martes, 18 de diciembre de 2012

SOSIEGO TRAS ENTERRAR LOS RESTOS DE SUS PADRES

Sus historias no han sido contadas, pero debe hacerse porque estas reflejan las tragedias y penurias que tuvieron que soportar muchas personas a consecuencia de la Guerra del 36 y la posterior dictadura. Francisco Oneca y Pedro Dolorea acaban de vivir uno de los días más emotivos e inolvidables de su vida, al enterrar los restos de sus padres en el cementerio de su localidad. A pesar de los 76 años transcurridos, tampoco han olvidado cómo fueron detenidos y el posterior fusilamiento.



Francisco Oneca y Pedro Dolorea




GARA/Maider EIZMENDI /17-12-2012
Uno ha convertido su vida en una odisea con el fin de hallar el cuerpo de su padre; el otro optó por desligarse de su localidad natal y de aquel fatídico hecho que ha marcado casi inconscientemente su vida. Ambos comparten ahora una sentimiento similar, una sensación de sosiego que no alcanzan a explicar con palabras.
Los padres de ambos fueron detenidos y fusilados en setiembre de 1936 en la localidad navarra de Kaseda, una población especialmente castigada por el alzamiento fascista y la posterior dictadura, ya que 51 personas fueron fusiladas.
Francisco Oneca, que en aquel entonces tan solo tenía 6 años, recuerda perfectamente el día en el que arrestaron a su padre: «Vinieron a buscarlo a casa y yo vi desde el balcón cómo se lo llevaban atado. Corrí rápidamente detrás de él y los hombres que se lo llevaban al edificio que aquellos días les servía de cárcel. Lo vi asomado a la ventana, me lanzó un beso y me pidió que me marcharse de allí», relata emocionado. Un día más tarde regresó al mismo lugar y llamó a su padre para que se asomase a la ventana, pero para entonces había sido trasladado y fusilado.
Pedro Dolorea tenía cuatro años y como cada día acudió a la huerta a llevarle el almuerzo a su padre, pero no estaba allí. Su madre, que le esperaba en casa, no dudó ni siquiera un momento de la razón de aquella ausencia. Tal y como recuerda, su madre se echó las manos a la cara. En casa de los Dolorea se lloró, pero se hizo en silencio y apenas se habló durante muchos años de lo ocurrido.
En casa de los Oneca no hubo otro remedio que hablarlo porque, además de fusilar a su padre, sus dos abuelos fueron detenidos y llevados a prisión y su madre y su abuela fueron humilladas públicamente: «Les cortaron el pelo y, junto a otras mujeres, las pasearon por todo el pueblo como si fuesen ovejas. Las esposas de los falangistas salían a la ventana para contemplar aquella imagen», recuerda Oneca. Después llegó la penuria económica, el hambre.
Años más tarde, y tras abandonar su localidad natal para trasladarse a Santurtzi, la búsqueda del cuerpo de su padre se convirtió en una de sus mayores obsesiones: «Cada vez que tenía algún día libre me acercaba a Kaseda para excavar con la azada el lugar en el que, según se decía, abandonaron los cadáveres», explica. Hubo testigos del fusilamiento y posterior depósito de los cuerpos, porque «incluso los mismos que ejecutaban aquellas muertes no tenían ningún problema en contar y alardear de lo que habían hecho». Mientras, las víctimas guardaban silencio por temor a represalias.

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