La ciudad catalana fue bombardeada hasta en 18 ocasiones entre 1938 y 1939. Se estima que las bombas asesinaron a más de 300 personas y destruyeron el 26% de los edificios de la localidad, sede de la última sesión de las Cortes republicanas.
Bombardeo de la ciudad de Figueres por parte de aviones Savoia S-79 de la Aviación Legionaria italiana el 23 de enero de 1938. © Ufficio Storico dell’Aeronautica Militare (Roma) |
“Figueres puede considerarse como la Gernika de Catalunya por su valor simbólico. En la última etapa de la República la ciudad se convirtió en la sede de tres gobiernos: el de la República, el catalán y el vasco. Por aquí debían pasar casi todos los vencidos que huían a Francia. Los bombardeos buscaban asesinar al mayor número de gente y de paso cargarse a 'algún pez gordo'”, explica a Público el historiador Enric Pujol, experto en los bombardeos del bando franquista en Catalunya.
Figueres recibió 18 bombardeos por parte de la aviación franquista, italiana y alemana Lluïsa Pedrosa, vecina de Figueres de 84 años, tenía 9 años en 1936 cuando comenzaron los bombardeos. El primer ataque aéreo del autodenominado bando nacional en Catalunya quedó grabado a fuego en su memoria. Era el 3 de octubre de 1936. Lluïsa, junto al resto de su familia, se había desplazado hasta la localidad costera de Roses para disfrutar, por primera vez en su vida, del mar. Ese mismo día terminó su infancia.
El último día de la infancia de Lluïsa
“Un domingo me dijo la familia que iríamos a Roses a comer paella y ver el mar. Recuerdo que estaba jugando con tres o cuatro amigas cuando de repente se escuchó un ruedo tremendo y un señor que pasó corriendo nos dijo que recogiéramos todo que estaban bombardeando. Ese mismo día perdí las ganas de jugar para siempre”, recuerda Lluïsa para Público. Tiempo después, esta mujer descubriría que aquellas bombas que pusieron un precipitado punto y final a su niñez provenían del crucero Canarias.La guerra, sin embargo, no había hecho más que empezar. Dos de sus tres hermanos marcharon al frente. Ella se quedó en casa junto a sus padres y su hermano Ramón, de quien no debía “nunca” soltarse de la mano por imperativo de su madre. “Las pocas veces que me dejaban salir a la calle mi madre me iba diciendo: 'Nena, no mires a este lado. Nena, no mires al otro' y yo no miraba. Intuía que era porque habría muertos y que esa imagen nunca saldría de mi memoria”, relata esta mujer, que recuerda como cada vez que oía caer las bombas cogía un palo de madera y lo apretaba fuerte entre los dientes. “Nos habían dicho que de esta manera no reventaríamos por dentro”, asegura.
Los bombardeos sobre Figueres continuaron hasta los días 6,7 y 8 de febrero de 1938. Entonces la localidad ya acogía a decenas de miles de refugiados que atravesaban la ciudad para cruzar la frontera con Francia. Entre ellos se encontraban el presidente de la República Manuel Azaña, el de la Generalitat Lluis Companys, el de Euskadi José Antonio Aguirre y 62 diputados de las Cortes republicanas, quienes el 1 de febrero celebraron en el castillo de la localidad del Alt Empordà la última sesión de las Cortes republicanas. Cuatro días, más tarde, el 5 de febrero de 1939 todos ellos marcharon hacia Francia. Se calcula que alrededor de 500.000 republicanos cruzaron la frontera hacia el país vecino.
"De vencidos estaban las calles llenas. Vencidos, hambrientos y aterrorizados", escribió una superviviente En total, la localidad catalana fue víctima de hasta 18 bombardeos entre enero 1938 y febrero de 1939. Todavía a día de hoy resulta imposible cuantificar con exactitud el número de víctimas mortales y heridos. Las últimas estimaciones indican que fallecieron 66 personas en 1938 y alrededor de 250 en 1939. Sin embargo, la cifra exacta es incalculable ya que en la ciudad se alojaban miles de exiliados que huían del avance de las tropas franquistas. Hasta 1943 estuvieron apareciendo cadáveres bajo los escombros de los edificios.
Ese 5 de febrero de 1939 también se encontraba recorriendo el camino hacia el exilio Teresa Jové, una joven de apenas 18 años que en los años 60 puso por escrito el panorama que encontró al llegar a Figueres. “Aquel día, 5 febrero de 1939, comenzaron los bombardeos continuos. De todas las carreteras llegaban las tropas en retirada hacia la frontera. Veíamos pasar camiones llenos de gente. Nosotros cuatro sólo teníamos nuestras piernas. Ya habíamos renunciado a llevar maletas y sólo nos quedaban las mantas, lo más valioso y fácil de transportar”, escribe Jové.
“Envueltos en ellas ya habíamos adoptado la estampa de lo que éramos. Vencidos. Y de vencidos estaban las calles llenas. Hombres, mujeres, niños. Todos vencidos, hambrientos y aterrorizados porque los bombardeos no paraban nunca. A uno sucedió otro y otro y otro”, escribe esta joven.
5.500 muertos en Catalunya por bombardeos
Como Figueres, mas de 140 poblaciones de Catalunya fueron bombardeadas durante la Guerra Civil. Los cálculos oficiales estiman que a causa de las bombas fallecieron alrededor de 5.500 personas sobre todo a consecuencia de las bombas de los 764 bombarderos que dispuso Mussolini para ayudar a Franco. El objetivo era triple: castigar a los republicanos que se marchaban al exilio, conseguir la rendición de Catalunya y paralizar la industria catalana, sobre todo la hidroeléctrica, que surtía al bando republicano.Finalmente, el 10 de febrero de 1939 el ejército fascista dio por conquistada Catalunya. Los vencidos, que se contaban por cientos de miles, prosiguieron su camino hacia el exilio. Miles de ellos acabaron siendo internados en campos de concentración improvisados, en unas condiciones muy deplorables. En Catalunya, el tiempo de los bombardeos fue sustituida por el de la represión. Entre 1939 y 1953 fueron fusiladas 3.585 personas a partir de fraudulentos consejos de guerra y 14.500 presos políticos permanecían en cárceles catalanas en 1942.
Más de 75 años después de los bombardeos, el Memorial Democrático de Catalunya, institución encargada de recuperar la memoria histórica, ha puesto en marcha la exposición Catalunya Bombardejada, que recorre todas las localidades que sufrieron los bombardeos de la aviación franquista, italiana y alemana.
“Han tenido que pasar casi 80 años para que podamos contar el infierno que vivimos. El miedo a represalias ha estado siempre presente. Mi generación ha vivido con una cremallera en la boca”, concluye Lluïsa.
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