Lorena Ortega
Castellón
6 SEP 2013
Antonia Valls mira al cielo cada vez que alguien le recuerda que en
pocos días podrá ver los restos de su padre, José Valls, fusilado por
las tropas franquistas en Borriol (Castellón) el 2 de septiembre de
1938. La última vez que le vio tenía 11 años. Ahora tiene 86 y una
lucidez que le permite recordar la última conversación que tuvo con él.
Al pie de la fosa, un cuadrante de tierra de unos seis metros cuadrados
en el cementerio de la localidad, cuenta que le estaban preparando la
comida (un día de junio) mientras José retiraba escombros por la caída
de las bombas cuando le vinieron a buscar para ir a casa de un vecino, El Bola.
Todavía no había comido. “Me dijo, dile a tu hermana que iré luego a
comer, le esperamos con el plato puesto en la mesa y no volvió más”.
Ningún familiar le pudo ver desde entonces.
“¿Y será verdad que lo pueda ver? Qué alegría me daréis”, dice para sí misma pero en alto, con los ojos humedecidos aunque llenos de esperanza. Y de incredulidad. “Si mi padre lo viera”, suspira. Se refiere al grupo de trabajadores y voluntarios llegados de distintas partes de España que trabajan desde este viernes para exhumar el cuerpo gracias a los 6.850 euros conseguidos mediante una campaña de financiación por internet (crowdfunding). Entre ellos, discreto, casi en secreto, el bisnieto de José Valls, Carlos Balaguer, que ha decidido participar en los trabajos y cava en la misma zona donde hace 75 años su bisabuelo cavó su fosa.
“Mi padre era muy templao y me quería mucho”, dice Antonia orgullosa. Es la única hija viva y quien ha indicado al grupo el sitio exacto donde enterraron a su padre. “Me lo dijo mi tío, que era el enterrador; lo fusilaron allí (señala a un muro del cementerio de Borriol) y lo metieron aquí”. A José Valls lo detuvieron el día en que el Ejército franquista entró en el pueblo, el 12 de junio de 1938. Tres meses después lo fusilaron. Su hija no pensaba que llegaría el día de recuperar sus restos. Hasta habían puesto su foto en el nicho que ocupa su mujer, fallecida a los 92 años, para tener un lugar donde recordarle. “Tiene que estar allí, junto a mi madre, quiero que esté con las personas y no aquí, como los perros”, afirma.
La historia de la exhumación de José Valls (que yace enterrado junto a otro fusilado, Luis Meseguer, de quien no se han localizado familiares) es una historia de inconformismo y solidaridad. Inconformismo por no querer que la retirada de subvenciones a los desenterramientos de la memoria histórica dejara a esta familia de Borriol sin unos trabajos ya aprobados. Y de solidaridad por las 299 personas que han dado dinero para suplir la falta de ayudas oficiales. “Es muy triste que tengamos que pedir, pero menos mal que hay gente que ayuda”, dice Carolina Aragüetes, una joven madrileña que colabora en los trabajos.
Miguel Mezquida es arqueólogo y director de la excavación. Explica cómo la familia se puso en contacto con él para encontrar documentación relativa a José Valls e iniciar los trámites de la exhumación. En el camino, el Gobierno retiró las subvenciones y fueron en busca, literalmente, del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica (GPRMH). “Estábamos haciendo prospecciones en El Toro, nos seguían dos personas (que resultaron ser Carlos y su padre) y nos contaron que querían sacar a José Valls de la fosa”, relata Matías Alonso, portavoz del grupo en la Comunidad Valenciana.
Ahí empezó la maquinaria de la solidaridad. No solo de las personas que dieron dinero. Mezquida explica que han recibido muchos apoyos, entre ellos, el de la Universidad Complutense. “Nos dejan las instalaciones y harán el estudio de los restos, esto supone un 50% de ahorro”. Es el primer caso en el que la financiación colectiva consigue salvar el agujero de las ayudas públicas. En Aragón repitieron la hazaña y hace poco se adelantaron con otra exhumación posible gracias al dinero de terceras personas.
Durante los primeros días, los voluntarios retirarán una capa de tierra de medio metro hasta llegar al nivel del enterramiento de 1938. Este viernes ya han hallado huesos, pero son restos provenientes de una ampliación del cementerio que se hizo hace un par de años y que es anexa a la fosa. “Esperamos que este domingo demos ya con los cuerpos”, apunta Mezquida.
Tal vez, en breve, cuando Antonia vaya al nicho donde yace su madre pueda, ahora sí, llorarle a él y no a una foto. Y pueda también compartir su memoria, de la que todavía no habla. A nadie en el pueblo le ha comentado nada sobre el tema: “Me dijo ayer un vecino que qué me pasaba, que estaba muy seria. La próxima vez que le vea le diré que estaba así porque iba a ver a mi padre”.
“¿Y será verdad que lo pueda ver? Qué alegría me daréis”, dice para sí misma pero en alto, con los ojos humedecidos aunque llenos de esperanza. Y de incredulidad. “Si mi padre lo viera”, suspira. Se refiere al grupo de trabajadores y voluntarios llegados de distintas partes de España que trabajan desde este viernes para exhumar el cuerpo gracias a los 6.850 euros conseguidos mediante una campaña de financiación por internet (crowdfunding). Entre ellos, discreto, casi en secreto, el bisnieto de José Valls, Carlos Balaguer, que ha decidido participar en los trabajos y cava en la misma zona donde hace 75 años su bisabuelo cavó su fosa.
“Mi padre era muy templao y me quería mucho”, dice Antonia orgullosa. Es la única hija viva y quien ha indicado al grupo el sitio exacto donde enterraron a su padre. “Me lo dijo mi tío, que era el enterrador; lo fusilaron allí (señala a un muro del cementerio de Borriol) y lo metieron aquí”. A José Valls lo detuvieron el día en que el Ejército franquista entró en el pueblo, el 12 de junio de 1938. Tres meses después lo fusilaron. Su hija no pensaba que llegaría el día de recuperar sus restos. Hasta habían puesto su foto en el nicho que ocupa su mujer, fallecida a los 92 años, para tener un lugar donde recordarle. “Tiene que estar allí, junto a mi madre, quiero que esté con las personas y no aquí, como los perros”, afirma.
La historia de la exhumación de José Valls (que yace enterrado junto a otro fusilado, Luis Meseguer, de quien no se han localizado familiares) es una historia de inconformismo y solidaridad. Inconformismo por no querer que la retirada de subvenciones a los desenterramientos de la memoria histórica dejara a esta familia de Borriol sin unos trabajos ya aprobados. Y de solidaridad por las 299 personas que han dado dinero para suplir la falta de ayudas oficiales. “Es muy triste que tengamos que pedir, pero menos mal que hay gente que ayuda”, dice Carolina Aragüetes, una joven madrileña que colabora en los trabajos.
Miguel Mezquida es arqueólogo y director de la excavación. Explica cómo la familia se puso en contacto con él para encontrar documentación relativa a José Valls e iniciar los trámites de la exhumación. En el camino, el Gobierno retiró las subvenciones y fueron en busca, literalmente, del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica (GPRMH). “Estábamos haciendo prospecciones en El Toro, nos seguían dos personas (que resultaron ser Carlos y su padre) y nos contaron que querían sacar a José Valls de la fosa”, relata Matías Alonso, portavoz del grupo en la Comunidad Valenciana.
Ahí empezó la maquinaria de la solidaridad. No solo de las personas que dieron dinero. Mezquida explica que han recibido muchos apoyos, entre ellos, el de la Universidad Complutense. “Nos dejan las instalaciones y harán el estudio de los restos, esto supone un 50% de ahorro”. Es el primer caso en el que la financiación colectiva consigue salvar el agujero de las ayudas públicas. En Aragón repitieron la hazaña y hace poco se adelantaron con otra exhumación posible gracias al dinero de terceras personas.
Durante los primeros días, los voluntarios retirarán una capa de tierra de medio metro hasta llegar al nivel del enterramiento de 1938. Este viernes ya han hallado huesos, pero son restos provenientes de una ampliación del cementerio que se hizo hace un par de años y que es anexa a la fosa. “Esperamos que este domingo demos ya con los cuerpos”, apunta Mezquida.
Tal vez, en breve, cuando Antonia vaya al nicho donde yace su madre pueda, ahora sí, llorarle a él y no a una foto. Y pueda también compartir su memoria, de la que todavía no habla. A nadie en el pueblo le ha comentado nada sobre el tema: “Me dijo ayer un vecino que qué me pasaba, que estaba muy seria. La próxima vez que le vea le diré que estaba así porque iba a ver a mi padre”.
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