Se ultima en el sur de Francia la construcción de un museo en un antiguo campo de concentración que acogió a judíos y españoles republicanos
Sección de mujeres en las barracas del campo de Rivesaltes en 1941. / Vitchy (AP) |
Miguel Mora Rivesaltes 14 FEB 2014 el país
En el departamento de los Pirineos Orientales, a diez kilómetros de
Perpiñán (en la región del Languedoc-Rosellón), más conocida como la
Cataluña del Norte, hay un lugar donde se cruzan todas las memorias, los
exilios y los dramas franceses del siglo XX. Es el campamento militar
Joffre, aunque se conoce más como Campo de Rivesaltes, y lo conoce mucha
menos gente de la que parecería sensato. Situado en una llanura de 612
hectáreas, entre el mar y los Pirineos, es un lugar abandonado, agreste y
ventoso.
Aunque ayer brillaba el sol y se veía al sur la montaña triste del exilio de Pau Casals, el Canigó, la sensación al recorrer su tierra naranja y entrar en las ruinas de los barracones y sus letrinas (un simple cajón con un agujero sobre el suelo) era de emoción, miedo y respeto: entre 1941 y 1965, este campo de concentración sirvió a Francia —y a Alemania— para internar a todo tipo de extranjeros “indeseables”.
Bajo mandato de Vichy, entre 1941 y 1942, Rivesaltes albergó a 21.000 personas en total: fue el centro regional donde ingresaron 6.500 judíos de la zona no ocupada, de los que 2.300 fueron enviados a Auschwitz a través de Drancy. Con ellos convivieron muchos republicanos españoles, huidos y en espera de un destino mejor, y miles de gitanos sin patria atrapados en la trampa bélica.
Hasta 1948, ese campo dividido en siete islotes de 80 barracones cada uno, los muros construidos con cemento ligero, sin cimientos, y con tejados de madera a dos aguas, dio cobijo a prisioneros de guerra de 16 nacionalidades distintas, incluidos soldados alemanes y colaboracionistas franceses.
Una vez acabado el conflicto, Francia no lo cerró, y entre 1956 y 1968 Rivesaltes fue campo de concentración y tránsito para cientos de familias de harkis, las unidades de civiles argelinos movilizados por París para luchar contra la independencia de su propio país.
Tras unos años en los que funcionó como campo militar, el Estado francés volvió a dar a este gran agujero negro de su historia una utilidad represora: en 1986 una parte del área N se convirtió en Centro de Retención de Inmigrantes. Permaneció abierto con esta misión hasta 2007.
Como escenario de tantos horrores, y recuerdo de infamias inconfesables, la historia de Rivesaltes se sumió en un silencio espeso durante décadas. Pocos querían hablar de ese sitio insalubre, húmedo y lleno de mosquitos, donde los presos eran subalimentados, maltratados, esclavizados en trabajos, y donde el cólera se cobró docenas de vidas en los años de la guerra.
Pero varias ONG interesadas en la memoria mantuvieron vivo el recuerdo, y en 1998 un político decidió dedicar su carrera a convertir ese sitio innombrable en el Memorial del Campo de Rivesaltes. El presidente regional, Christian Bourquin, que es además senador socialista, ideó el proyecto para construir un museo dedicado a las víctimas y pidió ayuda al Estado francés. Sin éxito. “Nicolas Sarkozy me negó ayuda varias veces, creo que tiene serios problemas con la memoria”, ironizaba ayer Bourquin ante media docena de periodistas extranjeros. “Ahora espero que Hollande nos ayude un poco más, aunque de momento no hemos tenido más que buenas palabras”.
Sin ayuda, pero con tenacidad, la región y la provincia se pusieron a trabajar, y hoy la construcción del Memorial de Rivestaltes tiene incluso fecha de apertura: el 14 de enero de 2015. Primero, la región salvó el campo, que pertenecía al Ejército, de la destrucción total, comprando 45 hectáreas de terreno. Luego, abrió un concurso de ideas para construir el museo de la memoria que ganó el arquitecto Rudy Riccioti: su edificio es un rectángulo de 220 metros de largo por 20 de ancho y 4.000 metros cuadrados que se mete en la tierra entre los barracones: sobrio, hecho en hormigón, será amueblado con vidrio y madera.
Valorado en 23 millones de euros, el Memorial tendrá una exposición permanente con tres partes: objetos, archivo y testimonios. El gran ataúd tendrá tres lucernarios en el techo, pero ninguna ventana. La idea de Riccioti, según explica su ayudante Romain Passelac, es hacer “un espacio de recogimiento que renuncia a imponerse al campo y que permita al visitante compartir y comprender el dolor y el peso de la historia que se ha vivido aquí”.
“Por este campo ha pasado toda la historia francesa y europea desde 1939 hasta 2007”, resume el historiador Denis Peschanski, presidente del comité científico del Memorial, que lleva 16 años trabajando en el asunto.
“La guerra civil española, la II Guerra Mundial, la guerra de Argelia y todos los desplazados forzosos de Francia pasaron por Rivestaltes. Es el emblema de la exclusión, del rechazo, del odio al diferente y también de la participación francesa en muchos episodios terribles que no podemos olvidar. Por eso es tan importante recuperar su memoria ahora que en Europa resuenan otra vez los peores ecos del populismo”.
Aunque ayer brillaba el sol y se veía al sur la montaña triste del exilio de Pau Casals, el Canigó, la sensación al recorrer su tierra naranja y entrar en las ruinas de los barracones y sus letrinas (un simple cajón con un agujero sobre el suelo) era de emoción, miedo y respeto: entre 1941 y 1965, este campo de concentración sirvió a Francia —y a Alemania— para internar a todo tipo de extranjeros “indeseables”.
Bajo mandato de Vichy, entre 1941 y 1942, Rivesaltes albergó a 21.000 personas en total: fue el centro regional donde ingresaron 6.500 judíos de la zona no ocupada, de los que 2.300 fueron enviados a Auschwitz a través de Drancy. Con ellos convivieron muchos republicanos españoles, huidos y en espera de un destino mejor, y miles de gitanos sin patria atrapados en la trampa bélica.
Hasta 1948, ese campo dividido en siete islotes de 80 barracones cada uno, los muros construidos con cemento ligero, sin cimientos, y con tejados de madera a dos aguas, dio cobijo a prisioneros de guerra de 16 nacionalidades distintas, incluidos soldados alemanes y colaboracionistas franceses.
Una vez acabado el conflicto, Francia no lo cerró, y entre 1956 y 1968 Rivesaltes fue campo de concentración y tránsito para cientos de familias de harkis, las unidades de civiles argelinos movilizados por París para luchar contra la independencia de su propio país.
Tras unos años en los que funcionó como campo militar, el Estado francés volvió a dar a este gran agujero negro de su historia una utilidad represora: en 1986 una parte del área N se convirtió en Centro de Retención de Inmigrantes. Permaneció abierto con esta misión hasta 2007.
Como escenario de tantos horrores, y recuerdo de infamias inconfesables, la historia de Rivesaltes se sumió en un silencio espeso durante décadas. Pocos querían hablar de ese sitio insalubre, húmedo y lleno de mosquitos, donde los presos eran subalimentados, maltratados, esclavizados en trabajos, y donde el cólera se cobró docenas de vidas en los años de la guerra.
Pero varias ONG interesadas en la memoria mantuvieron vivo el recuerdo, y en 1998 un político decidió dedicar su carrera a convertir ese sitio innombrable en el Memorial del Campo de Rivesaltes. El presidente regional, Christian Bourquin, que es además senador socialista, ideó el proyecto para construir un museo dedicado a las víctimas y pidió ayuda al Estado francés. Sin éxito. “Nicolas Sarkozy me negó ayuda varias veces, creo que tiene serios problemas con la memoria”, ironizaba ayer Bourquin ante media docena de periodistas extranjeros. “Ahora espero que Hollande nos ayude un poco más, aunque de momento no hemos tenido más que buenas palabras”.
Sin ayuda, pero con tenacidad, la región y la provincia se pusieron a trabajar, y hoy la construcción del Memorial de Rivestaltes tiene incluso fecha de apertura: el 14 de enero de 2015. Primero, la región salvó el campo, que pertenecía al Ejército, de la destrucción total, comprando 45 hectáreas de terreno. Luego, abrió un concurso de ideas para construir el museo de la memoria que ganó el arquitecto Rudy Riccioti: su edificio es un rectángulo de 220 metros de largo por 20 de ancho y 4.000 metros cuadrados que se mete en la tierra entre los barracones: sobrio, hecho en hormigón, será amueblado con vidrio y madera.
Valorado en 23 millones de euros, el Memorial tendrá una exposición permanente con tres partes: objetos, archivo y testimonios. El gran ataúd tendrá tres lucernarios en el techo, pero ninguna ventana. La idea de Riccioti, según explica su ayudante Romain Passelac, es hacer “un espacio de recogimiento que renuncia a imponerse al campo y que permita al visitante compartir y comprender el dolor y el peso de la historia que se ha vivido aquí”.
“Por este campo ha pasado toda la historia francesa y europea desde 1939 hasta 2007”, resume el historiador Denis Peschanski, presidente del comité científico del Memorial, que lleva 16 años trabajando en el asunto.
“La guerra civil española, la II Guerra Mundial, la guerra de Argelia y todos los desplazados forzosos de Francia pasaron por Rivestaltes. Es el emblema de la exclusión, del rechazo, del odio al diferente y también de la participación francesa en muchos episodios terribles que no podemos olvidar. Por eso es tan importante recuperar su memoria ahora que en Europa resuenan otra vez los peores ecos del populismo”.
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