Más de 114.200 desaparecidos del franquismo siguen enterrados en fosas y cunetas.
Monolito levantado por familiares de 135 fusilados del franquismo exhumados en el monte de La Pedraja (Burgos).
El País / NATALIA JUNQUERA / 01-11-2014
Miles de familias en España no tienen hoy una tumba a la que llevar flores para honrar a sus seres queridos porque casi 39 años después de la muerte de Franco más de 114.200 desaparecidos durante la Guerra Civil y la dictadura siguen enterrados en fosas y cunetas.
Ascensión Mendieta, por ejemplo, no puede visitar hoy la tumba de su padre, Timoteo. El próximo 29 de noviembre celebrará su 89 cumpleaños. Los 88 los cumplió en un avión rumbo a Buenos Aires. Un viaje de 10.000 kilómetros y un inmenso esfuerzo que hizo solo para pedirle a la juez argentina que investiga los crímenes del franquismo, María Servini de Cubría, que la ayudara a recuperar los restos de su padre, fusilado en 1939 con otros 16 hombres y arrojado a una fosa común en Guadalajara. La magistrada argentina envió un exhorto hace ocho meses a España para que el juzgado correspondiente abriera la fosa común. "Pero el juzgado nos remite al Ministerio de Justicia y en el ministerio nos dan largas. Acabamos de pedir una reunión con el nuevo ministro [Rafael Catalá] para que resuelva el asunto. Mi madre acaba de tener una angina de pecho y no puede esperar más", explica Chon Vargas, su hija. "Siempre me pregunta: ¿Sabemos algo nuevo?".
"Yo solo quiero llevarme a la tumba por lo menos un hueso suyo. Así moriré tranquila", suele explicar Ascensión cuando le preguntan por qué, a su edad, sigue yendo a charlas y protestas, siempre con un cartel con la foto de su padre fusilado, pidiendo ayuda para abrir la fosa a la que lo arrojaron muerto por ser de UGT. Ella tenía entonces 13 años. Su padre, 41.
Esta semana, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha celebrado el 14 aniversario de su fundación, que coincidió con la exhumación en Priaranza del bierzo (León) de 13 fusilados en octubre de 1936, entre ellos, Emilio Silva Faba, abuelo de Emilio Silva Barrera, presidente de la ARMH. Aquella fue la primera exhumación llevada a cabo por arqueólogos y antropólogos profesionales y Faba el primer fusilado del franquismo identificado por ADN. Por aquel entonces, su nieto pensaba que estaba resolviendo un problema familiar: recuperando los restos de su abuelo para poder enterrarlos con los de su abuela, en un lugar digno, con una lápida, su nombre y sus apellidos. Pero hasta aquella fosa empezaron a acercarse muchas personas con una historia similar. Y a su teléfono empezaron a llamar decenas de hijos y nietos de fusilados que querían hacer lo mismo que él. Así nació la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que desde el año 2000 ha realizado más de 150 exhumaciones de fosas del franquismo.
Hasta el año 2006 lo hicieron sin ayudas económicas, gracias al trabajo de un ejército de voluntarios que dedicaban sus vacaciones a ayudar a otros a recuperar los restos de sus familiares en fosas y cunetas. Algunos de esos voluntarios llegaron desde Colombia, Chile, Argentina, EEUU o incluso Japón. Toru Arakawa, un profesor de inglés jubilado, dedicó varios veranos a ayudar a desenterrar una historia con la que nada tenía que ver. Al regresar a su aldea nipona organizaba charlas para vecinos y amigos y les mostraba las fotos de las exhumaciones en las que había participado en España. "Siempre me preguntan lo mismo: '¿Por qué hay tantos? ¿Por qué tienes que ir tú a desenterrarlos? ¿Por qué siguen en fosas comunes tantos años después de la muerte de Franco?, recordaba a este diario en 2008. Arakawa falleció en octubre de 2009. El verano siguiente, uno de sus hijos viajó a España para conocer a las personas que tanto habían impresionado a su padre: los familiares de las víctimas del franquismo y los hombres y mujeres que les ayudaban.
En 2007 se aprobó la ley de memoria histórica y se concedieron subvenciones para la apertura de fosas. Pero en 2011, con la llegada al Gobierno del PP, se cortaron las ayudas, pese a que en un principio, el Ejecutivo había dicho que el recorte en la partida presupuestaria para la memoria histórica no afectaría a las exhumaciones ya que todo el dinero se destinaría a ese fin, en lugar de a trabajos, estudios o conferencias relacionadas con la Guerra Civil. La realidad es que la ley de memoria está hoy derogada de facto y las asociaciones no reciben dinero para abrir las fosas del franquismo.
Por todo esto, la Agrupación de Familiares de las personas asesinadas en el monte de La Pedraja (Burgos) celebra como un gran triunfo el poder entregar hoy a sus descendientes los restos exhumados en una gran fosa común en 2010 y en 2011. En dos sucesivos veranos, un equipo de arqueólogos dejó al aire una cordillera de cuerpos que habían sido sepultados 70 años antes con orden y método, porque quienes enterraron los primeros cadáveres sabían que iban a llevar muchos más. Hasta 135. Los familiares han decidido volver a enterrarlos a todos juntos hoy, pero en un cementerio, el de Villafranca Montes de Oca, y bajo un panteón en el que ahora sí, figurarán sus nombres y apellidos y en el que podrán dejar flores cada 1 de noviembre.
"El panteón cuesta 14.000 euros que no tenemos. Hemos decidido hacerlo de todas formas y contraer la deuda porque los familiares directos de los fusilados son muy mayores y si no lo hacíamos ahora muchos se iban a morir sin poder asistir a un entierro digno de sus seres queridos asesinados", explica Miguel Ángel Martínez, representante de la Agrupación. Bernabé Sáez falleció el pasado marzo, a los 89 años, después de haber dedicado la vida entera a buscar a sus hermanos fusilados. Recuperó los restos de uno de ellos, Damián, en la fosa de La Pedraja. Le quedó su otro hermano, Eusebio.
Las familias de estos 135 fusilados han invitado a la solemne ceremonia hoy en el cementerio a los alcaldes de los 22 Ayuntamientos de los que procedían las víctimas. "Algunos son del PP y nos han prometido venir. Va a ser un acto muy emocionante", asegura Martínez.
Hoy ellos son una excepción porque por primera vez podrán llevar flores a la tumba de sus padres. Otros muchos, como temía Martínez, morirán sin poder sacar a sus familiares de las cunetas.
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