jueves, 8 de diciembre de 2011

“El Gobierno ha hecho el ridículo”


Nicolás Sánchez Albornoz

 

04/12/2011

Lo intentaron muchos y lo consiguieron muchos menos. No se sabe con certeza cuantos. Una de esas fugas de presos del Valle de los Caídos, la de Nicolás Sánchez Albornoz el 8 de agosto de 1948 con Manuel Lamana se llevó al cine (Los años bárbaros, Fernando Colomo). Porque fue de película: en el coche del escritor Norman Mailer, con Paco Benet, la hermana de este y Bárbara Probst Solomon. Les pararon decenas de veces en su huida e incluso se les averió el coche, pero ningún guardia pensó que aquella estampa fuera algo distinto a lo que parecía: dos jóvenes españoles que habían ligado con dos jóvenes americanas.
Han pasado 63 años. Con 85 cumplidos, Nicolás Sánchez Albornoz, hijo del también historiador Claudio Sánchez Albornoz, está indignado por la forma en que el Gobierno en funciones ha presentado un plan para el Valle de los Caídos. “Dicen que esperan que Rajoy no meta el informe de la comisión de expertos en un cajón, cuando su desidia sobre el asunto ha sido absoluta. Todos los Gobiernos democráticos han tenido la oportunidad de resolver este asunto y no lo han hecho. Entiendo que el de González no lo hiciera, porque estaba muy reciente todo, pero este ha tenido ocho años y una ocasión de oro con la Ley de Memoria Histórica. Han hecho el ridículo”.
Le gusta el plan de los expertos, pero está convencido de que Rajoy no lo va a ejecutar. “Mientras tanto”, dice, “confío en la naturaleza. Que haga lo que tenga que hacer sobre ese atentado ecológico”. Sobre los restos de Franco, cree que lo correcto sería entregárselos a la familia. “No soy partidario de hacer como Angela Merkel, que ha tirado al mar las cenizas del lugarteniente de Hitler”.
No ha vuelto al Valle de los Caídos desde que se fugó y no piensa hacerlo. “Para mí, Franco es el hombre que me estropeó la vida, y Cuelgamuros, el sitio que se construyó por megalomanía. Se gastó una barbaridad de dinero en levantar ese monstruo cuando la gente vivía en chabolas. Ese monumento es hacer el ridículo delante de Europa porque ningún país europeo tiene monumentos faraónicos para sus dictadores”.
En su consejo de guerra le condenaron a seis años de prisión por pertenencia a organización clandestina, la FUE (Federación Universitaria Escolar). “El fiscal había pedido la mitad”, recuerda. “Pensé en fugarme incluso antes de llegar a Cuelgamuros”. Tuvo la suerte de que le ubicaron de escribiente en la oficina. “Hacía los planillos de los recuentos de presos, cada tres horas. Había tres destacamentos: los que trabajaban en la construcción de la carretera, sin una sola máquina; los del monasterio y los que horadaban la cripta. Unos 800 en total. No todos eran presos políticos. Mi vecino de litera era un mallorquín encantador que había matado a un italiano”.
Está convencido de que las obras de construcción del Valle fueron “un gran negocio”. “Las constructoras nos tenían alquilados. El Régimen cobraba 10,50 pesetas y por nuestra manutención decían que pagaban cinco”. Todavía le hace gracia releer el expediente de su fuga, que recuperó hace poco, y en el que presos interrogados se muestran sorprendidísimos de que alguien quiera fugarse de allí: “El trato es inmejorable”, dicen. Según la propia literatura franquista, murieron 14 en las obras.
Pero lo que más le hace reír, todavía, es un encontronazo, al año siguiente de la muerte de Franco, con uno de los guardias civiles que le persiguió por la sierra el día de su fuga. “Trabajaba en un archivo y se negó a darme unos papeles. La directora me explicó que aún recordaba las ampollas que le habían salido aquel día por mi culpa”.

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