El 4 de noviembre de 1937, 25 mujeres vecinas de la localidad onubense de Zufre eran fusiladas ante el muro del cementerio de la vecina Higuera de la Sierra, “Las 25 rosas de Zufre”, como se las conoce en la comarca, que hoy siguen enterradas en una fosa común.
Cementerio de Higuera de la Sierra |
EFE / FERMÍN CABANILLAS – 04/11/2014
Una historia que ha quedado grabada en la retina y la memoria de los vecinos que entonces eran unos niños, y que vieron cómo se alteraba la paz de esta pequeña localidad situada a 130 kilómetros de la capital onubense, y que ahora no llega a los mil habitantes, pero también la de Higuera, cuyo cementerio fue elegido para el fusilamiento y posterior inhumación de los cuerpos.
Santiago González, concejal del Ayuntamiento de Zufre, ha recopilado documentación sobre distintos hechos históricos de su pueblo, y recuerda que nunca se supieron las razones exactas del fusilamiento, ni los “delitos” que se imputaban a estas mujeres, sino que simplemente se les aplicó el conocido como “Bando de guerra”, sin ninguna sentencia.
La tarde del 4 de noviembre de 1937 estas mujeres fueron detenidas en Zufre y acusadas de auxiliar a fugitivos, aunque en algunos casos su única falta era ser familiar de alguna persona represaliada o encarcelada.
Con esta premisa, pasaron delante del pelotón de fusilamiento Ana, Dominica, Rosario, Gregoria, Dolores, María Manuela, Avelina, Dulcenombre, Antonia, Josefa, Sebastiana, Rosalia, Faustina, Rosario, Carlota, Remedios, Mariana, Amadora, Encarnación, Bernabela, Elena, Amadora, Alejandra, Teodora y Modesta.
En pocas horas, todas ellas fueron detenidas y llevadas a la cárcel de Zufre, aunque algunas ya estaban en prisión por una reyerta que tuvieron con otra vecina, al parecer por un robo a otra mujer que se llevaba comida a su marido a un campo cercano.
A todas las subieron a un camión que las iba a llevar a declarar ante el juez en Aracena.
Amadora Dominguez Labrador, asesinada en Higuerra 4/11/1937 |
La página web zufre.es ha recopilado testimonios de la época, para describir así aquel momento: “En la puerta del médico Don Ángel, junto a las viejas escuelas, aguardaba el funesto camión para el traslado. Eran las seis de la tarde, muchos niños jugaban a esa hora alrededor del pilar. Algunos de los peques vieron allí por última vez a sus madres. La primera mirada de aquellos angelitos era de sorpresa, pero cuando las vieron amarradas en collera, maniatadas con alambres y cuerdas, sollozando, los niños agacharon la cabeza, dejaron de mirar”.
Una vez a las puertas del cementerio, “las desnudaron, les arrancaron la ropa, las pelaron, las embadurnaron en aceite, las azotaron y las fusilaron”, para ser enterradas posteriormente en una fosa común en la que todavía siguen sus restos.
Eran mujeres de las más variopintas edades y dedicaciones, como Teodora Garzón Núñez (46 años), Remedios Gil Cortés (58), Modesta Huerta Santos (30), Josefa Labrador Ardillo (40) y Elena Ramos Navarro (55).
Entre las que tenía más edad estaba Alejandra Garzón Acemel, que contaba con 62 años, y cuyo delito pudo haber sido ser la suegra del concejal Benito Asensio, que estaba encarcelado.
De aquella funesta tarde quedan todavía algunas deformaciones en los barrotes del cementerio provocadas por los disparos, y una orden posterior que salvó la vida a un grupo de hombres días después, ya que el jefe local de Falange Española Tradicionalista y de las JONS rechazó que se realizasen más fusilamientos en el pueblo visto el escándalo que se había formado a raíz de ese suceso.
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