Vicente Blasco Ibáñez |
Buscame en el ciclo de la vida Junio 2014 |
Para la introducción en España del presente folleto,
y de otros que iré publicando oportunamente,
he adquirido dos aeroplanos que llevan los nombres
de "Libertad" y "República Española".
Todos los españoles amantes de la regeneración de su patria
deben atender y ayudar a los hombres de buena voluntad
que tripulan dichos aeroplanos cuando aterricen en España.
Agradezco de antemano cuanto se haga en favor de estos
valientes colaboradores que exponen su vida por noble causa.
V.B.I.
I
AL LECTOR
Vivo
hace años alejado de la política, pero la situación actual de España me
obliga a salir de mi retiro, empujándome otra vez a unas luchas que
creí abandonadas para siempre.
Confieso que he vacilado mucho
antes de adoptar tal resolución. Mis gustos de novelista se complacen
mejor en una existencia aislada y laboriosa. Mas por deber es preciso
que combata como en otros tiempos, y sabido es que el deber resulta las
más de las veces de un cumplimiento áspero y cruel.
Nada voy a
ganar con la actitud de ataque que adopto ahora; y, en cambio, tal vez
pierda mucho. Había yo llegado a la mejor situación que puede conquistar
un escritor. Los más de los españoles eran amigos míos, agradeciendo,
por solidaridad nacional, el prestigio más o menos grande que he podido
obtener en el extranjero. Ahora tendré que renunciar a la amistad de
algunas personas que, por interés o por convicción, transigen con el
estado presente de España. Siento mucho apartarme de ellas, pero cuando
se trata de cumplir un deber, el hombre honrado no debe vacilar entre
los afectos individuales y las imposiciones de su conciencia.
España
es hoy una nación que vive secuestrada. No puede hablar porque su boca
está oprimida por la mordaza de la censura. Le es imposible escribir
porque tiene las manos atadas. El instinto de conservación impide que
las gentes salgan a la calle para protestar contra tal esclavitud. Un
ejército poseedor de todos los medios destructivos oprime al país y le
es fácil borrar con fusiles y ametralladoras las quejas de la
muchedumbre desarmada.
La palabra "ejército" resulta impropia
en este caso. Después de la última guerra europea, que fue una guerra de
pueblo, "ejército" significa nación armada, conjunto de todos los
ciudadanos que sin distinción de creencias ni categorías sociales
empuñan las armas en defensa de su patria.En España, el ejército es una
clase aparte, una especie de casta social como en la Prusia del siglo
XVIII durante el reinado de los primeros Hohenzollern. Existe el
servicio militar obligatorio para ser soldado, pero no para ser
oficial. Sólo son oficiales los militares de profesión, que se
consideran de esencia distinta a la de sus compatriotas. De aquí que el
país no sienta gran simpatía por su llamado ejército, que en realidad no
tiene nada de nacional. Es a modo de una organización pretoriana para
la defensa de la monarquía.
Los hechos se han encargado
recientemente de probar tal afirmación. Este ejército que consume la
mayor parte de los recursos de España y al que se prodigan oficialmente
alabanzas de heroísmo mayores que las que merecieron los ejércitos más
famosos de la Historia, resulta derrotado indefectiblemente en toda
operación emprendida fuera del país. No se debe esto a la falta de valor
de sus individuos. La culpabilidad verdadera de su eterno fracaso hay
que atribuirla a la organización especial de este llamado ejército, que
no es de España, sino del rey.
Repito que el título de
ejército no es exacto. Mejor le conviene el de gendarmería. Sus únicas
victorias las puede conseguir en las calles de las ciudades donde
amenaza con sus ametralladoras y cañones a muchedumbres que sólo llevan,
cuando más, una mala pistola en sus bolsillos.
España hace un
año que no puede hablar. Vive dentro de Europa como una mujer
secuestrada en el interior de un cuarto forrado de colchones que impiden
oír sus gritos. El español no puede escribir porque los periódicos de
su país, antes de imprimirse, pasan por la previa censura del Directorio
militar. Leer un diario español es leer simplemente la literatura de
Primo de Rivera, autor extravagante que sólo inspira un interés festivo.
Hasta
en las épocas de mayor reacción fue respetado el libro en España. Jamás
existió en los tiempos modernos la censura para el volumen impreso. Un
escritor podía emitir sus ideas con toda libertad. El Directorio de
generales ha apelado a un recurso hipócrita para esclavizar igualmente
la emisión del pensamiento por medio del libro. Pretextando la necesidad
de impedir la difusión de cierta literatura inmoral que existe en
España -como existe en otros países- ha ordenado, bajo las más severas
penas, a los dueños de las imprentas que no entreguen a un autor la
edición de su obra sin que antes presente éste una autorización sellada y
firmada por los militares del Directorio o sus acólitos.
Para
combatir la literatura inmoral bastaba con castigar a uno o dos
editores sin escrúpulos, imponiéndoles una multa y una corta prisión.
Esto lo saben todos en España. Pero lo que menos le importa al
militarismo triunfante es la persecución del libro inmoral. Lo que desea
es someter a esclavitud a los escritores españoles. No han dicho nada
los actuales dominadores de España sobre plazos para autorizar la salida
de las obras, ni sobre garantías a los autores. El que escribe un
tratado de matemáticas, de filosofía o, simplemente, un libro de cocina,
tiene que someterlo al capitán o coronel encargado de la censura. Éste,
pretextando sus muchas ocupaciones, puede tardar meses y meses en
conceder su autorización, con lo cual el pensamiento queda sometido al
capricho del censor. El libro que no convenga a los intereses del
Directorio permanecerá indefinidamente sin publicarse.
En todo
el siglo XIX, ningún pueblo de Europa occidental, se vivió en una
situación semejante a la de España en los presentes momentos. Únicamente
la Rusia de los Romanoff, en el período más absolutista de su historia,
pudo ofrecer este espectáculo de generales crueles e iletrados, o de
generales parlanchines y grotescos, esclavizando espiritualmente a un
país y ejerciendo la censura sobre su pensamiento.
Confieso
que al volver, hace pocos meses, de un viaje alrededor del mundo, quedé
sorprendido viendo hasta donde había llegado la disparatada tiranía de
un grupo de generales sobre su patria. Todos estamos sujetos a la
debilidad e imperfección humanas, y un sentimiento egoísta me hizo
vacilar algún tiempo, antes de emprender esta lucha contra el
militarismo español. Llevaba yo una existencia tan dulce, dedicada al
trabajo literario, lejos de las impurezas de la realidad...
Pero
un escritor no debe de imitar al flautista que se recrea haciendo sonar
su instrumento en las soledades. Yo soy un hombre de mi época y además
soy español. Por azares de la suerte tal vez más que por los propios
méritos, mi nombre es conocido en una gran parte de la Tierra y cuento
con numerosos lectores en todos los países. Llevo recibidas centenares
de cartas de compatriotas míos residentes en Europa y en América
pidiéndome que hable, que emplee los medios difusivos de que puedo
disponer, para que el mundo conozca la vergonzosa situación de España.
He pasado noches enteras sin dormir.
-¿Tienes derecho, egoísta
-me decía una voz interior- a permanecer impasible viendo la
anormalidad en que vive tu país, como si fueses un hombre sin patria?...
La
mejor de las ficciones novelescas que puedas inventar permaneciendo
tranquilo, no valdrá nunca lo que un grito de protesta, sincero y
enérgico, ante la cruel situación de los tuyos.
Y a la mañana
siguiente, presenciando la salida del Sol en uno de los lugares más
hermosos de la Costa Azul, en mi sonriente jardín de Menton, frente a la
planicie azul del Mediterráneo, rodeado de un ambiente favorable al
trabajo y al ensueño, sentía el mismo remordimiento que si cometiese una
acción reprobable.
Me ha sido imposible callar más. Cuando
tantos españoles se ven imposibilitados de hablar dentro de su país, yo
debo de hablar por ellos.
Y así va a ser. Mas ya que me decido
a ser la voz de mis compatriotas, ocurra lo que ocurra, arrostrando
todas las consecuencias, debo decir la verdad, la verdad entera.
Me
sería fácil limitar mis ataques a los generales del Directorio que hoy
tiranizan España. Es muy posible que, aparte de ellos, todo el resto del
país, sin distinción de creencias políticas, encontrase mi actitud muy
simpática. Mas mi ataque, en esta forma limitado, resultaría incompleto y
hasta injusto.
Esos generales no son más que figurantes, unos
de historia lúgubre, otros verbosos y en perpetuo matrimonio con el
fracaso. Al restablecerse la legalidad constitucional, después de la
muerte del Directorio, hasta habría podido volver a España con aire de
triunfador...
Pero ya que me decido a hablar, después de larga
reflexión, no debo mentir ni valerme de anfibologías y atenuaciones
para desfigurar la realidad. Si abandono mi dulce retiro es para decir
las cosas tales como son, señalando al verdadero autor de los males que
sufre España.
Recuerdo, al llegar aquí, las órdenes de combate
que daban los antiguos almirantes a sus artilleros en tiempos de la
marina a vela:
-¡No tiréis a la arboladura, tirad al casco!
La
arboladura en el presente caso son los generales de opereta o de drama
policíaco que forman el Directorio. El casco es el rey.
Y yo, español, declaro desde el primer momento, por patriotismo, por decoro nacional, que tiro contra Alfonso XIII.
II
EL REY
Reconozco
que el actual rey de España ha sido durante algunos años para la
opinión internacional un personaje simpático.Su juventud, su carácter
decidor a estilo madrileño y un intrepidez alegre de subteniente
hicieron de él ese "personaje simpático tan amado por el vulgo que le ve
de lejos y sólo aprecia las exterioridades.
Pero ocurre con
los "personajes simpáticos" que al transcurrir los años su "simpatía" va
resultando terrible. Persisten en ellos las condiciones propias de la
adolescencia y éstas resultan inoportunas y peligrosas en la edad
madura, sobre todo cuando se trata de hombres que desempeñan altísimos
cargos y sobre los cuales pesan inmensas responsabilidades.
El
rey de España ha sido igual a esos niños prodigio que llaman la
atención por sus facultades precoces mientras son pequeños. Luego, al
convertirse en hombres, sin evolucionar oportunamente, resultan
insufribles y peligrosos por su estacionamiento mental, y por la vanidad
omnisciente que les infundieron los éxitos y adulaciones de su
adolescencia.
Alfonso XIII es un Borbón español que tiene
todas las malas condiciones de su bisabuelo Fernando VII.Para los
historiadores de Napoleón ha sido siempre un problema oscuro cómo, este
hombre genial, de pensamiento clarividente, pudo emprender la desastrosa
guerra de España. El mismo, en su retiro de Santa Elena, reconoció
dicha empresa como el mayor error de su vida. Para mí, el asunto resulta
clarísimo. Es que tuvo que entenderse con los Borbones españoles y,
especialmente, con el joven Fernando VII (tan simpático en su juventud
como Alfonso XIII) el cual con sus astucias, con sus faltas a la
palabra, sus malicias y deslealtades, era capaz de desorientar y
perturbar al cerebro más poderoso.
El bisabuelo de Alfonso
XIII, al mismo tiempo que pedía casi de rodillas a Napoleón que le
permitiera casarse con una mujer de su familia, cediéndole
espontáneamente la corona de España, se presentaba a los españoles como
un triste prisionero del emperador francés. Se comprende el engaño de
Napoleón. Juzgando al pueblo español por los reyes miserables que venía
tolerando, lo creyó un pueblo envilecido y cobarde y se lanzó a una
invasión fatal para él. Igual equivocación sufriría ahora el que juzgase
al pueblo español actual por la persona del rey que aguanta.
Fernando
VII jamás en su larga historia tuvo una palabra mala ni una obra
buena. Sin embargo, muchos de sus contemporáneos le admiraron en su
juventud como monarca simpático que sabía decir frases chistosas. Cuando
consiguió que Luis XVIII enviase a los aliados Cien Mil Hijos de San
Luis para batir a los liberales españoles y reponerle en su trono de
monarca absoluto, agradeció tal apoyo restableciendo la Inquisición y
fusilando a un sinnúmero de liberales que se habían rendido fiados en la
presencia de las tropas francesas.
Ni aún para los mismos
partidarios del absolutismo tuvo Fernando VII amistad ni lealtad. Se
consideraba más allá de los amigos y los enemigos. Reía igualmente de
unos y de otros. En España solamente debía de existir el rey; los demás
eran un mísero rebaño. Azuzaba a los absolutistas contra los liberales y
al vencer éstos, les pedía el exterminio de las mismas gentes que él
había incitado a sublevarse.
Los españoles clarividentes, le
apodaron a causa de su nariz borbónica y su rostro carrilludo:
"narizotas, cara de pastel". Este Tiberio conocía el apodo que le daban
los liberales llamados "negros" y los absolutistas descontentos de su
falta de lealtad que se titulaban "blancos". Y algunos de sus íntimos
contaron que cuando estaba a solas en su palacio toma una guitarra para
canturrear la siguiente canción:
"Este narizotas, cara de pastel a blancos y negros los ha de j..."
Efectivamente,
durante el reinado de Fernando VII, murieron innumerables "blancos" y
"negros" por sus diabólicas combinaciones para destruir a unos y otros.
Repito
que este Borbón fue en su juventud tan simpático y chistoso como su
bisnieto Alfonso XIII. Por eso su recuerdo ha resucitado en España
durante los últimos años, comparándose la conducta del rey presente con
la de su bisabuelo.
-Es igual a Fernando VII- dicen muchos que le han estudiado de cerca y hasta fueron sus ministros.
-Algo más- repuso uno de los personajes más eminentes de la política de la derecha en España. -Es Fernando VII.... y pico.
Para
hablar de Alfonso XIII es preciso traer a colación a Guillermo II. Del
mismo modo que en el teatro existe la contrafigura que pasa por el fondo
del escenario imitando al protagonista de la obra, que se halla en
primer término, Alfonso XII ha sido siempre un imitador, un reflejo del
antiguo Kaiser.
Existe en Cataluña un fabricante de champagne
español llamado Codorniu,y aunque su vino no es malo, los burlones ríen
de él al compararlo con el champagne legítimo, haciendo de dicho vino un
símbolo de todo lo que es imitación más o menos grotesca. Por ejemplo,
de un mediocre poeta dicen que es Víctor Hugo Codorniu, de un general
malo, Napoleón Codorniu, etc. A Alfonso XIII le llamaban en los años
anteriores a la guerra el Kaiser Codorniu.
El emperador viejo y
el rey joven se detestaban cordialmente como dos cómicos de edad
diferente e historia diversa, que pretenden desempeñar el mismo papel.
Pero los dos eran idénticos; el mismo afán de cabotinage, la misma ansia
de llamar la atención, de intervenir en todo, de dirigirlo todo, de
pronunciar discursos, de creerse aptos para todas las manifestaciones
más brillantes de la vida.
Iguales aficiones a la mascarada.
Alfonso XIII se viste a las dos de la tarde de almirante, a las tres de
húsar de la muerte, a las cuatro de lancero. No hay hora del día que no
aparezca con un uniforme distinto.Y además de los trajes militares, se
cubre con unas vestimentas de clown para jugar al polo, ridículas hasta
el punto de que en cierta época tuvieron que prohibir a los periódicos
ilustrados de Madrid que reprodujesen las fotografías de Su Majestad en
estos trajes deportivos de su invención, para que no riesen las gentes.
Es
indiscutible que Alfonso XIII ha odiado siempre a Guillermo II. Por la
ley física que obliga a repelerse a dos nubes de la misma electricidad,
esta pareja de histriones reales se detestó siempre de un modo
irresistible.
Guillermo II no prestó nunca un apoyo franco al
ensueño de ciertos allegados y consejeros de Alfonso XIII, consistente
en matar la República de Portugal y crear un imperio ibérico para que el
bisnieto de Fernando VII pudiera darse aires de emperador. Por su
parte, el rey de España hizo todo cuanto pudo para molestar a su maestro
imperial, hasta el día en que estalló la guerra.
Alfonso XIII
es hijo de una austriaca y aunque en los tiempos de su adolescencia se
mostró como un colegial travieso que desobedece las órdenes de mamá, al
transcurrir los años ha recobrado la madre sobre él un poderío enorme y
con ella toda su corte de archiduques arruinados y de superiores de
órdenes religiosas.
Además, si Alfonso XIII aborreció la
persona de Guillermo II, admiró siempre sus ideas políticas, su
tendencia al absolutismo. La mejor demostración la ha dado recientemente
al matar en España el régimen constitucional y favorecer el triunfo de
la dictadura militar.
Hábil comediante, como su bisabuelo
Fernando VII, que engañó a Napoleón, engañó a Luis XVIII y engañó hasta a
sus más fervorosos amigos, Alfonso XIII se dedicó durante los cinco
años de la guerra europea a mentir a los beligerantes haciendo creer a
cada uno de ellos que se hallaba a su lado. Pero bien claramente se vio
de qué parte estaban sus simpatías.
Alfonso XIII fue
germanófilo, como su madre y toda su corte. Y no solamente fue
germanófilo, sino que se permitió con Francia las ironías más crueles.
El, que ha sido siempre el verdadero dueño de España y no ha hecho más
que su voluntad, se fingió una víctima rodeado de enemigos y peligros a
causa de su amor a Francia, y dijo en cierta ocasión:
-En España, los únicos francófilos somos yo y la canalla.
Y
pensar que ha habido numerosos tontos en Francia que han repetido y
celebrado esta ironía cruel. "La canalla" éramos nosotros, los
escritores, los profesores de la Universidad, los artistas, todos los
españoles intelectuales que estuvimos al lado de los aliados desde el
primer momento. Sin duda, para el bisnieto de Fernando VII las únicas
gentes distinguidas eran la aristocracia ignorante y devota, el
populacho campesino, reaccionario y feroz, que aplaudían los crímenes de
la invasión alemana en Francia y los torpedeamientos de los submarinos.
Yo
no conozco personalmente a Alfonso XIII. Nunca he querido dejarme
presentar a él. Pero le sigo desde hace años con el interés del
novelista que estudia un "documento humano" y lo conozco mejor que
muchos de los que le han visto de cerca.
Una de las razones de
por qué me negué siempre a verle fue porque adivinaba que tarde o
temprano tendría que escribir contra él, diciendo la verdad. ¡Lo que he
sufrido durante la guerra, no pudiendo hablar libremente para advertir a
los aliados quién era este hombre que se declaraba partidario de ellos
en unión con "la canalla"! Pero en aquel momento decir la verdad
equivalía a un escándalo sin resultado que sólo podía alegrar a los
alemanes. Además, los diversos gobernantes franceses sabían tanto como
yo qué clase de amigo de Francia es Alfonso XIII. ¡Si pudieran revelarse
ciertas notas y documentos secretos en los archivos de París!
Pero
al fin ha llegado la oportunidad de hablar de lo que es público, aunque
lo ignoran la mayoría de las gentes, de exponer la verdad para que este
personaje de carácter complicado y tortuoso ocupe el lugar histórico
que le corresponde.
Ya he dicho que estos Borbones españoles
fueron siempre astutos y con cierto talento diabólico para sortear las
complicaciones de la vida, haciendo al mismo tiempo su voluntad. Las
resoluciones más extremas y violentas las revisten hipócritamente de un
forma paternal. Fernando VII, fusilador de liberales, ordenó estos
suplicios por el bien de la patria, de tal modo que las muchedumbres
imbéciles lo consideraban un padre.
Alfonso XIII ama el
despotismo, pero procura atacar las libertades públicas como si le
obligaran a ello los que le rodean, para después, en caso de fracaso,
dejar que castiguen a los otros y declararse inocente. No creyó hasta el
momento en el triunfo de los aliados, pero como era vecino de Francia,
no quiso tampoco mostrarse enemigo de ellos.
Para favorecer la
política germanófila buscó antes una coartada, y esta fue la oficina
que montó en su palacio para el canje de prisioneros. Unas mesas y unos
cuantos empleados le sirvieron para darse aires de rey providencial y
benéfico, haciendo en pequeño y con enormes anuncios lo que hicieron con
menos ruido y más intensamente la Cruz Roja y otras sociedades
benéficas de Suiza.
Mas en fin, si se hubiese limitado a esto,
merecería elogios, aunque no tan exagerados como los que le tributaron
sus aduladores. Gracias a su intervención hubo prisioneros franceses y
belgas que regresaron a sus casas, como también los hubo alemanes y
austriacos que volvieron a las suyas. Pero al mismo tiempo que el rey de
España se preocupaba en público de tales canjes, favorecía del modo más
descarado e insistente las operaciones navales alemanas en las costas
de España.
Durante tres años, los submarinos alemanes se
avituallaron en los puertos españoles del modo más cínico. En la
desembocadura del Ebro, junto a Tortosa, ciertos puertos antiguos y
abandonados, que sólo sirven de refugio a barcos de pescadores, fueron
empleados como lugar de descanso por submarinos de Alemania. Un
personaje alemán, el barón de Rolland, actuaba en Barcelona con el mayor
descaro de proveedor de esencia para estos buques. Además, tenía a sus
órdenes una partida de malhechores para aterrorizar a los que
denunciaban sus manejos. Un comisario de policía llamado Bravo Portillo,
que después fue asesinado en Barcelona, se valía de su empleo oficial
para averiguar la salida de los vapores aliados y denunciarla al tal
barón. Éste, a su vez, daba aviso a los submarinos por medio de varias
instalaciones de telégrafo sin hilos que funcionaban con entera
libertad.
Alfonso XIII se ocupó aparentemente de canjear
franceses e ingleses por alemanes y austriacos, pero estos prisioneros
eran seres vivos. Lo terrible es que al mismo tiempo produjo centenares
de muertos dejando actuar con toda libertad a los submarinos alemanes.
Rara fue la semana en que no torpedearon éstos, dentro de las aguas
españolas, alguna vez a la vista de la gente agolpada en la costa,
buques franceses e ingleses, dedicados al comercio, y hasta vapores
correo que iban a Argelia o venían de ella.
Buscaban los
buques el amparo de las costas de España, fiados en las palabras de la
monarquía española, creyendo que su rey defendería la neutralidad de sus
aguas, y precisamente al hacer esto se lanzaban en pleno peligro, pues
los submarinos tenían sus bases en los puertos pequeños de la costa y
contaban con numerosos agentes en las principales ciudades del litoral,
los cuales trabajaban tolerados y ayudados por bajos personajes de la
policía.
Una vez se dio el caso de que los viajeros del tren
correo entre Valencia y Barcelona, cuya vía se desarrolla a lo largo de
la costa, pudieron contemplar desde sus vagones, en las primeras horas
de la tarde, como un submarino alemán atacaba a un vapor aliado cerca de
la orilla, a la vista de todos.
El dulce y poético
Mediterráneo arrojaba todas las semanas a sus orillas numerosos
cadáveres y pedazos de buques rotos por la explosión de los torpedos. Yo
tengo a orilla del mar, cerca de Valencia, una casa llamada Malvarrosa.
Mientras estuve en París los cinco años de la guerra haciendo
propaganda en favor de los aliados, mis amigos me escribieron repetidas
veces dándome cuenta de los terribles hallazgos con que les sorprendía
el mar algunas mañanas. Sobre la arena de la playa, junto a la
escalinata de mi casa, aparecieron repetidas veces cadáveres hinchados
por una larga permanencia en el mar, pobres cuerpos desfigurados por las
mordeduras de los peces o la violencia de la explosión, mujeres y niños
que venían como pasajeros en buques procedentes de Argelia, tripulantes
de vapores aliados que transportaban artículos de comercio o primeras
materias para la guerra. Todos habían ido hacia la muerte, fiando en la
neutralidad, ya que no en la lealtad de un rey que se titulaban
francófilo en compañía de "la canalla".
Al mismo tiempo, los
fabricantes españoles que elaboraban materias de guerra para los
aliados, tenían que desafiar los mayores peligros. Fue en Barcelona
donde los industriales españoles trabajaron más para el ejército
francés; unos produciendo piezas sueltas de armamento, otros calzado,
tejidos, etc. Los alemanes, para asustar a los fabricantes de Cataluña
que trabajaban para Francia, organizaron otra partida de bandidos
encargada de arrojar bombas en las fábricas y asesinar a sus dueños si
era posible. Esto parece de una novela de Ponson du Terrall y, sin
embargo, no puede ser más exacto.
La tal banda era mandada por
un tal barón de Koenig. Hay que decir que así como el barón de Rolland,
encargado del avituallamiento de los submarinos, fue un personaje
auténtico, este barón de Koenig era un antiguo camarero de hotel, un
tipo rocambolesco que había hecho su carrera a fuerza de asesinatos. La
banda del barón de Koenig cometió sus crímenes atribuyéndolos a
anarquistas o terroristas. Así mató al fabricante, señor Barret,
profesor de la Universidad catalana, que era entusiasta de los aliados y
dedicó sus talleres a la fabricación para las tropas francesas. Y si no
mataron a más industriales aliadófilos fue porque estos tomaron grandes
precauciones.
El comisario de policía Bravo Portillo actuaba
de acuerdo con el titulado barón de Koenig, lo que proporcionaba a éste
una completa impunidad. Además, dicho policía le facilitaba toda clase
de informaciones.
Al terminar la guerra, viéndose si ocupación
el facineroso alemán, se ofreció con toda su banda a los industriales
conservadores y de carácter agresivo, para matar obreros fomentadores de
huelgas, empezando desde tal momento el período de asesinatos y
represalias entre un bando y otro, que aún dura en la actualidad aunque
amortiguado y que, por desgracia, tal vez volverá a reproducirse. (Pero
esta "es otra historia" como dicen en los cuentos orientales. Volvamos
al rey)
Jamás hizo nada Alfonso XIII por impedir las hazañas
de los alemanes, terrestres y marítimas, dentro de su reino. Como una
excusa previsora inventó la frase de que en España no había más
francófilos que él y "la canalla", queriendo hacer con ello que no era
rey más que de nombre, que no tenía ningún poder y en España todos eran
germanófilos y le atropellaban al pobrecito francófilo.
¡Mentira!
Para desgracia de España, él ha hecho siempre lo que ha querido.
Últimamente consideró que era de su conveniencia matar la
Constitución,suprimir todas las manifestaciones de una política moderna,
volver al país de los tiempos del absolutismo, gobernar como las zares
antes de la primera Duma, y apelando a sus generales cortesanos lo hizo
con toda decisión.
Si hubiese querido intervenir en favor de
los aliados o simplemente guardar una neutralidad honrada, lo hubiera
podido hacer en 1914 sin ningún obstáculo y hasta con aplausos de una
gran parte del país, pues nosotros, "la canalla francófila", éramos
muchos. Precisamente en aquel tiempo aún no había desarrollado él sus
terribles pedanterías militares en Marruecos y guardaba cierto prestigio
de mozo atolondrado pero "simpático". Afirmo que no habría encontrado
obstáculo alguno. Mas dejó hacer a sabiendas a los alemanes todo lo que
quisieron dentro de España y lo que es de mayor gravedad, impidió que
sus ministros tomasen ninguna iniciativa contra al insolencia germánica.
En
1918 se formó en España un Ministerio llamado nacional en el que
figuraban personajes de distintos partidos políticos. El señor Dato,
ministro de España, recibió de sus compañeros el encargo de presentar
una nota al gobierno alemán, protestando del descaro con que los
submarinos germánicos utilizaban los puertos de España y sus agresiones
en aguas nacionales que destruyeron muchas veces a buques que llevaban
en su popa la bandera española. Esta nota sirvió para desenmascarar al
rey, dejando asombrados a sus ministros ante la inaudita duplicidad de
su conducta.
Era embajador de España en Berlín un señor Polo
de Bernabé, gran admirador del Kaiser, que sentía temblar sus entrañas
de emoción al verse recibido con familiaridad, él y su esposa, por el
emperador y la emperatriz. Este embajador se guardó la nota del Gobierno
y no quiso presentarla. Cuando el señor Dato, indignado por tal
silencio, le repitió desde Madrid la orden para que presentase la nota,
este embajador le contestó la respuesta más fantástica que se conoce en
la historia de la diplomacia.
-La nota es muy fuerte- dijo -y no quiero presentarla al emperador. Sería darle un disgusto y... ¡Es tan excelente persona!
El
Gobierno, aunque presintió desde el primer momento que la persona de
Alfonso XIII debía de andar mezclada en el asunto, pues de otro modo no
era comprensible la insubordinación del embajador, dio un decreto
relevando al señor Polo de Bernabé de su embajada por desobediencia a
sus superiores y llevó el citado decreto a la firma del rey.
Alfonso
XIII se negó a firmar y casi dio una respuesta semejante a la del
embajador. Él apreciaba mucho a su representante en Berlín y no podía
darle el disgusto de firmar su destitución.
En resumen: que el
rey, a pesar de ser un monarca constitucional, consideraba a sus
embajadores y ministro plenipotenciarios como representantes
diplomáticos de su persona y no de la nación española. Se entendía con
ellos directamente, a espaldas de sus ministros respetables, y lo mismo
hacía con los generales, despreciando la mediación constitucional del
ministro de la Guerra. En realidad, no hizo nunca ni más ni menos que su
viejo y detestado maestro Guillermo II.
Otro detalle: durante
el curso de la guerra, Alfonso XIII, que desea aparecer como una gran
capacidad militar (¡siempre Guillermo II!), hablaba frecuentemente con
el agregado militar de la embajada francesa en Madrid para enterarse de
la marcha de las operaciones y, después, con el agregado militar de la
embajada alemana. Los franceses han conseguido descubrir la clave
secreta creada por la embajada alemana de Madrid, leyendo gracias a ella
los despachos que enviaba por telegrafía sin hilos a Berlín. Gracias a
la posesión de dicha clave, pudieron descubrir la existencia y
traiciones de la bailarina espía Mata Hari que acabó siendo fusilada en
París.
Pronto notaron los franceses que el agregado alemán en
Madrid comunicaba a su gobierno muchas cosas de un carácter
extremadamente confidencial, que el agregado francés había contado a
Alfonso XIII. Para poner a prueba a éste, le comunicó dicho agregado
algunas mentiras atribuyéndolas a su gobierno y, efectivamente, horas
después, la embajada alemana de Madrid remitía tales noticias falsas a
Berlín. Inútil es decir que lo franceses no quisieron hacer más
confidencias a Alfonso XIII.
No tengo empeño en mostrar esto
como un espionaje interesado, como una deslealtad voluntaria a una
nación que él llamaba amiga; pero supone por lo menos una abominable
ligereza carácter, una absoluta falta de seriedad, una tendencia a
tratar los graves asuntos de estado lo mismo que una conversación en la
Potiniere de Deauville.
Mientras duró la guerra, los agentes
alemanes con sus bandas de asesinos y contrabandistas proveedores de
esencia, intentaron aterrar a los partidarios de los aliados -lo que no
consiguieron- y avituallaron públicamente a los submarinos, lo que fue
causa de muchas matanzas. Hasta se dio el caso, junto a la entrada del
puerto de Valencia, de que unos alemanes hiciesen instalaciones
flotantes en el mar con pretexto de que eran aparatos de ensayo para
estudio y explotación de la fuerza de las olas. A estos espías
disfrazados de sabios se les ocurrió precisamente tal invento en plena
guerra y no encontraron en todos los mares del planeta lugar más a
propósito que el pacífico golfo de Valencia, en mitad del camino entre
Marsella y Argel. Para examinar sus aparatos, situados a pocas millas de
la costa, se embarcaban a todas horas en botes automóviles de su
propiedad. Inútil es decir que estos aparatos eran simplemente boyas
llenas de esencia; depósitos que surtían a los submarinos. La gente
protestó muchas veces de tales sabios y su misterioso invento. ¡Voces
perdidas en una soledad absoluta! Nadie podía oírlas cuando todos en
España estaban convencidos de que el rey era alemán. Nosotros, los
francófilos, no creímos un solo instante sus palabras. ¿Cómo podíamos
creerle si jamás vimos en él un verdadero acto a favor de Francia y sus
aliados? En cambio, por todas partes encontrábamos la complicidad pro
alemana.
Él, como Primo de Rivera y tantos otros ignorantes
con entorchados de general, sólo fueron aliadófilos cuando se
convencieron, al fin, todos ellos, del triunfo de los aliados.
Yo,
que en Agosto de 1914 sólo me vi unido a una docena de amigos españoles
como sostenedor de la causa francesa y en 1915, al ir a España por
primera vez en plena guerra, casi fui asesinado en Barcelona por las
bandas de facinerosos que sostenían allí los alemanes y, además, me vi
"invitado" por la autoridad con una solicitud algo sospechosa a salir
cuanto antes de mi patria porque había vuelto a ella para hablar a favor
de una honrada neutralidad, río ahora con una risa de desprecio cuando
leo que Alfonso XIII afirma que fue amigo de los aliados y cuando Primo
de Rivera dice lo mismo.
No sé lo que haya podido ser Primo de
Rivera en los primeros meses de la guerra. Si fue francófilo -según el
mismo afirma- debió de ser en los últimos tiempos, cuando todos se
apresuraron a serlo, porque vería próxima la victoria de los aliados.
Perdió una hermosa ocasión para él y para muchos de sus compañeros
permaneciendo mudo en los primeros tiempos de la guerra, hubiese
prestado un verdadero servicio al generalato español hablando entonces.
De
los muchos centenares de generales que existen en España, sólo unos
pocos, que no conozco personalmente, pero que a juzgar por sus escritos
son militares de ciertos estudios, mostraron un criterio independiente y
claro interpretando las operaciones de la guerra. Los demás fueron
simplemente despreciables. Guardo unas declaraciones que hicieron al
principio de la guerra, comentando la batalla del Marne, algunos
generales españoles de los más bullangueros, los cuales, si no forman
parte del actual Directorio, deben medrar cuando menos a la sombra de
él. Lamento que no viva en nuestra época el gran Flaubert. Hubiese
llorado de emoción al entregarle yo este documento para que lo hiciese
figurar en la grande obra que preparaba en sus últimos años: el
"Diccionario de la estupidez humana".
http://buscameenelciclodelavida.blogspot.com.es
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