lunes, 28 de abril de 2014

Los verdaderos culpables de la Guerra Civil

Lidia Falcón
28 abr 2014 Lidia Falcón
público

Si mi bisabuelo, Anselmo de Lamo, nacido en 1855, masón, que empeñó su pequeña fortuna en apoyar las causas liberales para impulsar el fin de la monarquía y el advenimiento de la República; si mi abuela, Regina de Lamo, nacida en 1870, pianista, poeta, escritora, activista contra todas las injusticias, que entregó todo su empeño a la implantación del sindicalismo y el cooperativismo, a la defensa de las mujeres más desfavorecidas y a consolidar la II República; si mi padre, César Falcón, nacido en 1892, comunista, escritor, periodista, director de Mundo Obrero y creador de Altavoz del Frente, exiliado desde 1939; si mi tío, el comandante de aviación Virgilio Leret, nacido en 1903, socialista, fusilado el 17 de julio de 1936 en la Base de Hidros de Mar Chica en Melilla, muerto en defensa de la II República; si mi tía Carlota O’Neill, nacida en 1905, comunista, escritora, dramaturga, directora de Nosotras, revista de las mujeres comunistas, cinco años encarcelada en el fuerte de Victoria Grande de Melilla, por defender la II República, exilada desde 1949; si mi madre, Enriqueta O’Neill, nacida en 1909, escritora, cantante, que trabajó toda su vida por defender y volver a implantar los principios republicanos; si todos ellos, y muchos millones más de españoles que entregaron lo mejor de su vida, de su inteligencia, de su lucha, por acabar con el corrupto sistema monárquico y llevar a su país a la democracia republicana, supieran que en 2014 los dirigentes de izquierda consideran que es prematuro proclamar la III República, hubieran caído fulminados por la incredulidad y la desesperación
Una de las infamias que se han permitido desde la Transición hasta hoy, ha sido la permisividad con que se ha acogido la campaña continuada que los fascistas están realizando para denigrar la II República. No fue suficiente que durante cuarenta años los gritos de los vencedores de la Guerra Civil ahogaran toda voz en defensa de la verdad, para que, instaurada esta parodia de democracia, los mismos propagandistas continuaran su labor de falsificación de la historia. Las tesis de Pío Moa han sido suficientemente difundidas por medios de comunicación de masas, no sé si también enseñadas en ciertos colegios y universidades, para que se repitan hoy en muy diversos círculos. Se asegura, incluso, que el Frente Popular es el que causó la Guerra Civil.
Cuando se recuerda –¡y que tiempos estos en que hay que defender lo obvio!– que la Guerra la organizaron, la pagaron y la desarrollaron los militares fascistas, parece que se descubre una verdad oculta. Los acontecimientos más destacados de aquella época, cuya realidad no admite discusión: que al escaso año de proclamarse la República, en 1932, el general Sanjurjo destinado en Pamplona se alza en armas y sus conjurados organizan disturbios en varias ciudades, y que a pesar de haber sido juzgado, considerado culpable y sentenciado a muerte según el Código de Justicia Militar de la época, fue indultado y pocos meses más tarde salía elegido diputado a Cortes; que José Antonio Primo de Rivera, como cuenta, admirativamente, Ximénez de Sandóval en su biografía apasionada, el año 1933 viajó a Italia, donde se entrevistó con Mussolini a fin de informarse del régimen fascista que allí había implantado, y después fue a Alemania para entrevistarse con el Gobierno nazi a fin de comprar armas para abastecerse en la organización del golpe de Estado; que el contrabandista y financiero Juan March, que había estado vendiendo armas a los rebeldes de Abdel-Krim, en el Rif marroquí, en la guerra de Marruecos contra España, financió el golpe militar de 1936, desde el principio de la República; de lo que el Gobierno republicano tuvo suficientes sospechas como para encarcelarlo en junio de 1932, y que se fugó de la cárcel de Alcalá de Henares, sobornando a un funcionario de prisiones que más tarde tuvo importantes cargos en el Gobierno franquista. Que, en definitiva, la Guerra Civil se preparaba desde el mismo momento en que las elecciones municipales de 1931 dieron la victoria a las formaciones políticas republicanas en las ciudades, y ni Romanones ni el Ejército estuvieron dispuestos a defender a un rey corrupto y convicto de alta traición, y que por tanto el pueblo proclamó pacíficamente la II República.
La Guerra Civil, como ya se sabe –o debería saberse– es una guerra de clases. En España, donde ni siquiera se había llevado a cabo la revolución industrial (únicamente la oligarquía vasca tenía cierto peso), la burguesía era escasa, débil, sin recursos propios y vendida al capital extranjero; seguían siendo muy poderosos los latifundistas del sur y del oeste, en donde el caciquismo explotaba exhaustivamente a los jornaleros y arrasaba toda participación popular, y el capital financiero, representado por empresarios como March, apostaba por el fascismo, a imitación de Italia y Alemania. La defensa ideológica del fascismo la realizaba constantemente la Iglesia católica.
Todas las oligarquías querían derribar a la II República, aquella que afirma en su artículo 1º que “es de trabajadores de todas las clases”, y la que afirmó la igualdad del hombre y la mujer, instauró la Seguridad Social, la enseñanza laica, la separación de la Iglesia y el Estado y prometió la Ley de Reforma Agraria. Iba a limitar el omnímodo poder feudal en más de la mitad de España y a iniciar un tímido reparto de la riqueza y de la igualdad, que beneficiaría fundamentalmente a los trabajadores y a las mujeres. Todo ello era inaceptable para la Iglesia inquisitorial, los banqueros, los industriales y los latifundistas, que pagaron al sector fascista del Ejército, con la inestimable ayuda de Mussolini y de Hitler.
El denostado Frente Popular gana las elecciones el 16 de febrero de 1936, en el que participan desde republicanos moderados hasta conservadores y católicos, en cuyas filas se inscribía nada menos que don Niceto Alcalá Zamora, que fue el primer Presidente de la República, hasta los comunistas, cuya fuerza era escasísima dada la poca implantación que habían logrado desde 1920 en que se constituye el partido. Socialistas y republicanos formaban un núcleo más nutrido. El Frente Popular gana con amplia mayoría ante la derecha, que en las anteriores elecciones había salido triunfadora en 1933, gracias a la abstención de la CNT, después de los gobiernos tiránicos y represores que habían provocado la revolución de 1934, y cuya persecución ocasionó miles de muertos y decenas de miles de presos, y el arrasamiento de Asturias, así como de los avances sociales y culturales que se habían logrado en los dos primeros años de gobierno republicano.
El Frente Popular solo puede gobernar cinco meses hasta que el Ejército fascista comienza a su labor de destrucción del país. Y su Gobierno fue tan débil que permitió que las armas que enviaban a los fascistas desde Alemania se almacenaran en la base de Cuatro Vientos, como cuenta Hidalgo de Cisneros; que Mola fuera capitán general de Pamplona y Franco de Canarias, y que la conspiración siguiera avanzando, anunciada por las amenazas continuas de José Antonio Primo de Rivera y de Calvo Sotelo, lanzadas diariamente en el Parlamento, hasta que las tropas de regulares invadieron Melilla y después cruzaron el Estrecho. Lo demás está explicado en la bibliografía más extensa que jamás se haya dedicado a una guerra.
Mientras escribo estas líneas me pregunto, ¿será cierto que todavía es necesario que escriba estos hechos que ya son historia probada e indiscutible, el 27 de abril de 2014?

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