Castronuño, Franco y la vaca lechera. |
Félix Población
Escritor y periodista 18 Octubre 2012
El pueblo vallisoletano de Castronuño debe su nombre a Nuño Pérez, el
alférez de Alfonso VI que lo reedificó. Se trata de una localidad
vallisoletana situada en la vega del Duero, que figura entre las catorce
de la provincia donde la derecha jamás ganó unas elecciones. En
Castronuño, como consecuencia de la represión franquista, más de una
veintena de vecinos fueron fusilados durante la Guerra Civil.
Allí, en los inicios de la década de los cuarenta, el régimen del
dictador se propuso la construcción de los canales de Toro y San José,
así como la presa de la central hidroeléctrica que lleva este último
nombre. Las obras empezaron en 1941, costaron algo más de diez millones
de pesetas y concluyeron cuatro años después, siguiendo el acelerado
proceso de inauguración de presas y pantanos que de modo tan asiduo
conformaba la primera página del Nodo.
Es muy probable, sin embargo, que en el caso de la presa de Castronuño
la información ofrecida a través del noticiero oficial del régimen -de
obligada exhibición en todas las salas de cine del país-, no se mostrara
íntegramente a los espectadores. Porque en Castronuño, el 3 de octubre
de 1946, fecha en que el extinto caudillo acudió a la inauguración
oficial, ocurrió algo que ni el propio Luis Berlanga habría imaginado
para sus películas.
El jefe del Estado había pernoctado la noche anterior en el campamento
militar de Monterreina (Zamora). Todo estaba preparado para que el
pueblo lo recibiera a la mañana siguiente, salvo algo tan fundamental en
un evento de esas características como la música. Se aproximaba la hora
de la inauguración y nada se sabía de la banda que debía intervenir en
el acto, hasta que el alcalde y maestro de la localidad, Santos Pérez
Curto, recibió la noticia de que el vehículo en el que viajaban los
músicos había sufrido un accidente.
No había más solución que improvisar sobre la marcha, por lo que a don
Santos se le ocurrió la idea de recurrir a los pocos vecinos que tocaban
mejor o peor algún instrumento. La Guardia Civil se encargó de su
búsqueda inmediata, dando así con Lorenzo, a quien llamaban propiamente
El Músico, que haría de director. Le acompañarían su esposa, la señora
Pepa, con Pepe El Gato y dos más, Fabriciano y Victoriano, de
modo que se juntaron un total de dos trompetas, un trombón, un tambor y
un bombo. En la banda no pudo intervenir Demetrio Madroño, El Jeringa, que como su hermana había sido encarcelado por el dictador, después de que sus padres fueran fusilados durante la guerra.
No hubo ocasión siquiera para un mínimo ensayo previo. Los músicos se
situaron en el lugar de honor donde las autoridades esperaban al
Generalísimo, presididas por el gobernador civil de la provincia, junto a
una remesa de falangistas desplazados expresamente al lugar. “La presa
disponía entonces de un puente peatonal (ahora adaptado para el paso de
vehículos). Para acceder a él -cuenta María Torres, que ha dado a
conocer este peculiarísimo episodio de nuestra posguerra- había a cada
uno de los lados una escalera. Sobre una de esas escaleras se
encontraban dos niñas, Luisa Hernández y su amiga Araceli López,
deseosas de presenciar el espectáculo. Al aproximarse Franco, fueron
echadas de allí por varios falangistas”.
Imagínense que una vez pronunciado el discurso de hidráulica costumbre
por parte del dictador, con los consiguientes vítores y aplausos por
parte de las fuerzas vivas, la pequeña banda deja sonar las
archiconocidas notas de Tengo una vaca lechera. La versión de
tal hecho se la escuchó Torres a la propia Luisa Hernández, con la
colaboración en el rastreo de esa singular memoria de Gabino Alonso y
Félix Maestre Gutiérrez, primer alcalde de Castronuño durante la
democracia.
Pienso, como María, que la elección de la pieza no pudo ser casual o
fortuita. Tampoco creo que los intérpretes no supieran tocar otra,
aunque fuera un pasodoble. Se podría hasta creer, como cuenta Almudena
Grandes en su última novela El lector de Julio Verne, que los improvisados músicos de Castronuño recurrieron a La vaca lechera con
la misma intención de canto subversivo con que la entonaban los
guerrilleros antifranquistas en las sierras de Jaén durante esos mismos
años
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