viernes, 19 de julio de 2013

Chaves Nogales, la pluma que barruntó el franquismo

Manuel Chaves Nogales murió tres veces. A su pasamiento físico, cuando sólo contaba con 46 años, habría que sumarle un doble olvido, que fue el método elegido por los que lo ajusticiaron en las páginas de la historia. Sus feroces críticas a los totalitarismos, de uno y otro signo, le valieron el repudio de fascistas y comunistas, por lo que cuando se lo llevó una peritonitis en el exilio londinense nadie lo reclamó para sí. Fue una muerte callada.

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Manuel Chavez Nogales



Henrique Mariño 18 Julio 2013


El periodista sevillano había sido un firme defensor de la Segunda República hasta que, como dijo en su día, ya no quedó nada que defender. Pero sus negativas experiencias en Rusia, plasmadas en artículos de prensa, le granjearon enemigos entre los más extremistas del Frente Popular, que lo consideraban un liberal sin sangre roja en las venas. Para el bando nacional, era simplemente un enemigo a batir. Y, para más inri, masón.
Encarnaba la tercera España, ni facha ni roja. “Yo era eso que los sociólogos llaman un pequeño burgués liberal”, escribió en el prólogo de A sangre y fuego, la radiografía más certera de la Guerra Civil, destilada a cuentagotas en París a partir del testimonio de los huidos de la contienda fratricida. También allí, en aquella Francia convertida en una aparente fachada que ocultaba la ruina espiritual de su interior, comenzó a explicarle al mundo en qué consistía el franquismo.
Nacido en 1897, de padre periodista y madre pianista, Chaves Nogales dio el salto de Andalucía a Madrid, donde maduró como juntaletras y se hizo un hueco en El Heraldo y en Ahora. Cuando el golpe de julio de 1936, un consejo obrero lo erigió en director de este último diario, en el que permaneció hasta que el Gobierno huyó a Valencia. Él siguió la misma estela y, ya en la capital francesa, aunó en los papeles su capacidad prospectiva, clarividente y premonitoria con la independencia, la ecuanimidad y, en definitiva, el sentido común.
Ciertamente, el generalísimo todavía no era tal, pues su victoria no había llegado, pero la lucidez del autor de la magnífica biografía Juan Belmonte, matador de toros le permitió vislumbrar cómo sería el futuro a partir del barniz ideológico de los alzados. Dos años después del comienzo de la guerra, publica en L´Europe Nouvelle una serie de artículos en los que, en realidad, previene a Francia, a las democracias europeas, del advenimiento del nazismo y el fascismo, aunque de poco valdría.
Se titularía La España de Franco, curioso título cuando, como ya hemos señalado, los hermanos todavía se batían en duelo, hundiéndose al ritmo que marcaban las arenas movedizas de una España rota. No había llegado el barro a sus rodillas y el periodista sevillano ya tenía claro que el poder real del bando nacional recaía en Mussolini y, luego, en Hitler, hasta el punto de que veía su país como una colonia sometida al yugo alemán.
“Falange Española representaba la reacción intelectual contra el españolismo”, escribió en el arranque de la obra, que rezuma un “gran componente especulativo”, como avanza en el prólogo el editor de Almuzara, que ha recuperado unos textos ya publicados por la Diputación de Sevilla, traducidos para la ocasión por Yolanda Morató. Chaves Nogales considera que el partido de José Antonio Primo de Rivera es un calco del fascismo, antítesis del carlismo pero, a la postre, un mal necesario para ganarse el sostén nazi. Digamos que los bravos tradicionalistas del norte ponían (y eran) la carne de cañón y los falangistas, el armazón ideológico que emparentaba la causa nacional con la de las futuras potencias del Eje. Carentes de hombría en el frente, los “esbirros” ejercieron en cambio como brigadas de limpieza en la retaguardia, esparciendo el polvo por las cunetas.
La España de Franco no es, ni mucho menos, la obra culmen de Chaves Nogales, pero sí una muestra por entregas de su intuitiva pluma analítica. Alemania e Italia lucharían unidas en la Segunda Guerra Mundial y terminarían perdiéndola, por lo que el futuro de España ya no iría ligado a ellas. Sería injusto medir al autor como pitoniso, por lo que nos quedamos con su visión del ciudadano español como cobaya de los totalitarismos. También con el despiece de la carrocería ideológica de Franco, quien antepuso “la entelequia de la Falange” a los requetés y al propio Ejército germanófilo, que no dudó en cercenar a su antojo, traicionando por ejemplo a los generales Yagüe y Queipo de Llano.
Chaves Nogales advirtió urbe et orbi de los peligros de la Alemania nacionalsocialista, pero todo fueron oídos sordos. Reino Unido le dio la espalda a la República para evitar un conflicto internacional que irremediablemente llegaría poco después y Francia terminó abrazando el nazismo y, lo que es peor, entregándole al Führer a los antifascistas que habían defendido España y la propia Europa. Sobre las miserias del Régimen de Vichy, nos dejaría otro libro fundamental, La agonía de Francia, escrito en el destierro de Londres, donde moriría en 1944. No resucitó hasta medio siglo después, cuando el franquismo no era más que una calavera pero todavía aleteaban los fantasmas de una pusilánime, quebradiza y dilatada Transición.

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