viernes, 11 de julio de 2014

La mendicidad en las exhumaciones de la guerra civil

                                                    
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 Equipo que finalizó las Campañas de Excavación y Eshumación de la Fosa de Borriol, después de que más de 20 técnicos y voluntarios pasasen 14 días de intenso trabajo.

AZAHARA MARTÍNEZ VALLEJO. ARQUEÓLOGA Y HUMANISTA.
10.07.2014
Cuando, hablando con algún conocido, surge el tema de a qué se dedica cada uno y dices “Pues somos arqueólogos…”. La respuesta, invariablemente, es “Jo! Qué interesante!!” Seguido de la eterna pregunta “¿Y qué es lo más valioso que has encontrado?”.
Lo de valioso a menudo se puede sustituir por lo más antiguo.
No es que moleste. Nada más lejos. Se agradece que se valore tu trabajo, aunque solo sea en el momento en el que el interlocutor te imagina desempolvando sarcófagos y encontrando entradas secretas que comunicaban la Mezquita con Medina Al-Zahra.
Porque luego te preguntan sobre lo que estás excavando ahora. Y se pronuncian las palabras Memoria Histórica o fosas de la guerra civil. Entonces las caras cambian, la fascinación torna en recelosa curiosidad, aderezado con escepticismo y un poquito de “¿eso, para qué?”.
El año pasado, fui protagonista de esta escena con un par de colegas. Uno de ellos muy concienciado y el otro, interesado, me planteó una pregunta nueva: “¿Y cuánto ganas con eso?”.
Sí, se refería a dinero.
Cuando se aborda el tema de la financiación de las labores de Recuperación de Memoria Histórica hay que valorar varios aspectos.
El aspecto estructural de la cuestión o el “así son las cosas en España”: la lógica más aplastante que nos dicta aquello de quién la hace, la paga, parece que no se aplica a nuestro país. Por Justicia Universal, le corresponde al Estado hacerse cargo de los gastos que originan las labores de recuperación de la Memoria, donde se incluyen trabajos de investigación, campañas de exhumación de restos, rescate del olvido de los espacios de la memoria (trincheras, cementerios, tapias,…).
En el año 2007, el anterior gobierno socialista dio un paso adelante en este aspecto con la aprobación de la Ley de la Memoria Histórica1, por la que, además de reconocerse los derechos a las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo, se concedían subvenciones a agrupaciones y asociaciones de familiares de estas víctimas. Un paso tímido y peligroso al mismo tiempo. Tímido, ya que el Estado no fue valiente y no se atrevió a redondear su Ley, asumiendo la responsabilidad de esta labor, organizando y coordinando desde el gobierno central, o quizá a través de las autonomías, la gestión de estos trabajos. Y peligroso, pues al delegar estos trabajos en la voluntad de las asociaciones de víctimas, o agrupaciones en pos de la Recuperación de la Memoria que se iban configurando, todas con muy buena intención, en algunos casos excepcionales, la falta de aptitudes profesionales, falta de experiencia en gestión y nula supervisión de los proyectos por parte de algún ente superior que garantizara el buen hacer de estas agrupaciones, se han traducido en un supuesto despilfarro y resultados mejorables. Cierto es que, teniendo en cuenta el panorama político-criminal actual, estos despilfarros son calderilla. Pero para aquellos que se oponen al objeto de esta Ley, es excusa suficiente para condenarla y tildarla de innecesaria.
La vertiente coyuntural del problema es la crisis económica. Y no solo porque el Estado se declare insolvente para esta tarea. Sino porque los profesionales que nos dedicamos a ella, arqueólogos, antropólogos, forenses, conservadores-restauradores… estamos, la gran mayoría, sin trabajo.
Nuestra postura no es fácil de mantener. Por un lado nos encantaría poder tratar este tipo de dedicación como una labor social. Ojalá nuestra situación personal fuera tan holgada como para poder prestarnos a trabajar gratuitamente en la recuperación de la Memoria sin menoscabo de nuestra frágil economía.
Por otro lado, el trabajo es muy vasto como para no recibir remuneración alguna. La excavación en sí puede durar más o menos tiempo, dependiendo de la dificultad que presente, la extensión de la misma y lo clara que esté su localización. Pero detrás de esos días de duro trabajo físico hay meses de investigación, visitas, prospecciones, entrevistas, recopilación de toda la documentación y la redacción del proyecto. Más otros tantos meses de laboratorio para tratar e interpretar los restos óseos, los objetos encontrados, planimetrías, fichas, redacción de informes…
Aun así se está llevando a cabo como se puede, gracias a la fuerza de nuestras convicciones, de asumir la indigencia que nos embarga y de valernos del ingenio para cubrir gastos básicos (gasolina, manutención y alojamiento); pero gracias, sobre todo, al apoyo y a la ayuda que recibimos de gente comprometida con este trabajo y el fin que persigue.
Si ya la figura de los arqueólogos y antropólogos hacía tiempo que se había transformado, de ilustres personalidades adineradas con intereses humanistas a pequeños empresarios autónomos (si no estás vinculado a la Universidad), en los tiempos que corren y sobre todo en el contexto de esta recuperación de la Memoria, ha florecido la nueva figura del “arqueólogo y el antropólogo mendicante”, en nuestro empeño por llevar adelante los proyectos de justicia que caigan en nuestras manos.
Nunca pensamos, cuando estudiábamos nuestras respectivas carreras, que acabaríamos realizando labores humanitarias. Contribuir en la reparación de las personas cuyo nombre fue ultrajado, el poder retornarle la dignidad a sus familias. Aportar pruebas de las injusticias cometidas es tan importante como el rescate físico de sus huesos, un mechero, unas botas diferentes, una medallita que identifique estos huesos con la persona que fueron.
Sinceramente, es un honor.
El valor de los muertos
Quiero hacer un ejercicio de… evocación. Estamos en Galicia, en algún punto entre Lugo y A Coruña. Todo verde. Paz, infinita. Una pequeña iglesia de piedra poblada de líquenes y musgo alberga un recinto cementerial que nos transporta al romanticismo de Friedrich. Lápidas y cruces que rayan lo pagano emergen entre la flora abundante. En un cementerio es un ejercicio inconsciente detenerte a leer las lápidas. Nombres de los finados, fechas…calcular la edad. No es en absoluto un acto morboso; más bien un acto humano de empatía. Pensamos cómo sería físicamente esa persona, a través del nombre. Y sus circunstancias: sueños, proyectos, preocupaciones, a través de la edad. Sin embargo hay algunas lápidas, con la cruz caída, la piedra medio sepultada y lamida por el tiempo. Vagos surcos que podemos recorrer con el dedo nos gritan unos nombres y unos apellidos, unas fechas desde tan lejos, que somos incapaces de oírlas retumbar en nuestra cabeza. Entonces, no podemos imaginarlos, nada nos habla de ellos.
No somos nadie, dicen.
Qué diferente es exhumar una tumba visigoda, incluso cuando se identifican los esqueletos de una mujer joven y de un bebé, con sus ajuares dentro de la misma tumba. Por supuesto, sentimientos de ternura y un dolor ajeno aunque lejano, te invaden. Incluso surge el debate interno sobre de la necesidad de exhumarlos.
Qué diferente a un caso donde el dolor ajeno no has de imaginártelo, sino que te lo transmite la hija de la persona desaparecida hace 75 años. Hablamos del mediático caso de Borriol, Castellón. La familia de José Valls Casanova, represaliado en el año 38, se puso en contacto con el Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valencia (GRMHV), para intentar recuperar los restos del padre de Antonia. La ubicación se localizaba en una jardinera del cementerio de la localidad que, en teoría y, según los registros cementeriales no había tenido uso. El proyecto se centra en la búsqueda de los cuerpos de dos personas. De quienes sabemos características físicas, nombres… Y es más, de uno de ellos tenemos fotografías y el dorado recuerdo de su hija que es la que nos cuenta de él, qué le pasó y dónde está. Con los niveles de empatía y motivación por las nubes, solo resta decir manos a la obra.
Pero lo que no debería habernos sorprendido, nos sorprendió. Y en aquella jardinera de 3×4 metros, descansaban los restos mortales de unas 17 personas en sus ataúdes, con sus crucifijos, sus zapatos, sus velos, sus rosarios… y de los que no quedaba registro alguno. No había lápidas, no había cruces, no había iniciales. Ni en tierra, ni en los registros cementeriales. Ni rastro de sus identidades.
El cementerio de Borriol es de 1905. Poco más de 100 años han pasado desde que se inauguró. Estas personas seguro que aún tienen nietos vivos en el pueblo. Pero si nadie los recuerda, pasan a ser cuerpos anónimos.
Al finalizar la campaña de exhumación (y a falta de que los resultados del laboratorio descarten o identifiquen los restos del individuo conocido como UF 3004 con José Valls o con Luís Meseguer), el sabor de boca era amargo. Aparentemente no se encontraron a nuestros dos represaliados. A pesar de haber exhumado 15 de los 17 cuerpos encontrados.
Las preguntas se agolpan: ¿Acaso valen menos los 17 anónimos de Borriol que José y Luís?.
¿Acaso valen menos los soldados que murieron en el frente y que fueron abandonados tanto por sus compañeros (lógico, iban escapando), como por el enemigo? ¿Acaso valen menos los asesinados por el régimen franquista durante la represión que las víctimas recientes por violencia de género o terrorismo? ¿Es “de menor categoría” la pena de Antonia, hija de José Valls, a quien le arrebataron a su padre una noche, y ya no volvió más, que la de los padres (no mencionaré familias, hay demasiadas) de aquella chica de 16 años, que salió una noche de fiesta el verano pasado, y ya no volvió más?.
¿Entonces, por qué el Gobierno gasta tiempo, recursos y dinero en buscar sin descanso a estos chicos, pero no mueve un dedo por miles de personas que aun están desaparecidas?.
Antonia tiene ahora 86 años, tenía 11 cuando se llevaron a su padre. ¿Me están diciendo que cuando los padres de esos adolescentes que desaparecen tengan 86 años se habrán olvidado de sus hijos, que ya no les echarán de menos, ni se preguntarán todas las noches dónde estarán sus cuerpos, sus huesos, al menos?.
¿Por qué no es lo mismo?.
El Estado habla de política, de Historia Antigua, de amnistías y prescripciones.
Nosotros estamos hablando de Humanidad.
Pero bueno, el Estado se hace el analfabeto y el sordo también. Porque son muchas las voces que le han gritado esta sencilla ecuación. Es una cuestión de ius, civitas en definitiva, de humanitas .
Y con una sutilidad digna del propio David Copperfield, aquel tímido y peligrosillo paso que el gobierno socialista dio en materia de Memoria Histórica, el actual gobierno del Partido Popular, si bien no derogó la Ley como tal, simplemente, y sin anuncio oficial, suprimió las ayudas.


La Memoria indigente.
Un pase maestro sin repercusión mediática, sin titulares en los periódicos. Sin ruido.
Porque, a pesar de anunciar que se mantendrían las subvenciones para aquellos proyectos que únicamente incluyeran exhumaciones de fosas, discriminando otro tipo de actuaciones como erección de memoriales, publicación de libros o documentales, etc.; a la hora en que diferentes asociaciones y equipos teníamos a punto nuestra documentación y proyectos preparados para solicitar las ayudas, se suprimió la dotación económica para su aplicación.
Y al final, en todo este entramado de titulares, leyes que van y vienen, intereses morales, trabas económicas y conflictos profesionales, parece que se diluye uno de los componentes más importantes, junto al de Justicia Universal. Es crucial no perder de vista la perspectiva principal; es necesario poner como punto uno en la lista de prioridades, la urgencia de los familiares.
Porque, cómo explicarle a nuestra querida Antonia, hija de José Valls, que después de tener la fosa localizada, la documentación requerida, el equipo formado y el permiso de excavación en camino, el Estado no da la subvención para poder acometer los trabajos. Fue cuando se nos ocurrió una solución: a través de un Crowdfounding, o micromecenazgo, que fue todo un éxito, conseguimos que unas trescientas personas aportaran lo que quisieran y pudieran dar soporte al proyecto.
La experiencia fue repetida al poco tiempo por la asociación aragonesa ARICO con la misma finalidad: financiar una exhumación en Sos del Rey Católico. También consiguieron su objetivo. Pero hay que ser realista y coherente. Ambos casos se trataron de una solución puntual, una medida desesperada al encontrarnos en un punto tan delicado como fue el portazo del Estado cuando estábamos a punto de cruzar. Esta no debería ser la vía normal para conseguir la financiación.
Con lo recaudado para el proyecto de Borriol, y por iniciativa de los familiares, se destinó una cantidad del total a otro proyecto aun más desamparado que el anterior. Donde no hay familiares, es nuevamente el sentido de la Justicia Universal el que nos mueve. Hacía un año y medio que un grupo de vecinos de la localidad de El Toro (Castellón), sensibilizados con la cuestión se pusieron en contacto con el GRMHV para avisar de que los restos de un soldado yacían semienterrados en un paraje de la sierra conocido como Puntal de Magaña. El dinero del que disponíamos solo era suficiente para cubrir los análisis de ADN. Cómo atacar el resto de gastos no era la pregunta, sino cómo íbamos a ser capaces de dejar los huesos de un cuerpo humano parcialmente expuesto.
De esta forma los arqueólogos y antropólogos mendicantes, practican la arqueología extrema. Así que con un bote de 10 euros cada uno, el equipo interdisciplinar del GRMHV hizo una compra para sobrevivir los tres o cuatro días que, estimábamos, duraría la exhumación; en el maletero, los sacos de dormir, el camping-gas y los chubasqueros; acopio de la herramienta que sobró de Borriol y, ¡al monte!.
Por fortuna no fue necesario hacer vivac, ni reventar nuestros utilitarios por los caminos hacia el Puntal de Magaña. Algunas familias del pueblo nos apoyaron con lo que tenían, nos acogieron en sus casas y nos ayudaron a llegar diariamente hasta la zona de excavación con sus vehículos, mejor preparados que los nuestros. Pudimos exhumar con los medios mínimos.
Medidas desesperadas.
Pero, llegados a este punto, cómo continuar con el ingente trabajo pendiente.
Casos tan flagrantes como el de la familia de Teófilo Alcorisa, a la que se le concedió la subvención para exhumar, pero tuvieron que devolverla porque el Ayuntamiento de Valencia no dio su consentimiento para intervenir en el cementerio municipal. Ahora la presión… Ha hecho que la alcaldesa ceda pero, cuestiones administrativas aparte, del dinero adjudicado para esta familia no se hace mención. Con lo cual se dificulta sobremanera la recuperación de estos huesos. Pedro Alcorisa tiene 93 años. Cuántos más podrá esperar hasta recuperar los restos de su padre.
GRMHV lo hace, pero sé que muchas asociaciones y grupos también lo harán. La respuesta surge presta: continuaremos como podamos. Haremos todo lo que esté en nuestras manos.
Cual grupo de adolescentes que planean un merecido fin de curso, varias son las ideas que rondan. Algunas más factibles que otras; pero se pueden organizar conciertos solidarios para este fin; venta de calendarios, camisetas…La iniciativa que actualmente está en marcha, y que como todo, está siendo objeto de algunos debates, es la creación de cursos de formación en arqueología y/o antropología en los que el campo a abordar es justamente el de la Memoria Histórica: yacimientos que forman parte del patrimonio histórico de la Guerra Civil, y fosas pertenecientes a este período. Hay quienes piensan que excavar y exhumar de esta manera, en cierta medida, restan la importancia y el respeto que merecen estos restos; que al hacerse por esta vía se banaliza y se pierde la perspectiva. Otros, incluso piensan que esta ONG en la que nos hemos convertido los arqueólogos y antropólogos mendicantes, tiene ánimo de lucro, y nuestra finalidad es hacer negocio con la Memoria Histórica. Es la total ignorancia la que critica. No saben que la iniciativa surge de la desesperación ante casos abiertos, y es esa urgencia la que motoriza la puesta en marcha de los cursos; tampoco saben que los beneficios de los cursos son mínimos o nulos. Y por supuesto, que el rigor científico prima siempre en estos trabajos y que los alumnos están tutorizados por profesionales para evitar negligencias.
Este es el paisaje desolador en el que nos encontramos; estas son nuestras cartas; estas son nuestras esperanzas y fuerzas puestas en pos de una merecida Justicia… y a pesar de todas las trabas que nos han puesto y que nos van a seguir poniendo los herederos de aquellos, artífices de la impunidad y maestros de la demagogia, nosotros pensamos jugar para ganar la partida.

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