Los descendientes de los navarros que sacaron a sus familiares de Cuelgamuros en 1980 recuerdan cómo lo consiguieron
Vecinos y familiares siguen el féretro de uno de los fusilados durante el funeral que siguió a la recuperación de sus restos de los nichos del Valle de los Caídos. |
DIEGO BARCALA MADRID 05/12/2011
Que
esto sirva para que aprendamos a perdonar. Para que ellos y nosotros
podamos mirarnos de frente después del horror que he vivido en mi propia
carne”. Con este discurso reconciliador desde el balcón del
Ayuntamiento de San Adrián (Navarra) el alcalde, José Antonio Ruiz
Amatria, cerró con éxito el 23 de febrero de 1980 la llamada operación Retorno que
devolvió 21 años después a sus pueblos navarros a 133 cuerpos robados
de distintas fosas comunes por funcionarios franquistas en 1959 para
rellenar los columbarios del Valle de los Caídos. Gracias a peligrosas
gestiones de una comisión de familiares con el Gobierno de UCD, este
grupo de navarros consiguió impedir que los restos de sus padres, tíos y
hermanos asesinados siguieran descansando junto a Francisco Franco.
Tres décadas después, los descendientes de aquellos luchadores contra el olvido relatan aPúblico cómo
consiguieron culminar esa aventura con la lápida de la tumba del
dictador recién depositada bajo la enorme cruz que honra la “cruzada” en
el valle de Cuelgamuros. ”Las negociaciones comenzaron en 1978. Mi
padre mantuvo reuniones clandestinas en una bodega con varios hijos de
fusilados como él para ver quién podría apoyarle en la búsqueda de los
cuerpos”, recuerda Eva Ruiz Lorente, de 47 años. El padre de Eva, José
Antonio Ruiz, fue elegido alcalde de San Adrián por el PSOE en
1979 ocupando un despacho en el mismo edificio que sirvió de cárcel para
su padre, Cirilo Ruiz, antes de que fuera fusilado el 24 de julio de
1936.
“Siempre
tuvo como objetivo que no se olvidara la muerte de su padre. Decía que
sin la memoria de estos muertos se perdían las llaves del futuro. Pero
nunca desde el rencor o la venganza. Esa manera de ver la situación les
permitió conseguir la autorización para traerse los cuerpos”, relata
Eva. José Antonio Ruiz tenía 6 años cuando su padre Cirilo, mecánico de
Industrias Muerza, propietario de una fragua y afiliado a UGT, fue
denunciado por un capitán de la Guardia Civil. Su madre, Emilia Amatria,
se quedó viuda con dos hijos a los que atender sin ningún recurso,
puesto que la fragua fue confiscada por los golpistas. Sin otra opción,
entregó la custodia del pequeño José Antonio a unos frailes que se
hicieron cargo de él hasta que a los 15 años se fue al servicio militar.
“Estuvo cuatro años en la mili, volvió al pueblo y acabó
emigrando a Suiza en 1961. Cuando inauguró la Casa del Pueblo en San
Adrián en 1984 vinieron seis ministros”, recuerda orgullosa su hija.
La maquinaria franquista
Dos
años antes de que José Antonio emigrara, la maquinaria del régimen
trabajaba contrarreloj exhumando restos de cuerpos de toda España para
inaugurar el Valle de los Caídos. El Gobierno exigió a los gobernadores
civiles una búsqueda pueblo a pueblo de las fosas con víctimas de los
vencedores y también de los vencidos. El alcalde franquista de San
Adrián llegó a escribir en 1958 al gobernador civil de Navarra aceptando
la exhumación de diez fusilados en la zona cuyas viudas habían
“manifestado en primera instancia su deseo de llevar los restos al
cementerio católico local pero que se mostraron gustosas al traslado a
Cuelgamuros”, según dicen las notas de José Antonio Ruiz.
“¿Cómo
pudo hablar de las viudas? Mi abuela nunca supo nada. No sabía ni dónde
habían enterrado a su marido”, denuncia Eva. Tras la muerte de Franco,
los hijos de los fusilados emprendieron la búsqueda de los restos y
descubrieron las profanaciones. “Localizaron los enterramientos y al
llegar encontraron algún hueso, pero ningún cráneo. Mi abuela se quedó
estupefacta”, recuerda Eva. Ese hallazgo puso a estas familias sobre la
pista del Valle de los Caídos. Una carta del 3 de abril de 1979 firmada
por la Real Casa de Patrimonio Nacional certificó que los restos
procedentes del “cementerio” (en realidad fueron extraídos de una
cuneta) de San Adrián reposaban en el primer piso de la capilla lateral
derecha de la basílica. Habían llegado a San Lorenzo de El Escorial el
29 de marzo de 1959.
Como
“desconocidos” fueron trasladadas 12.410 víctimas de los 33.847 cuerpos
que reposan en el inmenso cementerio construido para honrar a los
vencedores. El grueso de los traslados se produjo en 1959 ( 11.329),
1961 (6.607) y en 1968 (2.019), según los datos del reciente informe de
la Comisión de Expertos nombrada por el Ministerio de Presidencia, que
ha determinado la conveniencia de la salida del recinto de los restos de
Francisco Franco. Todavía hoy, muchas familias de republicanos que
buscan a sus familiares desaparecidos en fosas de la Guerra Civil
desconocen que su destino final fue el Valle de los Caídos. Los 21.423
cuerpos registrados con nombre y apellidos corresponden a víctimas de
balas republicanas.
“Ahora
dicen que hay que sacar a Franco de ahí. ¿Qué me va a parecer? Pues
lógico. Estupendo. Él no es víctima de nada. A él no le mató nadie”,
reflexiona Félix Valerio, de 82 años. Este vecino de Mendavia (Navarra)
recuerda perfectamente la ilusión con la que cogió uno de los dos
autobuses que la comisión de familiares fletó en febrero de 1980 hasta
San Lorenzo de El Escorial. Félix viajó en busca de su tío, Germán
Valerio, que fue en-terrado en una fosa de Arandigoyen en 1936 y
trasladado a Cuelgamuros en 1959.
“Nos
dieron los restos en unos cajones pequeños que tenían ellos vigilados. A
la vuelta, los enterramos en el panteón de Mendavia”, recuerda Félix a
duras penas y con ayuda de sus mujer, Adoración Elvira, también de 82
años. Lo que no puede olvidar es lo que su padre contaba de la muerte de
su hermano Germán. “Lo arrastraron en un camión desde Estella hasta
Villatuerta porque era socialista y allí lo mataron”. Félix cree que la
valentía que tuvo su padre en 1980, cuando indagó el paradero de su
hermano, se debió “a que nunca había estado en política”. “Cuando lo
enterramos, le supuso una gran alegría”, recuerda.
Después
del viaje en autobús y del traslado en furgonetas de los muertos se
sucedieron los homenajes en los pueblos. “En San Adrián se juntaron 21
curas y se celebró una homilía muy emotiva valorando el esfuerzo que
hicieron estos hombres por recuperar los cuerpos de los vecinos”,
recuerda Teresa Lorente, viuda de José Antonio Ruiz, alcalde de esa
localidad en 1980. Los 15 cuerpos volvieron en cinco cajas colectivas a
este pueblo de la ribera del Ebro que fueron expuestas en la plaza del
Ayuntamiento. El homenaje fue un acto multitudinario plagado de las
tensiones propias de la Transición. Eva Ruiz tenía 14 años y recuerda
perfectamente a un vecino de Sartaguda que se atrevió a ir con una
bandera republicana. “Cuando entramos a la iglesia para la misa, gritó:
¡Abajo los matones!’ Y enseguida se le echó la gente encima. El homenaje
fue familiar. Nadie quiso reivindicar nada más allá de la memoria los
que murieron allí”, rememora.
Prueba
de ese espíritu de reconciliación es el poema que leyó José Antonio en
recuerdo de su padre y el resto de fusilados: “Nosotros, los marginados
del mundo siempre sufriendo, cuarenta años con la cruz, cuarenta años de
silencio, por el dolor redimido buscando horizontes nuevos. Nuevos, de
paz y justicia, de trabajo de concierto, donde el canto del arado,
siembre la tierra del pueblo, para recoger buen trigo, no estas cosechas
de muertos”.
En cajas impermeables
La historia de los protagonistas de la operación Retornocayeron
en el olvido salvo para algunas publicaciones locales. Sólo un
documento oficial del Archivo General de la Administración deja
constancia de los nombres, apellidos y lugares de origen de los
componentes de esta comisión. “Les obligaron a no hablar con la prensa
y a no montar ruido ni gresca”, añade Eva. Las negociaciones, en las que
intervinieron dos ministerios, se alargaron durante un año. El
Ministerio de Sanidad les otorgó un permiso de higiene para exhumar los
cuerpos y el Ministerio del Interior les exigió que las cajas en las que
serían depositados los restos debían ser metálicas e impermeables.
Además, les ofrecieron la posibilidadde celebrar en la basílica un
responso. Desecharon la oferta.
Los
tres portavoces de la comisión ya han fallecido. José Antonio Ruiz (en
representación de San Adrián), Claudio Gainza (hijo del alcalde fusilado
de Allo) y Terencio Ruiz (Cárcar) viajaron innumerables veces a Madrid a
despachar con los altos cargos de UCD. “Mi padre apuntó en una especie
de diario que su interlocutor fue el consejero delegado gerente de la
Real Casa de Patrimonio Nacional, Fernando Fuertes de Villavicencio”,
describe Eva. Según esas notas, el general Fuertes de Villavicencio, en
Patrimonio desde 1963 y que fue segundo jefe de la casa civil de Franco,
se sorprendió del tono de concordia que los familiares utilizaron en la
negociación. “Somos las ramas de los troncos que asesinaron allí”, le
llegó a espetar José Antonio Ruiz.
A
estos tres portavoces de los familiares les sobraban motivos para la
venganza. Pero nunca abogaron por el rencor. El padre de José Antonio
fue detenido y fusilado el 24 de julio de 1936, fiesta patronal de San
Adrián. El 24 de julio de 1979, José Antonio Ruiz se disponía salir al
balcón municipal para lanzar el chupinazo como alcalde local. Antes de
salir, un alguacil se acercó y le dijo: “José Antonio, un día como hoy
detuvieron a tu padre en este edificio y lo mataron. Y ahora eres tú
quién lanza el chupinazo”. El que fuera alcalde socialista desde 1979
hasta 1991 contuvo la emoción y salió a saludar a sus vecinos.
Los
restos de los fusilados en San Adrián yacen desde 1980 en el cementerio
municipal bajo una lápida con la siguiente inscripción: “Derramaron
nuestra sangre por tener un ideal, que jamás vuelva este horror, que
esto sirva de lección y sea resurrección de vida a la libertad”.
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