Una investigación detalla la propaganda pronuclear en las escuelas durante los años del nacionalcatolicismo para facilitar la construcción de reactores
Seis de julio de 1965. El obispo de
Sigüenza, Laureano Castán, engalanado con mitra y báculo, levanta su
hisopo y rocía de agua bendita la tierra de Almonacid de Zorita
(Guadalajara) en la que se levantará la primera central nuclear
española, José Cabrera. A su lado, con gesto solemne, un sacerdote con
gafas de sol estilo Porrina de Badajoz y el ministro de Industria del
Generalísimo, Gregorio López Bravo, que coloca la primera piedra del
reactor.
La imagen, hoy impensable, podría haber
ilustrado ajustadamente cualquiera de los manuales escolares de la
época: “El Creador ha puesto en las manos del hombre un caudal
inagotable de energía que este va utilizando en su provecho en las
formas más variadas: energía mecánica, calorífica, luminosa, eléctrica,
química, atómica, etcétera”, pontificaba, por ejemplo, el libro de
Física y Química de cuarto de Bachillerato de la editorial Bruño, en
1962.
Los libros de texto del franquismo atribuían la energía atómica al “Creador”
“Estas expresiones religiosas y de
misterio son las que se emplearon en los años del nacionalcatolicismo
para difundir la energía atómica”, explica el químico José María
González Clouté, que acaba que terminar una vasta investigación sobre el
imaginario social de la radiactividad y la energía nuclear creado a
conveniencia con manuales escolares, literatura, cine, televisión y
noticieros documentales durante la segunda mitad del siglo XX.
Su trabajo intenta desvelar qué personas
y organismos intervinieron en la transmisión de los conocimientos
nucleares, qué contenidos fueron seleccionados y quiénes lo hicieron. La
investigación deja claro el adoctrinamiento al servicio de la política
atómica del dictador Francisco Franco, empeñado en sacar adelante la
nuclear de Zorita, esa “colosal aventura económica y científica, que en
un principio pudo ser noblemente tachada de ilusoria y quijotesca”, como
describió en su portada ABC el día de su inauguración.
Durante los últimos cuatro años,
González Clouté ha devorado 200 manuales escolares de la época,
procedentes de la Biblioteca Nacional, el Centro Internacional de la
Cultura Escolar y el centro de investigación MANES, de la UNED, con el
que colabora. Durante el régimen de Franco, los textos sobre la energía
atómica, como los demás, se sometían a una doble censura: la del
Movimiento y la de la Iglesia católica. “Todos los manuales escolares
necesitaban el níhil óbstat del obispo correspondiente”, resume Miguel
Somoza, profesor de Historia de la Educación en la UNED y director de
esta tesis doctoral.
Los manuales escolares requerían el níhil óbstat del obispo de turno
Los libros que memorizaban los
estudiantes reflejaban la política del régimen: exaltación de las
innegables virtudes del átomo y negación de sus inconvenientes. En 1970,
recuerda Somoza, decenas de litros de residuos altamente radiactivos se
escaparon de las instalaciones de la Junta de Energía Nuclear en
Madrid. En pocos minutos, a través de los desagües, las aguas
contaminadas llegaron al río Manzanares, al Jarama y, finalmente, al
Tajo. Muchas huertas quedaron regadas con estroncio-90, cesio-137 y
plutonio.
“Fue un accidente absolutamente
ocultado”, lamenta Somoza. El reactor de Zorita ya se había inaugurado,
con una inversión de 2.500 millones de pesetas. Y Garoña (Burgos) y
Vandellós (Tarragona) estaban en camino. Nada podía frenar “la era
atómica industrial en nuestra patria”, como rezaba la placa clavada en
la puerta de Zorita que descubrió Franco.
Mientras, los libros de texto recogían
“informaciones sesgadas” sobre la comparación energética entre el uranio
y el carbón, que tendían a “magnificar una proporción que ya es de
entrada favorable al uranio, aunque no en tanta cuantía”, señala
González Clouté. Según el libro de Química de quinto de Bachillerato de
la editorial Cabezas Serra, la energía liberada en la fisión de un solo
gramo de uranio equivaldría a quemar 8.800 toneladas de carbón. Era
1958. Pero, en plena Transición, las cifras se trasmutaron. En 1978, los
escolares ya estudiaban que un gramo de uranio desprende una energía
equivalente a tan sólo la de tres toneladas de carbón, según el
libro de Física de COU de Jaime Agulles. Los manuales franquistas
multiplicaban por 3.000 la realidad.
Una fuga radiactiva al río Tajo fue ocultada por el régimen en 1970
La operación de blanqueo de la energía nuclear desplegada por el régimen bebía directamente de Atoms for Peace
(Átomos para la Paz), una gigantesca campaña de propaganda iniciada por
el Gobierno de EEUU en 1953 para borrar del imaginario colectivo el
horror provocado por las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
“Nuestro amigo el átomo”
Ese mismo año, General Electric, ya con
14.000 empleados en su división nuclear, coprodujo un cortometraje de
dibujos animados de 15 minutos, A is for Atom, que se proyectó
durante años en miles de colegios, mostrando la capacidad de la ciencia
para “domeñar a la bestia y convertir la fuerza del átomo en un poderoso
aliado del ser humano”, según ha estudiado Alfredo Menéndez Navarro,
historiador de la ciencia de la Universidad de Granada. Hasta Disney, en
1957, produjo un telefilme de dibujos animados, Nuestro amigo el átomo, que marcó a una generación entera de estadounidenses.
En los institutos se soslayaban los efectos negativos de la radiactividad
En poco tiempo, la campaña Átomos para
la paz llegó a España, gracias al talonario de la Comisión de Energía
Atómica de EEUU. Una exposición en la Casa de Campo de Madrid recordaba
en 1958 “las infinitas aplicaciones que tiene el átomo en la medicina,
agricultura en industria”, como el tratamiento de los tumores malignos y
la propulsión de buques mercantes. Hoy, en España, hay 32.000
instalaciones de rayos X para diagnóstico médico y veterinario.
Radiactivas y esenciales.
La investigación de González Clouté
también revela que los efectos biológicos de la radiactividad, conocidos
por los escritores, no siempre fueron mencionados en los libros del
periodo 1950-1975. “Sólo empezó a hablarse de los problemas de la
energía nuclear coincidiendo con la Transición”, señala el químico.
“La campaña de propaganda de las
eléctricas, que querían poner centrales nucleares en España, llegó
incluso a instalar un minirreactor atómico en la Ciudad Universitaria de
Madrid para que lo vieran los jóvenes”, recuerda González Clouté. Fue
en 1964 y acudieron unos 7.000 estudiantes. Sólo sus hijos, a partir de
la década de 1980, pudieron forjarse una opinión en libertad sobre la
energía nuclear.
Público.es
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