Una noche, del mes de abril de 1975, fui detenido por la policía
Jesús Rodríguez Barrio. 15 de mayo de 2012
Una noche, del mes de abril de 1975, fui detenido por la policía. Un
grupo de agentes de la brigada político-social me estaba esperando en la
puerta de mi casa. En aquella época, los detenidos políticos en Madrid
disfrutaban del dudoso privilegio de ser conducidos directamente a la
Dirección General de Seguridad, principal centro de detención y tortura
de la policía franquista, situada en la Puerta del Sol en el edificio
que hoy acoge la sede del Gobierno Regional de la Comunidad de Madrid y
al cual los medios de comunicación se refieren actualmente, de forma
habitual, con el pomposo nombre de Real Casa de Correos, tal vez con la
intención de buscar en el pasado lejano una referencia que haga olvidar
su siniestro papel en nuestra historia reciente.
Una vez allí, los detenidos eran recluidos en unas celdas situadas en
los sótanos, alumbradas permanentemente por una pequeña bombilla y
privados de cualquier referencia temporal que pudiera permitir saber el
tiempo transcurrido o distinguir el día de la noche. La puerta solo se
abría para recibir el alimento (por llamarlo de alguna manera) o para
ser conducido a los interrogatorios, acompañados de las correspondientes
palizas y torturas. En condiciones normales la detención duraba un
máximo de tres días, pero el tiempo podía ser ampliado si la policía lo
consideraba necesario. Después, el detenido era conducido a la sede del
Tribunal de Orden Público y, uno o dos días después, ingresaba en la
Cárcel de Carabanchel. Paradójicamente, el ingreso en prisión era
recibido como una liberación: significaba que, salvo casos
excepcionales, el detenido no volvería a ser interrogado por la policía.
Debo decir que fui, en realidad, un afortunado: solo me pegaron lo
normal. Con el paso del tiempo incluso he ido olvidando los detalles de
aquellos interrogatorios. El peor recuerdo que me transmite la memoria
de aquellos días (compartido con otros que pasaron por la misma
situación) no es el sufrimiento debido al maltrato físico sino el
sufrimiento moral y la sensación de angustia que producía el no saber
cuándo y cómo terminaría aquella pesadilla.
Pero, curiosamente, hay un recuerdo que ha permanecido especialmente
nítido en mi memoria: el pasillo que comunicaba las celdas tenía, en su
parte superior, unas pequeñas ventanas, convenientemente enrejadas, que
no dejaban entrar casi nada de luz pero permitían la entrada de aire en
los sótanos. A través de esas ventanas entraba también el ruido
ambiental de la calle. La Puerta del Sol ha sido siempre uno de los
lugares más bulliciosos de Madrid y todo ese bullicio se introducía en
los sótanos por esas aberturas. Se oía, principalmente, el ruido de los
pasos de los caminantes, pero también sus voces y sus risas. Desde aquel
inmundo agujero me parecía imposible que pudiera haber, unos pocos
metros por encima, personas que hacían su vida normal y que incluso se
divertían, ignorantes del horror que existía debajo de sus pies.
Siempre que transito por esa acera de la Puerta del Sol miro hacia
esas ventanas, que desde la calle se ven a ras de suelo, y afluyen a mi
mente estos recuerdos. Después, cuando paso por delante de la puerta
principal, pienso siempre lo mismo: ¿cómo puede ser que ninguno de los
sucesivos gobernantes que han ocupado ese edificio haya tenido la
dignidad y la decencia de colocar una pequeña placa en la entrada, como
memoria y reconocimiento hacia las personas que fueron detenidas y
torturadas en ese lugar?. En este país, tan proclive últimamente a
colocar recordatorios en memoria de las víctimas de la violencia
terrorista, ninguna autoridad ha considerado conveniente poner en ese
lugar un recordatorio en memoria de los ciudadanos que sufrieron la
extrema violencia que allí se practicó en contra de los más elementales
derechos de las personas.
Puede ser el olvido y el deseo de enterrar la memoria del franquismo.
Pero, en mi opinión, el reciente debate que ha tenido lugar en España
sobre la memoria histórica del franquismo ha sacado a relucir un motivo
adicional, que hasta ahora había permanecido oculto pero que, sin duda,
ha estado siempre presente: los poderes fácticos de este país han
construido una historia de diseño para explicar la lucha antifranquista,
el final del franquismo y la llamada transición democrática que no
tiene nada que ver con lo que allí ocurrió. Todo lo que ayude a recordar
lo que realmente fue la lucha antifranquista y la represión que
practicó aquel régimen criminal resulta extremadamente molesto para este
objetivo de reescribir la historia políticamente correcta de nuestro
país.
El antifranquista de diseño construido por esta historia sería un
personaje que luchó contra el franquismo con el único objetivo de
implantar la democracia parlamentaria en España y que vio plenamente
cumplido ese fin con el cambio político que tuvo lugar. Esos verdaderos
demócratas fueron los que pusieron fin a la dictadura y trajeron la
democracia a España. Solo ellos merecen ser honrados.
Pero lo que ocurrió en la Dirección General de Seguridad es otra
historia: por aquellos calabozos no pasaron esos demócratas de diseño.
Quienes allí estuvieron fueron comunistas de diversas tendencias,
anarquistas, sindicalistas e izquierdistas en general. Todos teníamos un
denominador común: no luchábamos solo contra el franquismo porque nos
privaba de libertad sino también porque aquel sistema representaba los
intereses de una oligarquía económica y social que seguraba sus
privilegios sobre la base de la opresión política y el abuso de poder.
Luchábamos contra el franquismo como primer paso para construir una
sociedad nueva. Es cierto: no éramos verdaderos demócratas.
Una de las mentiras que se ha repetido una y otra vez en el debate
sobre la memoria histórica es que el movimiento para la recuperación de
la memoria de lo que fue la represión franquista y para la reparación
moral de las víctimas del franquismo se basa, exclusivamente, en el
estudio y la investigación de los crímenes de la guerra y la postguerra:
una historia demasiado antigua, cuyos protagonistas ya están todos
muertos, y que, según dicen, nunca debería ser personalizada porque solo
sirve para reabrir las heridas que ya parecían cerradas.
Pues bien, nosotros estamos vivos y no necesitamos buscar los
cadáveres de nuestros antepasados para saber lo que fue aquel sistema
basado en la injusticia y el crimen. Tampoco necesitamos consultar
documentos ni que nadie nos cuente nada.
Nuestra memoria histórica del franquismo no es más que la memoria de
un trozo de nuestra propia existencia, una memoria imposible de olvidar y
que nos acompañará siempre mientras estemos vivos.
Por eso, solo cuando estemos muertos se atreverán, tal vez, a decir que aquello nunca existió.
Jesús Rodríguez Barrio
www.vientosur.info 30/12/2010
http://buscameenelciclodelavida.blogspot.com.es/2012/05/lo-que-ocurrio-en-la-direccion-general.html
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