Fusilamiento de Republicanos |
(Gara. 28 / 11 / 2011)
A las generaciones más veteranas, el libro quizás les ponga aún los
pelos de punta. Las más jóvenes descubrirán que el franquismo fue mucho
más que una guerra, por extremadamente sangrienta que ésta fuera. En
la obra de Euskal Memoria, de cerca de mil páginas, aparecen datos
nuevos como cuál fue el final de Jesús Galíndez, el hasta hoy
"desaparecido" delegado del Gobierno Vasco en Nueva York. Pero sobre
todo se destripan las piezas y el funcionamiento de una maquinaria
destinada, como dice el título, a ser "la solución final" contra los
irredentos vascos. Ahí van algunos retazos del trabajo, al que ha
tenido acceso GARA.
La venganza
Todavía
sin acabar la guerra, algunos portavoces franquistas anticipaban lo
que iba a venir. Como Ramón Sierra Bustamante, gobernador militar de
Gipuzkoa, en ``El Diario Vasco'', del que luego sería director:
"Borraremos vuestros nombres, que serán malditos por generaciones de
generaciones. Desterraremos al maestro que, en los mapas, marcaba con
raya verde ese artificio de Euskadi. Desterraremos al sacerdote que se
negaba a celebrar las fiestas tradicionales del Pilar y de Santiago.
Desterraremos al boticario que dentro de la botica tenía un poco de
conspiración contra España". También el capitán franquista Gonzalo
Aguilera, en entrevista concedida al periodista John Whitaker, dice:
"Tenemos que matar, matar y matar. Son como animales. Al fin y al cabo,
ratas y piojos son los portadores de la peste. Nuestro programa para
regenerar España consiste en exterminar un tercio de la población
masculina. Con eso se limpiaría el país y nos desharíamos del
proletariado. Además también es conveniente desde el punto de vista
económico. No volverá a haber desempleo".
La cárcel
Cerca
de 14.000 vascos fueron ingresados en prisión en ese momento, según
recoge el fichero de Alcalá de Henares. La cárcel se concebía
exclusivamente como forma de castigo. Las más frecuentadas por los
vascos fueron lógicamente el penal de Ezkaba, en Iruñea; la de
Larrinaga, en Bilbo; la de Ondarreta, en Donostia; la Provincial de
Gasteiz; y las de Saturraran y Zornotza, para mujeres. Sin embargo, la
siguiente en número de presos vascos es la de Puerto de Santa María, a
más de mil kilómetros de Euskal Herria, en una época en que viajar allí
era "toda una odisea que necesitaba incluso, al principio, de
salvoconductos". Las tres cárceles de Palma de Mallorca, la de Las
Palmas y la de Tenerife sur también albergaron a vascos, y al menos uno
natural de Biana fue recluido en Guinea Ecuatorial.
Los chivatos
La
delación era pieza angular del sistema. Euskal Memoria recoge ejemplos
como el de enero de 1962, cuando "un periodista bilbaino de apellido
Bureba se presentó en la comisaría de Indautxu para denunciar a cuatro
futbolistas del Athletic que se encontraban en una taberna del Casco
Viejo cantando ciertas melodías vascas. Una dotación policial se
presentó en el bar y efectivamente allí encontró a los cuatro
futbolistas: López, Aguirre II, Iturriaga y Uribe. Los cuatro fueron
detenidos y pasaron una noche en los calabozos de la comisaría. Salieron
al día siguiente, después de pagar la multa de 5.000 pesetas que
impuso el gobernador civil a cada uno de ellos".
Los honores
La
omnipresencia del "caudillo" era otra clave para asentar el régimen, y
este principio se aplicó en Euskal Herria con auténtico escarnio
añadido. Francisco Franco fue nombrado hijo adoptivo o predilecto de
numerosas localidades vascas, entre ellas la de Gernika, masacrada por
las bombas en 1937 y símbolo de la resistencia vasca. En marzo de 1946
se nombró al dictador hijo adoptivo de la villa y en 1966 recibió
además su medalla de oro y brillantes. Más ejemplos: en 1942, la
Diputación de Araba lo designó "padre de la provincia". En 1947, la
Diputación de Nafarroa lo hizo hijo adoptivo. Y en 1963, incluso el
nieto de Franco sería nombrado "general honorario" en la tamborrada
infantil de Donostia.
La tortura
El
14 de mayo de 1946, ``The New York Times'' explicaba los métodos de
tortura aplicados en el Estado español: "A los detenidos se les ata de
manos y pies y el preso se convierte en un juguete de los guardias.
Éstos lo golpean con matracas, lo envían de un lado a otro a puntapiés
con sus botas de clavos. El preso siempre acaba por desmayarse. Cuando
vuelve en sí es extendido sobre una mesa de hierro. Le encierran las
muñecas y los tobillos y se los tuercen. Les meten trocitos de madera
bajo las uñas y fósforos encendidos. Algunos presos son marcados
eléctricamente. A otros los sumergen en baños helados". Un año antes, un
vizcaino acusado de pertenecer a la CNT, Pablo Velasco, había sido
arrojado desde un coche en la cuesta de Santo Domingo de Bilbo. Le
faltaban las uñas de los pies y tenía quemaduras eléctricas. Sobra decir
que la Policía atribuyó su final a un ajuste de cuentas entre
compañeros de la organización. Euskal Memoria documenta varias muertes
por tortura producidas en esos años.
Las "visitas"
Los
donostiarras conocen bien esta tétrica anécdota de la época: cuando
los cuidadores de los patos de la Plaza de Gipuzkoa se los llevaban, la
visita de Franco era inminente, ya que los animales pasaban a
engalanar su palacio de Aiete. Esto permitió a muchas personas evitar
las detenciones, y es que cada visita del dictador se traducía en el
encarcelamiento, sin base jurídica alguna, de decenas de donostiarras y
guipuzcoanos sospechosos. Franco presidió en Donostia hasta 28 consejos
de ministros. Fue su capital por excelencia después de Madrid, pero
también fue agasajado en Iruñea, Gasteiz o Bilbo.
Los verdugos
El
franquismo recurrió a las ejecuciones, con dos procedimientos:
fusilamientos y garrote vil. De lo primero se encargaron militares,
incluidos guardias civiles. Y del garrote, verdugos profesionales.
Euskal Memoria se detiene en la figura de uno de ellos: Florencio
Fuentes Estébanez, "un personaje atormentado que concluyó sus días
colgado de un árbol, después de haber sido procesado por negarse a
ejecutar a un condenado. La última ejecución de Fuentes, precisamente,
había sido en junio de 1953 en la prisión de Gasteiz, y el condenado era
un joven zapatero de Sodupe llamado Juan José Trespalacios". Fuentes
se suicidó en 1971 tras haber inspirado años antes la conocida película
``El verdugo'', de Luis García Berlanga.
El euskara
La
prohibición del euskara se impuso sin tapujos, sobre bases como la
fijada por el ministro de Educación franquista en Bilbo en 1938: "El
castellano es el arma de nuestro Imperio". La obra de Euskal Memoria
recoge múltiples casos, como el del vicario de Algorta, Mariano Torres,
detenido por haber impartido misa en lengua vasca y contra el que el
fiscal pidió 20 años de cárcel; cuando quedó libre, se exilió. El veto
llegaba hasta los extremos más insospechados. Por ejemplo, en 1947 la
prensa franquista se negó a publicar la esquela de una mujer llamada
Garbiñe Unanue debido al nombre de la difunta.
El exilio
Las
muertes vinculadas al exilio forzoso fueron constantes. Un ejemplo:
Manuel Cristóbal Errandonea, natural de Bera y miembro de la dirección
del PCE en el exilio, falleció en 1957 por una simple apendicitis,
cuando vivía en París. Se negó a acudir a un hospital por temor a ser
identificado. El franquismo también recurrió a la fórmula de los
confinamientos: así, el dirigente del PSOE Ramón Rubial fue enviado a
la comarca extremeña de Las Hurdes.
Robo de bebés
El
robo de bebés no se ha convertido en escándalo hasta estos últimos
años, y sólo ha aflorado la punta del iceberg. El gran escenario
estudiado hasta ahora para esta práctica es el de la prisión. Euskal
Memoria recupera el testimonio del historiador Ricard Vinyes, que reveló
que en 1944 desde Saturraran partió un tren lleno de niños "hacia la
nada (...) Había sido preciso apalear a algunas mujeres para separarlas
de sus hijos, según relató 60 años después una de las niñas de aquel
tren".
"Accidentes"
El
material militar usado en la guerra y luego abandonado provocó muchas
muertes durante estas décadas, frecuentemente de niños que jugaban con
bombas perdidas: en Iantzi, en San Adrián, en Irun, en Monteagudo, en
Dicastillo, en Orereta, en Urbasa... Otro tanto ocurrió en Lapurdi por
las minas y otros artefactos abandonados por los nazis tras la II
Guerra Mundial.
La miseria
El
franquismo extendió la miseria. Según un informe elaborado en Bilbo en
1954, un albañil ganaba 175 pesetas a la semana mientras que un obrero
rondaba entre las 120 y las 165. Unido a los "puntos" (pluses por
hijo) y a la antigüedad, el sueldo medio mensual se acercaba a las 730
pesetas en un momento en que un kilo de pan costaba cinco pesetas; un
litro de leche, cuatro; un kilo de patatas, dos; y el de carne, 40. Por
un par de zapatos había que pagar entre 300 y 400 pesetas, es decir,
la mitad del sueldo. Y todo ello en unos años en que la media eran tres
hijos por familia.
Siniestralidad
Aunque
evidentemente la época no pueda compararse con la actualidad por los
avances técnicos, es innegable que la desidia gubernamental se tradujo
en terribles accidentes laborales. A la sangría constante producida en
el mar se suman por ejemplo las explosiones en industrias en Araia en
1961 (ocho muertos), en Galdakao en 1962 (siete), en Erandio en 1967
(dieciséis) o en Galdakao en 1974 (22 fallecidos). Los accidentes
ferroviarios también fueron constantes: 24 muertos en Zumaia en 1941,
33 en Urduliz en 1970....
La censura
En
1940, Donostia tenía más de 400 censores en nómina. Se encargaban de
leer toda la correspondencia que entraba al Estado español desde Irun:
unas 35.000 cartas al día, aunque fuera mensajes entre novios o de
hijos a padres. Algunas misivas terminarían llegando a su destino tres
décadas más tarde.
La Iglesia
La
dictadura franquista se puso como objetivo ser el régimen "más
católico del mundo" y para ello no reparó en medios. En el libro se
recogen algunos casos significativos, como el envío de 300 misioneros a
Ezkerraldea para que, fábrica a fábrica, evangelizaran a los obreros
que se consideraba que no cumplían sus deberes religiosos. Entrados ya
en los años 60, la Iglesia decidió hacer recuento de las personas que
acudían a misa en Gasteiz. El resultado fue satisfac- torio: de 75.000
habitantes, iban a los templos 17.700 hombres y 23.706 mujeres.
La banca
Euskal
Memoria explica que en 1940 había en el Estado unos 250 bancos, unos
cuantos de ellos vascos, que Franco procedió a reordenar para
reducirlos a más de la mitad. Sus direcciones eran "una amalgama de
colegas, nepotismo, militares y técnicos". Entre los hombres de
confianza del régimen en el sector se cita a Camilo Alonso Vega,
golpista en Gasteiz en 1936, Fernando Castiella, los Oriol.. El libro
incluye los nombres de los franquistas vascos más destacados en ésta y
en otras áreas.
El TOP
Creado
en 1964, el Tribunal de Orden Público abarcaba a todo el Estado, pero
con fijación especial en Euskal Herria. Analizando los expedientes por
provincias y comparándolos con la demografía de cada una, el ránking lo
lidera Gipuzkoa seguida de Bizkaia, Araba, Nafarroa, Asturias, Soria y
Granada.
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