viernes, 23 de marzo de 2012

A lo largo de la II República la mujer alcanzó cotas de presencia en la vida social y política del país desconocidas hasta entonces


Milicianas



Alicia Alted Vigil (Dpto. de Historia Contemporánea, UNED)

 A lo largo de la II República la mujer alcanzó cotas de presencia en la vida social y política del país desconocidas hasta entonces. La guerra civil enfrentó a los españoles en una lucha de ideas y entre clases en donde cada bando contendiente tenía su visión de la realidad con una multiplicidad de ramificaciones en la zona republicana, mucho más monolítico en la zona franquista. Esa división alcanzó también a la mujer que se convirtió no sólo en punta de lanza de los discursos oficiales de los dirigentes de ambas zonas, sino también en el elemento clave que iba a sustituir, como ya había ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, al hombre llamado a filas en las faenas agrícolas e industriales. Hacia falta que los campos rindiesen más, la industria bélica reclamaba un incremento continuo en la producción de armamento y de municiones, se tenían que coser a marchas forzadas prendas para los combatientes y había que alimentar a una desvalida población de niños, ancianos, mutilados, soldados convalecientes... en la retaguardia.
                        El carácter de revolución popular que revistió la guerra en la zona republicana en los primeros momentos de la sublevación, hizo que las mujeres, alentadas por un discurso igualitario en su participación en la guerra junto con el hombre, se alistaran en los batallones y cuerpos de milicias que de forma voluntaria se organizaron desde los primeros días. Pronto, sin embargo, un decreto de octubre de 1936 por el que se reorganizaban las Milicias Populares dispuso, entre otras medidas, la retirada de las mujeres de los frentes y su reclusión a tareas auxiliares en el frente (de intendencia y servicios) o a las que tradicionalmente había desarrollado en situación de paz, en retaguardia. Muchas mujeres no aceptaron esta retirada y continuaron luchando, pese a tenerlo prohibido, durante algunos meses más. Como siempre había ocurrido, afrontaron los mismos riesgos y peligros que los hombres, pero siempre tuvieron que demostrar que eran doblemente heroicas y abnegadas, porque heroica a secas no bastaba. Nombres como los de Lina Odena. Aida Lafuente, Juanita Rico, Manolita del Arco o Rosita la Dinamitera, por poner algunos ejemplos, perduran en la memoria histórica (de las mujeres) aunque no aparezcan en los libros que se escriben sobre la guerra civil.

                        En la retaguardia las mujeres se dedicaron a tareas de cuidado de enfermos, niños, ancianos, intendencia, labor educativa en las escuelas. También fueron reclamadas para “servicios especiales de información (espionaje, transporte de armas, enlaces). Junto a esto, la mayoría de ellas, convertidas en cabezas de familia por la movilización de padres, hermanos, esposos, tuvieron que ingeniárselas para sacar adelante a la familia a su cargo trabajando en lo que podían y teniendo que recurrir en muchas ocasiones a la prostitución para sobrevivir. Además, en la zona republicana, el avance de las tropas franquistas y las sucesivas caídas de los frentes llevó a las mujeres a desplazamientos de unos lugares a otros, cargadas con las escasas pertenencias que podían llevar a cuestas y con los hijos. Recogidas en refugios, iban a participar en las tareas de evacuación y desarrollaron una labor positiva en las colonias escolares que se crearon, sobre todo en Levante y Cataluña, para alejar a los niños de los escenarios de la guerra. También fueron en su mayor parte mujeres quienes acompañaron a los niños en las expediciones colectivas que se organizaron durante la guerra a varios países europeos (Rusia, Suiza, Bélgica, Francia e Inglaterra).

                        Muchas mujeres se habían incorporado a la lucha política y sindical en los años de la República. Ahora siguieron participando en mítines y otros actos de propaganda en pro de la causa republicana. Uno de los grupos más activos fue el de Mujeres Libres creado en abril de 1936. Este grupo y la revista del mismo nombre había sido fundado por Lucia Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch Gascón. Vinculado al Movimiento Libertario (ML), tenía como principales objetivos la liberación de la mujer y su integración plena en todos los campos de la actividad económica, social y política, lo que incluía su participación no sólo como militante de base en la sindical obrera Confederación Nacional del Trabajo (CNT), sino también en los diversos organismos de dirección de la misma. Dadas las diferentes concepciones que sobre la función de la mujer existían dentro del ML, las reivindicaciones de Mujeres Libres y su postura ante la cuestión femenina fue criticada en el seno de la CNT y faltó apoyo para que algunos de sus propósitos pudieran lograrse. No obstante su labor durante la guerra en la retaguardia fue enormemente positiva y el espíritu que las animaba acompañó a la mayor parte de ellas en el exilio.

                         La militancia de la mujer en la guerra llevó a muchas a la cárcel, otras fueron fusiladas. A esto hay que unir la dura represión a la que fueron sometidas en los primeros años de la posguerra muchas de las que se quedaron y las que tuvieron que partir hacia el exilio, que son ahora nuestras protagonistas.

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