viernes, 28 de noviembre de 2014

Los esclavos españoles de Mauthausen

Republicanos que huyeron de la venganza franquista tras la derrota en la Guerra Civil acabaron en el campo de exterminio nazi como mano de obra


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Republicanos en Mathausen

 El Correo.es, 24 noviembre 2014
ANJE RIBERA |
Civiles y combatientes republicanos que huyeron de la venganza franquista tras su derrota en la Guerra Civil acabaron en el campo de exterminio nazi como mano de obra. Muy pocos lograron dar testimonio de aquellos cinco años de penurias. La pasada semana fallecía el toledano Esteban Pérez Pérez, era el decano de los supervivientes
Fue un transitar entre infiernos. Huyeron de los franquistas una vez caída la República. En Francia, su destino, vivieron el desprecio de quienes les acogieron y, finalmente, acabaron en campos de exterminio cuando el ejército nazi se hizo dueño de toda Europa. Así lo narraba hasta la pasada semana Esteban Pérez Pérez, el decano de los supervivientes de aquel trágico acontecer. El castellanomanchego, que participó en la construcción de la famosa línea de defensa Maginot, falleció a los 103 años. Nunca regresó a su pueblo natal de Portillo de Toledo.
Esteban y otros miles como él fueron coleccionistas de desgracias. Parecía que lo peor ya había pasado, pero cuando habían sobrevivido a una guerra civil que perdieron y habiendo logrado atravesar la frontera para huir de la venganza del franquismo volvieron a verse inmersos en otra contienda. Sin embargo, esta vez no había dónde escapar y cayeron presos. Su cautiverio tenía un nombre aterrador, aunque por entonces casi nadie conocía su verdadero significado de horror, muerte y exterminio. Mathausen fue su destino.
Esta terrible aventura la protagonizó un grupo de republicanos que se exiliaron al norte de los Pirineos. Concretamente en el municipio de Angoulême, en la región de Charente. Allí fueron mal recibidos, al ser considerados unos rojos indeseables, pero no tuvieron tiempo para solventar su falta de sintonía con los locales porque la zona pronto fue ocupada por los alemanes y circunscrita a la autoridad del Gobierno colaboracionista de Vichy, después de que el territorio galo quedara dividido en dos.
Sólo unos meses después de llegar a lo que parecía un lugar pacífico, las autoridades nazis decidieron trasladar a los españoles a Mauthausen. La locura comenzó el 6 de agosto de 1940, cuando partió el primer contingente. Pero todavía el número de trasladados era escaso. Hubo que esperar dos semanas más para que comenzaran a funcionar los convoyes ferroviarios con destino al sangriento stalag donde posteriormente se exterminó a miles de judíos. “Un buen día cercaron el campamento de Les Alliers, donde estábamos acogidos, y nos metieron en un tren”, confesaba uno de los supervivientes hace unos años.
ueron 927 civiles republicanos -hombres, mujeres y niños- quienes inauguraron aquella red de deportaciones hacia la muerte a bordo del primer tren que llevaba familias enteras hacia los campos de concentración en vagones de carga. En un principio pensaban que eran trasladados a la zona no ocupada o temían que les entregaran a Franco. Pronto salieron de su error al comprobar, por la escasa información que obtenían de los nombres de las estaciones que superaban, que las vías les encaminaban hacia el norte. Cuatro días de traqueteo, sin apenas agua ni comida, les llevaron al pueblo de Mauthausen, en Austria.
Aunque todavía su fama de centro de aniquilación no se conocía, los españoles chocaron con la realidad y allí pronto se creció su tragedia, cuando los soldados germanos obligaron a apearse a los varones mayores de 13 años, incluidos ancianos y niños, separándoles a la fuerza de sus esposas, hijas, hermanas o madres. Las féminas iniciaron de inmediato un recorrido de vuelta y, tras dieciocho jornadas de penuria, fueron conducidas a la estación de Hendaya y a la España franquista, donde les esperaban persecución y cárcel tras ser recibidas a los gritos de “rojas” y “asesinas”. Su viaje hacia la locura había concluido.
Sólo por las chimeneas
Los hombres quedaron recluidos en Mauthausen. Eran 430 y su futuro se tiñó de negro ya desde el primer día, cuando pudieron comprobar que a los gritos, a los empujones, a los perros, se unió el discurso del director del campo, Frank Ziereis, quien les anunció que la única salida posible de aquel purgatorio era por las chimeneas de los crematorios.
A los españoles se les aplicó de inmediato el decreto Nacht und nebel (noche y niebla), un eufemismo inspirado en una ópera de Wagner que venía a significar que ninguno debería salir vivo de allí. Al recinto todavía no habían llegado ni los judíos ni los comunistas y la locura exterminadora se descargó contra los republicanos.
Les desnudaron, les ducharon, les raparon las cabezas y les obligaron a vestirse con uniformes a rayas adornados con una estrella azul que les identificaba como apátridas y una S que marcaba su procedencia (Spanien). Su destino era la cantera que existía en las cercanías y de donde se extraía el material de bloques de granito con el que se construían las instalaciones. Se convirtieron en esclavos, como otros casi siete mil compatriotas que arribaron más tarde procedentes de otras zonas de la Francia ocupada. A los que contaban con más de 40 años se les consideraba viejos y poco a poco se los encaminaba hacia la muerte. Los minusválidos eran eliminados de forma inmediata.
El trabajo inhumano que les obligaron a realizar era la forma de exterminio más efectiva, sobre todo en la terrible ‘escalera de la muerte’, los 186 peldaños que una y otra vez tenían que subir cada día, descalzos y cargados con los pesados bloques de piedra. Si una de las piezas se desprendía, caía sobre la hilera humana, matando a todo aquel al que golpeaba. Además, a muchos, cuando llegaban arriba, les esperaba el ‘salto del paracaídas’, alegoría de una caída libre de 180 metros producida por el empujón que los SS les propinaban por pura diversión. “Primero consumías todas tus fuerzas y entonces, simplemente, eras eliminado”, describió un superviviente.
El malagueño José Marfil fue quien inauguró la lista de los exiliados españoles caídos en Mathausen. Murió el 26 de agosto y los nazis permitieron que sus compañeros guardaran un minuto de silencio en su memoria y se oficiara un funeral con honores militares. Nunca más se autorizó este tipo de homenajes.
Durante el siguiente invierno la mortalidad fue altísima. Fallecieron la mayoría de los que llegaron en el convoy de los 927, víctimas de las durísimas condiciones de vida y de las SS, que les obligaban a formar durante largas horas a la intemperie lloviera o nevara, sin ropa de abrigo ni calzado. Después venían las torturas, las inyecciones de benzina en el corazón, los fusilamientos a los sones de la orquesta, prisioneros convertidos en alimentos de los perros y los hornos crematorios, además de la alambrada electrificada con 5.000 voltios sobre las que se lanzaban los que ya no podían resistir más.
Diseminados por Europa
En total, alrededor de 5.000 republicanos murieron en el campo de concentración austriaco, entre ellos 409 (el 90%) de los que llegaron en el tren procedente de Angoulême. A ellos se unieron otros exiliados que en Francia se alistaron para luchar contra Hitler. De nuevo apostaron por el bando equivocado. Fueron unos 13.000 soldados españoles los que combatieron bajo la bandera tricolor. Lucharon contra el nazismo en territorio galo y asimismo sucumbieron ante la superioridad militar del enemigo, para finalmente ser abandonados también por los aliados, sobre todo por los británicos en su huida desde Dunquerque. Tampoco el ejército de París quiso reconocerlos como miembros de sus fuerzas regulares.
El Gobierno del Tercer Reich hasta en cuatro ocasiones se puso en contacto con la dictadura franquista, que tampoco quiso saber de ellos. Serrano Suñer, cuñado de nuestro dictador y a la vez ministro de Exteriores, nunca se dignó a contestar oficialmente y se limitó a asegurar a los nazis que no eran españoles. “Hagan con ellos lo que quieran porque la nueva patria no les considera españoles”. Por tanto, cuando el 5 de mayo de 1945 fue liberado Mauthausen por los estadounidenses, los pocos que sobrevivieron de entre los civiles del convoy de los 927 y los combatientes republicanos no pudieron volver a España o lo hicieron en secreto. La mayoría quedaron diseminados por Europa, como apátridas, sin que nadie les reconociera.
Un documental confeccionado por la televisión autonómica catalana TV3 -la mayoría de las víctimas eran catalanes- relata de forma excepcional la historia de los primeros republicanos llegados a Mathausen. Debido a su calidad y a su nivel de documentación resulta una obra imprescindible para conocer aquellos avatares.

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