Importante
fue el papel de Cartagena durante el breve tiempo de duración del Régimen
Republicano. Esta ciudad, que superando los 102.000 habitantes, era la segunda
en población de la provincia, tenía, en 1931, una gran tradición republicana.
Una tradición que no había quedado atrás, que continuaba aún viva en el alma de
la ciudad, a pesar de la derrota de la insurrección cantonal en 1874, a pesar
de la brusca represión del levantamiento republicano de 1886, con la ejecución
del dirigente Manuel Bartual.
Conforme
aumentaba el deterioro de la monarquía, conforme aumentaba la corrupción de las
instituciones, también lo iba haciendo el número de partidarios de la República.
La
situación económica española, ya de por sí injusta, desastrosa, se encontraba
notablemente marcada por la crisis económica internacional, El rechazo a la
monarquía por parte de los sectores burgueses más cultos y de los cuerpos
subalternos de la Marina y el Ejército, confluía con la organización de la
clase obrera. Cartagena era un núcleo industrial con la relevancia de los
sectores minero, industrial, metalúrgico, químico, naval, de tráfico portuario,
de construcción y de pequeño comercio, que favorecía la organización sindical
en una sociedad golpeada por los efectos de la corrupción y la influencia de la
creciente crisis económica internacional, en paralelo al crecimiento de los
fascismos.
En nuestra comarca los problemas cobraban una mayor relevancia por
la carencia de recursos hídricos, la nula electrificación del medio rural, la
deficiencia de las redes de comunicación y la situación de inhumana explotación
en el sector minero. Más del diez por ciento de la población activa se encontraba
en situación de paro (en aquella época, el
paro no tenía prestaciones). Y en medio de esta situación crítica, sobrevino el
dramático desenlace para la sublevación republicana de Jaca del 12 de diciembre
de 1930, que la llamada “dictablanda” de Berenguer resolvió con el fusilamiento
de los capitanes Galán y García Hernández.
La
Huelga General que se convocó en protesta por estos hechos y tuvo en Cartagena
un gran seguimiento, halló su repuesta en la declaración del estado de guerra y
la detención de participantes y responsables. Esta represión terminó de aislar
a la Corona y preparar la incipiente derrota en las elecciones municipales del
12 de abril, de las que detenidamente hablamos en nuestra anterior de este
blog.
Imaginémonos
el ambiente de fiesta en la ciudad a lo largo de las jornadas del 14 y 15;
Alfonso XIII viajando desde Madrid a Cartagena
en su cochazo: un Duesemberg descapotable Town Car, atravesando la puerta
del Arsenal ante un grupo de periodistas y de curiosos; imaginemos la lancha
que a las 5 de la mañana llevó al Borbón hasta el crucero Príncipe Alfonso que
lo condujo hasta Marsella.
El gesto de Cartagena, la ausencia de incidentes en aquella hora
decisiva, será valorado por Alcalá Zamora: “… ha dado una prueba de un gran
civismo, sabiendo terminar la revolución triunfante sin un choque, sin una gota
de sangre, facilitando la escapada de la Monarquía; ya que la salida de Madrid
era relativamente fácil, no así la salida de España. Cartagena, con todo
civismo, puso al enemigo que huía puente de plata”.
Después de ser proclamada la República, a las 6 de la tarde, desde el
balcón del Ayuntamiento, a las ocho se izó la bandera republicana en el palacio
de Capitanía General y demás edificios oficiales y en los buques de guerra.
La
República nació débil, por la escasez de apoyos sociales. La sostenían una
clase media poco numerosa y parte del proletariado, el de adscripción
socialista sobre todo. La división entre las fuerzas republicanas, fragmentadas en siete organizaciones diferentes, fue
su mayor enemiga.
La división de la clase obrera se manifiesta en un PSOE que apoya con
decisión a la República, mientras los anarquistas siguen en pie de guerra contra
el Estado y el PCE también le muestra su rechazo. Y si esto ocurre entre los
partidos republicanos y de izquierdas y el movimiento sindical, ¿qué decir de los antiguos monárquicos,
encabezados por Alfonso Torres al frente del Partido Cartagenerista y las
sucesivas formaciones derechistas, sin olvidar a la Falange?
Pues
a pesar de la división entre partidos republicanos y monárquicos, a pesar de la
lucha abierta declarada por la oligarquía, el Ejército y la Iglesia, la
República emprende un nuevo camino de apertura que mejora notablemente la
situación de las clases populares, que lucha por la justicia y se embarca en la
extensión de la cultura.
Para combatir el paro fue de vital importancia la apuesta por las
obras públicas, empezando con la terminación de las Casas Baratas –a cargo de Construcciones Inmobiliarias Sociedad
Anónima [CISA]-: mil viviendas, de las cuales 468 serían para obreros. Se prevé
la edificación de escuelas, la dotación de un nuevo mercado, la sustitución de
la lonja y la apertura de una casa de socorro.
De mayor trascendencia son los trabajos de canalización de las aguas
del río Taibilla, que vendrán a solventar uno de los grandes problemas del
municipio. La viabilidad del proyecto se alumbra con la orden de 12 de
noviembre de 1931 y el inicio de las obras es inmediato, manteniéndose con
recursos hasta abril de 1937. La identidad es clara: “… la sed es monárquica y
las aguas republicanas…”,. La gratitud inmensa: “¡Viva la República, sí, porque
ella nos trae el agua del Taibilla, que será para Cartagena la higiene, la salud,
la prosperidad!” (ambas citas del periódico “La Tierra”). También se forja el
regadío del Campo de Cartagena: el trasvase Tajo – Segura, según el Plan
Nacional de Obras Hidráulicas redactado por el ingeniero Lorenzo Pardo en 1933.
La República fue un proyecto progresista, que se
concretó durante el primer bienio, conocido como bienio social-azañista, un
gobierno de republicanos de izquierda y socialistas. Este gabinete, dirigido
por Manuel Azaña, adoptó un sistema reformista por medio de una labor
legislativa, que quiso dotar a España de una Constitución democrática, que
impuso la secularización del Estado, suprimió la pena de muerte y renunció a la
guerra. Se añadieron un sinfín de reformas, que afectaron al orden establecido,
desde el Ejército al mundo laboral, pasando por la configuración territorial
del Estado y la estructura agraria.
Se apuesta por la enseñanza, la religión de la República, en palabras
de Antonio Ramos-Oliveira. Una enseñanza laica que, con la Ley de Confesiones y
Congregaciones Religiosas de 2 de junio de 1933, puso fin al monopolio de la
Iglesia. Se abren 103 escuelas, que cubren las necesidades de barrios y
diputaciones, contemplando con singular interés a las niñas. Para el núcleo
urbano se construyen dos grupos escolares de 20 grados (10 de niños y 10 de
niñas) en la Plaza de España y Paseo de la Libertad. Su situación es
inmejorable: jardines, arbolado y parterres, con terreno suficiente para recreo
de los niños y fachada de clases orientada a mediodía. El proyecto se aprueba
el 5 de septiembre de 1933 y la obra se concluye en vísperas de la Guerra Civil.
Se potencian las colonias escolares, con objeto de que pueda disfrutar
de la institución el mayor número de niños y niñas pobres depauperados de
nuestras escuelas…”. Se inauguran bibliotecas populares, se constituye el fondo
Lope de Vega para estudiantes pobres. Descuella la intervención del Patronato
de las Misiones Pedagógicas, que favorece a las pedanías con lotes de libros y
que cuenta con la colaboración de Carmen Conde y Antonio Oliver en su difusión
educativa.
La cultura se erige en atención preferente. El Ateneo es su eje
central. En aquel centro alterna la intelectualidad cartagenera, entre otros Carmen
Conde, Antonio Oliver, Juan Lanzón, Rodríguez Cánovas, Vicente Ros, Ginés de
Arlés y Antonio Puig Campillo. Fruto de las inquietudes sociales y políticas,
que ahora se alumbran, se publican doce periódicos.
Prende una nueva misión del saber, cuya mejor expresión es la
Universidad Popular. Su creación se forja el 15 de julio de 1931 con la
mediación de Ginés de Arlés y Antonio Oliver. Se instaló en la calle Jara,
disponiendo de los salones del Ateneo para los actos de mayor concurrencia.
La mujer conquistó sus prerrogativas. El derecho al voto, la igualdad
en el matrimonio, la equiparación jurídica y laboral, incorporándose plenamente
a la vida política y cultural. Una flamante
sensibilidad se dejó notar, suprimiéndose la prostitución reglamentada y
reivindicándose una sexualidad saludable. Victoria Kent, directora general de
Prisiones, visita Cartagena en mayo de 1931 y denuncia el estado ruinoso de la
cárcel de San Antón. Propone un nuevo centro, franqueado en julio de 1936.
No fueron todas éstas sino simples muestras de la gran revolución
económica y cultural que la II República Española habría logrado si el golpe de
estado no le hubiera impedido convertir nuestro país en uno de los más modernos
de Europa. El 31 de marzo de 1939, con la entrada del ejército franquista se
truncaron los sueños, las ansias de una Cartagena justa e igualitaria y se
abrió paso la oscuridad de la dictadura de la que, aun a día de hoy,
continuamos arrastrando las secuelas.
Catorce de abril de 2020, a 89 años de la proclamación de la II
República, el espíritu republicano continúa entre nosotros; continúan nuestras
ansias de un futuro en que los valores de Libertad, Justicia e Igualdad
cristalicen en una realidad tangible, una realidad de un futuro por el que
merece la pena luchar.
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