sábado, 3 de diciembre de 2011

El destino de un icono fascista



Jáuregui ve
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, conversa con el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, en el Congreso. EFE/Archivo

JOSEP RAMONEDA 

elpais.com

A menos de un mes de irse a casa, el Gobierno de Zapatero, parapetado detrás de una comisión de expertos, propone exhumar a Franco, con permiso de la autoridad competente, eclesiástica por supuesto, trasladarlo a donde decida la familia y convertir el Valle de los Caídos en un centro de meditación sobre la Guerra Civil. Es la última muestra de la cobardía con la que el PSOE ha afrontado la cuestión de la memoria histórica. Zapatero sabe perfectamente que lo que él no ha querido afrontar mucho menos lo hará el PP. Si sacando ahora este documento de intenciones cree que salva su responsabilidad está equivocado.
Un presidente de izquierdas, de una generación menos marcada por los tabúes de la Transición, parecía la persona adecuada para afrontar dignamente el reconocimiento a las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo y la reconstrucción de la memoria histórica. En la Transición se confundió deliberadamente la amnistía con la amnesia. E incluso es posible que fuera razonable practicar el olvido durante unos años para poder retomar el camino de la vida democrática. Pero con el regreso de la derecha al poder, con Aznar, se pasó del olvido a un ejercicio deliberado de blanqueo del franquismo. Treinta y seis años después de la muerte de Franco, la relación de España con su pasado sigue enturbiando la imagen de la democracia española. Otros países, por ejemplo, en Sudamérica, con dictaduras más recientes y en condiciones aparentemente mucho peores, han hecho el trabajo de duelo y reparación de las víctimas que aquí sigue estando pendiente. Con Zapatero los avances han sido estrictamente formales y cosméticos. Presentar a punto de marcharse una propuesta sobre el Valle de los Caídos, por mucho que Jáuregui suplique a Rajoy "que no meta el informe en un cajón", es quitarse de encima un problema que una vez más faltó coraje para resolverlo cuando se disponía de autoridad y de legitimidad.
Evidentemente, no será el PP el que saque a Franco del Valle de los Caídos. Estos días he leído un argumento escalofriante: las elecciones del 20-N representan el fin de la democracia antifranquista. ¿Cómo puede dejar de ser antifranquista una democracia? Precisamente, el problema de la democracia española ha sido que, surgida de un pacto con las fuerzas de la dictadura, ha tardado demasiado tiempo en reconocerse como antifranquista. Y de hecho, si la llegada al Gobierno de Felipe González representa el fin de la Transición, es porque significa también el momento en que la democracia empieza a desprenderse de las impregnaciones del franquismo. Y queda mucho trabajo por hacer todavía, por ejemplo, en materia de memoria histórica. Sin duda, forma parte de la reconstrucción de la historia reconocer la verdad: que en España hubo muchos franquistas, y que la cultura franquista sigue pesando todavía en un sector significativo de la sociedad. Pero ¿qué se pretende señalar al decir que la democracia española ha dejado de ser antifranquista? Sencillamente, lo que buena parte de la derecha viene diciendo desde hace tiempo: que más que una dictadura fue un periodo de excepción, que tuvo casos malos pero que el país prosperó, para acabar diciendo que peor fue la República. Es decir, vuelve el blanqueo del franquismo como apoteosis de las mayorías silenciosas. Y vuelve en el momento oportuno porque la crisis es tiempo de mayorías asustadas. El miedo siempre facilita la tarea del que gobierna.
Zapatero pasa a Rajoy una papeleta que sabe que este no resolverá. Esta es la síntesis de la actitud del Gobierno en materia de memoria histórica. La comisión de expertos sabía que la salida de Franco del Valle de los Caídos era condición de credibilidad de su propuesta. Es la única forma de reparar la humillante ofensa a los republicanos enterrados allí sin su consentimiento. Pero al ceder a la Iglesia la última palabra convierten su propuesta en misión imposible. Creo que la comisión elude la cuestión fundamental: ¿es recuperable el Valle de los Caídos? En mi opinión, rotundamente no. Siempre será un icono franquista: por su origen (un capricho del dictador, que se construyó explotando a represaliados), que le marca irremisiblemente, y por su estética insoportablemente fascista. Quedan dos opciones: demolerlo; o exhumar a los republicanos que sus familias lo deseen y trasladarlos a otro sitio y mantener el lugar como lo que es. Puesto que las demoliciones siempre son feas, me inclino porque quede como un reflejo de los delirios de grandeza y de las pulsiones totalitarias de un dictador provinciano.

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