Varios de los cantautores que combatieron el régimen rememoran el inicio de una época
Público, - 20 Abril 2011
JESÚS MIGUEL MARCOS MADRID
Varios de los cantautores que combatieron el régimen rememoran el
inicio de las reivindicaciones sociales y políticas en una época en la
que cantar adquirió un inesperado poder
Dar un concierto durante el franquismo era algo similar a desembarcar
en Normandía con una pistola y tres balas. No debía ser fácil abordar
un recital cuando un administrativo del Gobierno ponía el sello de
“censurado” en casi todas las canciones que iba a tocar un músico. Eso
le ocurrió a Marina Rossell a mediados de los setenta, teloneando a
Ovidi Montllor en Tortosa. “A Ovidi le dejaron tres canciones y a mí,
cuatro. Lo que hicimos fue llenar todo el concierto con ellas,
repitiéndolas. Era como un loop gigante. La gente alucinaba”, recuerda
la cantante, una de las participantes en el simposio sobre la canción de
autor de los sesenta y setenta que la Fundación Joaquín Díaz organizó
en Tiedra (Valladolid) durante la semana pasada.
No deja de ser curiosa la tarea que tenía la Policía en aquellos
legendarios recitales: escuchar canciones. Se supone que al músico nunca
se le ocurriría variar el orden del repertorio, a riesgo de ser
encerrado. De improvisar con las letras ya ni hablamos.
Porque las canciones, cuando el muro del franquismo comenzaba a
agrietarse, adquirieron un inesperado poder, tanto que lograron
incomodar a un totémico sistema dictatorial. Voz y música, dos elementos
sonoros, físicamente inofensivos, produjeron alteraciones imprevistas
en una sociedad que, sencillamente, perdió el miedo.
“Cuando ibas a una manifestación, estaba todo el pueblo, yo miedo no
tenía. Fue el principio de todas las reivindicaciones civiles, sociales y
políticas, algo apasionante”, explica Rossell. Eran jóvenes y hasta
cierto punto inconscientes. “Pero el miedo era un problema peor que la
inconsciencia subraya María del Mar Bonet, precisamente eso era lo que
intentaba la dictadura: sembrar el miedo. Muchas de las acciones en las
que participamos te podían llevar a conflictos graves, pero no tenías
miedo, porque tenías la sensación de hacer cosas importantes, algo
urgente”.
Todos los que vivieron aquel momento hablan del lirismo crudo de Paco
Ibáñez, que también se dejó ver en el simposio, del grito telúrico de
Raimon, de la elegante dignidad de Serrat, de las canciones de trabajo
de María del Mar Bonet, de la artesanía melódica de Chicho Sánchez
Ferlosio… Los jóvenes, especialmente los universitarios, empezaban a
escuchar lo que nadie les enseñó en la escuela: se exponían a un mundo
cultural desconocido, poético, libre, esperanzador y combativo, con el
aura de indestructibilidad que genera el saberse en posesión de la
verdad. María del Mar Bonet no cree que “la sociedad estuviera dormida,
la sociedad estaba sometida por un régimen que no le gustaba a nadie y
contra el que la universidad, el mundo obrero y el intelectual
intentaban luchar. Había un fuerte deseo de acabar con el bagaje de
opresión del franquismo”.
La estrategia de imaginar
Lo que les definió a todos, además de la necesidad de cambiar el
curso de las cosas, fue el uso de la poesía. Más que una cuestión de
derribar un sistema a pedradas, la estrategia era la de imaginar otro y
cantarlo, hasta que su verdad se impusiera como un hecho consumado. Así
se expulsaba el miedo y se despertaban las conciencias. “Yo nací en un
pequeño pueblo catalán y este movimiento de cantautores me ayudó a
explicarme a mí misma lo que yo vivía, me descubrieron un mundo nuevo,
me llevaron a hacerme preguntas que de otra forma hubiera sido imposible
que surgieran”, cuenta Marina Rossell.
Si había que luchar contra Franco con poesía, lo primero era rescatar
del olvido forzado a los primeros que lo habían hecho: los poetas
republicanos. Paco Ibáñez lo entendió con rapidez y revistió sus
canciones con los versos de Lorca, Celaya, Machado, Hernández. “Decían
con palabras hermosas y directas todo lo que tú sentías y lo que querías
aprender”, responde Martirio, integrante de grupo Jarcha a principios
de los setenta.
Las armas ya estaban cargadas, solo había que desenfundarlas. “Paco
Ibáñez abrió las ventanas a una nueva canción. Tenía esa dimensión
política tan importante, aunque luego si analizas las canciones no son
tan descaradamente políticas. Era más bien la actitud, el símbolo y el
ser síntoma de una inquietud, de una contestación”, resalta Amancio
Prada, que en los primeros setenta daba sus pasos iniciales en el mundo
de la canción en París.
Asistir a un recital en aquellos años se convirtió en una declaración
política. Conciertos como combates: algo tienen en común el
francotirador que se tumba en la trinchera esperando que el enemigo
aparezca en su objetivo y el cantautor que apoya el pie en una silla,
empuña su guitarra y comienza a ametrallar fantasmas con versos, en
medio de un escenario lleno de sombras. “En aquel momento teníamos una
plataforma, podíamos expresar el sentimiento de una sociedad que
luchaba. Realmente, éramos la voz de mucha gente. Lo que pasa es que
luchábamos con toda una serie de problemas graves, entre ellos la
censura. Te podían coger a ti mismo. Muchos cantautores se tuvieron que
exiliar”, explica Bonet.
En 1971, el régimen franquista le prohibió a Paco Ibáñez actuar en
territorio español. Tres años antes, los discos de Serrat eran retirados
e incluso, ya en 1975, el cantautor catalán se vio obligado a exiliarse
en México durante un año por una orden de busca y captura. Se repetía
la historia de la Guerra Civil: los grandes nombres de la cultura no
tenían sitio en España. Todavía en 1974, Amancio Prada tenía que
eliminar una canción de su primer álbum, la titulada Monorrimo, con
letra del poeta leonés Luis López Álvarez.
Una noche en la trena
Los problemas en los conciertos no eran menores. La policía vigilaba
todas las actuaciones y no dudaba en actuar si lo creía necesario. A
María del Mar Bonet, por ejemplo, la detuvieron después de un concierto
en la universidad de Zaragoza. “Sería a finales de 1971 y yo era muy
joven, tenía 19 años. Me hicieron un interrogatorio horroroso. Me
acusaban de lo que había cantado y yo no hacía más que poner excusas.
Estuvimos encerrados una noche. Menos suerte tuvieron los universitarios
que organizaron el acto. A ellos los detuvieron unos cuantos días
más…”, recuerda Bonet.
Los cantautores recuperaron a la Generación del 27 y se dejaron
empapar por las principales corrientes artísticas y fenómenos culturales
del momento: Dylan, la chanson francesa (Brel, Brassens, Moustaki), la
canción latinoamericana (los ecos de Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui,
el compromiso político de Silvio Rodríguez), Mayo del 68, el pop de los
Beatles. De fondo, se mantenía el espíritu comprometido que enlazaba
con la canción protesta estadounidense de principios de los sesenta. “Yo
creo que la música siempre es comprometida”, añade Martirio, “incluso
el poema de amor más lírico puede conectar con los sentimientos de forma
que te haga reivindicar cosas muy políticas. Al remover los
sentimientos, se mueve no sólo lo lírico, sino también lo social y lo
político”.
Con el final de la dictadura, la música (y el arte en general) vivió
una explosión sin precedentes. Según Marina Rossell, “en la Transición
se hicieron mejores canciones, menos metafóricas, más directas y mejores
producciones. Fue una fiesta. Lo viví como algo apasionante. Como
demostración de la apertura aparecieron las Galeuscas, que eran
conciertos de músicos de las distintas autonomías”.
Desde entonces, la música en España no ha vuelto a tener ese peso
político. Acudió al servicio de la gente cuando se la necesitó, pero su
carga ideológica decreció con la llegada de la democracia. “Importancia
social sí tiene, tal vez mayor que entonces, pero política no. La música
en este país se ha enriquecido mucho, pero a los cantores ahora nos
cuesta más. Yo echo en falta una canción comprometida. Ahora es cuando
hay que hacerla, o no menos que antes”, sostiene Amancio Prada.
La sociedad sigue necesitando a la música como instrumento para
iluminar la realidad. Quizás lo difícil ahora es definir un enemigo,
como lo fue Franco. “Habrá que empezar por la corrupción”, concluye
Marina Rossell. El futuro está asegurado, entonces.
“Doctor Feelgood no, que Franco está enfermo”
Como suele ocurrir en casi todas las dictaduras que emplean la
censura para controlar a sus ciudadanos más díscolos, durante el
franquismo se vivieron momentos delirantes motivados por el celo de los
funcionarios del Gobierno. Por ejemplo, el periodista musical Carlos
Tena tenía previsto hacer un especial sobre el grupo Doctor Feelgood en
Radio Nacional de España a finales de 1975, pero le recomendaron que
desistiera ya que Franco estaba enfermo en esos momentos y no convenía
radiar a un grupo que se llamaba “Doctor”. Generalmente, se censuraban
las canciones por motivos políticos, aunque en el caso del franquismo se
hizo especial énfasis en cuestiones sexuales. Sin ir más lejos, Joan
Manuel Serrat tuvo que eliminar el verso “magreando a una muchacha” de
su canción ‘Fiesta’.
http://www.publico.es/culturas/372166/las-voces-que-lucharon-contra-franco
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