El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, conversa con el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, en el Congreso. EFE/Archivo |
JOSEP RAMONEDA
elpais.com
A menos de un mes de irse a casa, el Gobierno de Zapatero, parapetado
detrás de una comisión de expertos, propone exhumar a Franco, con
permiso de la autoridad competente, eclesiástica por supuesto,
trasladarlo a donde decida la familia y convertir el Valle de los Caídos
en un centro de meditación sobre la Guerra Civil. Es la última muestra
de la cobardía con la que el PSOE ha afrontado la cuestión de la memoria
histórica. Zapatero sabe perfectamente que lo que él no ha querido
afrontar mucho menos lo hará el PP. Si sacando ahora este documento de
intenciones cree que salva su responsabilidad está equivocado.
Un presidente de izquierdas, de una generación menos marcada por los
tabúes de la Transición, parecía la persona adecuada para afrontar
dignamente el reconocimiento a las víctimas de la Guerra Civil y del
franquismo y la reconstrucción de la memoria histórica. En la Transición
se confundió deliberadamente la amnistía con la amnesia. E incluso es
posible que fuera razonable practicar el olvido durante unos años para
poder retomar el camino de la vida democrática. Pero con el regreso de
la derecha al poder, con Aznar, se pasó del olvido a un ejercicio
deliberado de blanqueo del franquismo. Treinta y seis años después de la
muerte de Franco, la relación de España con su pasado sigue enturbiando
la imagen de la democracia española. Otros países, por ejemplo, en
Sudamérica, con dictaduras más recientes y en condiciones aparentemente
mucho peores, han hecho el trabajo de duelo y reparación de las víctimas
que aquí sigue estando pendiente. Con Zapatero los avances han sido
estrictamente formales y cosméticos. Presentar a punto de marcharse una
propuesta sobre el Valle de los Caídos, por mucho que Jáuregui suplique a
Rajoy "que no meta el informe en un cajón", es quitarse de encima un
problema que una vez más faltó coraje para resolverlo cuando se disponía
de autoridad y de legitimidad.
Evidentemente, no será el PP el
que saque a Franco del Valle de los Caídos. Estos días he leído un
argumento escalofriante: las elecciones del 20-N representan el fin de
la democracia antifranquista. ¿Cómo puede dejar de ser antifranquista
una democracia? Precisamente, el problema de la democracia española ha
sido que, surgida de un pacto con las fuerzas de la dictadura, ha
tardado demasiado tiempo en reconocerse como antifranquista. Y de hecho,
si la llegada al Gobierno de Felipe González representa el fin de la
Transición, es porque significa también el momento en que la democracia
empieza a desprenderse de las impregnaciones del franquismo. Y queda
mucho trabajo por hacer todavía, por ejemplo, en materia de memoria
histórica. Sin duda, forma parte de la reconstrucción de la historia
reconocer la verdad: que en España hubo muchos franquistas, y que la
cultura franquista sigue pesando todavía en un sector significativo de
la sociedad. Pero ¿qué se pretende señalar al decir que la democracia
española ha dejado de ser antifranquista? Sencillamente, lo que buena
parte de la derecha viene diciendo desde hace tiempo: que más que una
dictadura fue un periodo de excepción, que tuvo casos malos pero que el
país prosperó, para acabar diciendo que peor fue la República. Es decir,
vuelve el blanqueo del franquismo como apoteosis de las mayorías
silenciosas. Y vuelve en el momento oportuno porque la crisis es tiempo
de mayorías asustadas. El miedo siempre facilita la tarea del que
gobierna.
Zapatero pasa a Rajoy una papeleta que sabe que este no
resolverá. Esta es la síntesis de la actitud del Gobierno en materia de
memoria histórica. La comisión de expertos sabía que la salida de Franco
del Valle de los Caídos era condición de credibilidad de su propuesta.
Es la única forma de reparar la humillante ofensa a los republicanos
enterrados allí sin su consentimiento. Pero al ceder a la Iglesia la
última palabra convierten su propuesta en misión imposible. Creo que la
comisión elude la cuestión fundamental: ¿es recuperable el Valle de los
Caídos? En mi opinión, rotundamente no. Siempre será un icono
franquista: por su origen (un capricho del dictador, que se construyó
explotando a represaliados), que le marca irremisiblemente, y por su
estética insoportablemente fascista. Quedan dos opciones: demolerlo; o
exhumar a los republicanos que sus familias lo deseen y trasladarlos a
otro sitio y mantener el lugar como lo que es. Puesto que las
demoliciones siempre son feas, me inclino porque quede como un reflejo
de los delirios de grandeza y de las pulsiones totalitarias de un
dictador provinciano.
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